¿Quién envenenó el chorizo?


Me despertaron las habituales quejas de papá sobre el charco de pipí en la entrada de la casa.

—¡Otra vez ese canijo! ¡La próxima vez que se orine en la puerta lo mato!

Max, el perro de los Sánchez, era muy alegre y cariñoso, pero tenía un pequeño problema: estaba viejo y se orinaba en cualquier parte.

Entiendo la rabia de papá, aunque quien limpia los charcos es mamá. Ella debería ser quien se quejase, y no él. Se fue de casa echando chispas, buscando con la mirada a Max y mascullando insultos. Papá no es malo, pero es muy temperamental. Imagino que todos los policías son así. Solo espero que no termine por reventar, ya que si quisiera realmente matar a Max, tiene una pistola y un garrote.

Era sábado y no tenía clases. Aproveché que mamá había salido al mercado a hacer compras y fui a buscar a Max. Le había guardado un pedazo de chorizo del desayuno, a él le gustaba cuando le llevaba algo de comida. No parecía estar en la calle ni en la entrada de su casa. Fui hacia nuestro patio y me trepé por la escalera para asomarme al patio de los Sánchez. Vi a Max echado en el césped, durmiendo.

Recogí unas piedrecitas de nuestro jardín y se las arrojé. Después de muchos intentos conseguí darle, pero estaba tan dormido que ni se inmutó. Le di varias veces más, una de ellas en el ojo, pero rebotaban como si estuvieran impactando sobre una roca.

Entonces lo entendí, Max estaba muerto.

Sentí que se me retorcía la garganta y se me humedecían los ojos. Era previsible que muriera pronto por su edad, pero Max era mi único amigo desde que nos mudamos hace unas semanas por el nuevo trabajo de papá.

Estaba por bajar de la escalerilla cuando algo me llamó la atención. Parecía tener algo en la boca. Agucé la vista y me pareció ver que se trataba de espuma y algo de carne.

Respiré profundamente para tranquilizarme un poco. Le lancé unas piedrecitas más que tuvieron el mismo efecto que las primeras. Me puse a pensar en qué debería a hacer.

Quizá lo que creía que era espuma era en realidad la baba que solía chorrearle de ambos lados del hocico, y los trozos de chorizo sean solo coincidencia. Es más, tal vez ni siquiera estaba muerto y solo estaba tan dormido que unas piedrecitas no eran suficiente para despertarlo. Tenía que averiguarlo.

Busqué un punto de apoyo sobre el techo de la casita de Max y salté. Pisé mal y la madera crujió. Rodé sobre el césped, estampándome a escasos centímetros del apestoso cuerpo del perro. Era aterrador, estaba rodeado de moscas y hormigas, y tenía los ojos abiertos. Sentí que era la muerte la que me miraba a través de esos ojos vacíos y secos, y solté un grito corriendo hacia la pared más lejana.

Apoyé una mano en la pared hasta sentir que mi corazón latía con normalidad. Medio cuerpo me dolía y sentía que las piernas me temblaban. Max estaba muerto. Max estaba muerto.

Después de esa horrible forma de comprobarlo, ya nada podía ser peor. Me acerqué y lo empujé con la punta de la zapatilla. Su cuerpo estaba duro y pesado. Entonces noté algo: alrededor había restos de chorizo.

Se me escarapeló la piel. ¿Era posible que papá hubiera envenenado a Max? Se enojaba con facilidad y no era la primera vez que amenazaba con deshacerse del pobre animal, pero no me lo imaginaba tomando esa decisión. Además, era improbable que haya tenido tiempo de envenenar el chorizo y dárselo al perro, porque supo que Max había orinado nuestra puerta cuando salía a trabajar, y no lo escuché volver. Aunque quizá lo hizo en los cinco minutos más que me suelo dormir antes de levantarme de verdad.

Volviendo a la escena del crimen, lo que me convencía de que Max había sido envenenado era la aterradora espuma en la boca, que parecía dibujarle una horrible sonrisa que me causó pesadillas por un tiempo. Un amigo de mi anterior escuela me dijo una vez que a su perro lo envenenaron y empezó a botar mucha espuma de la boca. Felizmente lo llevaron a tiempo al veterinario y sobrevivió. Max no corrió la misma suerte. A lo mejor a la señora Sánchez no le interesaba tanto su perro por estar ya muy viejo y darle mucho trabajo.

Entonces pensé en la señora Sánchez. Con el grito que pegué, debió haberme escuchado. Tanto silencio significaba que no había nadie en casa.

En mi afán por encontrar un culpable, visualicé a la señora Sánchez envenenando a su propio perro. ¿Sería capaz? Aún no la conocía lo suficiente como para saberlo, pero parecía ser una señora muy amable. Incluso mi mamá solía charlar con ella algunas veces cuando se cruzaban en la entrada.

Aproveché la oportunidad de investigar: estaba en su casa y no había nadie. Me despedí de Max y entré a la casa por la puerta del patio, que estaba entreabierta.

La casa de los Sánchez era muy distinta a la nuestra. No tenían hijos, y su casa lucía como la biblioteca de mi nueva escuela. Parecía muy aburrido vivir ahí, me daba la sensación de que vendría alguien a regañarme si hacía ruido.

Llegué a la cocina y sentí que algo no estaba bien. En la mesa había un plato de comida con restos de pasta esparcidos alrededor del plato, sobre la silla, y habían trozos de un plato roto en el suelo. Sobre la mesa había una botella de vino como las que mi mamá me dice que soy muy chico para tomar, y una copa boca abajo. Me acerqué sigilosamente, y sobre el mantel vi una nota con una letra muy bonita que decía:

"Feliz Aniversario amor. Quiero que sepas que no te guardo rencor".

Intenté encontrarle algo de sentido a esa escena, inspeccioné los alrededores y entonces vi algo en el suelo cerca de la mesa: era el recorte de la esquina de un sobre metalizado. Se alcanzaba a ver un poquito de pelaje gris.. Aunque era apenas notorio, era suficiente para entender lo que era: veneno para ratas.

¡Uno de los Sánchez había matado a Max!

No podía creerlo, aunque lo más probable era que haya sido el esposo, al que se le veía muy poco por el barrio. A él lo conocía mucho menos y no sabía cómo era su forma de ser.

Entonces, oí el leve ruido de unas llaves en la puerta. Busqué a toda prisa un escondite, y no tuve más remedio que meterme bajo la mesa, rogando por que el mantel me cubriera lo suficiente.

Era una mujer. Aunque solo vi sus pies, asumí que era la señora Sánchez. Pero había era extraño: caminaba de puntillas, tratando de no hacer ruido. Se acercó a la mesa, pero no la limpió ni nada, sino que fue hacia el pasillo por el que entré y se detuvo. No recuerdo cuánto tiempo pasó ahí, de pie, sollozando. Tomó algo de un mueble y se acercó a la mesa del comedor para escribir una nota. Estaba muy cerca de mi, y yo no podía más que guardar silencio, temblando por los nervios. Sentí el rasgar de la pluma sobre mi cabeza, y dejé de respirar hasta que al fin se alejó. Se fue a toda prisa, dando un portazo, ya sin preocuparle el hacer ruido. Volví a respirar y esperé un buen rato antes de salir de mi escondite. Vi la nota que acababa de dejar sobre la mesa y las cosas se volvieron aun más confusas:

"Mi vida. Lamento haberte lastimado tanto, y lo que te hice ayer no tiene perdón. No puedo cargar con mi conciencia. Me despido para siempre y espero que algún día puedas perdonarme".

La señora Sánchez se había llevado la nota anterior, y había dejado la nota nueva con una letra muy diferente, algo torpe y descuidada. ¿Por qué? Tuve la impresión de que intentaba imitar la letra de su esposo.

Volví al patio trasero y me trepé de nuevo a casa, calculando que mamá ya estaría por volver.

El día transcurrió con normalidad y estuve tentado de decirle a mamá lo de Max y lo que había pasado en casa de los Sánchez, pero sé que me regañaría y castigaría. No pude dejar de pensar en él durante todo el día.

Pasaron varios días y no volvimos a saber de la señora Sánchez, pero empezó a verse más seguido a su esposo. Al parecer enterró a Max en el jardín, porque la próxima vez que me asomé por el muro ya no estaba el cuerpo, sino más bien una zona con tierra removida cerca de una esquina, con una pala al lado.

Con el tiempo, empecé a encajar las piezas. La señora Sánchez había querido envenenar a su esposo por algo muy malo que él le había hecho. En la primera nota había fingido que estaba todo bien para ganarse su confianza, y hasta le había preparado un plato que a él le gustaba. Había dejado a Max encerrado en el patio para que no entre a la casa, pero él se las había arreglado para hacerlo y fue quien se comió el chorizo del plato que era para el esposo. Cuando ella volvió a casa, creyó que quien se había comido el veneno era el esposo, y no tuvo el valor para entrar al dormitorio y ver su cuerpo sin vida. Me dio un escalofrío cuando pensé en esto último. Dejó la nota fingiendo que era el esposo que dejaba una nota de suicidio, y huyó.

Me costó mantener en secreto mis deducciones, y las veces que veía al señor Sánchez tenía auténtico pavor. ¿Qué tan terrible debe ser ese hombre y qué tuvo que hacerle a su esposa para que ella intentara matarlo?

Un día, llegó la policía a la casa de los Sánchez. Fue todo un alboroto en el barrio, pero no se lo llevaron preso. Mi mamá me contó lo que había pasado: Habían arrestado a la señora Sánchez por lastimar e intentar asesinar a su esposo, y vinieron a tomar unas declaraciones.

No pude callarlo más, y le conté la verdad a mamá que, como era de esperarse, me castigó hasta que cumpla la mayoría de edad... Estaba muy enojada conmigo. Cuando se calmó, luego de unas horas, vino a mi habitación.

—Ya tienes edad para saber algunas cosas... Hay gente mala en el mundo, y la señora Sánchez es una de ellas. Sé que puede parecerte confuso porque ya te habías hecho una idea de lo que pasó, pero debes saber la verdad porque, de alguna manera, te has visto involucrado en esto.

—Pero mamá, ¿por qué la arrestaron? Yo creo que es inocente y que intentó defenderse. Parece que el señor Sánchez le hizo algo horrible.

Entonces mi mamá me contó todo lo que sabía. Ella y papá fueron a hablar con el señor Sánchez, y mi papá como policía tuvo acceso a los datos de la investigación. Me lo dijo de la forma más suave que pudo, y pude notar que intentaba evitar palabras como asesinato, herida, arma, etc. Peores cosas he visto en películas y videojuegos, pero había una diferencia: esto era real.

Me di cuenta que había entendido las cosas al revés. La nota que estaba sobre la mesa había sido escrita por él, antes de irse a casa de su madre por unos días porque ya no soportaba las agresiones de su esposa. Cuando ella volvió de trabajar la noche anterior, preparó la comida y la envenenó para cuando él volviera a cenar, sin saber que él no pensaba hacerlo al menos esa noche.

Por la mañana, le llamó para reclamarle que no había llegado a dormir, y él le había dicho que no soportaría más su abuso y que iba a denunciarla. Ella alistó sus maletas y se fue de casa. Horas después, cuando yo estaba dentro, volvió porque había olvidado su pasaporte sobre un mueble: quería irse fuera del país por si era denunciada.

Cuando fue al pasillo y se quedó quieta y sollozando, era porque había visto el cuerpo de Max en el jardín. Quizá tuvo un ataque de culpa por un instante, no lo sé. Dejó la nota de despedida y huyó.

Tiempo después supe también lo que ella le había hecho a su esposo exactamente: En un ataque de celos, había intentado cortarle lo de ahí abajo porque creía que él tenía otras mujeres. No lo consiguió pero sí que le hizo un corte en el abdomen, que se sumaría a una lista de otras cicatrices producto de sus ataques de celos. Luego de investigar, encontraron la evidencia de que ella había intentado envenenar al señor Sánchez.

Fue encarcelada, aunque no sé por cuanto tiempo, y le dieron algo que mi papá creo que llama "orden de alejamiento".

El señor Sánchez terminó por hacerse amigo de la familia, y suele venir a ver el fútbol con mi papá. Ahora que lo conozco más, es un tipo amable y divertido. Ah, y adoptó a un cachorro con el que me deja jugar. Al menos hasta ahora, no se ha orinado en nuestra casa como Max. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top