29

No sabía muy bien cómo comenzar la conversación. Tenía demasiadas preguntas, pero no sabía si quería escuchar las respuestas. Robert estuvo evitándolo durante una semana entera, pero ante la insistencia de Federico, no le quedó más que reunirse con él.

—Estuviste esquivándome toda la semana —atacó Federico.

—No es que haya estado esquivándote...

—No respondiste mis llamadas ni mis mensajes, ¿Cómo le llamas a eso?

—Estuve... —Robert suspiró con pesadez—. Estuve muy ocupado.

—¿Qué es lo que ocultas, Robert? No me vengas a decir que no es nada porque no creo que hayan detenido a tu padre por nada.

—Mi padre ya está libre de nuevo —respondió Robert con premura—. Ese policía está ensañado con él. Lo detuvo bajo supuestas acusaciones que ni siquiera pudo probar.

—"¿Ese policía?" ¿Te refieres a Alex?

Robert arrugó el entrecejo.

—Sí. Ese tipo solo finge ser tu amigo para que no sospeches de él, pero yo te lo advertí, su abuelo...

Entonces, Federico lo interrumpió.

—Sí, ya sé que su abuelo era corrupto y que estuvo en el caso de Bruno. Tú me lo dijiste y él mismo lo ratificó. No pueden seguir usando esa carta en su contra, porque eso lo único que demuestra es que no tienen más nada que decir de él.

Robert, furioso por la actitud de Federico, golpeó las dos palmas de las manos contra la mesa de la cafetería, llamando la atención de los clientes que estaban alrededor.

—¡¿Por qué lo defiendes tanto?! ¿Qué tanto ha hecho él por ti? ¡Tú y yo nos conocemos de toda la vida, Fede! No puedo creer que desconfíes de mí y no de él.

—¿Y por qué piensas que desconfío de ti? ¿Acaso tienes algo que esconder? Mírame a la cara y dime que tu padre no tuvo nada que ver con la muerte de mi hermano.

Robert chasqueó la lengua, hastiado.

—Yo no tengo que demostrarte nada, Federico. Creo que es más que suficiente que hayan liberado a mi padre por falta de pruebas. No tengo más nada que hablar contigo.

Robert se levantó y tomó su abrigo, pero cuando se giró para marcharse, Federico dijo algo más, una frase dura, cruel, pero certera:

—Nunca vas a ser libre si sigues ocultándote bajo las alas de tu padre.

Robert siguió caminando. Fingió que no había escuchado, pero lo cierto era que aquellas palabras se metieron en lo más profundo de su corazón, y se clavaron como una estaca. Federico tenía razón, pero él era tan cobarde que ni siquiera fue capaz de enfrentar su propia realidad.

. . .

El puño cerrado se estrelló con violencia contra su mejilla. Robert cayó sentado en el suelo, pero antes de que pudiera incorporarse o siquiera decir algo, otro golpe llegó, y a ese le siguieron varios más.

—¡Vas a decirme qué mierda estuviste hablando con ese bastardo!

—¡No le dije nada! —se defendió Robert.

Entonces, su padre volvió a golpearlo.

—¿Tú piensas que esto es un juego, Robert? ¿Crees que si le dices a ese chico que tú mataste a su hermano te perdonará y hará de cuenta que no pasó nada? ¡Qué ingenuo eres! En cuanto tú abras tu maldita boca no vas a ser el único perjudicado. Yo, tu madre, todos a tu alrededor!

Robert se limpió la sangre de la comisura de los labios con el dorso de la mano.

—No le dije nada —repitió, con la voz trémula—. Federico no será un problema, lo prometo.

—Oh, por supuesto que no lo será. Y tú vas a ser quien se encargue de eso.

Robert levantó la vista por primera vez para mirarlo, con una mezcla de sorpresa y horror.

—¿Qué estás...?

—Lo que entendiste. Tú vas a encargarte de arreglar este desastre. Así como yo te salvé el culo en su momento, ahora te toca devolverme el favor. Vas a hacer que Federico Franco desaparezca y todo será un trágico accidente.

—No, yo no puedo... No puedo matar a Federico... Lo de Bruno no fue a propósito, yo no lo vi, no quise matarlo, yo...

—Basta de balbucear. Deja de ser un maldito cobarde. No me importa si fue un accidente o no. El hecho es que lo hiciste, y ahora debes arreglarlo. Ahora lárgate de mi vista, no quiero verte por lo que resta del día.

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