¿Quién es el hereje?
—Recurro a usted porque es la única persona que quedó viva —dijo el hombre al otro lado del escritorio de la sala de interrogatorios.
Esta vez al detective le tocaba interrogar a una mujer cuyo nombre era Juana Dicora, la habían traído de lo que antes era el pueblo de Maleros. Según el expediente hecho por los policías y bomberos que llegaron a la zona, tenía veintiocho años, Acababa de llegar hace unos meses a la ciudad de Maleros, su madre había muerto, pero no en el gran incidente de Maleros.
—Sé exactamente lo que usted quiere saber, no le mentiré, pues ya no tengo más nada que perder. No le temo a nada. Elegí un mal momento para empezar a ser verdaderamente yo misma. Aunque quizás fue el momento indicado.
El detective Orlando puso en marcha la vieja grabadora. Pudo haber utilizado su teléfono pero prefería seguir usando su viejo artefacto como siempre ya que se la había regalado su esposa.
Juana estaba paralizada como una estatua petrificada sentada al frente del detective sin pestañar, sin darle un ápice de sí. Su piel blanca estaba llena de cenizas, y su cuerpo estaba rígido. Era la imagen de una mujer que había pasado por mucho, que lucía traumatizada. Tenía las manos cruzadas entre sí sobre la mesa de interrogatorio, las movía inquietamente. Sus facciones se mantenían escrupulosamente compuestas. Miraba a una esquina de la habitación, blanca, de paneles, como si estuviera viendo una película en una sala de cine proyectada en la pared.
—Quiere decir entonces que usted observó todo lo que pasó, o…
—Sí. —Hizo un movimiento impaciente de sus manos llevándoselas a la cabeza —. Pero más bien, yo fui la responsable. Quiero contárselo.
El detective Orlando no dijo nada. Le pareció que Juana tenía un aspecto demacrado y de cansancio. Su cabello era la mitad azul y estaba lleno de cenizas, su tez estaba pálida, aunque quizás siempre era así. Sus ojos encerraban todos los secretos miserables de la soledad.
—Fueron castigados, ¿entiende? Y lo merecían.
—¿Por qué lo merecían?
—Porque…
Juana se interrumpió y se irguió bruscamente sobre los codos, mirando directamente a los ojos del detective.
—¿Usted cree en Dios? —bramó. Sus ojos se habían abierto más, como los de un animal observando su presa.
—¿Sí, sí creo en él, tú no? Pero ese no es el tema.
—Yo también creo en él. Pero de seguro cree en él porque su familia creyó en él antes que usted.
—No solo eso, siento que él está ahí, que me cuida. Pero eso no tiene nada que ver —respondió el detective Orlando —. Digo, a todos nos enseñan a creer en algo desde niños.
—Y sí no creemos en ese algo somos diferentes. No solo hablo de religión, sino de todo. Sino seguimos a la sociedad y sus creencias entonces… —expresaba Juana estrujándose su cabello. El detective pensaba que la mujer no estaba bien de la cabeza. Pero era la única testigo.
El detective Orlando se notaba estresado, esperando que Juana empezara su historia se levantó en silencio y tomó un cajetín de cigarros sacó uno y lo encendió. Seguidamente dio un sorbo y exhaló.
—Continúe por favor —ordenó el detective mientras volvía a su silla —. ¿Cómo fue destruido el pueblo de Maleros?
—¡No puedo contárselo todo de golpe! —gritó Juana algo exaltada —. ¿Además por qué está tan interesado en ese pueblo? Sabía que es un pueblo lleno de mentiras, de hipocresía. Cuando decidí ir al pueblo de Maleros este venía con la promesa de que era un pueblo sencillo donde no ocurría mucho. Pero la realidad era que personas desaparecían todo el tiempo. Que los bebés eran robados de la cuna de sus padres… ¿A quién le podría interesar un pueblo así?
—Son seres vivos Juana. ¿A usted no le interesan los seres vivos, las personas? —preguntó el detective de forma ansiosa —. Sí le interesa un poco la vida. Entonces cuénteme lo que sucedió en ese pueblo.
Juana se calmó y miró al detective con expresión calmada.
—Se lo diré, no se preocupe. Aunque sé que no me creerá. No me creerá al principio. Todo empezó cuando mi mamá me dijo que una señora que vivía en este país estaba dispuesta a recibirme. Su nombre era Lucia. Sabe… de dónde vengo solo ganaba miserias, había terminado la universidad. Estudié Derecho, para nada porque terminé trabajando con mi mamá en un mercado. Algo que definitivamente odiaba.
—Muy bien. —El detective Orlando aspiró bastante el humo de su cigarro y botó todo el humo por su boca hacia el lado.
—A mi mamá y a mí no nos costó reunir el dinero y en cuanto lo tuvimos compramos mi boleto, no teníamos suficiente para pagar un viaje en avión. Pero sí para pagar un buen autobús dónde me vine. —Sus labios se contorsionaron para formar una sonrisa gomosa, triste y nostálgica, denotaba un arrepentimiento enorme, luego de un instante esta desapareció en un parpadeo —. En todo el viaje solo pensaba que sería un nuevo comienzo. Sí le soy sincera… siempre odié el lugar donde nací. No porque sea una persona que odia a todos, sino porque sentía que había nacido en un lugar equivocado. Donde yo parecía una fenómeno. Estaba casi segura que ir a otro país sería diferente. No pude estar más equivocada.
El detective tosió disimuladamente como incitando a Juana que fuera al punto.
—Pero no importa. Viajar me hizo conocer a mí verdadero yo. —Lo dijo con tono casi vengativo. Como si el viaje hubiera sido el momento perfecto para desahogarse.
—¿Le hicieron algo en el pueblo de Maleros? —preguntó Orlando.
—Sí —respondió inmediatamente Juana Dicora —. Me despertaron. Sencillamente, todos en el pueblo me despertaron. —sonrió —. Veo su cara. Piensa que estoy loca. Pero es la verdad, todo empezó con la persona más atrevida, creativa y espontanea que he conocido. Quizás mi primera mejor amiga. Mejor dicho; mi primera amiga.
—Le escucho —dijo Orlando.
—Su nombre era Julia Castillos, ella nació en el pueblo de Maleros. Pero eso me lo dijo después. Ese día cuando subió al autobús en la penúltima parada todos se le quedaron viendo, tenía un aspecto juvenil medía un metro sesenta, yo era mucho más alta que ella. Su piel era como el del color del café con leche y vestía ropa alegre pero sencilla, eso sí. Ella estaba bien combinada. Recuerdo que ese día no quería que nadie se sentara a mi lado y por eso había puesto mi bolso en el asiento pero al ver que ya no quedaban más asiento vacíos tuve que apartarlo y ella se sentó. Aproveché la incomodidad para refugiarme en mi teléfono y escribirle a mí mamá la tenía informada de todo mi viaje, algo me preocupaba. La señora Lucia que me recibiría no me respondía los mensajes pero mi mamá siempre intentaba calmarme. De seguro se había dormido o se le había extraviado el teléfono. Solo esperaba que no se hubiera arrepentido de recibirme, no tenía suficiente dinero para regresarme. Por suerte el autobús tenía WIFI porque no tenía una línea en este país. Estaba muy cansada y antes de llegar a la última parada, me quedé dormida. Pero Julia fue muy amable al despertarme y decirme que ya estábamos en la última parada.
»Después que bajamos pasaba algo extraño. Sentía que me miraban. Mi nariz refinada. Mi tez excesivamente blanca, no. Definitivamente miraban mi cabello azul y mi gran altura, pero también la miraban a ella, a Julia. Ella era sobresaliente. Pero de la forma en la que miraban era la misma como me habían mirado toda mi vida. Nos miraban como a unos fenómenos. Una monja estaba armando un escándalo. Discutiendo que se le había perdido algo de su maleta. Nunca había visto una monja tan enojada. No me preocupé mucho, siempre en los viajes se pierde algo. Lo que sí me extrañó fue cuando esa monja me señaló, y no solo a mí. También señaló a Julia.
»El chofer bajó enseguida y junto al cobrador nos pidió abrir nuestras maletas. Las dos tenían candados. Julia estaba airada. No por el hecho de que nos pidieran abrir las maletas. Sino porque solo nos lo pidieron a nosotras. A los demás los dejaron ir sin más. Eso solo se resumía a algo, Para ellos nosotros éramos las ladronas. O quizás era para la monja que nos miraba como pecadoras, con su miraba hasta nos decía algo así como “las perdono”. Yo ya estaba acostumbrada a ese tipo de trato. Pero ahora parecía algo xenofóbico. Ya sabe ese odio que las personas les tienen a las personas que vienen de otro país.
»De todos modos, ambas abrimos los respectivos candados. Era bastante tarde ya, eran las diez con treinta y tres de la noche. Cuando lo hacía no olvidaré lo que murmuró Julia. “Esa vieja necesita un marido.” No pude evitar sonreír. Por suerte nadie la escuchó. Como las dos esperábamos no encontraron nada en nuestras maletas y nos dejaron ir.
»Caminamos y conversamos de lo sucedido ella me comentó que ese pueblo siempre había sido así solo que cuando era niña no lo había notado tanto. Aún así me aseguró que era un pueblo muy tranquilo y que extrañas veces ocurría algo interesante. Sus palabras fueron estas “El pueblo era aburrido”. Me preguntó mi nombre y me dijo el suyo. Era una chica muy agradable. Irónicamente sonó una ambulancia a los lejos. Ninguna dijo nada. La noche era lo suficientemente tétrica como para empeorarlo hablando o imaginando lo que ocurría a unos metros. Toda la situación me había dado mucho frío, así que tomé un gorro de mi bolso y me lo puse, Julia ya llevaba puesto un suéter.
»Verá detective, ése debió ser el momento cuando debí darme cuenta que algo estaba mal en ese pueblo. Pero quizás porque Julia me había asegurado que todo iría bien. Me quedé.
—¿Por qué había una ambulancia, alguien había tenido un accidente? —preguntó el detective mientras sacudía las cenizas de su cigarro en un cenicero en la mesa.
Juana meneó la cabeza lentamente y después volvió a ostentar la misma sonrisa nostálgica.
—Había mucha gente ese día y de una casa sacaban una camilla, las personas murmuraban alrededor, algunos se llevaban la mano a la boca pero todos lucían sorprendidos o al menos así lo recuerdo. Nos acercamos solo porque Julia lo sugirió. Y ahí fue cuando vimos. Era un cadáver cubierto con sábanas. La pobre señora se había ahorcado. Y para mi mayor perturbación casi al mismo tiempo que miraba la dirección de la casa un hombre murmuró que allí vivía la señora Lucia. La sangre bajó a mis pies y subió a mi cabeza de golpe. Estaba asustada. No sabía qué hacer en ese momento.
—¿En ese momento usted creyó que la señora Lucia Fernández fue asesinada? —preguntó Orlando apaciblemente.
—Oh, no. Entonces no. Pero oí algo curioso. En ese momento no le di importancia, pero mi mente lo archivó.
—¿Qué fue?
—Uno de los vecinos comentó que la puerta del patio estaba abierta cuando la encontraron. Y dijeron que ella nunca abría esa puerta. No era mucho. Pero verá, la señora no dejó ni una carta ni nada. Eso era raro.
—Algunas personas no dejan cartas. Quizás no tenía a nadie a quien escribirle.
Juana se encogió de hombros.
—Al menos debió escribirme a mí. ¿No cree? Ahora solo había destruido mis esperanzas de un nuevo futuro —Observó otra vez la pared como recordando algo con morbosidad.
—¿Hubo una investigación?
—No lo sé, no lo creo. —Los ojos de Juana brillaron de forma sádica —Solo dijeron que se suicidó sin más explicaciones. Eso debió darme otra pista pero no lo hizo.
Juana se tocó el cuello como sí se estuviera asfixiando. El detective pensó que tenía sed.
—¿Quieres agua, para que me sigas contando? —Orlando volvió a encender otro cigarrillo, la habitación estaba repleta de humo así que decidió abrir un poco la puerta.
—No gracias. No quiero agua, no me quiero arriesgar —respondió Juana y sonrió pero esta vez su sonrisa expresaba solo malicia.
Orlando no había entendido pero de igual forma buscó un vaso de agua para sí mismo.
—De no ser por Julia no hubiese tenido a donde ir. Ese día tenía tantas ganas de llorar. Pero no lo hice. Aún así ella sin conocerme supo que estaba realmente destruida. Sin decirle mucho me ofreció un lugar donde quedarme y para allá fuimos. Llegamos alrededor de las once de la noche a esa puerta. Ella ni la tocó, prefirió enviarle un mensaje a su prima que estaba dentro esperándola. Las dos se abrazaron alegres. Estaba muy incómoda en ese momento. Solo tenía una cosa en la cabeza. La señora suicidándose. Solo había visto una foto de ella pero la imagen se repetía en mi mente una y otra vez.
»Margarita se llamaba su prima. Nos abrió la puerta, y nos presentaron. Julia insistía en que la llamara Margara, pero no sentía la confianza suficiente para hacerlo, la chica parecía la hermana de Julia, la única diferencia es que la piel de Margarita era más clara y tenía el cabello mucho más largo, aún así lo tenía crespo. A penas entré a aquella casa me di cuenta que algo raro pasaba. Era una casa en serio religiosa. Quizás solo el papa era más católico que ellos. Había cuadros de santos, estatuas de santos. Ídolos de todo tipo. Incluidas muchas cruces. Casi todas las luces estaban apagadas mientras caminábamos por el pasillo. Lo que lo hacía algo más espeluznante. Mi mamá creía en Dios también. Pero nunca fue realmente religiosa. Algo que agradezco.
»Detective no podía hacer nada a pesar de que el lugar me parecía aterrador. Además… siempre me habían gustado las cosas aterradoras, ya sabe. El rock, el terror, el color negro era lo mío. Efectivamente como el cliché de cualquier chica gótica. En fin. Margarita nos llevó a una habitación, ya estaba en el suelo un colchón donde dormiríamos Julia y yo. Ese día en serio quería bañarme. Pero no lo hice. Margarita nos prestó el teléfono a Julia y a mí. Aunque en realidad yo lo usé más que ella. Lloré esa noche hablando con mi mamá y contándole todo. Ella me consoló y como siempre me hizo sentir mejor. “Toma esto como una nueva oportunidad” y eso hice. Le hice caso. Y así pude dormir. O bueno hasta que…
—¿Qué pasó, algo la despertó? —preguntó el detective que distraído se quemó con su cigarrillo —. ¡Demonios! —exclamó mientras lo tiraba al suelo. Lo pisó enseguida molesto.
—Sí. —Juana se miró las manos observando cada detalle en ellas. Estaban muy sucias. Al igual que ella y toda su ropa —. Sonaban golpes en la pared, eran de forma rítmica, uno tras de otro. Esto se repitió por varios días. Pero ese mismo día supimos de qué se trataba.
—¿Qué eran esos ruidos nocturnos? —Preguntó el detective.
Juana estaba cambiando la posición de sus manos, se puso rígida y pensativa por un momento.
—¿Juana?
—Estaba asustada en ese momento. Las imágenes que había visto en la casa. Y también la muerte de la señora Lucia. Estaba en lugar desconocido. Tenía nauseas. Me fuese quedado en la cama. Pero me dieron muchas ganas de ir a orinar. Probablemente por el escalofríos que había en mi cuerpo. Recuerdo que volteé hacia el lado donde debería estar Julia y no estaba. Pero Margarita sí estaba ahí dormida en su cama. De seguro Julia estaba en el baño pensé en ese entonces. Y así era, cuando entré al baño ella se sobresaltó asustada, la había sorprendido. Estaba pegada a la pared como buscando algo. Más bien estaba escuchando de donde provenían los golpes. Ella lo descubrió, las dos estábamos asustadas por nada. Cuando puse mi oreja sobre la pared escuché a una mujer gimiendo, pero no de dolor. Tampoco por miedo. Más bien era de placer, Julia y yo reímos mucho ese día hasta que regresamos a la cama. Lo más probable es que alguna de las chicas que vivía ahí estaba teniendo sexo con su pareja.
»Esa noche antes de dormir en la cama Julia me confesó que había venido a pasar tiempo con su abuela. Que tenía muchísimo tiempo sin verla. Pero que ella odiaba ese lugar. A su mamá le costó mucho salir de allí. Su abuela por otra parte se quiso quedar. Ya sabes cómo son las abuelas de terca. Aún así. La mamá de Julia la había dejado al cuidado de la dueña de la casa… sí esa mujer tan extraña; la señora Ana.
—No me ha contado todavía qué fue lo que le ocurrió al pueblo de Maleros.
—Debo contarle todos los detalles —se humedeció los labios, los tenía resecos —. Esa mañana me despertaron. Todavía me sentía cansada pero igual me desperté, revisé mi maleta buscando mi cepillo de dientes, pero mientras lo buscaba encontré otra cosa algo que definitivamente no era mío… Estaba ahí. No lo había visto antes, ni siquiera cuando el cobrador del autobús revisó mi maleta. Pero estaba encima de toda mi ropa. Un libro, aunque más que un libro parecía un antiguo cuaderno color marrón. No tenía ninguna inscripción ni nada. Solo pensaba que alguien lo había puesto ahí. Pero ahora sé que era lo que monja buscaba con enojo. No entendía cómo había llegado a mí maleta.
—El cobrador —dijo el detective.
—¿Eh?
—El cobrador del autobús… el probablemente te puso ese libro de la monja ahí.
—Quizá —murmuró Juana pensativa —. Quizá fue eso. Pero yo no lo creo. Creo que “algo más” puso ese libro en mi maleta. —Sus ojos se perdieron otra vez en recuerdos, la luz en la oficina empezó a atenuarse como con destellos —. Sí “Algo más”, algo que nadie creería —su voz se había reducido a un susurro.
—¿Algo como qué?
—En ese momento no lo supe. —Las manos de Juana otra vez estaban fuertemente entrelazadas entre ellas, tan fuertemente que se veían enrojecidas.
—¿Y por qué tanto drama por ese libro viejo? ¿Tenía escrito…?
—No. Lo abrí en busca de cualquier cosa y no tenía escrito nada. –chilló Juana encogiéndose de hombros —. Lo dejé sobre mi cama para revisarlo ese día más tarde.
—Está bien, entonces continúa —dijo el detective. Lucía ansioso y se rascó la cabeza como con preocupación.
—Esa noche había dormido con mi gorro. Cuando me desperté y Margarita vio mi cabello se espantó. Me sorprendió su reacción, me veía como si estuviera cometiendo el más grave de los crímenes, lucía hasta aterrada. Julia me defendió lo más que pudo. Pero Margarita insistía en que a la dueña del lugar no le gustaría ver mi cabello. Que lo ocultara con el gorro, y ¿sabe? Eso tuve que hacer. Arreglar muy bien mi cabello dentro del gorro para que no se notara que tenía la mitad de color azul. Las dos me vieron y estaban seguras que se veía bien. Así que salimos de aquella habitación.
»Margarita llevaba lo que parecía un uniforme. Es más, todas allí lo llevaban todo el tiempo. Sabe… no soy racista ni nada pero todas allí a mis ojos eran iguales. El mismo color de cabello café, piel con pecas, ojos marrones… debe ser el gen del pueblo. El hecho es que el lugar parecía un internado. Además los cuadros, cruces y estatúas lucían igual de aterradores en el día que en la noche. Me ponían realmente paranoica. Julia se burlaba de ellos cada vez que estábamos solas.
»El primer día en el comedor Margarita añadió dos sillas más a la mesa. Y ahora que lo recuerdo “las sextillizas” ese día nos dijeron: “Buenos días” en unísono parecían una tropa armada. Julia no pudo evitar reír y yo no pude evitar sonreír en ese momento. Luego de sentarnos. Esperamos la comida. Margarita nos explicó las instrucciones del comedor. Yo presté mucha atención pero Julia casi ni la escuchó, igual eran las normas básicas de cualquier mesa, no hablar mientras se come, no utilizar el teléfono, no poner los codos sobre la mesa, ese tipo de cosas.
»Cuando la dueña apareció con unos platos de comida nos miró a Julia y a mí como analizándonos. Luego de terminar de servir los platos con la ayuda de alguna de las chicas. Se presentó su nombre era Ana pero especificó muy claramente que le dijera; señora Ana. Tenía unos ojos color verde profundos y siempre estaba sonriendo, no vi nada extraño en esa sonrisa… Pero sabe, ahora solo puedo asociarla a la sonrisa de una psicópata. En un principio pensé que era la persona más amable que había conocido. Pero ¿Cuántas veces se ha dejado engañar por una primera impresión?
—Pues… la verdad es que muchas.
—Para mí era la primera vez y no sería la última —afirmó Juana —. Su aspecto no era nada aterrador. Y vestía como una señora de su edad, en realidad todas ellas vestían igual. Faldas largas, blusas que las cubrían bien sin mostrar ni un poco de piel y todas llevaban un collar con una cruz y el cabello recogido. En fin, yo moría de hambre pero recordaba muy bien lo que me había dicho Margarita “No pruebes bocado alguno hasta que terminemos de rezar”. La explosiva Julia no recordó esto. Siempre desayunábamos lo mismo. Un pan dulce que la señora Ana preparaba. Era bastante rico y siempre iba acompañado de un vaso de jugo, queso y jamón para rellenarlo. Ese día Julia se dejó llevar por el dulce aroma de los panes recién horneados y tomó uno se lo comió de un sopetón. Y sin bastarle iba a tomar otro. Quise decir algo pero las miradas de todos me habían paralizados. Antes de que tomara otro pan, Margarita le dio un golpe en la mano sacándoselo para que finalmente terminara en el piso: —¡Detente, debemos agradecer primero! —exclamó Margarita. Para la ira de Julia, que a pesar de quedarse callada lucía molesta. Al igual que yo pensó que era una exageración. La señora no dijo nada, simplemente observó todo con esos profundos ojos verdes y sonrió. Enseguida empezaron a rezar para interrumpir aquél incómodo momento.
»Pensé que el drama del comedor había terminado en ese momento. Pero no fue así. La señora no nos dejaba comer todavía: —No coman todavía. Por favor señoritas —recuerdo que su tono de voz era fino y sofisticado midiendo meticulosamente todo lo que decía —. Es de mala educación comer con gorros o sombreros en la mesa, ¿o usted no lo cree señorita Juana? Fue indirecta y directa a la vez. Margarita intentó justificar el porqué llevaba puesto el gorro, estaba igual o más nerviosa que yo. No sirvió de nada, igual me lo quité. Ella simplemente se me quedó viendo unos instantes: —Muchas gracias señorita Juana, cuando terminemos de comer tendremos que hablar sobre su estancia en esta casa ¿le parece? —sonrió con esa amabilidad aterradora. Al fin pudimos comer.
El detective Orlando consultó su reloj digital que llevaba puesto. Juana Dicora estaba hablando desde hacía casi media hora y no había dado ningún dato realmente importante.
—Cuando habló con ella… —dijo el detective —, ¿Le dijo que podía quedarse o simplemente la echó de la casa?
—Podía quedarme… —respondió Juana sin entusiasmo —. Pero me explicó muy amablemente que en esa casa había reglas y según ella eran las reglas del señor. Ése era el deber de ella, percatarse de que las reglas del señor se cumplieran. Y por eso debía hacer algo antes de quedarme.
—¿Qué tenía que hacer?
—¡Quizás en ese momento no lo supe, pero ahora lo sé! —Juana hizo chasquear los dedos —. Era bastante obvio, para poder quedarme en ese lugar tenía que dejar de ser yo.
—¿Cómo podrías dejar de ser tú? Eso no tiene ningún sentido —recalcó el detective, y Juana se tocó su cabello azul como entregándole la respuesta —. Ah ok entiendo. Quería que te quitaras el tinte del cabello.
—Exacto. Al menos eso en un principio —explicó Juana mientras se encogía de hombro, tenía estados de ánimos cambiantes. No parecía cómoda —. También había una renta que pagar, ella me ofreció trabajar con ella como todas las que vivían ahí, le trabajaba a un señor dueño de una granja bastante grande. Probablemente era el dueño era el más rico en Maleros. Pero sabe algo detective… nunca quise ser una ama de casa y mucho menos vivir de eso. ¿Pero qué opción tenía? Debía hacer eso al menos por un tiempo hasta que consiguiera el dinero suficiente para encontrar donde quedarme. Así que acepté. Me gustaba mi cabello, Me encantaba el color azul. Más bien me sigue gustando pero luego lo podría pintar de nuevo.
»Luego de salir de ahí conocí a la abuela de Julia, tan carismática y elocuente como su nieta, pero vivía con un extraño miedo dentro de esa casa —agregó, con tono lúgubre —. Tantas pistas y advertencias y aún así me quedé en esa casa. En ese pueblo, aún así Julia y yo después de un tiempo nos estábamos adaptando. Al menos hasta que después de unos meses… —Juana se quedó viendo el vació y apretaba la mesa con fuerza. La luz de la sala de interrogatorios se apagó dejando todo el lugar oscuro totalmente.
—¡Qué demonios! —balbuceó el detective mientras encendía la luz de su teléfono y sujetaba levemente la pistola en su cinturón. Después de unos segundos la luz regresó y Juana empezó a reírse sin detenerse parecía esquizofrénica. El detective no entendía la repentina risa —. ¿De qué te ríes? ¡Silencio! —exclamó, estaba un poco nervioso.
—Disculpe… solo me pareció gracioso su reacción. Realmente cree que estoy loca —expresó Juana con una sonrisa leve y siniestra —. No se preocupe, quizás tiene razón.
—Yo no he dicho eso, solo estaba prevenido. Solo necesito su ayuda —explicó Orlando mientras se sentaba nuevamente en la mesa —. Necesito que me diga lo que pasó en Maleros.
—Eso estoy haciendo. Le estoy contando, no me tema. No le haré daño.
—Sé que no me hará daño —refutó el detective confundido. La chica definitivamente no actuaba siempre como una simple víctima.
—Entonces continuaré —Juana miró fijamente al detective a penas y moviéndose —. Pasamos algunos días adaptándonos no había mucho que hacer, entre la rutina de trabajar en la granja de Marcos, limpiando la hacienda y estando en la casa. Lo único nuevo que quedaba era ir a la iglesia con todas, pero no quería hacerlo. Siempre he odiado las concentraciones religiosas. Al menos la señora Ana respetaba eso, claro. Siempre y cuando siguiera las reglas de la casa. Sabe algo. Aunque volví a mi color de cabello negro natural la gente no dejaba de mirarme extraño. El pueblo definitivamente me odiaba y aunque no lo crea mi refugio eran mis compañeras. No eran simples borregos que siguen a un pastor, cada una tenía su propia personalidad. Al menos la tenían cuando la señora Ana no estaba. Aún recuerdo a cada uno de ellas; Alejandra la menor de ellas tenía como dieciocho años, siempre estaba hablando de chicos y a penas la señora Ana salía aprovechaba para invitarnos a preparar algo diferente de comer o a jugar en la sala alguno de los juegos de mesa que tenía escondidos. En la casa no teníamos televisor y Alejandra era la que nos motivaba a divertirnos.
»Sandra era tímida y miedosa al igual que Margarita, pero también era inteligente y precavida, siempre estaba atenta a los detalles para que la señora Ana no se diera cuenta de cualquier tontería que hiciéramos para salir de la aburrida rutina. Con las únicas que aún no me llevaba bien era con Natalia y María, definitivamente parecían perros y gatos. Estaban peleando todo el día, cuando la señora Ana no estaba eran las peores enemigas del mundo y lo peor era que tenían que dormir en la misma habitación. En serio se detestaban. Pero cuando la señora Ana llegaba a la casa debían comportarse como hermanas: —Todas somos hermanas, así lo dicta el señor —decía la señora Ana cada vez que veía una pizca de discusión entre ellas. Gabriela era la acomplejada del grupo ocultaba algo pero no a nosotras sino a la dueña. Cada vez que la señora Ana salía de la casa ella fumaba un cigarro. De esa misma marca que fuma usted. Era adicta. Yo no lo veía tan malo pero ya le contaré lo que le hizo la señora Ana cuando lo descubrió.
—¿Y las otras dos? —preguntó Orlando curioso.
—¿Ah?
—Las otras dos… —aclaró —. Dijo que eran seis sin incluir a Julia y su prima.
—Las artistas, Rebeca y Anita.
—¿Anita era la hija de la señora Ana?
—Sí, aunque si no fuese por el nombre. Nunca lo habría sabido. Esa señora era imparcial a todas nos trataba por igual, sin ninguna preferencia. Más bien a veces pensaba que a su hija la trataba peor que a nosotras. Anita la odiaba al igual que todas nosotras —sonrió mientras se llevaba las manos a la cara.
—¿Sí todas odiaban a esa señora por qué seguían ahí?
—La señora Ana era considerada una santa en ese pueblo, A veces veía como le besaban las manos cuando caminaba. Según era recta y lo más cercano a la perfección… solo patrañas, nosotros realmente sabíamos lo que se escondía detrás de esa falsa sonrisa. Era una mujer estricta y amargada. Sí las cosas no se hacían como ella quería entonces salía lo que verdaderamente ella era. Una psicópata.
»Julia y yo nos dimos cuenta de la verdadera persona que era la señora Ana. Como casi siempre Gabriela salía detrás de la casa a fumar un cigarrillo cuando la señora Ana no estaba. Pero ese día llegó mucho más temprano y todas dentro de la casa oímos el escándalo. La señora Ana se había vuelto completamente loca. La agarró del cabello tomó su cigarrillo aún encendido y se lo pasó por la cara. Gritaba repetidamente rogando al cielo —Dios libérala de ese demonio de adicción. La estaba revolcando por el patio mientras nosotras observábamos, las demás chicas parecían ya haber sufrido algo similar pero Julia y yo. No. Julia se alteró bastante y quería salir a defender a Gabriela. Pero Margarita la detuvo. Le explicó que Gabriela había aceptado vivir allí sabiendo todas las cosas que tenía que soportar. Desde afuera ella estaba llorando, suplicando perdón. La señora Ana repetía una y otra vez que le pidiera perdón a Dios. Ese día la dejó hasta la madrugada afuera arrodillada pidiendo perdón.
—Pero… pregunto nuevamente. ¿Por qué los padres enviaban a sus hijas con ella? —insistió el detective.
—Querían que ellas estuvieran unos años con una santa, fueran educadas por ella y fuesen como ella. Por eso la mamá de Julia también había dejado a su abuela con la señora Ana. En ese momento Julia y yo nos dimos cuenta de que su mamá también la había mandado a ese lugar para que la santa Ana la orientara. Julia se enojó cuando se enteró de esto y quería largarse, pero no quería dejar sola a su abuela —Juana se encogió de hombros y mordió sus labios con ira —.
En ese momento me di cuenta que extrañaba estar en mi hogar. Frecuentemente hablaba con mi mamá con el teléfono de Margarita y ella estaba muy alegre por cómo me estaba yendo. Obviamente no le contaba los detalles de cómo me sentía al respecto.
»Y una noche, escuché los golpes nuevamente que había escuchado ya varias veces. Julia seguía dormida a mi lado. No podía entender cómo se las arreglaba María o quizás Natalia para meter a un hombre a su habitación. Mucho menos entiendo como la otra toleraba todo ese ruido en esa habitación. Casi todos los días sonaban esos golpes en la pared. A veces me despertaba yo y a veces Julia. Margarita tenía el sueño pesado siempre dormía tranquila. Pero a Julia y a mí nos costaba dormir cada día más. Realmente estaba harta y tenía hacer algo al respecto, incluso si tenía que hablar con la “Santa Ana”.
»Me levanté de la cama, no podía encender ninguna de las luces, la dueña se molestaba si encendíamos alguna luz después de las 10 pm. Y en ese momento ya eran como las 2:50 am. Así que fui a oscuras a la habitación de donde provenían los ruidos. Ninguna puerta de la casa tenía seguro. Reglas de la señora Ana y arriesgándome a algo que no quería ver, entré de golpe a la habitación…
—¿Si estaban teniendo sexo? —el detective lucía intrigado —. ¿Cómo demonios hacían para meter a un hombre a esa casa con tantas reglas?
—Sí, estaban teniendo sexo. No tenían que meter a ningún hombre porque estaban teniendo sexo entre ellas…
—¿Es en serio?
—Sí, las dos mujeres que se odiaban todo el tiempo. Las que creíamos que eran como perros y gatos; María y Natalia. Ahí estaban desnudas, una sobre la otra besándose como animal sediento que bebe agua por primera vez. Quedé muda, no juzgo ninguna tendencia sexual, no soy así y nunca lo he sido. Pero eso que estaba ante mis ojos me sorprendía. Justo en ese momento pensé cada día que sonaban los golpes en la pared. Eran ellas. No había ningún hombre. Ellas notaron mi presencia no tuvieron tiempo ni de taparse antes de que saliera de la habitación. Enseguida escuché como a mis espaldas se cerraba la puerta de su habitación.
—¿Le dijiste a la señora Ana lo que pasaba? —preguntó el detective.
—¡No! —exclamó molesta Juana. Golpeó la mesa tan fuerte que el detective casi podía asegurar que le hizo una abolladura, pero no era posible era una chica muy delgada y la mesa lucía bastante resistente. Decidió creer que esa marca ya estaba ahí.
—No te alteres, es solo una pregunta.
—No estoy alterada, es que ellas creyeron lo mismo. Pero no le dije nada a nadie. Sabía que para la señora Ana eso era muchísimo peor que haber metido a un hombre. Aunque a mi parecer era exactamente lo mismo. Pero a alguien si quería decírselo… a Julia. Aún así no la desperté esa noche, cuando regresé a mi habitación noté algo extraño. ¿Recuerda el libro que le mencioné?
—Sí, el libro viejo que no tenía ninguna palabra —respondió de inmediato el detective.
—Estaba brillando. No como una leve luz o un reflejo. Estaba literalmente brillando. Con una luz tan intensa como la del sol o la de un bombillo. No había revisado más ese libro desde la última vez pero ahí estaba brillando y cuando lo abrí había letras, la habitación estaba oscura. Aún así podía leer las letras. Estas también brillaban. Casi al azar ubiqué una página y leí una oración en lo que estaba segura era latín. Aún recuerdo la oración. “Verum revelare”.
—¿Qué significa eso? —Orlando tomó una pequeña libreta que llevaba en su bolsillo y anotó la palabra. Y el significado que le dijo Juana.
—Significa “Revelar la verdad” o eso fue lo que me tradujo el google Translate. Efectivamente era latín.
—¿Qué verdad?
—Nunca supe con exactitud sí solo se refería a una verdad. Quizás hablaba de todas las verdades. Porque desde ese momento empezó a pasar eso… —murmuró Juana y visualizaba sus manos con desdén —. Todas las verdades se empezaron a revelar.
—¿Qué pasó con el libro, siguió brillando?
—Sí, cada vez que las letras aparecían brillaba y siempre que leía alguna oración… algo pasaba. Esa noche en ese instante que lo leí algo pasó. Escuché un grito perturbador… —¡Ayuda! —gritaba y gritaba repetidas veces. No imaginé nada en un primer instante. Me empezó a dar mareo y dolor de cabeza como si algo negativo viniese aquel libro. Por lo que lo solté. El libro aún brillaba. Y escuché los gritos nuevamente. Venían de la sala. Eran tan fuertes que me costaba creer que nadie los escuchara. Pensé que se trataba de María y Natalia discutiendo o que la señora Ana las había descubierto. Quise salir y abogar por ellas. Pero no, al abrir la puerta me di cuenta que no eran ninguna de las dos cosas. Los gritos cesaron, mis piernas empezaron a temblar ante esa imagen. Una joven ahorcada. Llevaba la misma vestimenta que todas las chicas en la casa pero no la conocía. Retrocedí lentamente. Cerré la puerta y respiré. Respiré… Me quedé en la cama asustada. Temblando… Definitivamente tenía que decir algo. Creí que era más valiente pero no era así, estaba aterrada y fría, sin pensar en más nada. Miré el reloj y eran las 4 am.
—¿Por qué no salió e hizo algo, por qué no gritaste?
—No todos reaccionamos igual. Yo no lo aceptaba. Solo quería zafarme de todo, que alguien más lo viera y listo. Hacerme la sorprendida cuando lo viera de nuevo. Pero la conciencia no me dejó. Así que desperté a Julia. Ella enseguida se dio cuenta que estaba temblando. Las lágrimas se me salían y quería vomitar. —Quiero que veas algo —le dije y ella también preocupada me siguió. Y adivine.
—¿Desapareció?
—Ni rastro de nada, yo aún seguía alterada. Pero Julia estaba tan dormida que simplemente murmuró quejas y volvió a dormir. Yo no pude dormir bien desde ese día. Cada noche miraba de reojo aquél libro y sabe solo brillaba por una hora. De tres de la mañana a cuatro de la mañana.
—¿Entonces cree que el libro la hizo ver eso? —El detective estaba suspicaz. No creía del todo lo que Juana le decía. Pero sabía que entre líneas de su historia estaba la verdad.
—En ese momento lo creía. Ahora estoy segura que el libro me permitió ver eso.
El detective se levantó un momento y empezó a caminar en círculos en la habitación.
—Necesito que apresures la historia. Necesito saber qué fue lo que pasó. —se desesperó el detective Orlando. Estaba ansioso.
—Habían pasado unos días, las chicas no me comentaron el tema ni yo se los comenté a nadie. Aún así creo que la señora Ana de alguna forma se enteró. Un día las llamó a las dos a su oficina. Los gritos se escucharon enseguida. Todas fuimos a la granja excepto ellas tres y cuando regresamos aún seguían en esa oficina o eso creímos. Las chicas y yo estábamos preocupadas, casi ninguna de ellas era valiente para acercarse a esa puerta, incluyéndome. Julia no lo soportó. Ella si fue directo a aquella puerta. Después de llegar de la hacienda. Tocó la puerta y como nadie respondió entró. Después de insistirle que no fuera, las chicas y yo también la seguimos. Pero en la oficina no había nadie.
—¿Habían salido de la casa? —preguntó el detective... y alguien tocó la puerta y se sobresaltó. Estaba muy inmerso en la historia. En la puerta estaba la detective Elisa Pinzón. Los ojos de Juana saltaron hacia ella como cuando un cazador observa a su presa.
—¿Quieres algo de comer?—preguntó la detective Pinzón —. Sí quieres yo continúo el interrogatorio.
—No te preocupes, comeré cuando termine yo me encargo.
—Está bien… Cualquier cosa estaré en mi oficina cenando —la detective Pinzón, odiaba la mirada de Juana. Era sínica y vacía. Para ella definitivamente era la culpable.
—Continúa Juana…
—Me revolvía el estómago pensar en qué le había pasado a María y Natalia. Quizás la señora Ana vio algo cuando abrí aquella puerta. Sentía que todo era mi culpa de alguna forma. Todas salimos de la habitación cuando sonó la puerta. Allí estaba la señora Ana había regresado. Estaba sola. Todas la mirábamos extrañadas: —¿Sucede algo? —preguntó, a todas nos ponía nerviosa esa sonrisa falsa, aún así Julia no temía hablarle. —¿Dónde están las muchachas? —preguntó sin tapujos. Estaba molesta. La señora Ana no fue para nada evasiva y directamente explicó que ya no eran responsabilidad de ella. Que habían regresado con sus padres. Todas nos miramos entre nosotras. Y Julia seguía replicando —¡Mentirosa! No se fuesen ido sin despedirse —Julia se estaba pasando de la raya. Quizás tanto tiempo encerrada en esta casa la estaba volviendo loca como a mí. La señora Ana se acercaba paso a paso a nosotras. Yo retrocedí como si ella se tratara de un animal rabioso. —¡A mí me respetas! O si no tendré que castigarte en el nombre del señor. Julia se fue directo a nuestra habitación y Margarita y yo la seguimos en silencio.
»Julia estaba muy molesta, Margarita propuso ir a la casa de las familias de las chicas, a mí me parecía buena idea. Pero Julia tenía otra idea. Hace varios días la había estado viendo recolectando hierbas en la granja. Incluso atrapaba algunos grillos, arañas y mariposas. Pensé que era una extraña coleccionista pero ahora lo entendía. Ella planeaba algo tonto. Al día siguiente fuimos Margarita y yo a casa de los padres de María…
—¿Qué les dijo? —preguntó el detective al notar la pausa extendida de Juana —. Me imagino que María estaba muy enojada contigo.
—María no estaba. Dijeron que se había ido a un internado en cuanto llegó. Eso no me pareció extraño. Lo que sí me pareció extraño es que cuando fuimos a casa de Natalia nos dijeron exactamente lo mismo.
—Quizás se pusieron de acuerdo los padres en llevarlas a un internado.
—También pensé eso. Pero era muy extraño que no nos respondieran ni los mensajes, ni que tampoco nos contestaran las llamadas.
Juana permaneció un largo rato callada. En el reloj digital del detective pasaron dos minutos. Por fin dijo bruscamente:
—La verdad es que ambas estaban muertas, no eran mis mejores amigas, ni siquiera eran mis amigas, pero aún así me preocupaba por ellas. Me fuese gustado haber averiguado antes como habían muerto.
—¿Cómo supiste que estaban muertas? —el detective empezó a apuntar en la libreta.
—Lo supe un poco después… Ese día Margarita y yo nos rendimos de intentar encontrarlas. Margarita lucía asustada. Yo la verdad ya me sentía un poco mejor. De seguro las habían llevado a un internado. Intenté calmar a Margarita haciéndole creer lo que yo me había creído. Pero lo que ella me explicó me inquietó aún más. Ella me dijo que no era la primera vez que echaban una de las compañeras de la casa. La primera vez fue hace cinco años. La chica fue descubierta escapando para ir a una simple fiesta y más nunca la volvieron a ver. Margarita me explicó que ella misma había ido a la casa de los padres y ellos decían que no sabían nada. La segunda vez fue hace dos años. Cuando Margarita me contó todo esto entendí porque era tan precavida.
»La razón por la que ella estaba antes sola en su habitación era porque su compañera y mejor amiga había muerto. Había muerto en la sala. Según la policía se había suicidado, pero ella tenía sus dudas. Mientras ella me contaba esa historia me imaginé lo que yo había visto en esa visión. Margarita me explicó que ella tuvo parte de la culpa por no estar lo suficientemente pendiente de su mejor amiga para darse cuenta de que se quería suicidar. Cuando me contó esto ella estaba llorando detective… Las condiciones de muerte de su mejor amiga eran muy similares a la de la señora Lucía. Las dos habían muerto ahorcadas en una casa presumiblemente por suicidio. Sin dejar notas, sin decirle nada a nadie.
»Y todo eso no solo pasaba en la casa de la señora Ana me explicó Margarita. Como le dije anteriormente también se habían desaparecidos algunos bebés. Y una que otra persona. No dejaban rastro y la policía no indagaba mucho en investigaciones…
—Juana espera… me permites un momento —expresó el detective y se levantó y salió de la sala de interrogatorios, para entrar unos diez minutos después —. Ella es la mejor amiga de Margarita: Leticia Perdigón… Ella es la señora lucía… y esta es Margarita… —dijo el detective mientras soltaba los expedientes uno a uno. El detective ya había visto todos estos expedientes. El no había investigado los casos pero si habían pasado por su oficina por protocolo. El detective estaba mudo.
—Sí detective… Margarita también “se suicidó”… —expresó de una manera fría que escondía un gran resentimiento detrás… La luz de la sala de interrogatorio empezó a atenuarse y desde afuera empezaron a escucharse golpes como de explosiones. El detective Orlando salió corriendo a ver qué sucedía.
Orlando sacó la pistola buscando de donde provenían las pequeñas explosiones y visualizó que eran los bombillos de cada oficina… estaban explotando uno a uno. Dejando todo el departamento a oscuras. Cuando el último explotó… apuntó a la puerta, no entendía lo que pasaba.
—¡Pinzón! —gritó y en ese instante una luz aparecía… venía de la puerta de la entrada. Orlando apuntó quitando el seguro de la pistola. Pero no tuvo que usarla. Era Pinzón con una linterna.
—¿Qué pasó compañero? —preguntó con una sonrisa en su cara —. Baja esa arma, la electricidad está vuelta loca. Ya llamé a la planta eléctrica a reportar el problema. La detective Pinzón se seguía riendo.
—Lo siento por apuntarte con la pistola —Orlando guardó su pistola y se llevó la mano a la cabeza —. La historia de Juana me tiene paranoico.
—¿Sabes que está loca cierto?.. No le vayas a hacer mucho caso —río aún más la mujer.
—Prepárame un café para sentirme mejor —Orlando caminaba de regreso a la sala de interrogatorio.
—¿Cómo lo preparo sí no hay luz?
—Llama al conserje y que coloque los bombillos. Seguiré con el interrogatorio —aclaró Orlando. Cuando entró a la sala de interrogatorio allí seguía Juana mirando sus manos. El bombillo de la sala de interrogatorio no había explotado. Orlando cerró la puerta y se sentó.
—¿Quieres que continúe? —Juana se notaba diferente como si las imágenes de aquellos expedientes la fuesen alterado. En sus facciones apareció una sonrisa enfermiza y amarilla.
—Sí… —respondió el detective dudoso.
—Pasaron algunos días. Las chicas estaban incluso más paranoicas que antes. Julia estaba resentida. Y todo empeoró cuando en el almuerzo la señora Ana explicó que debido a recientes eventos que no podía explicar… iba a ser más estricta. Se justificaba en todo lo que decía diciendo que la casa parecía estar llena de demonios que nos engañaban, con los teléfonos, los juegos de mesa, la falta de ir a la iglesia, las malas influencias, la ropa indecente. Lo curioso es que mientras decía esto no dejaba de mirarnos a Julia y a mí. Éramos las únicas que no íbamos a la iglesia. Y tampoco usábamos el “uniforme” que todas usaban en esa casa. La señora Ana con una sonrisa en la cara declaró que si queríamos quedarnos debíamos adaptarnos a las reglas del señor. Ambas aceptamos. Solo nos faltaba un poco más de dinero para poder pagar un lugar donde quedarnos. Pero ese no era el problema. También necesitábamos dinero para irnos del pueblo de Maleros. Ya que sabíamos que allí no encontraríamos otro trabajo.
»La primera vez que fui a la iglesia me di cuenta que no era una iglesia normal. En ese lugar había personas artísticas, hablaban de política, de ciencia. Pero no del modo que habla cualquier persona. Era su propio arte, su propia política, su propia ciencia. Todo en base a la religión.
—Eso es normal. Muchas veces las personas religiosas, adaptan todo a la biblia.
—Sí… pero ellos hablaban de la biblia… del apocalipsis, de que la tierra era el centro del universo. De demonios, de brujas… hablaban de la homosexualidad como una enfermedad pestilente. Hablaban de la música como demonios. Criticaban la televisión, la comida. Incluso de dónde veníamos. Nunca me sentí tan ofendida en una iglesia. Me sentía juzgada quería defender en lo que creía. Siempre he visto a Dios como una fuerza de la naturaleza, como el viento. Como la vida. El mar. El sol y la Luna. Pero Margarita nos explicó a Julia y a mí que no cuestionáramos a nadie. Que aguantáramos cada cosa que nos dijeran.
»Esa noche cuando llegué a la casa y me miré al espejo no pude creer en lo que me había convertido. Tenía el cabello negro. Usaba falda larga, el cabello recogido. Sin nada de maquillaje, sin anillos. Sin nada… Me había convertido en aquello que siempre odié. Una persona ordinaria. Y aún así. La gente me seguía mirando como una fenómeno. No pude dormir tampoco. Eran las 3 de la madrugada y el libro empezó a brillar nuevamente como lo hacía cada noche. Sin dudarlo corrí hacia él y lo agarré. Había muchas palabras. No sé ni un poco de latín, pero cuando lo lees puedes adivinar algunas palabras. Esta vez me aseguré de no leer nada en voz alta. Estaba buscando la oración que había leído anteriormente. Y después de un rato la encontré: —Verum revelare —leí en voz alta pensando solo en una cosa —. Revelar la verdad detrás de las desapariciones.
»Sentí la misma energía negativa provenir de aquél libro y llenar toda la habitación, la puerta de la habitación se abrió poco a poco. Sin soltar el libro salí. Estaba descalza, mis manos estaban frías. Era como si un viento que no sabía de dónde provenía me estuviera guiando. La puerta de la entrada se abrió silenciosamente. Lo que era bastante extraño. Porque era la única puerta en la casa con seguro. Y la llave solo la tenía la señora Ana. Caminé afuera. La noche estaba totalmente oscura. No había ni siquiera una sola luz encendida. Caminé en la oscuridad hacía mucho frío. Pero estaba seguro que estaba temblando por el temor que sentía. Prácticamente no le prestaba atención. Pasaron varios minutos mientras caminaba solo guiada por el viento. Empecé a adentrarme en un bosque… cada vez que el viento soplaba me erizaba los vellos de los brazos. Veía en cada dirección escuchando diferentes animales. Algo los inquietaba, me adentré al bosque y allí estaba… detective ahí estaba la verdad.
—¿Qué verdad? —Juana se había quedado en silencio. Una lágrima se vertía en su mejilla como una gota de agua deslizándose sobre concreto.
—Las habían quemado. En una hoguera… a las dos juntas. Las habían amarrado.
—¿Cómo lo sabe?
—Porque lo vi, estaban quemadas. Aún se olía su piel chamuscada. No pude evitar vomitar. Eso que vi no era una ilusión estaban ahí quemadas. Sus cuerpos sin vida deformes. Las habían asesinado. Quería hacer algo al respecto. No estaba pensando bien. Abrí el libro que aún estaba brillando y leí varias oraciones. Realmente no recuerdo cuantas leí ni tampoco lo que leí. Pero sí recuerdo lo que sucedió después.
—¿Qué sucedió después?
—Lo más probable es que no me crea… pero aún así se lo diré. Pasaron muchas cosas a la vez. El tiempo parecía detenerse, empezó a lloviznar y luego a llover. Sapos, ranas, y aves empezaron a rodearme… Estaba asustada… y cuando las cosas no podían empeorar por un instante sentí el poder. Un poder que me quemaba por dentro. Pero no era bueno. Era oscuro y aunque no lo había aceptado. Este recorrió mi cuerpo, mis pies empezaron a separarse de la tierra, estaba flotando en el aire a dos metros. Temblando solté el libro que aún brillaba en la oscuridad. Cayó al suelo y los sapos se amontonaban alrededor de él. Eran cientos y la lluvia se acrecentaba con cada rayo que caía se estremecía mi piel. Solo existe una palabra para describir lo que provenía de ese libro. Era una energía “malvada”.
»El tiempo empezó a transcurrir de forma normal nuevamente. Y el cielo se calmó. El libro dejó de brillar y los sapos regresaban como si lo que los hubiese atraído se fuese esfumado. Dejé de flotar en el aire. Estaba completamente mojada por la lluvia pero lo peor era que tenía que regresar a la casa donde estaba aquella asesina psicópata.
—¿Cómo puedes estar tan segura que ella las asesinó? —preguntó el detective.
—Cuando empezamos este interrogatorio le pregunté si creía en Dios. Ahora le pregunto ¿Cree en lo sobrenatural, aquello que la ciencia no puede explicar?
—¿En la magia? —El detective se rascó la cabeza con fuerza como si tuviera muchísima comezón —. No creo en la magia —en su rostro se formó una sonrisa opaca. No sabía que pensar de lo que decía Juana, no parecía cuerda.
—Pero cree en Dios. Sí cree en Dios necesariamente debe creer que existe el “mal necesario”. Los hebreos hablaban de los demonios. Deduje algo del origen del libro antiguo. Quizás aquella monja lo estaba ocultando o se quería deshacer de ese mal. Quizás porque sabía que tenía el poder de destruir su extraña iglesia. El origen exacto de ese libro es incierto. Pero lo que si era cierto es que había sido hecho para el mal. Aunque como lo dije; hay males necesarios —sonrió cínicamente Juana mientras formaba un puño cerrando su mano izquierda.
—¿Qué hizo con ese libro?
—Lo enterré. Ahí mismo cerca donde estaban los cadáveres quemados de María y Natalia. Regresé a la casa enseguida. Llena de barro. Estaba destruida mentalmente. Y no tenía la más mínima idea de lo que debía hacer. Por suerte la puerta seguía abierta y todos estaban dormidos. Aún así Julia se despertó cuando entré a la habitación. Yo estaba llorando desconsoladamente. Quería hablar con mi mamá. Quería regresar a mi casa. Le conté a Julia lo que acababa de pasar sin contarle nada sobre el libro. Le dije que estaba segura que la señora Ana las había matado. Que debíamos salir todas de esa casa. No me creyó tan fácil. Yo estaba tan alterada que a penas y le pude explicar, ella me abrazó y me dijo que llamáramos a la policía.
—¿Lo hicieron? —El detective se notaba más interesado —. ¿Llamaron a la policía?
—Lo hicimos de forma anónima y dimos todos los detalles respecto a la ubicación y a lo que había visto. Nos dijeron que irían a investigar. Eso me hizo sentir mejor, no pude dormir. Quería que en cualquier momento de la madrugada llegara la policía a arrestar a la señora Ana pero nunca pasó. Incluso amaneció y nada pasó.
Juana estaba pálida y temblorosa.
—¿Usted sabe algo sobre eso? —preguntó Juana directamente —. Sí me encontró a mí de seguro también debió encontrar cosas extrañas en ese pueblo.
—Mi compañera estaba a cargo de la parte forense. Yo me encargo del interrogatorio —respondió el detective Orlando.
Juana apretó los dientes y rasgó la mesa con las uñas. —Está bien —dijo y cerró los ojos apretándolos con fuerza como si pudiera lograr algo con eso.
—¿Puedes continuar?
—Verá, Julia quería hacer algo para vengarse de la señora Ana. No creyó que ella hubiese asesinado a Natalia y a María pero sí la odiaba. Ese día yo estaba alucinando por la falta de sueño. Eso realmente me tenía mal. Las imágenes que había visto me atormentaban cada vez que cerraba los ojos. Le había escrito a mi mamá desde el teléfono de Margarita pero no le había dicho nada, no era justo preocuparla. Estaba débil. Aún así fuimos a trabajar a la granja. Julia me insistió en que nos reuniéramos en el establo. La señora Ana nos había especificado que esa noche debíamos quedarnos cuidando la granja ya que el señor Marcos no iba a estar y ella iría a ver su casa, ya eran casi las nueve de la noche y terminaba de arreglar las camas donde dormiríamos mientras que las chicas estaban en el establo guardando a los animales. Cuando terminé me puse mi pijama y esperé. Pero ellas no regresaban. Enseguida pensé que algo estaba mal. Solo pensaba que la señora Ana había vuelto y las había matado a todas. Pero no tenía sentido. Sí no lo había hecho antes ¿por qué ahora? Temerosa de lo que pudiera ver. Fui al establo. Y todas estaban allí, en un círculo…
La voz de Juana sonaba atiplada, como la de un niño. Sus ojos parecían llenar toda su cara. Casi dio la impresión de haberse encogido en su asiento.
—Creo que en ese momento entendí. Juana guardó silencio unos segundos.
—¿Qué entendió?
—¿Le ha pasado que cuando le dice a una persona que no haga algo o que algo es malo resulta que es lo que más hace? —Juana suspiró y la voz de un niño perduró —. A veces también cuando habla del mal. Resulta ser que lo atrae. A veces imponemos miles y miles de reglas y a su vez esas mismas reglas nos inducen a romperlas. Usted como detective debería saberlo. Las personas estamos hechas para ser libres. Pero cuando somos libres… necesitamos cadenas. Quizás necesitamos libertad. Pero una libertad limitada por una caja.
—No entiendo lo que quiere decir —El detective miraba a Juana con cara extrañada. Juana miraba al vacío perdida y el detective Orlando intentaba ubicar lo que veía. Pero no tenía éxito.
—Lo que quiero decir es que vivimos en una falsa libertad. Nunca somos libres, siempre seguimos a algo o a alguien —su voz se apagó y recobró el timbre de una adulta.
»Julia tenía el libro y extrañamente estaba brillando a las 9:00 pm. Nunca lo había visto hacer eso. Estaba rodeada de todas las chicas que parecían fueras de sí. Como si estuvieran poseídas y sin conciencia. Incluso Margarita y Sandra que eran las más precavidas estaban ahí como danzando al centro. De repente mientras danzaban en extraños cantos y se retorcían en ese círculo Julia empezó a despojarse de sus vestiduras y las chicas la siguieron… No podía creer lo que estaba viendo. Parecían lujuriosas como si estuvieran en la mejor de las fiestas danzando. Cuando en realidad estaban en un establo donde hacía mucho frío.
»Estaba distante no me había acercado pero era bastante notorio que Julia estaba liderándolas y no parecía la primera vez que pasaba. Tenía miedo, quise acercarme pero mi cuerpo no reaccionó. Solo me quedé observando lo que pasaba. En el centro apareció una sombra, no parecía humana. Pensé que era algo que nunca había visto pero estaba equivocada. Era una cabra pero no una cabra común estaba segura que era un macho. Era grande y parecía más inteligente que el resto que había visto. Se mantuvo en el centro, tenía cuernos enormes y pezuñas fuertes. En ese instante Julia intentó leer algo de aquél libro en voz alta: —Ego sum malefi… —intentó completar en voz alta pero fue interrumpida por otro grito aún más fuerte: —¡Aquelarre! —repitió una y otra vez la señora Ana no estaba sola estaba acompañada por doce personas más, armadas con escopetas, antorchas y machetes. —. ¡Bruja, bruja! ¡Quémenla! No me habían notado. Julia salió de aquél trance. Lo pude notar en sus ojos.
—¿Entonces crees que algo la estaba controlando, como un demonio?
—No creo que algo la estuviese controlando. Sé que era ella misma. Porque nunca sentí que nada me controlara. Pero de algo estaba segura y es que estaba siendo guiada por una presencia sobrenatural. Que se alimentaba de su anhelada libertad.
—¿Qué sucedió después?
—Oh, me oculté lo más que pude —respondió Juana con voz fría, muerta —. No quería que me atraparan. Pero también quería hacer algo para que no lastimaran a Julia. Se la llevaron desnuda revolcándola y humillándola como si fuera un perro callejero con sarna. Ella gritaba desesperadamente.
—¿Y qué pasó con el libro? —preguntó el detective.
—Ellos se los llevaron y dejaron a las chicas tiradas en el establo. Todas se habían desmayado. Y el macho cabrio fue asesinado. Lo llamaron la viva presencia del diablo. Nunca pensé que fuera el diablo. Pero sí era algo demoniaco.
»Sabía exactamente a donde llevaban a Julia pero no podía hacer mucho al respecto. Lo único que se me ocurrió fue llamar a la policía así que tomé el teléfono de Margarita y eso hice. Los llamé y nuevamente les di la dirección exacta. Ellos se dirigían a donde antes habían quemado a María y Natalia. Pero la señora Ana tenía que pagar. Ella y sus doce seguidores. Incluso en eso se creía una mesías. La psicópata. Me dijeron que los esperara en un lugar y yo muy tonta lo hice. Pero ¿qué podía hacer? Estaba absolutamente sola. Las únicas personas en las que confiaba estaban adormecidas. Después de unos minutos. La policía llegó. Pensé que justo a tiempo. Pero me equivoqué, en vez de apoyarme hicieron todo lo contrario.
—No era solo la señora Ana y sus doce seguidores, también eran los policías y al menos la mitad del pueblo participaban en esos castigos. En ese complot y cuando lo comprendí ya había sido atrapada por los policías. Cualquiera creería que era obvio. Pero cuando estás asustada y no sabes que hacer. Nada resulta obvio.
—¿La mitad del pueblo estaba involucrado asesinando a las personas y los policías lo ocultaban? —preguntó el detective sarcásticamente. Parecía burlarse —. Eso no es posible. Ya nos fuésemos dado cuenta en este departamento.
—Aún así no se dieron cuenta. ¿Sabe que fue lo que más me afectó de todo? Que ese día los policías me hicieron verlo todo. Como amarraban a Julia. Y la quemaban viva desnuda. Como alababan a Dios riéndose de ella. Ella gritaba de dolor. Yo lloré como nunca, era mi amiga y el pueblo que la asesinaba por ser una bruja. Era el que la había convertido en eso. Realmente estaba destruida en ese momento. La señora Ana y los policías querían asegurarse de que viera detalladamente lo que le ocurría a las que desafían a su señor. Y lo entendí. A todo aquél que pensara diferente lo asesinaban. Julia estaba muerta. Yo estaba inconsolable y adolorida. Solo quería estar en mi casa…
—¿Qué pasó después?
—Creo que perdí la conciencia, porque cuando desperté ya había amanecido y estaba dentro de mi habitación con Margarita. Salí de mi habitación y ahí estábamos todas. La señora Ana estaba haciendo el desayuno como si nada estuviera pasando. Enseguida regresé a mi habitación y empecé a hacer las maletas Margarita no hablaba mucho solo estaba llorando.
»Recuerdo que le reclamé y le insistí que todas nos fuéramos. Pero ella no se veía extrañada incluso le expliqué que ellos habían matado a su prima Julia que pensara en su abuela. Y ella no se inmutó. Quizás ellas no eran parte de lo que hacía la mayoría del pueblo. Pero lo sabían y lo permitían, probablemente las únicas ignorantes éramos Julia y yo. Estaba segura que Julia descubrió todo esto y de algún modo organizó todo para que todas se unieran con ella en contra de la señora Ana. Pero ella fue mucho más astuta y le puso una trampa. ¿Dejarnos solas en el establo? Nunca había permitido nada similar. Todo fue una trampa. Julia quería convertirse en algo ese día. A pesar de que no sabía lo que había querido decir en ese entonces. Tenía una idea.
»Quise escapar. De día la puerta siempre estaba abierta así que aprovecharía dejando todo atrás. —¿A dónde vas? —gritó la señora Ana con esa sonrisa. Sostenía su cruz como si me tuviera miedo —. No puedo dejarte ir. El señor me ha dicho —miró hacia arriba con mirada perdida —. Él me ha dicho que debo salvarte antes de que te conviertas en una seguidora del diablo. Era la mujer más hipócrita que había conocido. La única seguidora del diablo parecía ella. Ni siquiera Julia con aquél libro me había dado tanto miedo como la mirada de esos ojos verdes de serpiente. Salí de aquél lugar. Pero cuando abrí la puerta allí estaban. En su mayoría hombres rodeando la casa. Algunos estaban arrodillados como rezando por nosotras. Retrocedí asustada ya que algunos llevaban armas. Miré a la señora Ana y ella me miraba igual. En ese momento les grité a todas. A todas las que estaban ahí. a las que creí que eran mis compañeras. Ellas nunca me dijeron como eran las cosas. Eran unas falsas y por su culpa ahora estaba encerrada como ellas. Siendo una persona sin libertad ni física ni mental. Grité y grité con todas mis fuerzas hasta que sentí un golpe en mi cabeza a mis espaldas y todo se volvió oscuro nuevamente.
El detective Orlando tenía una cara Pálida intentaba recordar las fotos que había visto de la escena del crimen y empezó a notar patrones que coincidían con lo que Juana le estaba diciendo. Empezó a temblar de solo pensar lo que iba a pasar a continuación se quedó en silencio mientras sostenía su arma en su cinturón.
—Estaba encerrada en lo que parecía una celda. Todavía estaba en la casa. Era el sótano. Nunca antes había entrado en él pero era obvio que antes de mí habían estado castigadas varias chicas ahí. Porque había señales como sangre, un baño, platos viejos y en las paredes había marcas de uñas como una persona ansiando salir. Escuché una puerta abriéndose y a una persona bajar unas escaleras. Pensé que sería la señora Ana. Pero era su hija Anita. Me traía comida y agua. Estaba molesta y aunque le grité y grité preguntándole porqué me había hecho eso a mí y a Julia. No me respondió. Hasta que se acercó y me dijo una simple oración que me quebrantó más que nunca: —Margarita se suicidó —sus ojos estaban rojos. Tenía bastante tiempo llorando. Sabe detective, yo no había sido justa con ninguna de ellas. Yo llevaba solo unos meses en ese lugar. Ellas llevaban una vida.
»Estaba encerrada. Pero sabía lo que debía hacer. Quería ser una mejor versión de lo que antes era. Quería mi venganza. Sabe algo… no lo pensé en ese entonces. Pero a pesar de lo que perdí. Creo que nací para esto.
Juana sonrió y se tocó el pecho como con devoción y admiración de sí misma.
—Para ser poderosa. Para ser un mal necesario…
—¿Qué quieres decir con todo eso, qué hiciste? —preguntó el detective y apretaba el arma más fuerte. Tenía un escalofrío que nunca había sentido.
—Dije una y otra vez esa oración que había intentado decir Julia; “Ego sum malefi…” la dije como por una semana —la voz de Juana se notaba más y más gruesa mientras repetía ese verso —. No sabía cómo completarlo hasta que el libro apareció y me lo mostró. Sus letras estaban brillando nuevamente.
—Significa: Yo soy una bruja —Juana miró fijamente al detective Orlando y este se paralizó de miedo. Sentía que había visto el interior de Juana. Un cuerpo vacío sin alma. Porque su alma ya no le pertenecía. Antes de leerlo lo supe y también supe lo que ocurriría, una voz a mi espalda me lo dijo, una voz antigua, vieja, ronca, siniestra pero seductora —el poder tiene un precio. Aún así lo dije una última vez y ascendí. Como antes me empecé a elevar del piso y del inodoro de la celda empezaron a salir sapos que me rodearon como si me dieran la bienvenida. Mi alma se destruyó en ese instante. Lo pude sentir. Sentí como el bien y los sentimientos en mí desaparecían. Como sí me desgarraran la piel y al mismo tiempo introdujeran insectos debajo de ella. Como sí arrancaran mis ojos y me colocaran otros sin anestesia.
»Mi madre estaba muy lejos. Estaba en otro país. Y pude sentir como murió. Como la vida abandonó su cuerpo. Me di cuenta que ese era el precio que tenía que pagar. Y sabe qué… las brujas solo sentimos nostalgia. Solo podemos sentir lo que fue en el pasado, quise estar profundamente triste pero el poder dentro de mí no me lo permitió, todos mis sentimientos se convirtieron en ira y rabia. El libro desapareció pero todas las palabras que había en él estaban en mi cabeza.
El detective empezó a sentir mucho calor en la habitación y se levantó algo asustado su cara era de incrédulo.
—Recuerda que le dije que al principio no me creería… —sonrió la bruja Juana. El sucio en su piel y ropa había desaparecido y una capa negra empezó a tapar su rostro. Su cabello azul lucía más azul. Miró a el detective Orlando fijamente y el rápidamente sacó su arma.
—Siéntese y cállese, no he terminado de contarle —Orlando quiso gritar pero su voz se había esfumado. Sentía que se asfixiaba. Quiso disparar pero la pistola se derritió en sus manos —, le dije que se sentara. Solo escuche ya casi término. Como le contaba. Ya no soy la misma mujer que fui. Verá… ese día cuando salí era poderosa, mi cabello se puso de color azul y creció mucho más largo que nunca. Mi cuerpo estaba fuerte, me podía vestir como quisiera. Incluso podría ser quién quisiera. Podía cambiar la realidad a mí alrededor. Pero todo tenía un precio y un límite. El precio era la “Sangre” y el límite todavía no lo sabía. Sabía dónde encontrar lo primero.
Juana se calló. Habían pasado dos horas desde que empezó a contar su historia.
—Me levanté y traspasé la celda como si no estuviera ahí. Subí las escaleras y me dirigí directamente a la habitación de la señora Ana. Quería asegurarme que estuviera despierta.
Juana extendió su mano y la apuntó en dirección al detective Orlando y de repente Orlando estaba en la escena donde había ocurrido todo. Ella empezó a mostrarle todo lo que había pasado al ritmo que le contaba. Mientras su cuerpo yacía petrificado aún sentado en la sala de interrogatorios.
—La señora Ana despertó y enseguida se dio cuenta lo que yo era. Antes de que dijera algo le arranqué la lengua. Y la dejé sangrando mientras la cargaba con una energía invisible sin importarme que se golpeara con lo que atravesara. Ella se quejaba sin lengua ahogándose en su propia sangre. Salí y allí estaban aún arrodillados los hombres. Rodeando la casa. Algunos intentaron levantarse y dispararme con sus armas. Pero antes de que lo hicieran desgarré la piel de unos y los dejé vivos sufriendo mientras que a otros los lancé al aire. Mientras hacía todo esto me aseguraba de que la señora Ana viera todo. Viera como destruía a las personas que la amaban.
»Le quebré cada uno de los huesos y aún así la hice ver lo que haría a continuación. Me elevé a los cielos y la cargué en el aire conmigo. Empoderada como nunca lo había hecho concentré todo el poder que se me había otorgado y de mis manos empezó a brotar fuego y ese fuego lo arrojé a toda la ciudad y la quemé. Con todas las personas en él.
De repente todo el escenario desapareció ante los ojos del detective Orlando que estaba sudando en el asiento. Casi no podía respirar. Estaba aterrado. Muy agitado. Revisó su arma y aún estaba en su cinturón. Observó a Juana y todavía estaba sucia y no tenía esa capucha negra que le había aparecido.
—Y eso fue lo que le pasó a Maleros. Y como le dije al principio. No le voy a hacer daño. Al menos a usted no. Y con la historia que le conté, puede hacer lo que usted quiera.
Cuando el detective Orlando recuperó el habla miró alrededor. No sabía que pensar. Pero algo estaba claro. Todo había sido real. Estaba temblando y su corazón latía tan fuerte que lo sentía en su garganta como un nudo inmenso que lo apretaba. Sus manos parecían mojadas de tanto sudor. Estaban frías como las manos de un cadáver.
—¿Para qué vino realmente Juana?
—Vine a contarle mi historia… y también a matar a la persona que encubría todo lo que pasaba en Maleros. Pensé que había sido usted. Pero ahora sé muy bien quién fue. Y luego de salir de aquí iré por esa persona.
El detective Orlando miró hacia la puerta de la habitación aún temblando y supo muy bien de quién se trataba. Aunque lo sabía. No podía hacer nada para evitar que esa persona fuera castigada.
—¿Qué pasó con el resto de chicas? —Tartamudeó el detective —. ¿También las mató?
—Creo que debí haberlo hecho… pero no lo hice. Las liberé.
—¿Son brujas como tú? —preguntó.
—Hay muchas formas de ser una bruja en la actualidad y no necesariamente tiene que ser vendiendo tu alma —sonrió Juana. Solo te diré que ellas tendrán la oportunidad de escoger y descubrir quienes son.
Juana salió de la sala de interrogatorios y el detective no la detuvo. Se quedó congelado en su asiento asimilando todo lo que acababa de pasar.
…
..
.
Había pasado ya un año desde que el detective se había retirado después de que había entrevistado a Juana. Se encontraba terminando una publicación sobre toda la historia que Juana le había contado. Quería dejarlo como un tipo de enseñanza tanto para él como para el mundo. Nunca olvidaría todo lo que le había dicho Juana. Y ahora más que nunca creía en Dios porque él así lo había decidido. En la noche terminó de escribir las últimas palabras y terminó con una cita “Hereje no es el que arde en la hoguera. Hereje es el que la enciende”- Willian Shakespeare.
*Nota del autor: Este cuento es dedicado principalmente a la persona que me ayudó a inspirarme y a escribirlo la que hoy 15/04/2020 es mi novia, mi amiga y cómplice @yelilamolidi. También a todas esas personas que necesitan despertar y son juzgadas como fenómenos… No están sol@s…
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