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—Madre santa, ¿qué está pasando? ¿Quiénes son estos hombres? —preguntó la directora del hospital al ver a varios hombres cargando cajas viejas por el pasillo principal hacia la salida—, ¿quién ordenó esto? Disculpa... —intentó detener a uno de ellos pero este le hizo a un lado el hombro con clara intención de evitar el contacto físico—. No pueden hacer esto, es propiedad privada, llamaré a la policía.
Una hora más temprano, Anna Jackeline Morán, la directora del Hospital San Isidro, recibió un mensaje de una de sus empleadas de confianza, encargada de turno, avisándole que un grupo de hombres, vestidos de particular, habían ingresado al hospital con una actitud muy agresiva y fueron directo a hurgar en el depósito.
—Directora, buenos días —Uno de los hombres interceptó a Anna antes de que pudiera marcar en su teléfono móvil. Era calvo, alto, y tenía una gran presencia—. Lamento la brusquedad de mis hombres, estamos llevando a cabo una investigación particular y necesitamos estos documentos, si necesita puedo mostrarle el permiso de la alcaldía.
—¿Una investigación? Me sorprende que Trevor no se haya comunicado conmigo primero, esto era innecesario, esos documentos tienen años archivados, ¿qué tipo de investigación podría hacer con papeles tan viejos?
—Le ofrezco nuevamente mis disculpas, el Alcalde ha estado ocupado, y es algo que ha surgido de forma urgente. Lamentablemente no puedo revelar más información —contestó el hombre con un tono artificialmente amable.
—Seguramente Trevor me dará explicaciones más tarde —acotó ella en voz alta a fin de no perder importancia ante los atentos espectadores.
Entre ellos, Manuel espiaba atento mientras fingía rellenar un formulario detrás de un escritorio, a unos metros de la conversación. Todo encajaba perfectamente con sus suposiciones sobre el ocultamiento de información a conveniencia del Alcalde, lo que aún no tenía claro era el motivo. Estaba seguro de que Alex estaría encantado de oír sobre el escandaloso despliegue que habían hecho a vista de todos para salirse con la suya. Pero no era el momento, aquel hombre alto que presumía tales modales estaba como un halcón vigilando los movimientos de cada empleado presente, como si de forma discreta los tuviera bajo amenaza.
. . .
—¡Fue una completa locura! —exclamó Manuel mientras acomodaba el morral a un lado de la cadera—. Eran un montón de tipos: Uno de ellos nos vigilaba mientras el resto se llevaba todas las cajas. Tenías que verlos; parecían matones.
—Seguramente ya se dieron cuenta —contestó Alex—. ¿Escuchaste algo más? ¿Viste alguna cara conocida?
—Tienes razón, no vi a nadie conocido; ahora que lo pienso no sabría decirte de dónde salieron. No parecían extranjeros, pero estoy casi seguro de que no son vecinos de Sacramento. Lo que escuché es que venían de parte del Alcalde. A la directora le cayó como un balde de agua fría, tampoco estaba enterada.
—Si ella no sabía entonces es algo mucho más gordo de lo que pensábamos, tanto como para pasar por encima de los demás. Gracias por llamarme, Manu. Trata de mantener un perfil bajo a partir de ahora, no quiero que te metas en problemas. Creo que tampoco deberíamos seguir hablando de esto por teléfono —sentenció Alex.
—Tienes razón, ya tuvimos una baja por esto, mejor no seguir tentando la suerte.
—Ni lo digas... Voy a seguir de cerca estos movimientos. Te escribo para juntarnos si tengo alguna novedad. Manu..., cuídate.
—Sí, no te preocupes —cortó la llamada y guardó el teléfono en su morral.
A unos cuantos metros de Manuel, un hombre alto de cabeza calva caminaba despacio entre las sombras que proyectaban los árboles con su teléfono en mano, manteniendo una conversación activa con su empleador.
—Sí, al final es él quien está informando; asumo que directamente al oficial, a su amigo. ¿Cómo quiere que proceda? —hizo una breve pausa en lo que escuchaba las indicaciones—. Entendido. Lo veo más tarde.
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