32

La sorpresa fue la protagonista aquella tarde cuando, sin más, el doctor Brigadier llamó a Manuel para decirle que testificaría en contra del alcalde.

—Lo único que pide es que la policía cuide a su familia —agregó Manuel—. Creo que es una petición justa teniendo en cuenta de que a dos de nosotros casi nos liquidan.

—Que lo dé por hecho —dijo Alex con absoluta convicción—. Aunque estoy convencido de que, con su testimonio, el alcalde no va a salir nunca más de la cárcel.

—Pero nada nos garantiza que sus perros sigan haciendo de las suyas —agregó Federico.

—Mientras yo esté aquí, voy a asegurarme de que ese hijo de puta pierda todo el poder que tiene. Te lo aseguro.

Alex sabía que el ataque a Federico no había sido más que una advertencia. Un intento por amedrentarlos para detener el juicio. A esas alturas estaba más que convencido de que el alcalde era capaz de cualquier cosa con tal de mantener sus sucios secretos bien guardados, pero el oficial no era de esos que se dejaba intimidar, así que él también estaba dispuesto a pelear por obtener justicia.

. . .

El cigarrillo humeaba entre sus labios mientras amasaba con rabia una pelota de goma. Había tomado ese hábito para calmar su ansiedad cuando las cosas en el pueblo comenzaron a ponerse complicadas.

Su hijo estaba parado frente a él. La expresión en su rostro le dejó saber de inmediato que su plan no había salido como esperaban, pero cuando Robert comenzó a contarle los detalles, sintió que la sangre se le había ido hasta la cabeza.

—¡¿Que hiciste qué?!

Lanzó la pelota de goma con la firme intención de darle en la cabeza a Robert, pero este se esquivó justo a tiempo.

—¡Te dije que yo no iba a poder hacerlo! —exclamó Robert, compungido—. ¡Yo no soy un asesino!

—Oh, claro que lo eres —contestó el alcalde, luego de sacarse el cigarrillo de la boca—. Eres un asesino y también un imbécil que dejó el arma en la casa de los Franco. ¿Cómo solucionamos eso?

—Llevaba guantes puestos, mis huellas no están en el arma —contestó Robert.

El alcalde chistó.

—Por lo menos para algo usaste la cabeza. Carajo... tendría que haber enviado a alguien más. Debí suponer que tú te ibas a acobardar.

—No me acobardé, papá. ¿Alguna vez apuntaste a alguien con un arma? ¿Sabes siquiera lo que se siente tener la vida de otra persona en tus manos? Tal vez no lo sabes porque siempre mandas a tus matones a hacer el trabajo sucio, pero yo no soy como ellos. Ni como tú.

El alcalde se levantó de la silla, furioso, pero algo en la mirada de su hijo le hizo saber que esta vez, no toleraría un golpe, ni siquiera un insulto. Sin embargo, sabía que no podía dejar a su hijo libre en esas condiciones.

—¿A dónde vas, Robert? No cometas ninguna estupidez.

—¿Por qué? —preguntó, con una sonrisa cínica—. ¿Tienes miedo de que vaya a entregarme? Si eso sucede yo caería, pero tú te irías conmigo. ¿No es lo que siempre dices?

—Sabes bien que es cierto —repuso el alcalde—. Los dos estamos metidos en esto. Tú cometiste un error, y yo lo encubrí para ayudarte. Porque tenías un futuro prometedor por delante. Ibas a entrar en la universidad, eras un joven inmaduro y yo soy tu padre, era mi deber entonces y sigue siendo mi deber protegerte, aunque seas un adulto.

—Un padre que quiere proteger a un hijo no lo envía a matar a alguien. Tú lo que quieres es que yo sea uno más de tus empleados. Que viva bajo tu sombra, pero ya me cansé de eso.

—¿De qué hablas? Te mandé a la mejor universidad, ¡te di todo lo que pude! ¿Tú crees que haría eso por un empleado? Eres mi hijo, Robert, mi único hijo. Sé que soy duro y que tal vez no pensé claramente cuando te envié a la casa de los Franco. Me equivoqué, creo que también tengo el derecho, ¿no?

Robert chistó. Se giró sobre sus talones y salió de la oficina de su padre sin decirle una sola palabra.

El hombre se apresuró a tomar su teléfono. Discó con premura y cuando la persona a quien llamaba atendió, se apresuró a dar las instrucciones.

—Quiero que sigan a Robert. Que no se acerque a la casa de los Franco, ni a la comisaría. Si ven algo sospechoso, hagan lo que sea necesario para detenerlo. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top