Capítulo 1
Tenía papeles por todos lados; en el escritorio, en los sillones de piel color chocolate, en los estantes que estaban detrás de mí y en los cajones donde guardaba todos mis archivos. Todo era un desastre, el tiempo se estaba agotando y la junta del consejo no tardaba en iniciar. Traté de no entrar en pánico y seguí revolviendo la pila de hojas que se seguían burlando de mí. Necesitaba encontrar el balance que había impreso minutos atrás, no era difícil percatarse de él, pues tenía hojas de cálculo, gráficos coloridos y unas cuantas estadísticas que había proyectado para los siguientes cuatro meses. Sin embargo, el tiempo me presionaba y era complicado enfocarme en lo que necesitaba, pues ahora todo parecía haberse traspapelado.
Al ver que no encontraba nada en el escritorio, me puse de rodillas y busqué debajo, por si se había caído en un descuido mío. Las últimas semanas, Jamie, mi jefe, me había traído de un lado para otro, mis horarios de entrada y salida eran inciertos y mi hora y lugar de comida variaba, a veces comía en la cafetería por las tardes o muchas veces, comía ya con la luna puesta en el apartamento que había alquilado.
Visualicé más hojas pero ninguna resultó ser el balance. Me levanté de golpe y escuché como mi cabeza se estrellaba contra el filo de la mesa de madera. Chillé por instinto y me levanté lo más rápido que pude, por suerte, mi oficina estaba fuera de la vista de los demás y nadie se había percatado de mi pequeño accidente. No le di importancia y continué con la búsqueda con más insistencia, esta vez, me fui directo a los estantes que estaban detrás de mí con las carpetas de los balances de años anteriores. Todas estaban ordenadas, desde el año más viejo iniciando por la derecha, hasta el año más actual.
Con cada segundo que pasaba, me molestaba más. ¿Dónde lo había dejado?
Suspiré y no perdí la batalla, abrí cuidadosamente la carpeta del año pasado y pase cada página con cuidado para que nada pudiera salirse de su lugar y hacer el desastre más grande de lo que ya era.
—Hannah, la junta ya está por empezar, solo te esperan a ti. —Me llamó una voz femenina desde la puerta de la oficina.
Me giré para poder verla y hacerle saber que me iba a demorar cinco minutos más. Ahora tendría que volver a imprimir y engargolar todo.
—Sí, hazme un favor, Susan —comencé a decir con hojas de papel en mis manos mientras los revisaba. Luego, levanté la vista para ver que estuviera escuchándome con atención y vi en sus manos una carpeta azul casi transparente—. ¿De dónde sacaste eso?
Señalé el engargolado y ella frunció el ceño, confundida por mi pregunta.
—¿Esto? —levantó ligeramente el balance y sonrió a medias, aunque más bien, parecía preocupada—. Tú me lo dejaste en mi escritorio, Hannah. Me pediste que lo revisara para que las páginas estuvieran correctas y los datos estuvieran bien.
Fue mi momento de hacer su mismo gesto, no recordaba nada de eso. Estaba confundida y a la vez aliviada, pues el documento por fin había aparecido. La miré por unos segundos, y vi que ella decía la verdad.
—¿Yo te dije eso? —pregunté en un susurro que ella logró escuchar.
—Sí, Hannah. Hace unos minutos...
Tomé aire y resoplé, sentándome en la silla casi libre de papeles.
—Lo siento, Susan. Tengo tantas cosas en la cabeza que no recuerdo lo que hago minutos atrás. —Me tallé los ojos por el cansancio y volví a mirarla—. Por favor, pon las carpetas en su lugar y avisa al consejo que voy para allá.
Ella se adentró a la oficina con pasos cortos y me observó, preocupada.
—¿Qué te pasó?
—¿Dónde? —pregunté, confusa.
—Ahí —me señaló con su dedo índice en la frente—. Estás sangrando.
Me toqué donde ella había indicado y casi al instante sentí que mis dedos se humedecieron. Al sentir algo espeso, bajé mi mano y vi que efectivamente, tenía sangre escurriendo por mi frente. Mis dedos se habían manchado de un liquido rojo escarlata. Me sorprendí al verlo porque no había sentido las gotas esparcirse, ni siquiera sentí que tenía una herida.
—Estaba buscando la carpeta —expliqué mientras me levantaba para buscar algodón y alcohol en el botiquín de primeros auxilios que me proporcionaron cuando ingresé por primera vez—. Me fijé en el piso para ver si ahí estaba por casualidad y al levantarme, me golpee con la mesa.
Abrí la pequeña caja que se encontraba guardada en un archivador y saqué lo que necesitaba. Susan se acercó para ayudarme pero la detuve de inmediato, levantando mi mano en señal de detención.
—No te preocupes, estaré bien —hice con el algodón una pequeña bola y lo mojé con el alcohol—. Te veo en la sala de juntas en un momento.
—Está bien. Si necesitas algo, no dudes en avisarme.
Salió de la oficina con su melena castaña hasta el hombro y olí su perfume dulce. A Susan le gustaba estar arreglada y perfumada todos los días y a cualquier hora. Sus tacones altos resonando en el piso se fueron alejando, al igual que el sonido que provocaban al encontrarse con el azulejo brillante, casi como un espejo. Ella trabajaba como mi asistente, la había entrevistado dos años atrás y creía que tenía las competencias necesarias para estar en ese puesto. Susan era más joven que yo, casi era una recién egresada que funcionaba demasiado bien en el campo. Ella tenía veintidós años, mientras que yo, estaba por cumplir los veinticuatro.
Todavía no me lo creía, después de haber terminado la universidad me había ido de casa y había buscando un empleo diferente a lo que yo deseaba. No es que no me gustara, sino que en realidad, nunca me lo había planteado, simplemente había sucedido en el momento justo. Ahora estaba en una empresa grande, donde tenía cinco años trabajando, por suerte, me habían aceptado como pasante y de ahí me seleccionaron (una vez que terminé la universidad) como la Contadora de la empresa. Mi vida había pasado de ser aburrida a ser un estrés constante. Veía números por todos lados y trataba de que tuvieran una lógica para mí. Necesitaba unas vacaciones urgente, necesitaba estar lejos de la gente y del ruido. Pero para eso, faltaba mucho.
Me miré en el reflejo de la computadora y me peine lo más rápido que pude, me arreglé la camisa blanca a botones y la falda azul. Mis ojos resaltaban con los colores que llevaba puestos, lo que hacía que me viera más imponente. Poco a poco, me iba ganando el respeto de los demás ejecutivos por mis números y proyecciones.
Antes de que pudiera irme a la sala de juntas, mi teléfono vibró en el escritorio. Luego otra vez y otra vez, como si una ola de mensajes estuviera llegando sin parar. No le presté atención porque ya estaba muy retrasada.
Tal vez era Susan diciéndome que me apresurara, así que tomé esa idea y me fui directo a la junta, lista para otra charla de tres o cuatro horas para explicar todo lo que ellos no entendían.
El consejo terminó ya muy tarde, afuera ya estaba a oscuras y mi estómago me pedía a gritos algo de comida, sino hubiera sido por la angustiada llamada de la esposa de Jamie, todos hubiéramos seguido en la reunión. Nunca me había alegrado tanto de que alguien hubiera interrumpido la sesión. Las tripas me gruñían y tenía miedo de desmayarme ahí mismo, también me apenaba que alguien más pudiera escuchar el incomodo sonido suplicando por alimentos. Solo había bebido agua para mantenerme hidratada y despierta en todo el sermón. La cabeza me daba vueltas y sentía una extraña sensación de alivio. Ya tenía una preocupación menos. Solo debía ir a casa, preparar la ducha con agua caliente y pedir servicio a domicilio para ahorrarme el tiempo de cocinar. A esas alturas, quemaría el departamento si encendiera la estufa. No era una buena idea en definitiva.
Susan fue de las primeras en salir, se despidió pronto y dijo que al día siguiente trataría de llegar temprano. Ella era la persona más impuntual que conocía, pero la verdad es que no me importaba, pues aunque no era su deber, se quedaba auxiliándome en estos eventos y eso le sumaba puntos a favor. No quise entretenerla y decirle que no se preocupara porque su transporte estaba por llegar y si se le pasaba, tenía que esperar otra media hora más para tomarlo.
Luego de agradecerme, Jamie se fue y detrás de él, como sus sombras, le siguieron los ejecutivos y gerentes de las otras áreas.
Al cabo de quince minutos, la oficina se quedó sola y en silencio. Algunas luces ya se encontraban apagadas, y las pocas que estaban encendidas iluminaban el camino que debía seguir para llegar a la salida.
Me levanté de la silla donde había estado sentada casi todo el día y fui hasta mi oficina por mi bolso y mis zapatos de piso.
Estaba agotada. En el camino, me até el cabello negro en una coleta descuidada y masajee mi cuello y hombros. La tensión fue evidente. Mis omoplatos estaban duros, casi como piedras.
Al llegar a la oficina, me quité los zapatos altos y me puse unos más cómodos, siempre los guardaba ahí para ocasiones como esas. Mañana los traería de regreso.
Tomé el móvil y lo aventé dentro del bolso. Apagué las luces y fui al estacionamiento subterráneo con prisa.
Apreté el botón del piso uno y las puertas se cerraron frente a mí. Después de una apaciguante música y de unos segundos, las puertas se volvieron a abrir. Igual que la oficina, el estacionamiento estaba casi vacío, solo habían cinco autos. Con las llaves del auto, me dirige hasta el mercedes azul que había comprado hacía tres meses.
Hice sonar la alarma y los faros se encendieron y al segundo, se apagaron con lentitud. Me adentré y de un momento a otro, estaba fuera, en una terrible lluvia que azotaba en las ventanas y en el parabrisas.
El camino a casa era largo, por lo que puse música y pise acelerador. Al compas de la lluvia, sonó una canción que reconocí. No la canté, solo quise disfrutar de la melodía y de la voz.
Al pararme en un semáforo en rojo, me pareció ver a un hombre corriendo entre la lluvia. Solo que, extrañamente, se detuvo frente a mí y me miró directo a los ojos. Las gotas caían en su sombrero negro, la gabardina negra que llevaba parecía ser una rompe vientos que parecía soltar un silbido tenebroso. Su rostro no tenía ningún rasgo americano, más bien parecía ser un hombre ruso, pues sus facciones eran toscas y no expresaba emoción alguna. Se veía alto y ancho, como si pudiera derribarme en un segundo. Por un instante, creí que sabía quién era yo. Le devolví la mirada luchando por no intimidarme cuando de pronto, mi bolso comenzó a vibrar, luego, el tono de llamada se pronunció en todo el interior del auto aclimatado, tomándome por sorpresa.
Retiré la mirada del hombre extraño y pensé en que seguro había olvidado algo en la oficina. Nadie me marcaba a estas horas, a excepción de Jamie o Susan, por lo que supuse que era importante. Busqué entre las cosas y como respuesta, obtuve un piquete en el dedo meñique. Gruñí y maldije en mi mente. Seguro una grapa se había colado cuando estaba buscando el balance. Seguí buscando la vibración hasta que lo encontré.
El nombre de Lauren estaba en la pantalla.
Lauren era mi vecina. Ella me había conseguido el contacto de la persona que rentaba los departamentos en el actual edificio donde vivía, ella era una mujer casada y tenía una preciosa hija llamada Anna, misma que me recordaba a mi hermanastra, la cual estaba furiosa conmigo por no devolverle las llamadas en los últimos... dos años.
Decidí responder.
—¿Hola? ¿Hannah? —se escuchó del otro lado de la línea, su voz se oía cortada. Tal vez era por la tormenta.
—Hola, Lauren, ¿qué sucede?
Levanté la vista y noté que la calle estaba vacía. Los faros públicos iluminaban el pavimento delante de mí. La lluvia no daba oportunidad de formar charcos, por lo que el agua seguía corriendo calle abajo o a las alcantarillas. El hombre se había ido, y lo único que me acompañaba era la música en el interior y la lluvia del exterior que cada vez parecía ser más fuerte. Detrás de mí, vislumbré un relámpago que me hizo mirar el retrovisor. Parecía que había caído cerca. Miré el reloj del tablero, detrás del volante y vi que faltaban diez minutos para las once. La luz cambió a verde y solté el freno.
—Hannah, hay un hombre afuera de tu puerta. Dice que te conoce y que quiere hablar contigo. Está muy insistente y no sé qué hacer...
Fruncí mi ceño y solté una risita nerviosa.
—¿Un hombre? —cuestioné, siguiendo recto por la carretera, tan solo pensar en eso, me hacía sentir incrédula, ningún hombre me buscaba en mi apartamento, mucho menos estaba interesado en mí—. ¿Te ha dicho su nombre? ¿Algo que quiera decirme? ¿No es un vendedor, Lauren?
Ella pareció pensarlo, me la imaginé viendo por detrás de su puerta al hombre a través de la burbuja.
—No, pero puedo preguntarle.
—No. No te preocupes. Es muy tarde para recibir visitas, me parece muy extraño que alguien quiera hablar conmigo a estas horas.
—Parece que es urgente e importante, lleva ahí como seis horas. Intenté llamarte pero no respondías, me empecé a preocupar cuando vi que seguía ahí a estas horas.
Me atraganté y negué.
—¿Seis horas? Eso es bastante.
Me salí de la llamada y abrí ventanas emergentes para ir hasta mis alertas, ahí vi que efectivamente tenía miles de llamadas y mensajes de Lauren.
—Sí, en realidad me preocupa. ¿Tú estás bien? Es que tengo ese presentimiento y la intuición de que ese hombre no es de fiar, ya sabes... su vestimenta me da escalofríos. Tal vez no deberías de llegar hasta asegurarte de quién es.
Al oír sus palabras, fui más despacio.
—¿A qué te refieres? ¿Cómo es su vestimenta? ¿Lo estás espiando?
Su tono de voz bajó y pasó a ser un susurro.
—Lo estoy viendo justo ahora. Lleva pantalones negros, una gabardina negra y un sombrero negro. Bueno... en realidad todo es negro. Parece un detective. Tiene una cara de pocos amigos y aunque ha esperado por mucho tiempo, me parece que no se ve irritado —dijo, como si lo estuviera analizando—. Tal vez te parezca conocido por algo que acabo de notar, tiene un tatuaje en el brazo, bueno, diría más bien que en la muñeca, parece como... una serpiente. No, espera...
—Es un gusano... —terminé de decir por ella.
—¡Ah, sí! ¡Es un gusano! Ahora lo veo mejor —pareció suspirar y relajarse—. Entonces ya sabes quién es...
—No, no... —me adelanté decir con el corazón acelerado—. Es solo que acabo de ver a alguien con esas mismas características hace unos segundos.
—¿Cómo dices?
Negué y traté de no exponer a Lauren. En definitiva, alguien me estaba jugando una mala broma. Aunque tal vez, mi mente estaba divagando por no haberme alimentado en casi todo el día. No quise preocuparla más de lo que ya estaba. Ese hombre que ella describía, de ninguna manera podía ser el mismo que yo acababa de ver en el cruce.
—Lo conozco, es un viejo amigo. Muchas gracias, Lauren. —Mis ojos estaban abiertos ante la coincidencia, intenté que mi voz no se viera afectada por mi nerviosismo—. Lo atenderé una vez que llegue. No te preocupes en avisarle, le enviaré un mensaje para hacerle saber que estoy por llegar.
Ella se alivió con mis palabras. La oí suspirar y alejarse de la puerta, pues su voz subió de tono.
—¿Segura? Yo puedo...
—No, no —la interrumpí—. Bastante molestia te ha dado, no te preocupes. Ya le escribo.
—Perfecto, Hannah. Me alegra que todo este bien, comenzaba a asustarme, estuve a punto de llamar a la policía.
Se rio, pero yo no lo hice. ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué me estaba buscando? ¿Cómo sabía dónde vivía? Tal vez debería tomar en serio lo de llamar a la policía.
—Oh, Hannah, por cierto, casi lo olvido. Él dijo que buscaba a Hannah Crowell, tengo entendido que tú eres Hannah Reeve, ¿no es así?
Mi corazón se detuvo. Yo nunca había usado el apellido de los Crowell como propio, sabía que Eric era mi padre biológico y lo aceptaba, pero ese apellido nunca. No formaba parte de mí desde que... No. No. Nadie más podía saber que yo pertenecía al clan de los Crowell más que los que estuvimos involucrados en el asunto de... él. ¿Por qué ahora querían arruinarme con ese suceso que ya todos habían olvidado? Ahora tenía una nueva vida y ellos debían aceptarlo. Yo ya no formaba parte de los fantasmas y del mundo paranormal. Eso había quedado en el pasado. En nuestro oscuro y misterioso pasado.
—Lauren —mi voz sonó agitada, como si hubiera corrido una maratón—. ¿Te dijo algo más?
—No, fue muy claro y seco.
La escuché moverse por su apartamento.
—¿Ya le has escrito, Hannah? —preguntó.
—No, ¿por qué?
—Está revisando su teléfono y parece estar leyendo algo... —hizo una pausa y yo me quedé quieta, casi helada—. Creo que se está yendo, Hannah.
—¡No lo dejes que se vaya!
Hubo silencio y después, volví a escuchar su voz.
—Regresó... está dejando un sobre debajo de tu puerta... —luego, se quejó—. Hannah, lo siento, la bebé está llorando. Tengo que colgarte, al menos ya sabes quién es y yo estoy más tranquila. Te veo en un rato, cuídate. Lo siento.
—Lauren... no, espera. —Dije a la nada. La línea se había cortado.
Antes de que pudiera apagar el teléfono y pisar el acelerador para llegar y ver el sobre, éste vibró de nuevo.
En la pantalla, leí un nombre que me hizo apretar el freno. Las manos me empezaron a sudar y como un tambor, mi corazón empezó a latir. Sentí escalofríos y pensé que estaba en un absurdo sueño, pues lo que veía parecía imposible. Hacía mucho tiempo que no pronunciaba ese nombre, que no pensaba en él, que no sabía nada de él, hasta ese momento.
Era un mensaje de Alex Crowell.
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