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Detestaba ese lugar.

De hecho, cada vez que lo mandaban a bajar a la morgue, trataba de evitarlo a toda costa.

Nunca entendió como su amigo Manuel había elegido esa profesión tan tétrica. Él parecía disfrutar el estar entre cadáveres congelados, pero para Alex, la experiencia era casi traumática.

—¿No pudiste citarme en otro lugar? —Le reclamó a su amigo.

—No. A esta hora no hay nadie más que yo, es más seguro.

—¿Por qué tanto misterio, Manu? ¿Qué pasó?

El muchacho soltó un largo y pesado suspiro. Se llevó ambas manos a los bolsillos de su bata blanca, para ocultar que mantenía los puños cerrados debido al nerviosismo.

—Antes que nada, quiero que sepas que no solo puedo perder mi trabajo por esto. Probablemente, si alguien se entera que te conté, van a ir tras mi cabeza.

—¿De qué estás hablando? ¿Alguien te amenazó?

—No directamente...

—Vamos, Manuel, dime de una vez, me estás poniendo nervioso.

Manuel tomó una generosa bocanada de aire y comenzó.

—La muerte de la señora Turner no fue accidental. Tenía claros signos de asfixia. Sus pulmones estaban colapsados y tenía unas marcas inusuales en el cuello. Casi imperceptibles para la vista de cualquier mortal, pero ya sabes que a mí no se me escapa ni un solo detalle.

Alex quedó en blanco. Se tomó unos momentos para digerir lo que su amigo le estaba diciendo antes de comenzar con las preguntas.

—Hoy leí el informe que tú mismo redactaste y decía que había muerto por causas naturales —aseveró.

—Sí, eso fue lo que me hicieron escribir. Pero no es real, y no puedo quedarme de brazos cruzados.

—¿Pero quién? ¿Quién te hizo escribir un reporte falso?

—No puedo decirte.

—¿por qué?

Manuel arrugó la boca. No quería decirle a su amigo que se sentía amenazado por ese hombre, pero la realidad era que él conocía muy bien de quién se trataba; no se podía jugar con alguien como él.

—Es peligroso que lo sepas por mí. Debes averiguarlo tú mismo.

—Ya, perfecto, más acertijos. ¿Al menos puedes decirme por qué te hizo falsificar ese papel?

—Supuestamente, para no generar pánico entre los vecinos. Según yo, porque ahí hay algo raro que se está ocultando. No es mi jurisdicción, pero me parece que falsificar un acta de defunción es, a todas luces, un delito. ¿Tú qué me dices, oficial?

Alex cruzó los brazos sobre el pecho. El desenlace inesperado del caso de la señora Turner lo trasladó, una vez más, al caso del hermano de Federico.

—Creo que aquí hay algo muy gordo. No sé qué relación haya tenido la señora Turner, pero si su muerte no fue natural, entonces la mataron por algo. Y necesito averiguar por qué.

—Sí, bueno, pero trata de ser lo más discreto posible, ¿sí? Recuerda que mi trabajo y mi cabeza están en juego. Técnicamente soy el único que sabe sobre esto. Te lo conté a ti porque eres mi amigo y porque eres lo más cercano a un policía recto y honesto.

—¿Lo más cercano? Eres una sabandija, Manuel. Una que disfruta de estar en una cueva sin ventanas, con mesas de metal, olor a cloroformo y neveras llenas de cadáveres.

—Síp, ese soy yo —contestó el chico con absoluto orgullo.

—Me voy. Investigaré este asunto por mi cuenta y te contaré si averiguo algo más. Gracias por confiar en mí, Manu. Te prometo que voy a ser discreto.

—Para eso estamos, amigo.

Salió de allí con el estómago apretado. Con más preguntas que respuestas y la sensación de que no estaba seguro, ni siquiera en su propio trabajo.

Él sabía que Sacramento estaba lleno de secretos, pero jamás imaginó que algo así sucedería en un lugar que, para todo el mundo, era uno de los más tranquilos.

Debía actuar con prudencia y con mucha cautela, no solo para obtener las respuestas que buscaba sin ningún arreglo, también para honrar la promesa que hizo al convertirse en policía: el proteger a otros.

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