Capítulo 5

Llegamos a la mansión de los Crowell, el lugar donde habían pasado tantas cosas maravillosas pero a la vez, desagradables y trágicas. Años atrás, había venido aquí sin ninguna convicción y solo por en ese entonces, mi mejor amiga Cara. Me había dejado convencer fácil, la chica era inteligente y perspicaz y fuera de eso, tenía la misma intención que yo, confirmar que Alex Crowell estaba muerto. Y así había sido. Lo vimos recostado en ese ataúd con su rostro pálido, un hermoso traje negro y sin ninguna señal de vida.

El mensaje y la aparición de él mi casa, me había dejado atónita y desconcertada. No entendía cómo es que había sucedido eso, y creía en ese entonces, que era una mala broma que me estaban jugando para espantarme. Pero no había sido así. Alex estaba casi muerto, solo que nadie se había dado cuenta de las crueles intenciones de Rosie y su avaricia por el dinero. Hasta que se descubrió todo.

El recuerdo me vino como un relámpago potente e inmenso, tanto que la vista me falló por unos segundos, dejándome en la oscuridad. Dejé pasar el mareo y me repuse pronto, asegurándome de que ni Alex ni Anna lo había notado.

De nuevo, estaba andando por ese lugar privado y exclusivo. Tenía miedo de no recordar nada y sentirme ajena al lugar, pero para mi suerte, todo se veía igual. Se sentía como hacía años atrás. El corazón me latía y las manos me temblaban conforme avanzábamos. Nunca me había sentido tan nerviosa. Las calles seguían igual de largas y anchas, donde dos autos podrían caber y andar sin ningún problema aunque otros dos autos estuvieran parqueados. Los jardines, verdes y frescos, le daban ese toque especial al fraccionamiento, diferenciándolo de las demás casas del exterior. Pues allí las áreas verdes eran más grandes y espaciosos, más brillantes, cuidadosas y relucientes. Como si cada casa tuviera su propio parque natural en su enorme jardín. No me sorprendería ver un lago a mis costados con patos yendo y viendo por la vía de piedras, atravesándose sin pudor. Aunque había pequeñas rocas unidas con cemento, el pavimento estaba liso donde las llantas de la camioneta pasaban, dándonos un camino más seguro y sin brincos.

Al pasar por una de las calles, vi dos bicicletas tiradas en la banqueta, debajo de un árbol frondoso y grueso. Las hojas que se habían desprendido de las ramas, estaban cubriendo partes de las llantas y de los frenos, así como una parte del pavimento.

En la ciudad donde estaba viviendo, dejar dos hermosas bicicletas, perfectamente cuidadas y en medio de la nada, significaba un robo seguro, por lo que me sorprendí ante la simpleza de abandonar un transporte tan preciado donde cualquiera podría tomarlo.

Alex bajó la velocidad y me preparé para cuando la camioneta girara, pues según recordaba, la mansión estaba hasta el final de todas esas enormes casas.

Poco tiempo pasó para que Alex se quitara el cinturón de seguridad, señalando que nuestra parada se aproximaba. Anna imitó el gesto y se acomodó con más ánimo.

La escuché apoyarse en las hombreras de mi asiento para acercarse a mi oído. Su aliento casi estaba en mi nuca.

—Bienvenida a casa, Hannah. —Dijo con alegría mientras miraba al frente, donde ya se alzaba la entrañable mansión de los Crowell.

Mi corazón se detuvo por unos segundos y al cabo de unos metros más, Alex se paró, pues había un enorme portón dividido en dos, los barrotes estaban acomodados de forma vertical, en el medio, donde se unían, formaban un arco perfectamente hecho. Por la distancia entre cada pedazo de metal de color negro, dejaban entrever la mansión de concreto que se veía más grande que nunca.

Alex pisó freno y nos detuvimos por completo en el pavimento. Casi pude ver como las llantas dejaban de girar y se detenían ante la barrera que nos impedía el paso. El chico de cabellos castaños rápidamente bajó la ventanilla y se inclinó para alcanzar algo. Pude notar que apretaba botones en un aparato, al parecer era un código, pues solo se visualizaban números, así como una pequeña bocina y una pantalla en color azul. La cual, para darle continuidad a mis sorpresas, cambió de color y una imagen perfectamente diseñada se encendió dejando ver a un hombre vestido de policía. Su rostro estaba en la diminuta pantalla, viéndonos con un rostro demasiado serio.

—Oficial —dijo Alex en forma de saludo—. Soy Alex Crowell, ¿han cambiado los códigos? No puedo ingresar.

El oficial esbozó una sonrisa y asintió, aunque a decir verdad, no parecía una sonrisa, mas bien era como una mueca. Una tenebrosa mueca chueca que intimidaba.

—Es Alex Crowell, abran las puertas —dijo a alguien mientras ladeaba su rostro, dejándonos ver su perfil derecho, donde una enorme cicatriz atravesaba su mejilla. Era como un rayo eléctrico que iniciaba desde su ceja hasta llegar a su labio superior derecho, parecía haber sido un corte con una navaja, pero era difícil saberlo a la distancia a la que estaba—. En efecto hemos cambiado la contraseña, lo estamos haciendo cada doce o cada veinticuatro horas, pues si mantenemos el mismo, el ingreso puede ser más sencillo para cualquier persona. Es por seguridad.

Las puertas comenzaron a separarse con un crujido, el metal chocaba contra el viento, eran lentas y poco enérgicas. El concreto que las sostenía, se veía fuerte pero la unión para equilibrar el portón estaba oxidada por las lluvias, lo que hacia que el metal chillara más. Después de que estuvieron abiertas, Alex puso la velocidad.

—Creí que algo había sucedido, oficial.

El hombre negó.

—Afortunadamente, no —exclamó con serenidad—. Por favor entren, estarán más seguros aquí dentro.

Alex hizo un movimiento de cabeza y quitó el pie del freno, dándonos movimiento nuevamente. Ya adentro, pude ver que había alrededor de tres o cuatro autos policiales, además de una camioneta parecida a la de Alex, era negra en su totalidad y para subir, seguro necesitabas dar un gran salto. También había dos autos plateados, eran bonitos pero disimulados. En cada auto, había una antena delgada de unos sesenta centímetros de alto, acompañada de una pequeña sirena apagada que se encontraba adherida en el techo. Comprendí entonces que se trataba de los transportes de los jefes y detectives a cargo del caso de la desaparición de Eric.

Vi a cuatro guardias resguardando la mansión en la entrada, mientras que en las esquinas, había otro hombre. Imaginaba que cada esquina y cada entrada a la mansión estaba siendo vigilada con suma atención.

Alex paró en seco y apagó el motor, dándole entrada al siguiente paso: ingresar a la mansión.

—¿Mi madre está aquí? —cuestioné, jugando con mis dedos. Anna ya estaba abriendo la puerta de los asientos traseros para bajar. Yo no estaba lista para hacerlo, sentía que el aliento se me escapaba en cada bocanada de aire que intentaba atrapar.

—Sí, todos estamos aquí —respondió, verificando que ya todo estaba apagado—. ¿Qué sucede? ¿No quieres verla?

Negué y agaché la mirada.

—No es eso, Alex.

Anna bajó de un salto y vio lo que se aproximaba. Miró a Alex y sonrió apenas.

—¿Los veo adentro?

Él asintió y la joven cerró la puerta, dejándonos a Alex y a mí solos en el interior del auto. Escuché como se recargaba en el asiento y inspiraba, haciendo que sus pulmones se inflaran. Luego exhaló y su pecho cayó, al igual que sus hombros.

—¿Quieres que te lleve a la casa de tu madre? —cuestionó, sintiéndose culpable por mi sentir—. Creo que te estamos obligando a hacer algo que no quieres y de verdad que es lo que menos quiero, Hannah. No debes sentirte comprometida a estar aquí. Ninguno de nosotros va a decidir por ti.

Cerré mis ojos y apreté mis labios, sin querer decir nada. No podía. Sentía que los estaba traicionando.

—Solo necesitas pedirlo, Hannah.

Trató de ayudar.

Me mordí la lengua y negué, despacio.

—Yo...

—No quieres estar aquí, ¿cierto?

Asentí, todavía con los ojos cerrados. No quería ver su rostro inundado de decepción por mis palabras. Pero lo que más deseaba, era estar lejos de ese lugar, estar lejos de toda la gente. Quería estar sola. Quería que entendieran eso, pero sobre todo, deseaba que se dieran cuenta que eso no significaba que no los amaba y no los extrañaba. Porque lo hacía, pero estar ahí me traía recuerdos bastante dolorosos que me causaban horror.

—¿Me llevarías allá si te lo pidiera?

Abrí mis ojos y lo caché viéndome con sus ojos color miel, como si yo fuera la cosa más interesante del mundo. Estaba preocupado por mí.

—Hannah, por supuesto que sí. Lo haría.

Asentí y me relajé tan solo un poco.

—Entraré a saludar y luego hablaré con George, espero que puedas colaborar conmigo para que me deje marchar más fácil —comencé a decir—. Tal vez él acceda más rápido si interfieres, con tu voz será más sencillo eludirlo. Lo complicado será con mi madre. Ella es más dura. Pero ya veré como me las ingenio para que no se ponga tan pesada.

—Le dará gusto verte —me dijo, abriendo ya la puerta del piloto—, a todos, en realidad.

Al entrar a la mansión, vi enseguida las dos escaleras que se dividían en dos, lugar en donde había chocado con George Crowell. Estaban intactas, la alfombra roja con figuras relucía como una perfecta entrada a las habitaciones. El piso brillante y casi como un espejo, estaba limpio y olía a naranja. La mesa en el centro, justo entre las dos escaleras, tenía un enorme jarrón de porcelana con flores blancas. No las conocía, por lo que Alex se adelantó al ver mi expresión.

—Son bonitas, ¿eh?

Me quedé viendo una de las flores y asentí. Se veían como una hermosa seda para acariciar el rostro y dormir como un bebé.

—Sí, mucho. ¿Tú las elegiste?

Negó y se acercó para también acariciar una flor.

—Mi madre —comentó con diversión—. Son eucharis, popularmente llamados como lirios del Amazonas, son plantas herbáceas y tengo entendido que son originarias de Centro y Sudamérica.

—Vaya, has aprendido algo —me burlé.

—Solo algunas cosas. No te mentiré.

Se rio y nuestra risa fue interrumpida por un tono grave.

—¿Hannah? —escuché una voz en lo alto. Dejé la flor y me sacudí las manos. En la segunda planta se encontraba George, viéndonos desde arriba con una sonrisa difícil de ocultar—. ¿Hannah Reeve?

Sus brazos estaban apoyados en el pasamanos dorado, donde decenas de barandas blancas estaban apiladas para sostener su peso. Sus manos estaban firmes y un anillo sencillo pero ya viejo, nos apuntaba desde arriba sin que George se diera cuenta. A su lado, estaba una mujer con hojas impresas y vestida de colores azules. Definitivamente no era Lisa, la madre biológica de Alex, misma que había encadenado una relación con George.

La mujer me atravesó con la mirada y no sonrió. Su mirada me provocaba incomodidad, era profunda y desdeñosa.

—¡No lo puedo creer! —George lucía un traje azul bien planchado y elegante, tenía botones dorados en el saco, justo en la parte de la boca del estómago y en las muñecas, donde se podía ajustar. Se alejó del pasamanos y comenzó a bajar las escaleras—. Hannah Reeve volvió.

Mis ojos se cristalizaron y me aguanté las ganas de derramar unas cuantas lagrimas. Hacía mucho que no me reencontraba con George, pero ahora ahí estaba, descendiendo cada escalón con sus hombros altos y su mentón al frente, mostrando su poder. Su pecho inflado anunciaba a un hombre firme y decisivo, nunca a alguien temeroso. La edad lo seguía consumiendo, y aunque era ya mayor, seguía teniendo la misma energía.

Las arrugas en sus pómulos eran más evidentes, al igual que las líneas en su frente.

—George —dije cuando lo vi acercarse—. Me da mucho gusto verte, siento venir hasta ahora. De verdad, lo siento.

Al llegar al suelo, sus manos se extendieron y yo hice lo mismo, respondiendo a su gesto.

—No importa el tiempo que haya pasado, estás aquí, Hannah. Te extrañamos bastante —dijo, dándome pequeños apretones en las manos—. En especial, Alex.

El chico detrás de mí gruñó y dio un paso adelante.

—Papá, por favor... —su voz se oía nerviosa, incluso podía asegurar que tosió para disimular el accidente—. No es el momento para...

George le hizo una seña para interrumpirlo sin mirarlo.

—No sé qué sucedió entre ustedes, y yo no me meteré en eso —su voz era ronca—, pero si algo sé, es que ese tonto chico te ama. E incluso si no lo hiciera, eso no quita que no seas parte de esta familia. Tú eres hija de Eric, eres mi sobrina de sangre y eres tanto una Reeve como una Crowell, ¿me entiendes?

Sonaba como a un regaño, así que asentí, ignorando las palabras y los sentimientos de Alex. Pronto los retomaría cuando estuviera a solas.

—Vine por eso, George —anuncié, soltándome de su agarre—. Quiero ayudar a investigar dónde está mi padre. No pudo irse sin decir nada.

—Lo sé, Hannah. Conocemos a Eric y no se iría sin dar una explicación.

—¿Se trata de un secuestro, George?

Él negó y me dio un apretón en el hombro para tranquilizar mis pensamientos.

—Permite presentarte a la detective a cargo de esta operación —hizo una seña para que la mujer con los papeles se acercara a mí—. Ella es Victoria Gallagher.

Cuando la vi descender por las escaleras, me quedé helada, pues la solo presencia de la mujer me había llevado a los textos de literatura más misteriosos y famosos de los crímenes más aclamados. Ahí, tenía la mente enfocada a un solo grupo de detectives, Dupin, Sherlock Holmes, Philo Vance, Poirot y Mrs. Marple o el Dr. Thorndyke por Austin Freeman, danzaban frente a mí. La deslumbrante mujer caminó con cuidado y firmeza, podría decir que con más elegancia y dureza a comparación de George. Entre más se acercaba, sentía un cosquilleo que iniciaba desde la planta de mis pies hasta mi cabeza, donde la sangre comenzaba a acumularse. Su cabello negro formado en pequeñas ondas llegaba hasta su delicada cintura, era una mujer alta y en forma. Diría que era mucho más alta que Alex, pero no estaba segura, pues aún seguía bajando y la altura era algo desconocido. No llevaba accesorios, ni pulseras, ni pendientes ni collares, ni siquiera un anillo de compromiso. Simplemente tenía una camisa de cuello azul a botones, los primeros dos estaban alejados, dejando mostrar su piel blanca. Usaba unos jeans negros bastante ajustados, sus piernas eran musculosas y parecían estar listas para correr kilómetros a pesar de traer unas zapatillas negras de tacón alto. Su vestimenta estaba completada con una gabardina gris con botones negros, la cual le llegaba a la altura donde iniciaban las rodillas, ésta estaba desabrochada.

La mente maestra estaba cargando una pila de hojas como si fueran una pila de plumas blancas. Tan frágiles como mis piernas que se sentían caer. Me apoyé con más fuerza y traté de mantener la mayor información de ella en mi mente. Pues su nombre era mi primera pista.

—Victoria, déjame presentarte a Hannah Reeve, mi sobrina.

La mujer estuvo a nuestro mismo nivel y noté que sus expresiones estaban congeladas. Era difícil mantenerle la mirada, pero lo intenté.

—¿Hannah Reeve? ¿Eres tú? —inquirió. No supe si tomarlo como un halago o como un insulto, el tono de su voz era neutro, sin emoción alguna—. George me ha hablado mucho de ti. Y por supuesto, he utilizado mis medios para saber más de la chica que descubrió la misteriosa muerte de Alex Crowell. Como sabes, hay mucha información en Internet, pero lo que noté es que nunca diste una entrevista aclarando cómo fue que descubriste tal atrocidad. ¿Puedo saber el por qué?

Sentí a Alex tensarse detrás de mí.

—No es algo de lo que me guste hablar.

—Ya veo. —Respondió.

—¿Dónde está mi madre? —pregunté, tratando de desviar el tema.

—Está durmiendo. Pronto despertará. —Contestó George, pasándose la mano por la frente, como si estuviera sudando.

—Hannah, me gustaría hablar contigo —soltó Victoria sin importarle mi conversación con George—. Eres una pieza importante en este rompecabezas, la desaparición de Eric podría deberse a situaciones del pasado. Considero que eres una base fundamental para esta operación —concluyó.

—Haré todo lo que ustedes me pidan —señalé—. Estoy dispuesta a cooperar para encontrar a mi padre.

Ella sonrió, gustosa.

—Si me lo permites, Hannah —mi nombre en su boca sonaba como si alguien estuviera arañando un pizarrón con insistencia—. Considero que hubieras sido una excelente detective. Supe que te abriste paso en otros caminos y que estuviste fuera de aquí por mucho tiempo. Me da mucha tristeza saber que el equipo perdió a alguien como tú.

Me pasé la lengua por los labios y sonreí.

—Quería una vida normal.

Ella hizo una mueca y pareció curiosa por mi respuesta.

—¿Y la tuviste?

—Sí, hasta el día de hoy —respondí y me giré para ver a George—. Necesito saber qué sucedió con mi padre, ¿pueden ponerme al tanto de todo lo que saben?

Victoria se aclaró la garganta.

—Esa información la tiene mi equipo, estamos trabajando las veinticuatro horas del día para ir pista tras pista. Hemos avanzado, pero no lo suficiente —luego, sonrió—. Me alegra conocerte, Hannah.

—Creo que debería decir lo mismo, pero por ahora solo puedo pensar en que mi padre esta en algún lugar desconocido, tal vez perdido o en condiciones inimaginables —dije—. Perdón si estoy siendo grosera.

—De ninguna manera, tienes razón —comentó, negando. Extendió una hoja de las decenas que tenía en las manos y siguió con su postura rígida—. Esto lo encontramos hace unas horas. Tendremos junta en unos...

Miró el reloj en su muñeca y chupó sus dientes. Luego soltó un chiflido.

—Joder, se nos ha ido el tiempo volando, ¡mira que hora es! El día ya está comenzando y nosotros apenas nos estamos quitando las lagañas —le lanzó una mirada a George, haciéndolo sentir culpable por el retraso. Al parecer habían estado hablando antes de que nosotros llegáramos—, la reunión será en unos diez minutos. Nos juntaremos todo el equipo para mostrar el avance, hilar las pistas que tenemos y tratar de avanzar más en los interrogatorios. Tenemos a seis personas sospechosas pendientes pero no hemos dado con ellas. Siento que entre más minutos pasan, más nos acercamos al enemigo. ¿Nos quieres acompañar, Hannah? Nos vendría bien y ahí tendrías toda la información que necesitas tener.

Asentí de inmediato.

—Ahí estaré.

Los ojos azules acuosos me observaron sobre las pestañas caídas. Seguramente no había dormido bien en los últimos días, pero lo que sí podía saber con certeza, era que esa mujer era inteligente.

—Nos vemos en diez —dijo y sonrió hacia a mí—. Creo que nos llevaremos muy bien, Hannah.

«No lo creo» Pensé.

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