Epílogo

Por supuesto que hubo regalos debajo del árbol a la mañana siguiente. Absolutamente nada se detuvo por la muerte de Rodolfo. El narizón tampoco era tan necesario luego de que, hacía dos años, se le hubiese instalado un sistema GPS al trineo volador.  

Sin embargo, hubo mucho revuelo por Twitter las horas siguientes de que anunciáramos el fallecimiento por la cuenta oficial del reno. Los homenajes alrededor del mundo se habían puesto en marcha y el viejo panzón se estaba lucrando más que nunca con el asunto.

Ningún habitante del Polo Norte objetó sobre las declaraciones que se dieron a los medios, en las que el pobre Rodolfo terminaba siendo víctima de sus adicciones y muriendo de una sobredosis. Nuestro silencio nos valió un jugoso aumento y una garantía de permanencia en la nómina por el próximo siglo bajo la firma de un contrato al que Santa no pudo negarse.

Supongo que nos fue bien. Por fin pude irme de vacaciones. Aprovechando el dinero extra que me había caído, escogí como destino Turquía porque casi nadie celebra la navidad pero el alcohol no es ilegal. Casi al finalizar diciembre, en las noticias del país euroasiático apareció que un duende guapísimo. Estaba por las calles de Estambul repartiendo postales de navidad, parecía que iba muy borracho y de vez en cuando sacaba el dedo medio a la cámara.

Fui tendencia mundial en Twitter y todo. Tuve mis cinco minutos de fama, por no mencionar que en el Polo Norte todos ahora recordaban mi nombre. Stewart, el duende gracias al que habían dejado de ser empleados subpagados. 

Soy mejor que un sindicato, amigos. Yo soy la revolución.  

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