8. El héroe no se queda con la chica
De alguna manera logré contar todo lo que pasó en el laboratorio sin romper a llorar. ¡Hurra por mí!
Lourdes permaneció conmigo todo el tiempo -casi muerde a la policía cuando le pidió salir- y no me soltó la mano en ningún momento; mirando a todos como una mamá osa realmente enojada, incluso a su mamá y a mi tía.
Lula también dio testimonio de lo que pasó. Y yo sabía que Oliver y Julián estaban haciendo lo mismo en un salón aparte, y Facundo se enfrentaba a la furia de sus padres, un par más de policías y al profe Gastón en otro.
La cosa fue más o menos así:
En cuanto Julián recordó que él era mi guardaespaldas y yo no estaba con ellos, fueron a buscarme a la sala multimedial. A Oliver también le extrañó que yo no apareciera como siempre, y fue entonces cuando mi detective supo dónde estaba.
—Para él fue obvio —había dicho Lourdes—. Cuando le conté sobre una nota que le habían dado a Penny esta mañana, Oliver adivinó que era una trampa de Facundo. Sabía que Facu no haría nada estando Julián presente, tenía que llevar a Penny al salón más alejado de la escuela.
Así que mientras los chicos fueron a buscarme, enviaron a Lourdes por un profesor. Lo demás es historia conocida.
—Recordame agradecerle a esos muchachos por cuidar de mi nena —me dijo mi tía Luci, sin dejar de acariciar mi cabello, y la mamá de Lourdes asintió estando de acuerdo. Aunque ni Lula ni yo les aclaramos que apenas conocíamos a "esos muchachos". Ella había venido volando en cuanto la Sra. Pereyra la llamó.
Ambas eran totalmente distintas. La Sra. Sánchez era una señora regordeta, de cabello tan oscuro como el de Lourdes y elegantemente vestida. Mientras que mi tía... bueno, se veía como un desastre. Tenía el cabello pintado de violeta, al igual que sus labios, y llevaba puesto un vestido negro acampanado, medias de red, botas negras y, siguiendo la gama monocromática, una campera de cuero negro. Luci no tenía más de treinta y no se veía como una adulta responsable. Pero en ese momento, tenía la misma mirada feroz que la de la Sra. Sánchez, esa mirada de mamá loba. Y Luci era lo más cercano que yo tenía a un adulto responsable en mi vida.
Yo sabía que mi madre no aparecería; incluso si su única hija había sufrido un intento de violación. Mi tía le explicó a Estela, la mujer policía que nos había tomado las declaraciones, que mi madre se encontraba internada en un hospital mental -o loquero como le decía yo- y que yo me encontraba bajo el cuidado de ella y su novio. Sí, esa es la triste historia de mi vida.
Mi madre había enloquecido cuando mi padre nos abandonó, dejándola sin un peso y con una niña de ocho años que ella no quería. Ella comenzó a beber y fumar (no sólo cigarrillos) aún más y a enrollarse cuanto hombre se le cruzaba. Cada mes no mantenía un sujeto diferente; y yo los odié a todos. Pero Frank encabezaba el "top ten de los peores novios de mamá", quien apareció a hace dos años. Nunca me prestó mucha atención. Más bien yo era una molestia para él, hasta el punto de haber convencido a mi madre de deshacerse de mí. Era él o su hija... Y adivinen quién perdió. ¡Sí, mua!
Esa noche me escapé de casa, a lo de Luci.
Luego me enteré que los tortolitos tuvieron una pelea que involucró un palo de escoba quebrado en la cabeza de Frank y una contusión. Lamentablemente, ella no lo mató; él simplemente fue rajó a otra ciudad luego de su estadía en un hospital. Mi mamá fue enviada a un asilo por comportamiento violento y depresión con un poquito de paranoía. Ah, y no nos olvidemos de la rehabilitación.
Desde entonces me quedo con mi tía, su novio West y su pequeño hijo de siete, Brian o engendro del demonio, como yo le decía. Juro que algún día haré un monumento a Luci y West. Ellos pelearon por tener mi custodia temporal hasta que cumpla los dieciochos; me dieron un hogar, lo que era más de lo que nunca tuve.
—¿Señorita Griesser? —La voz de la muchacha policía me sacó de mi ensimismamiento.
—¿Qué? —pregunté patéticamente.
—Le pregunté si quiere realizar una denuncia formal, presentar cargos en contra de Facundo State.
Me la quedé mirando un momento a la oficial; era bajita y caderona, con su oscuro cabello atado en un rodete. Era amable aunque algo brusca.
—No, no lo haré —dije firmemente; y era verdad. Aunque se lo mereciera, no quería arruinar el expediente policial del idiota, a pesar de que él casi me arruina la vida. Por alguna razón, no tenía ganas de mandar a nadie a la cárcel.
—¿Segura, mi negra? —me preguntó dulcemente la mamá de Lula -quién era como una tía adoptiva- con su típica manera de llamarme. Ella era el doble cuarentón de Lourdes, o Lourdes era su doble, como sea.
—Sí, Penny. Lo que te hizo ese... chico —agregó Luci, pronunciando la última palabra con asco, como si no considerase a Facundo un se humanos siquiera— es horrible. No estoy tan segura de que se merezca tu misericordia.
—Muy segura.
Unos minutos y unas preguntas después, me dejaron ir a casa.
Por suerte no me crucé con Facundo ni con nadie más mientras salía de la escuela. Y por suerte tenía una amiga como Lourdes que prometió encargarse de los chismes antes de que yo vuelva a clases el jueves. La directora Pereyra me dio unos días de descanso para reponerme. Y como yo no había querido hacer la denuncia en contra de Facundo, decidieron expulsarlo del colegio. Oliver y Julián se ganaron unas amonestaciones por pelear pero -como lo hicieron para defender a una compañera- no se ganaron nada más
West nos estaba esperando afuera y me recibió con un fuerte abrazo. A diferencia de Luci, West se veía como una persona normal, piel morena y cabello enrulado. Pero como Luci parecía rara a simple vista y se volvía una mujer seria y trabajadora cuando la conocías, una vez que West entraba en confianza, se convertía en todo un rarito -u otaku, para ser más específicos-. Después de todo, había sido West quien me había regalado mi primer manga. Él tenía la culpa de que mi mente este podrida.
Pero, a pesar de sus imágenes, Luci y West eran las personas más dulces y cariñosas que conocía. West amaba los abrazos.
—Todo estará bien, Penny —me dijo.
Yo sólo asentí tímidamente. Aunque en ese momento me moría por ir al loft que llamábamos casa.
En ese momento vi a Oliver junto a su hermano. Su ojo estaba hinchado y no llevaba sus anteojos. Pero había una bravura en él que no había notado antes. Algo en su mentón arrogante y en tensión en los músculos de sus brazos cuando apretaba fuertemente los puños. Algo en la manera desafiante en que veía a su hermano mayor.
Lourdes cumplió con su promesa.
Cuando llegué a clases, el jueves siguiente, nadie intentó hablarme para preguntarme mi versión de la historia, tampoco cuchicheaban a mis espaldas. Si no hubiera sido por algunas miradas furtivas, parecería que nada había pasado.
Julián nos anunció a Lourdes y a mí que había mandado a la mierda a Facundo y a varios compañeros que defendieron al idiota, por lo que ahora era un paria igual que nosotras. ¿Pueden creer que aún había gente en la escuela que lo defendía?
Pero Julián estaba bien, incluso feliz con su nueva anti-popularidad.
—¡No puedo creer que haya sido amigo de esa lacra social! —había exclamado. Y amablemente, Lourdes y yo lo adoptamos a nuestro selecto grupo de desquiciadas.
Incluso me habían hecho una de esas cartitas llenas de colores que no decían más que:
Penny: TQM!!! ♥
Sos lo+. 100PRE estaremos juntos. ∞ BFF
xoxo... SexyLula y SuperJulián ;)
Estaba comenzando a pensar que estos dos eran gemelos separados al nacer, o más bien siameses a los que tuvieron que dividirles el cerebro en dos. No me extrañaría que en cualquier momento aparezcan con pulseras de la amistad o tatuajes de infinitos.
En cuanto a mí... Yo estaba bien.
Había pasado por cosas peores que por un adolescente vengativamente alzado. Yo no había hecho nada malo, no tenía que darle explicaciones a nadie. Había acarreado durante años con la reputación que me había ganado gracias a mi madre, podía con esto. Y más con el par de amigos que tenía.
Pero aún me quedaba una cosita que resolver: Oliver.
No aguanté hasta la última hora.
En cuanto tocó el timbre del segundo recreo, busqué a Oliver. Admito que temía que él no haya asistido a clases o esté súper vigilado por su hermano. Pero allí estaba; sentado en su banco, con un ojo morado y un corte en el mentón y un libro en la mano -el cual no parecía estar leyendo-. Se veía tan distinto sin sus anteojos.
No se dio cuenta de mí hasta que me senté a su lado y saqué su regalo de mi mochila.
—¿Qué es esto? —preguntó sorprendido en cuanto un paquete de Oreos con un enorme moño rosa atravesó su campo de visión.
—Mi manera de agradecerte por salvarme ayer.
—No, gracias —contestó bruscamente, volviendo la vista a su libro.
—¿Qué? ¿Quién rechaza un regalo? Creí que te gustan las Oreos —respondí algo herida y muy sorprendida.
—Me gustan. Pero yo no hice nada para merecerlas.
—¿Que no hiciste nada? —exclamé—. Evitaste que el cerdo de Facundo me violara. Eso es algo.
—Hay algo que tenés que tener claro, Penny: no somos amigos.
De pronto, su voz sonó más fría de lo normal. Como si alguien hubiera movido el termostato de "malhumorado" a "desalmado" y no entendía por qué.
—Sólo hice lo que cualquier persona decente haría. No soy tu héroe.
—Pero... Pero nos llevamos bien. Pasamos tiempo juntos —¡Mierda! Ahora estaba peleando con unas estúpidas lágrimas que querían escaparse de mis ojos—.Yo confío en vos.
—No deberías. No soy una buena persona.
Él no me miraba. Tenía la vista fija en la portada de su libro. Había algo en sus ojos marrones, algo roto y afilado.
—No digas esos —dije, apretando fuertemente el paquete de galletitas sobre mi regazo, sin saber por qué me sentía tan mal—. Sos un buen chico. Me estás ayudando con toda esta mierda del catfish.
—No es verdad —casi gritó, y de alguna forma sabía que él tenía la razón. Pero él no podía...— Nunca vas a encontrar a ese Augusto con mi ayuda.
Por alguna razón mi corazón comenzó a latir demasiado fuerte, tanto que dolía.
¿Pero qué estaba diciendo Oliver? Acaso él...
—Yo soy Augusto —contestó mirándome a los ojos por primera vez desde que nos conocíamos—. Soy yo, Penny Lane.
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