10
Aquel restaurante siempre fue conocido por ser uno de los más grandes de Sacramento. Estaba ubicado en una esquina muy estratégica, cerca de un punto de interés turístico. A Federico nunca le encantó ese lugar, pero para casi todos los lugareños, era el lugar de encuentro más popular.
Entró, se quitó el abrigo y se sentó en una de las mesas que estaba junto a la ventana. Una de las mozas se acercó para dejarle la carta y mientras él le echaba un vistazo, Robert llegó.
Se estrecharon en un abrazo fraternal antes de ocupar sus lugares en la mesa.
—¿Te hice esperar mucho? —le preguntó Robert.
—Tranquilo, acabo de llegar. Dios... Ese lugar sigue estando igual que hace quince años.
—Lo han modernizado en algunas partes. Hicieron una terraza y mejoraron los baños. También añadieron una barra de tragos en la entrada.
—Sí, lo vi, pero me refiero a la esencia. Es como... No sabría como explicarlo.
—Lo entiendo perfectamente. Para quienes nacimos y nos criamos aquí, esto era lo único más o menos entretenido, pero venir al mismo sitio una y otra vez hace que le pierdas el gusto.
—Exacto, a eso mismo me refiero —agregó Federico.
Robert le había escrito solo dos días después de haberse encontrado con él. Surgió la invitación de inmediato y Federico aceptó. Pasar tiempo con él lo hacía sentir cierta calidez, quizás porque lo asociaba mucho a su hermano.
Comieron, tomaron bastante y se rieron mucho. Recordaron los viejos tiempos, Robert le contó algunas anécdotas que vivió con Bruno y ambos acabaron la noche brindando y honrando la memoria del muchacho. Para Federico, más que un buen momento, fue como una bandita para su corazón herido. Compartir tiempo con alguien que apreciaba a su hermano tanto como él era genial.
—Supongo que nos estaremos viendo relativamente seguido —le dijo Robert, luego de dejarlo en la puerta de su casa—. Fue genial compartir este rato contigo, Fede, me alegró mucho que nos hayamos reencontrado.
—Lo mismo digo. Gracias por todo, amigo.
Robert esperó a que Federico entrara a su casa para marcharse. Federico notó aquel gesto y no pudo evitar sentir que Robert era como su otro hermano mayor.
Se sacó el teléfono del bolsillo y, mientras caminaba a los tropezones hacia su cuarto, marcó el número de Alex.
—Alex, creo que estoy borracho.
—¿Qué?
—Que estoy borracho... —Se desplomó en el colchón inflable y su cuerpo rebotó de una manera muy chistosa—. Hacía tieeeeempo no me emborrachaba. Ahora siento que quiero vomitar, el techo me da vueltas...
—¿Quieres que vaya?
—No. Pareces mi niñera.
Escuchó una risita del otro lado del teléfono.
—Bueno, ¿entonces para qué me llamaste?
—Solo para escucharte un rato... Y también decirte que de verdad estoy muy agradecido por todo lo que has hecho por mí.
—Okay... De nada. ¿Estás seguro de que no quieres que vaya? No te vayas a ahogar con tu propio vómito. Probablemente me llamen a mí para que fuerce la entrada de tu casa.
—Noooo... ¡Acabo de cambiarle la cerradura! Ven mañana y prepárame el desayuno, ¿Qué te parece eso?
Alex se volvió a reír.
—De acuerdo. Pero quiero que sepas que esto es considerado abuso, yo soy un oficial de policía.
—Seeh... Se te ve muy bien el uniforme, por cierto.
—Ya duérmete, mejor. Y dime eso cuando estés sobrio.
—Sí, está bien. Hasta mañana, Alex.
—Hasta mañana, Fede. Acuéstate de lado.
Entonces, Alex escuchó la respiración, y luego los ronquidos de Federico. Se había quedado dormido antes de colgar la llamada.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top