4. No te librarás de mis manos
Cathy, el falso nombre que le di a Mask, otro apodo inventado, era en verdad el segundo nombre de mi hermana. Ella nunca lo mencionaba, quizá porque no le gustaba o para usarlo en algún apuro si era mejor no decir su primer nombre. Pero a mí me gustaba más el segundo. Su primer nombre no le pegaba nada: Tara.
Tara. Suena a comida. O a material de construcción.
Puede que fuera bonito para otros, pero a ella no le pegaba para nada. Ella era dulce y amable. Tara sonaba a una chica misteriosa pero no tímida, social pero con secretos ocultos. Tara. Era el nombre de mi fallecida tatarabuela. Entonces caí: taTARAbuela. Era un recuerdo.
Había decidido escoger el camino de la izquierda. Caminé por mucho tiempo, incluso me había quitado los zapatos pero mis pies comenzaron a sentir las piedras del camino y me los volví a poner. Al cabo de un rato llegué a un bosque. Recordaba que había un bosque cerca de mi casa, por lo que seguí adelante.
Pero no llevaba a ningún sitio, parecía eterno. Debí coger el otro camino. De pronto oí el galope de varios caballos que venían de la dirección contraria y corrí a esconderme en el bosque. Temí que un grupo de hombres me encontraran sola en un lugar como aquél. Parecía que se acercaban más, por lo que cada vez me adentraba más y más en el bosque. Cuando se alejaron, me di cuenta de que me había perdido.
Pensé en regresar por donde había venido y salir del bosque, pero era difícil ver algo, estaba muy oscuro y tenía que ir con las manos por delante para palpar los árboles y no chocarme con ellos. Entonces vi una luz. Era una casa. Recordé la historia de los músicos de Bremen. ¿Y si era la casa de unos ladrones? De todas formas, decidí acercarme y observar por la ventana.
No era una casa grande, pero tenía dos pisos. El piso de arriba estaba iluminado. Entré en la casa con cuidado. Parecía que estuviera vacía, pero la luz debía ser obra de un humano o millones de luciérnagas. La verdad, prefería la segunda opción.
Subí tratando de no hacer ruido. Olía a comida y yo estaba hambrienta después de tanto caminar. Eso me recordaba a la historia de Blancanieves y los siete enanitos. ¿ Y si había siete camitas y no cabía en ninguna? ¿Podría comerme la comida o pasaría como en Ricitos de Oro y los tres osos?
Me reí para mis adentros. Era algo característico de mí compararlo todo con los cuentos que leía en el libro que me dejó mi hermana. Era un preciado regalo que tenía de ella, ya que ese libro a ella se lo regaló mi abuela. Raramente la veíamos, pero esos cuentos nos hacían sentir como si nos acompañara en los relatos.
Al llegar al penúltimo escalón, éste crujió desagradablemente. Hice una mueca de disgusto.
- ¿Quién anda ahí?
Aquella voz masculina ronca me hizo saltar el corazón de su lugar y aterrorizada corrí escaleras abajo tan rápido como me fue posible. Me escondí en el hueco de la escalera, esperando no ser encontrada. Me quedé completamente inmóvil, tratando de que no se me oyera respirar. Estaba por considerarme muerta. Seguramente me encontrara, no podía permanecer ahí por siempre.
- Sé que estás ahí y cuando te encuentre... Oh, cuando te pille no escaparás de mis manos, ya lo creo que no.
Era la voz más terrorífica que había escuchado en mi vida. Debía de pertenecer a un hombre grande y fuerte. Tenía mucho miedo. Y con ese miedo creí que me pasaría la noche. No supe que podía dormir en esas circunstancias hasta que cuando me di cuenta, me estaba despertando por el mismo ruido de caballos que había escuchado antes, pero esta vez, aproximándose a la casa.
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