IV
Abro mis ojos aunque creí que ya nunca más podría. Estoy recostado en mi cama, debo estar altamente sedado porque no siento nada. Mi madre entra.
—Marcos, ¿qué no vas a ir a la universidad? —me pregunta con las cejas alzadas.
—¿Qué? —le respondo con otra pregunta. No puedo creer que quiera que salga de aquí moribundo como quedé.
—Eh, universidad... —enfatiza mamá señalando el reloj en su muñeca—. Ya son las ocho.
De la impresión me levanto, no es anestesia. Es que estoy sano.
Mi madre me mira extrañada por encima de sus anteojos. Una llamada entrante en mi teléfono no me permite confesarle lo que me sucedió. ¡Es un alivio! Estoy desesperado y eso me habría hecho lucir algo desorbitado y quizá llegara a ser internado en un sanatorio de frutas, que si visitas uno pues ya sales trastornado.
—Sí, mamá, yo ¿anoche? —pregunto inocentemente, mientras desvío la llamada de Dirla.
—Ni siquiera cenaste, pero esta vez no te vas sin desayunar, eh. Date prisa hijo, ya levántate.
Sale de la habitación. Reviso mi teléfono, tengo un mensaje de voz:
«Marcos, yo... yo ya es-to-y en el ta-ller —suena nerviosa—, sé que dirás que, pues que estoy loca, ¡Dios! —se detiene y solloza—. No sé qué me pasa Marcos, podría jurar que estuve muerta... Necesito ayuda, le conté a mi hermana y creo que cometí un error. Marcos, estoy perdiendo el hueso. Por favor escúchame yo..., tengo miedo. ¡Llámame!»
Me meto a la ducha, y trato de aclarar mis ideas con el agua fría. Es claro que lo que viví anoche también lo padeció Dirla, ¿Cómo estará Jaf? ¿Estaremos los tres en la misma situación?
Opté por no llamarla de vuelta, sino más bien ir al taller, debo hablar con ella, necesito saber qué le sucedió exactamente y tratar de resolver esta situación tan misteriosa y letal.
•••
El galpón donde trabajamos tiene todas las luces encendidas. Dirla está sentada en una esquina, su cuerpo tan redondo ocupa bastante espacio, y sus brazos están cruzados con la vista perdida.
—Dirla —Llamo su atención. Me mira con sus ojos hinchados y enrojecidos, casi no se distinguen con su piel rojiza de durazno. Se pone de pie en un instante.
—Marcos, por favor debes creerme —me dice zarandeándome.
Tomo sus manos, y las aprieto consolándola.
—Te creo, además lo que sea que te está sucediendo —Tomo aire—, también me pasa a mí. O al menos eso creo. Dime, ¿qué fue lo que viste?
Un juego de llaves de ajuste cae al suelo sin motivo haciendo que desviemos nuestra atención. Los dos miramos fijamente donde éstas cayeron.
»Está aquí.
—¿Qué está aquí? —balbucea mi amiga más aterrorizada de lo que yo estoy.
—No sé lo que sea, pero está aquí, nos vigila, lo sé, lo siento —podría ser paranoia y quizá estoy exagerando, pero al igual que las otras veces en que algo fuera de lo normal sucedió, puedo percibir ese peso, como una presión sobre mí que me indica que algo me observa, en este caso, nos observa—. ¿Has hablado con Jaf? —se me ocurre preguntar de pronto.
—Lo llamé igual que a ti, pero tampoco me contestó.
—Debemos ir por él.
•••
Me postro frente a la casa de Jaf sin Dirla, Jaf vive en mi urbe pues también es un pomo, un manzano, pero Dirla no tiene permitido el acceso por ser una fruta de hueso. Con el fin de prolongar nuestras vidas se creó ese sistema de viviendas, donde los pomáceos tienen su espacio, al igual que las frutas de hueso y las de granos. Y eso precisamente es lo que hemos querido cambiar con nuestro proyecto.
Toco.
Vuelvo a tocar.
Nadie responde. Recorro el perímetro de su casa inspeccionando el interior desde las ventanas; solo veo oscuridad, al llegar al fondo me pego a la puerta externa de vidrio y logro divisar en el pasillo al final de la cocina una figura en el piso. Enfoco y, ¡oh, por Dios! Parece ser Jaf en el piso, como si no tuviera vida.
Me congelo. Me brotan lágrimas dulces sin poder evitarlo, me tambaleo, no puedo con mi propio peso; siento más dolor del que sentí anoche cuando creí morir. Los dolores del alma son mil veces más fuertes que los dolores físicos, preferiría ser yo el que esté ahí en ese suelo, sin vida.
Agarro un cuenco con una pequeña planta ubicada a los costados de la casa, lo aviento hacia la puerta de cristal y esta se rompe; termino de quitar los pedazos que quedaron incrustados para poder acceder.
—¡Jaf!, ¡Jaf! —le grito con la esperanza aun de que reaccione, de que solo haya perdido el conocimiento. Un gran charco de su jugo interno ya espeso lo rodea. Tiene cortes estampados por todo su cuerpo—. No, Jaf ¿Qué te pasó? —le hablo aunque me cuesta sacar las palabras por el llanto—. ¿Quién te hizo esto? Por Dios. Despierta, por favor —le suplico tratando de levantarlo con mis brazos, pero el peso de su cuerpo sin vida no me deja, no puedo.
La risa que tanto me acecha me saca de mi desasosiego, del sufrimiento que siento y se transforma en un miedo profundo, estoy lo suficientemente seguro de que el dueño de esa risa fue quien mató a Jaf.
«¡¿Qué quieres?!» —grito desesperado.
Pero solo se burla de mí.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top