18

El café de esa mañana sabía más amargo que de costumbre. Lo saboreó dentro de su boca y al final, sin muchas ganas, acabó tragando ese sorbo amargo, tan amargo como todo lo que había sucedido.

Llevaba varios días insomne, sobre pensando, analizando todo lo que Federico le había dicho.

A pesar de que nunca tuvo una relación demasiado cercana con su abuelo, siempre admiró su profesión. Lo veía como un ejemplo a seguir, como un pilar importante en su familia. Pero cuando Federico mencionó todo aquello, a su memoria también llegaron cosas que, quizás por protegerse a sí mismo, había bloqueado.

Su padre y su abuelo solían discutir muy a menudo. Alex nunca prestaba demasiada atención porque para él, las discusiones de adultos no eran de su incumbencia. Pero hubo una pelea en particular, la que hizo que su abuelo se desligara definitivamente de la familia, Alex la recordaba perfectamente.

Esa noche, su abuelo llegó uniformado, con unos cuantos tragos encima. El padre de Alex estaba furioso porque alguien le hizo un comentario desagradable que involucraba a su abuelo y su desempeño como policía. No era la primera vez que sucedía, y tampoco era la primera vez que discutían por eso, pero al parecer, en esa ocasión había ido mucho más allá.

Lo que Alex recuerda es a su padre recriminándolo y a su abuelo saliendo de la casa. Luego de eso, no volvió a saber de él nunca más. Las fotos que su padre solía lucir con orgullo desaparecieron, y su abuelo no volvió a ser mencionado. Los motivos nunca estuvieron claros para él, hasta ese momento, en el que el segundo sorbo de café amargo, ya tibio, pasaba por su garganta.

Dejó la taza sobre la mesada y buscó su teléfono dentro del bolsillo de su pantalón. Comenzó a escribir un mensaje pero al final, se dio cuenta de que lo mejor para no dejar huellas era comunicarse por teléfono y en persona, así que marcó el número de su amigo Manuel, y esperó atento a escuchar su voz del otro lado.

—Aquí la sabandija revuelve muertos al habla, ¿en qué soy útil, oficial?

—Manu. Necesito pedirte un grandísimo favor. Pero es algo que sé que puede ser muy riesgoso, así que debes hacerlo con muchísima cautela.

—Uy, qué miedo. ¿Me estás asignando una misión secreta?

—Sí, algo así. Mira, hace un tiempo accedí al informe del caso de Bruno Franco, pero hay un montón de cosas que no me cierran, así que sería genial si pudiéramos reunirnos para que me des tu opinión profesional.

—Bien, me interesa. Puedo pedir un rato libre, ¿te sirve media hora? Podemos juntarnos en la biblioteca.

—Sí, está bien. Te veo allá.

Cortó el teléfono sin permitir que su amigo contestara. Tomó su chaqueta, y salió a zancadas de su casa.

. . .

Manuel miraba con detenimiento las fotos, haciendo zoom desde la pantalla del celular de Alex. Arrugaba el entrecejo pensativo, analizando cada detalle.

—Sí, ya veo... ¿Qué se supone que decía el resultado de la autopsia?

—Que el auto lo chocó y que, debido a las contusiones, murió en el acto. También mencionaba que tenía niveles de alcohol en sangre. Tengo la foto del reporte en la galería, búscala.

El chico comenzó a buscar la foto y leyó los detalles, luego arrugó la boca.

—Mira, Alex, esto es un caso súper complejo. No sé si Bruno Franco estaba borracho o no, pero de lo que estoy segurísimo, es que ese golpe que tiene en la cabeza no fue del parachoques del auto. Si te fijas, ¿ves esas muescas en el lado lateral izquierdo de su cabeza? Eso fue hecho con un objeto contundente. Lo golpearon con algo en la cabeza, y el golpe fue tan fuerte que le partió el cráneo y probablemente lo mató en el acto.

—Ya, estoy de acuerdo, pero el informe de la autopsia dice que murió debido al atropellamiento. Dicho informe está firmado por un forense certificado y por un oficial de policía... Mi abuelo.

En ese momento, Manuel levantó la vista.

—¿Tu abuelo estuvo implicado en esto?

—Él era oficial activo y fue quien acudió al llamado cuando ocurrió lo de Bruno Franco. Él fue el primero en llegar a la escena, fue quien se supone que prestó auxilio y llamó a la ambulancia. No fue el único, pero estuvo ahí, y firmó un papel que certifica que, al momento de llegar, Bruno Franco estaba muerto.

Manuel soltó un suspiro. Pensó durante unos instantes, luego tomó el teléfono de Alex de nueva cuenta entre sus manos.

—¿Qué estás buscando? —preguntó Alex.

—El nombre del forense.

—¿Para qué?

—Porque creo que él sigue vivo, y yo lo conozco.

Alex abrió los ojos de par en par.

—¿Y qué vas a hacer?

—¿No es obvio? Menos mal que eres policía. Voy a ir a preguntarle qué fue lo que pasó. Si él realmente considera que Bruno Franco murió por el choque. Porque lo que yo veo aquí es algo completamente distinto a lo que relata el informe. Entonces quiero saber por qué puso otra cosa.

—¿Pero tú crees que el tipo te va a decir la verdad si mintió en el reporte?

Entonces, un brillo inusual apareció en los ojos de Manuel. Su sonrisa triunfal le dejó saber de inmediato que tenía un as bajo la manga.

—El doctor Brigadier fue decano en la universidad donde estudié, y también mi mentor durante mis años de residencia. Se puede decir que lo conozco bastante bien. Cuando se retiró, mantuvimos contacto durante un tiempo. A él le encanta hablar sobre sus casos. Si mis cálculos no fallan, debe tener como setenta y tantos. Espero que su memoria siga siendo igual de impecable.

—¿Y qué se supone que le vas a decir?

Manuel volvió a enseñar su sonrisa triunfal.

—Soy un gran estudioso y estoy continuamente investigando para mejorar mis habilidades como forense. Esa es la excusa perfecta. Tú déjamelo a mí. Voy a tratar de averiguar todo lo que pueda.

—De acuerdo. Voy a estar pegado al teléfono por cualquier novedad. Te lo encargo, amigo. Gracias.

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