Carta 6
Querido Diario:
Anteriormente describí lo maravillada que me sentí al visitar la reserva natural, la cuál se convertirá en un recuerdo que atesorare para siempre.
Esa misma tarde, antes de ponerse el sol salimos de los pasillos verdes para dirigirnos al área de recepción. Mi padre hablo con una de las mujeres de las ventanillas para rentar una cabaña y pasar la noche ahí mismo.
La pequeña casa de madera era muy cálida y agradable, mi estancia en ella fue muy placentera; ideal para alejarse del mundo exterior en medio del bosque.
Aunque debo destacar que resultó cierto incómodo pasar la noche en un lugar ajeno a mí habitación, y sin mi inmensa colección de peluches observándome dormir desde su repisa exclusiva para ellos.
Sobre todo extraño a mí panda de peluche que me regalaron mis amigos, creó que debí traerlo conmigo para que me acompañará en mi viaje y velará mis sueños.
Al despertar la mañana recogimos nuestras pertenencias para retirarnos de ese bello lugar.
Antes de salir del parque, mi padre se formó en una larga fila al mostrador de atención al cliente para liquidar los gastos generados.
Mientras qué Nadia se alejo de mi lado caminando por el pasillo sin decir una palabra.
Ignorando su grosería de no hablarme avance unos pasos hacia el barandal para dar un último vistazo a mí alrededor, y fotografiar el paisaje verde.
Perdida en lo embellecedora vista continúe hasta que llegó la hora de finalmente irnos.
Durante el trayecto iba repasando cada fotografía que capte con mi cámara, todo transcurrió perfectamente hasta que la camioneta freno en seco. Aturdida por el frenon inesperado miré por el parabrisas intentando descubrir la razón por la que nos detuvimos.
Un perrito yacía enfrente de nuestro vehículo soltando un fuerte quejido de dolor, inmediatamente sin siquiera pensarlo, baje rápidamente del asiento trasero para ayudarlo.
El pobre animal tenía lastimada su pata delantera, parecía que lo habían atropellado en la violenta carretera. Su pelaje estaba alborotado por su caída pero no se encontraba maltratado, era como sí se hubiera perdido o tal vez lo hayan abandonado. Después de todo ¿Qué haría un perro en una autopista tan transitada?
Su cara reflejaba la agonía que debía estar sintiendo en ese momento. No me atreví a moverlo por el temor a lastimarlo, únicamente le acaricié su cabeza para consolar su dolor.
Mi padre bajó con Nadia de la camioneta, exaltados por mi atrevimiento de bajarme
sin decirles nada. Me molestó que en lugar de ayudarme empezaron a gritarme:
- ¡ Qué carajo estáis haciendo! Semejante escándalo por un animal callejero, vámonos ahora mismo. Bufo mi padre.
- ¡No! Váyanse ustedes, necesita mi ayuda.
- ¿Y que piensas hacer? No es nuestra culpa que esté tirado a medio pasó. Exclamó Nadia con su típico tono de arrogancia de dirigirse a los demás.
- ¡Tú nunca te preocupas por nadie más que tú misma y jamás te ha interesado ayudar al prójimo! Pero yo no soy como tú de desdichada.
- ¡No te atrevas a hablarle así KIMBERLEYN!
Rugió furioso mi padre por no hablarle con el respeto que claramente no se merece esa arpía.
- Déjense de comportar como unos bárbaros. y ayúdenme. Y sino apártense de mi camino. Exclamé mientras levantaba al perrito en mis brazos. - No me importa caminar de regreso yo sóla.
- ¡Basta! Este teatrito se termina ahora. Dijo mi padre sujetándome del brazo
- Llevaremos a ese animal a qué lo revise un veterinario y después ajustaremos cuentas. Me amenazó antes de darse la vuelta.
Mi padre gritando, Nadia mirándome con desprecio, los claxon sonando y los conductores gritando por el trafico que estábamos haciendo. Sentía un coraje recorriéndome las venas, quería dejar explotar mi rabia pero no era un buen momento para hacerlo.
El pequeño perro se encogió en mis brazos en modo refugio, me desgarro el corazón ver el estado en qué se encontraba pero podría soportar mi herido orgullo con tal de ayudarlo.
Nos leemos pronto Diario.
Att. Kim
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