8


Julieta.

—No me interesa si te quieres o no casar, Julieta. Estoy harto de tus estúpidos caprichos, así que mejor vete haciendo a la idea de que Matthew Hamilton, va a ser tu esposo.

Esas son las palabras que aún resuenan una y otra vez en mi cabeza, las mismas que mi propio padre me había dicho aquel día que fui a visitarlo a su oficina, con la intención de pasar tiempo con él, ingenuamente, había pensado en que tal vez, me habría echado mucho de menos, sin embargo, la realidad me propino una gran bofetada al haber escuchado aquellas frías y crueles palabras. Aquella vez, ya ni siquiera llore, tan sólo me había limitado a cerrar con fuerza mis puños y mantenerme firme, ahora que lo recuerdo ni yo misma supe, cómo es que lo había logrado.

Ya han pasado tres semanas desde mi llegada, y aún sigo sintiéndome fuera de lugar, como es costumbre, mi madre pasa la mayor parte del tiempo en el club con sus amigas o asistiendo a los desfiles de moda, por otra parte, mi padre, se la vive en la empresa, llegando hasta muy altas horas de la noche, mientras que mi hermano, él, rara vez llega a casa, debido a sus constantes viajes de placer. Creo que nunca en mi vida me había sentido tan sola como ahora, pues en esta ocasión ni Sam, estaba conmigo, pues había empezado a impartir clases de ballet, por lo cual ya en muy pocas ocasiones podíamos vernos para platicar como en los viejos tiempos.

Con el ánimo por los suelos, perdida en mis pensamientos, caminando por inercia, sin rumbo fijo, puedo escuchar el bullicio de la gran manzana, todos corriendo tras un reloj, doblo a la esquina, sin siquiera levantar la vista, tan sólo observando la acera, en esta ocasión no hay paparazis que me acosen, algo que internamente agradezco, pues dado mi estado de ánimo, aquello sería como la cereza del pastel, para arruinar por completo mi día, deje escapar un leve suspiro, mientras me acomodo un mechón de cabello detrás de mi oreja, justo cuando me disponía por volver a dar vuelta en una esquina, accidentalmente choque con alguien, ocasionando que estrepitosamente yo cayera de sentón al suelo, y aun lado, mis gafas oscuras, el golpe que me he llevado había sido tan duro, que tenía que hacer uso de todo mi auto control para no llorar ahí mismo, con la poca dignidad que me quedaba, recogí mis gafas para asegurarme de que estas no se hubieran dañado, pues, eran mis preferidas, dado que me las había obsequiado Frederick, un buen amigo que había logrado hacer en Londres, ahora que había caído en cuenta lo echaba tanto de menos, así como cada una de nuestras largas conversaciones, al comprobar que mis gafas no se habían dañado, pude volver a respirar, hasta que una voz varonil, se empezó a disculpar conmigo, a lo que no le di importancia alguna.

—Lo lamento mucho, señorita—dijo avergonzado—. Permítame ayudarla.

—No... no es necesario—respondí, aun sin mirar a aquel hombre.

—He sido demasiado torpe—se recriminó así mismo—. ¿Se ha lastimado? ¿Puedo llevarla a un hospital?

—De verdad, no ha sido nada grave—aseguré para finalmente mirarlo a la cara, y en ese momento dar gracias a Dios, por seguir sentada en el suelo, pues de lo contrario, me habría ido de espaldas, al ver de quien se trataba y por lo visto, no era la única que tenía una expresión de sorpresa, pues la otra persona estaba igual que yo.

—Señorita Smith—dijo aún más avergonzado—. En verdad, discúlpeme, por favor, permítame ayudarla a ponerse de pie.

—Señor Thompson— logré pronunciar, intentando sonar lo más tranquila posible—. No es necesario, yo puedo hacerlo sola— inquirí, poniéndome de pie y sacudiéndome el pantalón—, Por favor, quité esa cara de terror que tiene, pues como puede ver, no me ha pasado nada grave—informé, al sentir su mirada fija en mí.

—Por un instante temí en que resultara herida. ¿Está segura de que no desea que la lleve a un hospital? — volvió a preguntar.

—No, no. Al contrario, yo soy la que debe disculparse, pues no miraba por donde caminaba.

—Ya somos dos— afirmó—. Yo, venia tan perdido en mis propios pensamientos, tanto que ni siquiera la pude reconocer.

—Entonces ya estamos a mano—dije, esbozando una pequeña sonrisa—, Ya no le quito más su tiempo, pues me imagino que ha de estar muy ocupado.

—¿Ocupado? ¿Un domingo? — cuestionó confundido—. Casualmente hoy tengo el día libre y es por ello que he decidido salir a dar una vuelta, para despejar un poco mi mente.

—Ya veo...

—Usted... ¿Usted va para algún lado?

—La verdad, no... ni siquiera sé hacia dónde voy, sólo caminaba sin rumbo alguno— dije, retomando mi semblante melancólico, para después volverme a colocar mis gafas.

—¿Sería muy atrevido de mi parte, si la invito a caminar por el parque? Claro, que puede decir que no— musitó rápidamente.

—Siempre y cuando, ya no me hable de a usted, pues de cierta manera me hace sentir incomoda.

—Lo hare, si de igual forma, dejas de hacerlo tú, ¿Es un trato? —dijo con una gran sonrisa

—De acuerdo.

—Entonces, ¿vamos? — dijo, permitiéndome el paso.

—Gracias.

Ambos caminábamos en completo silencio, él, observaba a cada una de las personas que paseaban por el parque, mientras que yo, de vez en cuando observaba el cielo, me sentía realmente incómoda, pues estaba convencida de que mi aspecto no era para nada agradable, tal vez debí de ponerme un suéter más holgado o quizás una de esas horribles fajas para estilizar mi cuerpo y esconder de cierta manera mi gordura, ante aquellos pensamientos, no pude evitar fruncir el ceño, mientras dejaba escapar un suspiro a modo de derrota, provocando que él me mirara.

—¿Estás bien? —preguntó con evidente preocupación.

—Si—respondí intentando parecer serena.

—Si gustas podemos tomar asiento en esa banca—señaló aquella que se encontraba debajo de un gran árbol.

—Si, por favor—dije. Nos dirigimos hacia aquel lugar y tomamos asiento—agradecía la existencia de dicho árbol, pues al estar bajo su protección, el aire era aún más fresco, en esta ocasión me permitía observar con atención a cada una de las personas que caminaban por ahí, algunos venían en familias, otros en pareja o simplemente solos.

—¿Sueles venir mucho a Central Park? —pregunté ahora con curiosidad, pues de cierta manera el no decir nada, me parecía demasiado descortés.

—Así es, es uno de mis parques favoritos, además de que está muy cerca de mi departamento.

—Ya veo. —acto seguido me quede callada, sin saber que más decir, hasta que él rompió el silencio.

—¿Siempre eres así de seria? —preguntó esbozando una cálida sonrisa.

—Casi siempre—confesé.

—Ya veo—murmuró—. Tal vez deberías intentar ser un poco más parlanchina, apuesto a que tienes cosas interesantes que contar.

—Lo dudo mucho—aseguré—. Por lo general siempre suelo hablar de libros, arte, música y más libros— bromeé—, y a la gente no le interesa nada de eso.

—Me ofendes—dijo con dramatismo—. Entonces es una gran suerte que yo no sea como el resto de esa gente, pues adoro hablar de libros, música, arte y películas—aseguró—, ya sé que puede ser algo muy trillado, pero en verdad lo disfruto mucho.

—¿De verdad?

—Por supuesto, es más, que me parta un rayo si no—dijo mirándome juguetonamente.

—Creo que eso del rayo no es necesario, pues te creo.

—No te ves muy convencida.

—Lo estoy—dije, ruborizándome y volviendo a bajar la mirada.

—¿Y cómo te sientes ahora que has regresado a casa? —preguntó de repente.

—Extraña—confesé—. A decir verdad, no quería regresar.

—¿Puedo saber la razón?

—Estoy más sola que nunca, al menos en Londres, tenía amigos, a los cuales ya consideraba mi familia.

—Entiendo, pero debes saber que tu padre, estuvo muy al pendiente de tu regreso.

—¡Claro! Tan pendiente, que ni siquiera fue capaz de irme a recibir al aeropuerto—solté con ironía.

—Han sido semanas muy complicadas.

—Siempre ha sido así, desde que tengo uso de razón, y ya me acostumbré a eso, y bueno, ahora me pesa más estar sola, porque mi prima ya no puede estar conmigo—dije, esta vez mirándolo a la cara, sólo para darme cuenta de que me encontraba siendo escudriñada por su intensa mirada— Ahora caía en cuenta de que, al estar hablando con él, me sentía tan cómoda y segura, tanto que había dejado a un lado mi timidez, y aquello era algo sorprendente.

—Bueno, ahora ya no estás sola, pues estoy contigo—dijo guiñándome un ojo.

—¿Acaso estas siendo presuncioso? —cuestioné, frunciendo el ceño.

—No..., no frunzas demasiado el ceño o temo que te saldrán arrugas—bromeó—. ¿Acaso quieres envejecer muy rápido?

—Eso es algo inevitable—aseguré.

—En eso tienes razón, pero creo que deberías de sonreír más, además eres muy joven como para tener un semblante amargo. Pues estoy convencido que no pasas de los dieciocho años.

—¿Cómo es que estas tan seguro?

—Digamos que tengo super poderes—bromeó.

—Pues te equivocas.

—¿De verdad?

—Así es, pues no tengo dieciocho años—aseguré.

—¿Acaso eres menor de edad? —preguntó con evidente preocupación e incredulidad.

—Tengo diecinueve años...acabo de cumplirlos.

—¿Cuándo?

—El dieciocho de febrero—dije restándole importancia.

—Pues entonces...muchas felicidades, aunque sea atrasado. Bien dicen que más vale tarde que nunca, ¿o no?

—Tienes toda la razón y te lo agradezco.

—¿Y cómo te la pasaste en tu cumpleaños?

—Sola—respondí sin gran emoción—. La verdad, ya no es algo relevante para mí, o que sea motivo de celebración, pues sólo es un día común y corriente.

—No estoy de acuerdo con ello, pues el hecho de haber nacido no es cualquier cosa, al contrario, es motivo de celebración y regocijo. Tal vez para ti, tu cumpleaños sea una fecha sin relevancia alguna, pero ni siquiera sabes, lo que puede significarse para las personas que verdaderamente te aman. Siempre, va a ver alguien que le dé gracias a Dios porque hayas nacido.

—Pues algún día me gustaría conocer a esa persona—solté con ironía.

—Estoy convencido de que tarde o temprano así va a ser.

—¿Qué hay de ti?

—¿De mí?

—Quiero saber, ¿cuántos años tienes?

—Ah, eso..., tengo veintiuno, cumpliré veintidós el tres de noviembre—dijo con una gran sonrisa.

—¿Y qué haces de especial en esa fecha? —pregunté curiosa.

—Dar gracias a Dios, por otro año, además de amar con intensidad la vida.

—¿Amar la vida?

—Así es, verás, la vida es para reír, llorar, enamorarse, para cometer errores y aprender de ellos, para caer y levantarse cuántas veces sean necesarias, pero lo más importante, es para disfrutar de cada cosa por más pequeña que esta sea.

—Amar la vida—murmuré, sopesando aquellas palabras.

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