Friday, 7th November

La vida tiene una curiosa manera de dejar secretos al descubierto. Ángela Caro aprendió esta lección el día en que abrió su cuaderno de inglés y casi sufrió un ataque de pánico.

¿Dónde estaba la carta que había escrito el día anterior? Nadie debía descubrirla, podía traerle muchos problemas a varias personas, especialmente a ella. 

Trató de calmarse antes de entrar por completo en pánico. Buscó en toda su maleta, en cada uno de sus cuadernos, en sus libros, hasta en sus bolsillos. Aprovechó que el profesor aún no había llegado para caminar por todo el salón mientras sus compañeros estaban distraídos y buscar el papel lila con estampados de corazones. Incluso trató de revisarle la maleta a algunos de sus compañeros. 

Querido A:

Esta mañana te ves idéntico a mi sueño de anoche. Aunque para mí eres un sueño todos los días.

El estómago de Ángela se revolvió al recordar cómo empezaba la carta. ¡Podía ser tan cursi cuando se inspiraba! Y era imposible no hacerlo al ver a semejante aparición. Ya había visto antes ojos azules, mentones fuertes con el rastro de una barba rasurada hace pocos días, hombros anchos y definidos, cuerpos atléticos y cabellos como la negra noche más brillante, pero nunca había visto todo eso junto en la persona con la voz más profunda que había escuchado.

Volvamos al sueño de anoche, te cuento cómo fue: yo, sentada en mi pupitre mientras desde tu escritorio me veías con esos ojos tan azules como el Sialia Currucoides, con tus bonitos labios deletreando palabras que nunca entiendo. Un sueño muy parecido a mis clases de las diez de la mañana, mis momentos favoritos de la semana, y por eso ahora nunca sé si estoy viviendo un sueño o la vida real.

¡Tenía que dejar de escribir esas estúpidas cartas! ¿De qué le servía? Nunca las iba a entregar, él nunca las leería —gracias a Dios—, y esas frases escritas serían para siempre como los pensamientos que se dicen en voz alta frente al espejo: solo palabras que se lleva el viento.

¡Pero esa carta no se la podía llevar el viento! Ese papel con lo más profundo de sus pensamientos tenía que estar en algún lado y si no estaba en la seguridad de su mochila, alguien lo encontraría. 

¿Por qué no la había puesto con las demás cartas sin entregar en su cuarto? Había pensado en parar de escribirlas antes, pero no podía evitarlo. Cuando él entraba al salón, saludando amablemente y siempre sonriendo, ella se llenaba de pensamientos que debían convertirse en en palabras discretas que solo podían ser reveladas a su mejor confidente: el papel.

Ya había dejado de contar las misivas que había escrito, pero sabía que eran más de cincuenta. Todos los días, mientras el profesor profería toda clase de palabras en un idioma que ella no entendía, aprovechaba el tiempo para dejar volar su inspiración y escribía una carta. Luego la guardaba en su cuaderno de inglés y, al llegar a la casa, la metía en su cofre bajo llave, junto a las otras.

Era una lástima que no pudiera expresarle esos sentimientos al destinatario.

Hablando de sueños, me he imaginado muchas veces cómo sería que te fijaras en mí. Hemos hablado tan poco que no sé nada de ti, ¡y eso no me impiede amarte! Te amo como se ama a una estrella, a la distancia, sin recibir nada a cambio, como una fan que te seguiría a donde fuera si fueras cantante en una boyband. Pero ni Nick, ni Kevin, ni ninguno de los demás Backstreet Boys te llega ni a los talones. 

Good morning, guys... —El profesor entró diez minutos tarde, aunque nadie se molestó. Todos los alumnos estaban felices de tener unos momentos libres antes de la clase.

Todos menos Ángela. Para ella eso solo significaba que se le había acabado el tiempo para encontrar la carta. Empezó a sudar frío y sintió un corrientazo recorrer su cuerpo.

—Por favor, todos acomódense para empezar la clase —continúo el profesor, ahora en un español marcado por su fuerte acento londinense que no había perdido después de seis años viviendo en Colombia.

Ángela regresó a su asiento, mirando por cada rincón del salón y entre los pies de sus compañeros.

Ni mi mejor amiga sabe lo que siento y tal vez nunca lo sepa, igual que tú. Tal vez solo estamos destinados a vernos sin conocernos, o yo estoy destinada a amarte sin poder decírtelo a la cara. 

A lo mejor solo estamos destinados a ser alumna y profesor. 

Con amor, A.

—¿Qué es lo que buscas? —le preguntó Tati, su mejor amiga y compañera de puesto.

—Un... papel que se me perdió.

—¿Y tenía algo importante?

—Muy...

—Ángela and Tatiana, may I start with the class? —interrumpió el profesor.

Sorry, teacher —respondió Tatiana, quien al menos entendía algo. 

El profesor empezó a dictar su clase y por primera vez en el año, Ángela le prestó atención. Claro, si por "prestar atención" nos referimos a que se la pasó mirando al profesor mientras en su mente hacía un mapa mental de los lugares donde aún no había buscado, y recurría a su memoria para recrear su itinerario del día anterior a ver si podía encontrar el momento exacto en que perdió la carta. 

Okay, that's it for today. Recuerden hacer los ejercicios de las páginas fifty eight and fifty nine del workbook. Voy a revisar todos los ejercicios next week. —Los cuarenta y cinco minutos de clase se fueron volando y los alumnos ni esperaron a que terminara de darles las indicaciones.

Teacher Andrew, ¿va a revisar solo los ejercicios de esas páginas, o todo el libro? —preguntó una alumna. 

Everything, Sofia. 

Thank you, teacher —se despidió la joven mientras él buscaba con sus ojos a una alumna en especial. 

—Ángela Caro, ¿podemos hablar un momento?

Nuestra protagonista sintió un crujido en el estómago al mencionar su nombre. Andrew jamás la hacía quedarse después de clases; a decir verdad, si habían intercambiado tres palabras no relacionadas con la materia, era mucho. ¿Habría encontrado la carta?

Tratando de disimular los nervios, asintió y se quedó parada en su lugar, mientras Tatiana le decía que la esperaba afuera.

Andrew acomodó una silla auxiliar frente a su escritorio y le indicó que se sentara. Ángela obedeció, no sin antes tropezarse con su pupitre y hacer un escandalo que seguro escucharon en otros salones. 

—¿Si, señor? —preguntó.

—He notado que tiene algunos problemas con mi clase —afirmó Andrew en un tono calmado, quiso ser amable con la chica.

—¿Cómo qué problemas?

—Como que no entiende nada.

—Ah —¡Ah, solo eso! —, pues sí. La verdad es que soy como negada para el inglés. Lo único que entiendo es hello y bye.

El profesor trató de disimular la risa.

—Pues cómo quiere entender si jamás me presta atención. 

«Ay, profe, parece que es usted el que no presta atención», pensó Ángela aliviada de que al menos el motivo de la reunión no fuera algo relacionado con la carta extraviada.

—Pero si yo ni converso con nadie... —respondió ella con un tono de voz muy delicado.

—Pero se la pasa escribiendo cosas en papeles lilas, no creo que sean los apuntes de la clase. 

«Trágame tierra».

—Ah, es que... eso me ayuda a concentrarme.

—Pero no en mi clase ¿cierto? —Suspiró—. Mire, Ángela, no es por ser el profesor estricto; sé que hay gente que tiene más dificultades que otros para aprender un idioma. De hecho, a mí me costó mucho trabajo aprender otras lenguas al principio, pero todo se puede lograr con dedicación y disciplina. También sé que usted es una muchacha inteligente, por eso no me gusta que sea mi alumna con peores notas.

—¿Soy la peor de la clase? —¿Podía echarle la culpa a sus ojazos por eso?  

—No digamos que es la peor, solo que sus compañeros tienen mejores notas que usted. 

The same —dejó escapar Ángela como por impulso.

—¡Ah!, ¿ve? ¡Sí le ha quedado algo de mis clases! —exclamó Andrew emocionado.

Ángela dejó salir una risa mezclada con algo de nervios que conmovió al profesor. Nunca había notado lo bonita que era la muchacha. De hecho, nunca se fijaba en esas cosas con sus alumnas, o al menos lo evitaba a más no poder pues no quería repetir la situación que le llevó a renunciar a su trabajo anterior. Pero la sonrisa de Ángela; una mezcla entre inocencia, belleza y otras cosas para las que no encontraba palabras ni en español ni en inglés —ni en ningún idioma, a decir verdad— lo distrajeron de la conversación por unos segundos.

—Profe... entonces, ¿qué puedo hacer para no ser la más burra de la clase?

La frase regresó a Andrew a la conversación.

—Estoy organizando clases de refuerzo para alumnos de varios cursos, aún no sé en qué horarios pero espero saberlo el martes. De cada curso escogeré unos tres alumnos, usted será una de ellas para este. Y por favor, no se refiera a usted misma como "burra".

—Gracias, profe, pero... no creo que en clases adicionales vaya a aprender más de lo que aprendo en clases normales... La verdad es que no quiero que pierda así su tiempo conmigo —dijo Ángela con todo el respeto posible. 

—No es perder el tiempo. Estoy seguro de que en estas clases adicionales podemos trabajar en su concentración. —Hizo una pausa y dudó por un momento si hacer la siguiente pregunta —: ¿Puedo hacerle una pregunta algo personal?

A Ángela se le infartó el miocardio, figurativamente hablando.

—S... sí, señor. —Aunque sabía que había más probabilidades de que un tsunami los tomara por sorpresa en ese momento que de que Andrew le preguntara cosas indebidas, hizo una rápida lista mental de la mucha "información personal" que podría preguntarle su profesor. 

—¿Qué es lo que la distrae en mis clases? 

—Ah... —Respiró aliviada—. Pues... Creo que solo... cosas de adolescentes —«Como estar enamorada de mi profesor, por ejemplo», pensó.

—¿Cosas de adolescentes? —Rio Andrew—. ¿Como qué cosas de adolescentes pueden distraerlo a uno en las clases de inglés?

—El profesor... —Se le escapó—. ¿El profesor nunca fue adolescente? —Trató de salvar la situación.

—Claro que sí, pero me concentraba en mis clases. 

«Tal vez usted no estaba enamorado de una de sus profesoras», pensó Ángela.

—Los adolescentes de ahora somos diferentes. 

—¿Me está diciendo viejo? —Cada vez le costaba más trabajo aguantar la risa. No era tan difícil empatizar con ella o recordar cómo era tener esa edad. Después de todo, Andrew solo tenía veinticuatro años. 

—¡No, profe! ¿Cómo se le ocurre?

—Entonces creo que desde que fui adolescente hasta ahora las cosas no han cambiado mucho.

Ángela se imaginó a su profesor como un joven interesante, inteligente, tal vez deportista, con miles de muchachas detrás de él y suspiró profundamente al lamentarse de no haberlo conocido a esa edad. Andrew lo notó pero no quiso preguntarse a qué se debería ese suspiro. 

—Seguro que no, profe... por eso, usted sabe —titubeó Ángela—, los adolescentes no tenemos nada realmente importante en la cabeza pero todo es trascendental para nosotros... Mejor dicho, no me pare bolas.

Esa vez le resultó imposible no reírse. 

—Bueno, no tienen nada importante hasta que aprenden inglés. —Andrew bromeó un poco. 

Ángela también rio y su mirada se detuvo en los ojos del profesor por un segundo. Se intimidó muchísimo, como si sintiera que él la miraba por primera vez aunque los últimos diez minutos se los hubieran pasado hablando de frente y el profesor tenía la buena costumbre de mirar siempre a los ojos al hablar. 

—Profe, ya me tengo que ir. Gracias por lo de las clases, avíseme cuando empiezan y vendré muy cumplidita a tratar de ser menos burra. —Se puso en pie y se acomodó su mochila en el hombro.

—Antes de que se vaya, voy a dejarle una tarea. Para la próxima semana, traduzca la letra de la canción All I have to give, de Backstreet Boys.  

—¿La qué de quién? —Claro que había escuchado pero se puso nerviosa. Bueno, más nerviosa...

El profesor tomó un papel de su escritorio y sacó un bolígrafo de su bolsillo para escribir el nombre de la canción y el grupo. 

—A las adolescentes les gusta ese grupo, ¿no?

—Sí, pero... no pensé que usted los conociera. 

—Los conozco por mi sobrina. No se le olvide la tarea.

Le entregó el papel y, por accidente, rozó sus dedos. A la pobre chica le recorrió un escalofrío que la hizo apretar la tira de su mochila y salir casi corriendo del salón. 

Afuera, la esperaba Tatiana, tomando un frappé de limón. Al verse empezaron a caminar hacia la salida del colegio como todos los días. Ambas vivían muy cerca de ahí y habían sido amigas desde muy pequeñas.

—Ay, casi que no. ¿Qué quería el teacher?

—Apuntarme para unas clases extra de inglés. —Sin pedirle permiso, Ángela tomó el frappé de su amiga y sorbió con fuerza.

Tatiana soltó una carcajada.

—Amiga, tú no necesitas clases adicionales, lo que necesitas es un milagro. 

—Eso traté de decirle a él, pero algo dijo de que no era una burra, así que creo que le daré oportunidad a las clases.

—Le darías oportunidad a cualquier cosa que te propusiera el teacher, ¿no?

La muchacha casi se ahogó con el frappé. Tatiana lo recuperó, riéndose nuevamente.

—¡¿Qué?! ¿A qué te refieres? 

—Ay, no te hagas. Estás más tragada que media tobillera.

—¡No! —exclamó asustada Ángela—. ¿Por qué crees eso?

—Porque te he visto escribirle cartas de amor. 

—¿Y dónde dice que sean para él? 

—"Querido A"... ¿Quién más podría ser A si no Andrew Thomas?

¿De verdad pensó que la A despistaba a alguien? De todas formas ninguno de sus compañeros tenía un nombre que empezara por A. Recordó que la carta aún estaba extraviada y se quiso morir. Por unos segundos pensó en seguir negándole a su amiga su enamoramiento por el profesor de inglés, pero por otro lados solo una niñita de cinco años negaría que está enamorada de alguien.

—Ay, bueno, sí. Pero no puedes culparme...

—Obvio no, amiga, y estoy segura de que no eres la única. Pero sí eres la única que le escribe cartas. —Rio.

—Hablando de cartas, necesito que me ayudes con algo de vida o muerte...

Andrew se fue a su apartamento rememorando los acontecimientos del día. Poco disfrutaba seguir pensando en trabajo al salir de él, pero esa jornada había sido extraña. Por su personalidad callada y distante no solía interactuar mucho con sus alumnos, más allá de las clases. Con sus compañeros profesores no era muy diferente, saludaba a algunos por cortesía, y con la única con quien realmente había hablado era la profesora de química, Sandra, pero no había encontrado la conversación demasiado estimulante. Sin embargo, había disfrutado hablar con Ángela. A pesar de que la conversación giró en torno a temas académicos, para él no se sintió como trabajo. La muchacha era simpática y hasta tenía sentido del humor. ¿De qué le gustaría hablar cuando no estuviera muerta de los nervios?

Fue a la nevera y sacó una trozo de pizza que le había quedado del día anterior. Amaba la pizza fría, pero sabía que tenía que cambiar sus hábitos alimenticios, el ejercicio no era suficiente. Pronto entraría en una edad en que su metabolismo no trabajaría igual y sería más difícil deshacerse del peso adicional.

Terminó su pizza y se recostó a ver televisión, aunque en realidad no prestaba atención a nada. Pensaba en Ángela. Quería ayudarle a que mejorara en sus clases, era una niña dulce y amable que merecía que el fuera el mejor profesor posible. Además...

Sacó del bolsillo aquel papel lila que se encontró en el suelo del salón al finalizar la clase del día anterior y lo volvió a leer. Sonrió por las palabras cursis de su alumna, quien debería tratar de concentrarse en aprender algo de inglés y no en él. 

De pronto, se le ocurrió una idea divertida: devolverle la carta y dejarle como tarea traducirla. 

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