¿Quién llora por mí?

Autora: Clumsykitty

Fandom: Marvel Cómics

Tierra: 616 – Civil War (Casualities of War)

Pareja: Stony -más o menos-

Derechos: Pues a escribir sobre Steve y Tony sin que Marvel me demande.

Advertencias: Esta historia es agridulce, no tengan esperanzas por la abuelita porque se van a morir. Siendo un pasaje de Civil War I, las cosas están de mal en peor.

Es un obsequio para WooHo_Shin, quien es como mi hobbit para una Maia vieja y cansada como yo. Gracias por tu paciencia y ¡FELIZ CUMPLEAÑOS!

Gracias por leerme.

***



On my own
Pretending he's beside me
All alone
I walk with him 'til morning
Without him, I feel his arms around me
And when I lose my way, I close my eyes and he has found me
In the rain
The pavement shines like silver
All the lights are misty in the river
In the darkness, the trees are full of starlight
And all I see is him and me forever and forever

And I know it's only in my mind

That I'm talking to myself and not to him

And although I know that he is blind

Still I say there's a way for us

On my Own, Los Miserables



¿Quién llora por mí?

Se preguntó Tony Stark mirando hacia el cielo brillante de un soleado día tan apacible como ordinario para el resto de los habitantes de Nueva York. Nadie reparó en él porque no se visitó como siempre le gustaba hacerlo, en esos trajes de diseñador con telas elaboradas específicamente para su persona. Lujos que podía darse todavía, o a los que se aferraba con uñas y dientes como el náufrago que se aferra a ese pedazo de tronco mientras ve una enorme ola en el océano abalanzarse sobre él. Tony otras ropas para ese día, unos jeans, una sudadera con una gorra que ostentaba una estrella blanca en el frente, no muy seguro que el atuendo elegido realmente sirviera como camuflaje a los ojos que sabían observar. El genio estaba al tanto de que el resto de los neoyorquinos no repararía en él usando la ropa común igual que cualquiera de ellos, ansiando ser uno de ellos y no el hombre que había empujado el Acta de Registro en la boca de todos los héroes. Caminando a paso lento, pero sin detenerse, se preguntó qué habría que sacrificar por ser como el hombre sentado en la banca leyendo el New York Times mientras espera a la joven secretaria para fugarse ambos al próximo motel donde intercambiarían palabras de amor, unas más sinceras que otras.

Es demasiado tarde, Stark, se dijo a sí mismo con una mano acariciando una barda de ladrillos rojos que gritaba por mantenimiento y algo de vida del otro lado. Desde que amaneció había tenido esa urgente necesidad de salir, hacer a un lado todas esas llamadas aparentemente urgentes de diplomáticos, inversionistas, periodistas como demás gente no tan deseable. Quería volver a revivir esa sensación de hace pocos días cuando había hecho a un lado su orgullo para buscar a Steve Rogers, porque estaba harto, estaba inseguro y el Capitán América siempre había sido el bastión en el cual podía refugiarse en tiempos de tormenta, recobrar los bríos, sentir que tenía un valor en ese mundo y salir una vez más a enfrentarse con los villanos que no necesariamente eran una amenaza mundial, a veces solamente eran sus demonios disfrazados de una botella de alcohol o de una figura paterna no resuelta.

Luego de pasar por un hueco que algunos bandoleros o vagabundos habían rascado para refugiarse en un lugar que ya nadie habitaba, Tony llegó hasta esa sala con el enorme agujero en el techo, mirando alrededor esos escombros dejados durante la pelea con Steve. Necesitaban romperse los dientes antes que seguir enviando a más inocentes a morir por su maldita causa, eso fue lo que había pensado en aquel entonces mientras el rubio le sujetaba el cuello con la fuerza suficiente para romperlo y ser el gran vencedor del conflicto de una vez por todas. Pero no lo había hecho como tampoco el millonario había querido darle ese puñetazo directo en su mandíbula que el propio capitán le había enseñado a dar. Ironías tontas de la vida que estaban jugando dentro de su mente y corazón al inspeccionar más de cerca las huellas que habían dejado las botas militares de Steve. Tony las acarició con sus dedos, llevándose consigo algo de polvo y una astilla que se clavó en su dedo índice.

—Maldita sea —masculló, levantando su dedo para ver una pequeña gota caer lentamente por lo largo de su dedo con esa minúscula astilla fungiendo de defensora de una memoria que no debía ser manchada con sus insanas intenciones. El genio sonrió con tristeza, arrancándose ese filoso trozo de madera y viendo caer una pequeñísima gota sobre el suelo se preguntó si acaso el Capitán América estaría reconsiderando sus palabras, era un jodido cabeza hueca hijo de Sarah Rogers que cuando se decidía por algo no había poder humano que lo hiciera cambiar de opinión. Algo que Stark admiraba, pero ahora comenzaba a odiar con todas sus fuerzas porque lo estaba alejando de su lado, de la posibilidad de volver a ser los Vengadores, de proteger al mundo como habían querido hacerlo desde que lo despertara del hielo y mirara esos hermosos ojos azules que se fijaron en él antes que a nadie.

¿Por qué de pronto todo se había convertido en una especie de cruzada moderna sobre algo que ni siquiera era una creación de ambos? Tony recordaba con una sonrisa nostálgica las palabras de Steve sobre su persona, aun estando distantes y en conflicto no había dejado de alabarle, de hacerle saber que lo admiraba si bien también lo consideraba un gran idiota. Probablemente, se dijo el millonario, en buena parte había tenido algo de culpa al no ser tan asertivo como antes para darle a entender que también sentía esa admiración por él, que no había estado manipulándole sentimentalmente con todos esos discursos, disculpas y recuentos de los daños que hasta el momento su guerra había estado cobrando por más que ambos hicieran hasta lo imposible porque nadie resultara herido.

Esa escuela con los pequeños incinerados era jodidamente suficiente.

Por supuesto que también se trataba de convencerlo como en otras ocasiones habían estado de acuerdo, sin embargo, Steve ahora lo consideraba como una prueba más que su ego era el que estaba tirando de los hilos que conducían sus acciones. Tony era un futurista, alguien realista que sabía que manos y cuerdas había que tirar en un mundo lleno de gente esperando por la más mínima oportunidad para devorarlos sin dejar nada. Se lo había dicho ya, de no tener el Acta de Registro, algo más iba a suceder, algo que ellos no podrían controlar ni tampoco luchar para derrotarlo. ¿Por qué si le había recordado tantas cosas malas sobre su persona -que eran verdad, eso no lo negaba- no recordó cuando le comentó sobre aquella reunión con los Illuminati y les advirtió que algo malo iba a suceder si no monitoreaban ellos mismos a sus gentes, héroes o mutantes por igual?

Stark se dejó caer con fuerza sobre el suelo, levantando polvo que se elevó perezosamente en el aire mientras recogía sus piernas para abrazarlas con ambos brazos, recostando su mentón sobre sus rodillas. Levantó la mirada hacia la fotografía de los Vengadores, en otros tiempos menos violentos cuando incluso estaban en acuerdo con los mutantes, una buena parte de ellos ahora lo odiaban y con justa razón. Era tan solo que no deseaba ver caer todo en manos de gente que realmente era malvada, gente sin escrúpulos escondidos tras escritorios burocráticos que podían poner de cabeza el mundo con solo una firma y una orden ejecutiva sin tener remordimiento alguno después. A ellos no era tan fácil de poder vencer o erradicar, no como la Inteligencia Suprema de los Kree o la ira incontrolable de Magneto. Desde que tenía memoria siempre eran una suerte de pus inmortal que solamente cambiaba de rostro con el paso del tiempo.

¿Estaba realmente mal?

¿Steve tenía razón?

Se preguntó de nuevo el genio, frunciendo ligeramente el ceño al observar el cielo por el agujero que Steve recordó con un incidente que había probado la lealtad de ambos, esa confianza inalterable durante tantas y tantas misiones. Ellos se conocían como dos almas gemelas, por todas las galaxias, podían incluso completar sus frases o entender que deseaban decir con solo mirarse. No tenían por qué llegar a estos extremos de cuidar sus espaldas por temor a que el otro pudiera asesinarlos para ganar la razón sobre si el Acta de Registro debía aplicarse o no. No tenían que separar a familias como los Richards o poner en jaque amistades como con el Profesor Xavier y sus discípulos. Todo podía tener una solución si tan solo escucharan lo que el dueño de Industrias...

—Mi madre me salve, él tiene razón —musitó Tony con desgano, riendo levemente.

Tuvo ganas de que Steve apareciera por la puerta, con su escudo que parecía un jodido testículo más del cual no podía despegarse y le dijera una frase alentadora que alejara sus malos pensamientos sobre sí mismo. Pero esta vez no lo había citado, esta vez él había salido solo en medio de gente desconocida arriesgándose a ser muerto por quien le reconociera de sus rivales que tanto adoraban al rubio y reclamaran su vida como premio para su líder. El millonario quiso sentir de nuevo esa mirada determinada sobre su persona, igual que cuando pelearon, jadeando y en realidad no buscando dar un golpe mortal. Había sido más la rabia buscando un alivio en esa refriega justa, sin armaduras ni escudos protegiéndolos. Tony llevó su mirada del cielo a ese trozo de pared entre columnas de madera donde lo había estampado el capitán cuando la pelea llegó a punto muerto.

Se habían quedado quietos, la mano de Steve sobre su cuello, pero sin apretar esta vez, su puño en el aire con Stark mirándole fijamente como esperando ese golpe que no llegó. Y ahí estuvo de nuevo esa sensación curiosa que únicamente aparecía en momentos así con el Capitán América. Una suerte de vibración minúscula casi atómica que iba desde algún punto muy profundo de su ser hacia cada célula en su cuerpo, exigiendo una acción diferente, un pensamiento diferente a lo que estaba sucediendo. Tony estuvo a punto de hacerlo, cuando Steve habló. Debimos hacer esto antes. Por supuesto, romperse el hocico posiblemente hubiera cambiado las cosas. El rubio le soltó y el millonario se levantó tosiendo algo de polvo como de orgullo, mirando esa espalda cuando el capitán se giró en busca de su escudo.

—Steve —le llamó entonces, la sensación todavía no se marchaba de su cuerpo.

—¿Qué sucede, Tony?

Rogers se giró de inmediato al verlo ponerse de pie como rayo, pensando en que le atacaría. Bien pudo decirse tal cosa cuando tomó ese rostro entre sus manos antes de estamparle un beso furioso pero inseguro como Tony jamás había vuelto a dar. No era simplemente adrenalina mal dirigida, se trataba de algo que llevaba dentro desde que le hubiera visto renacer cual fénix, ese hombre del cual le había hablado su padre, por el que le había cambiado y por el cual se había convertido en Ironman, además de otras muy buenas razones. Amor platónico, de infancia o una mera fijación digna de ser analizada por Freud, no lo supo decir con certeza. Lo único que le importó fueron esos brazos tensos que le rodearon no para empujarle como debiera ser sino para terminar de estamparlo contra su pecho mientras una lengua invadía su boca con la misma furia con la que le había besado.

Seguramente Richards hubiera terminado con un IQ muy bajo al perder las neuronas si los hubiera visto. Dos hombres enemigos declarados besuqueándose cual jovencitos calenturientos mientras sus caderas parecían restregarse discreta pero decididamente entre sí. Fue el momento paradisíaco más exquisito de Tony, gimiendo ronco a las manos que le exploraron con una seguridad que sus piernas temblaron por unos segundos un tanto por sorpresa y otro por satisfacción. Sus manos quitaron esa máscara para enredar sus dedos en los cortos cabellos rubios de los cuales tiró como azuzando al capitán a ir más lejos. Por los cortos -y largos al mismo tiempo- minutos en los que se fundieron en un beso por demás lujurioso, Stark se sintió en un lugar que gritaba HOGAR dentro de su cabeza mejor que cualquier pensamiento inducido por Emma Frost.

Y fue él quien rompió el encanto.

Cuando Tony bajó una mano para ir directo a la entrepierna de Steve y tocó ese miembro bajo el uniforme, es que este reaccionó al fin, separándose de golpe con una mirada que pasó de la confusión a la ofensa en menos tiempo del que tuvo el genio para decir algo en su defensa antes de ser lanzado contra el suelo, rompiendo una parte más del suelo al caer sin mucha elegancia. Tony le miró, tosiendo apenas sin atreverse a moverse. Steve se veía extraordinariamente ardiente con esa expresión de ofensa de quien ha sido inducido a un engaño con el truco más viejo de la Humanidad, un sexy dios que los rayos del sol iluminaron como si realmente hubiera un Dios en las alturas que estuviera de parte del gran ícono de los Estados Unidos y de aquellos que eran la resistencia.

—¿Esto es otra treta? —siseó el Capitán América.

—No, Steve, yo no...

—Has ido muy lejos, Tony.

—De verdad... no es un juego —declaró, sintiendo un nudo en su garganta y su voz fallando en esas últimas palabras, bajando su mirada.

Se quedaron quietos, como cuando terminaron la pelea, sin atreverse a moverse por miedo a invitar al desastre del cual ya no había salida. Tony tragó saliva, sintiendo sus labios punzarle por el beso con el sabor de Steve en su boca y una entrepierna que le dolía al no tener la rapidez de su mente de genio para entender por qué de pronto ya no había acción. No pudo decir con exactitud cuánto tiempo pasaron de esa manera tan incómoda. Igual podían caer centinelas del gobierno sobre ellos y no se hubieran movido de todas maneras. Estaban atascados cual pintura renacentista donde Tony era el demonio y Steve el santo caballero que tenía a Dios de su parte en ese puño que tembló con sinceras ganas de esta vez tumbarle los dientes. El millonario levantó su mirada del suelo sucio hacia las botas del capitán, subiendo por su cuerpo hasta encontrar esa mirada airada que, si bien daba una expresión de rabia, no tenía asco en ella, un detalle de lo más curioso que no mermó lo vergonzoso del instante.

—¿Por qué ahora, Tony?

—No lo sé.

—¿No lo sabes?

—No, no lo sé, Steve.

—¿Fue una broma?

—Tampoco es eso.

—¿Un intento de convencerme?

—¡No, Steve, carajo! ¡Realmente me gustas!

De haber bebido hubiera podido culpar al alcohol de su confesión tan inaudita, más había estado bien sobrio para la ocasión. Steve le miró frunciendo ligeramente el ceño, escudriñando su rostro con mucha atención en busca de la falsedad que desde hace tiempo esperaba en él. Tony bufó, desviando su mirada. Podría haber jugado con eso con agentes de SHIELD o incluso con sus parejas, pero nunca lo haría con el rubio insensato que tenía enfrente. A él no. Con él no. Todo lo que hizo el capitán luego de ese largo silencio fue girarse y tomar al fin su escudo al que le sopló para quitarle el polvo que le había caído como si escasos minutos atrás no se hubieran besado ni manoseado con una fiereza propia del deseo. Y es que en esos momentos a Stark no se le vino a la mente un detalle sumamente importante.

Steve estaba enamorado de Sharon Carter.

Ahora lo entendía, días después de lo sucedido cuando ya no había más remedio. El rubio se había marchado no sin antes decirle que, si acaso el conflicto terminaba bien, hablarían de lo sucedido como los dos hombres maduros que eran. Tony no le detuvo, llamando a su armadura para salir también y tomar la dirección contraria a la del Capitán América con toda la dignidad que pudo reunir en esos momentos. Como siempre, Steve había sido un amor al no hacerlo menos ni tampoco darle esperanzas. Gentilmente lo había mandado al carajo, Dios bendiga a América. ¿Por qué hasta ahora? ¿Por qué, Tony? Preguntas que no pudo responder hasta estar de nuevo en casa, darse un baño largo meditando bajo la regadera los motivos que le habían impulsado a haber hecho algo tan idiota como besar a un hombre comprometido.

El capitán ya no volvería a confiar en él, de eso estaba seguro y Stark jadeó, meciéndose sobre el suelo al ver borroso no por el polvo o ese trago que se había tomado. Fueron lágrimas que corrieron por sus mejillas, imparables ya por más fuerza de voluntad que tuviera para contenerlas. Todo lo que buscaba con el Acta de Registro podía haberse resumido en una sola cosa: quería un mundo donde pudiera tener a Steve a salvo. Tal como se lo había afirmado, las cosas habían comenzado de manera personal y terminarían siendo personales. El millonario simplemente deseaba ver a Rogers en un lugar donde no tuviera que morir para mantener la paz, donde no lo viera arriesgarse tanto por hacer del mundo un sitio mejor para las siguientes generaciones. Donde ya no estuviera tan agobiado por el manto del Capitán América, y tal vez, con muchísima suerte, tener un lugar en su corazón lo suficientemente cerca para un día escuchar de esos labios acusadores un te amo.

El famoso, invencible Ironman estaba ahí cual niño temeroso hecho ovillo llorando a solas por un amor que no tenía futuro, sabiendo que no habría nadie haciendo lo mismo. Nadie lloraba por él. Conocía a Steve, iba a pensar que al final solamente había sido una macabra tetra suya para convencerlo de abandonar su absurdo ideal y terminar con la Guerra Civil, levantando hasta el infinito sus muros para impedir cualquier contacto con el millonario a partir de ese momento. Tony pensó que era lo mejor, porque ahora se aferraría más que nunca al Acta de Registro si eso sería lo único que podía llamar la atención del rubio sobre él. Aunque le mirara con odio, aunque intentara matarle de solo verlo. Sería el único consuelo que tendría de ahora en adelante para cuando la soledad le gritara lo imbécil que había sido como otras tantas ocasiones. Como siempre lo sería por más que luchara por hacer lo opuesto.

Y todo porque desde que Steve Rogers se ofreciera a ser el guardaespaldas de Tony Stark cuando Ironman fue acusado de un crimen que no había cometido, el inalcanzable Capitán América estaba dispuesto a todo sin saber que esas dos caras eran una misma y el millonario en aquel entonces no había tenido las agallas de confesarle la verdad por miedo a decepcionarlo. siempre había estado en ese juego, uno que estaba cansando a Stark. Por más que hacía o decía, nada parecía suficiente a los ojos del rubio quien podía juzgarlo con una sola mirada y hacerle saber que había hecho mal. Tal como lo había hecho cuando se marchó luego de despedirse tan caballerosamente con el cuerpo tan tenso como la cuerda de un violín, probablemente porque esperaba una carcajada de burla de parte del castaño para confirmar que todo había sido una broma cruel. Quizá debí hacerlo, pensó Tony, tallando sus lágrimas con enfado, así ese maldito necio idiota no se daría cuenta de mi gran secreto.

Tan solo quería ver feliz a Steve, pero él no era su felicidad. Bien pudo haberle dado un hogar, más nunca sería el hogar que el Capitán América estaba anhelando.

—¿Por qué no te mueres, Steve Rogers? —rugió con dolor, lanzando una piedra contra el retrato que cayó al fin de la pared de donde estaba colgado tan precariamente, el vidrio rompiéndose al caer y rebotar con una cuarteadura en forma de garra que abarcó la figura del Capitán América.

Whatever I feel for you
You only seem to care about you
Is there any chance you could see me too?
'Cause I love you
Is there anything I could do
Just to get some attention from you?
In the waves I've lost every trace of you
Where are you?

I love you, Woodkid.



F I N

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