Capítulo 9: Cumpleaños castigada

Lisa

Estas son las mañanitas que cantaba el rey David, hoy por ser día de tu santo te las cantamos aquí.
Despierta papá, despierta, mira que ya amaneció, ya los pajaritos cantan, la luna ya se metió...

¿Alguna vez sintieron que todo en su vida va por un buen camino? Pues así me sentía yo. Papá estaba en su mejor momento en el trabajo. Creo que olvidé mencionarlo pero le habían ofrecido un ascenso.

¡Un ascenso!
Según tengo entendido es algo bueno, igual a cuando sacas premios en el colegio.

Bueno, se lo habían ofrecido, eso no quiere decir que ya lo hubiera ganado, se lo habían ofrecido solamente y tenía que ganarlo... Pero siendo sinceros nadie era más listo que papá.

Por otro lado si los festejos no fueran suficientes, era su cumpleaños.

Amaba las fiestas. Papá lo sabía. Matilda lo sabía. Todos lo sabían. Podía pasar meses planeando los cumpleaños, y aquella ocasión no fue la excepción.

Hice un cartel con letras de colores, Matilda me acompañó a comprar una bolsa de confeti, cuatro gorros de fiestas y un pastel. Preparamos la grabadora de pilas y pusimos la canción de feliz cumpleaños a todo volumen. Nuestros vecinos nos odiarían, papá también lo hizo probablemente, pero no importó.

Corrí hasta su cuarto cantando a todo pulmón la canción, con Matilda a mi lado y la grabadora en mano.

Papá aún estaba dormido, o mejor dicho quejándose de que lo habíamos despertado con semejante escándalo, pero aquel enojo momentáneo desapareció cuando me lancé a la cama para abrazarlo.

Papá era mi familia, celebrar su cumpleaños era más que una fecha en el calendario. No sé muy bien como explicarlo, supongo que hay cosas que las palabras no pueden describir, quizás el amor que sentimos por las personas que amamos es una de ellas.

—Feliz cumpleaños papá —dije mientras lo abrazaba—. Oreo y yo te hicimos una carta, espero te guste. Él la decoró.

Papá sonrió y tomó el sobre con cuidado.

—Tiene bastante talento.

—¿Verdad que sí? Para celebrar tu cumpleaños estaba pensando que podría quedarme en casa para festejar todo el día...

—No, no, no —bromeó papá—. Ya llegarás a la edad en que tus fiestas empiecen desde la madrugada, pero ahora tienes que ir a la escuela.

—Por un día no pasará nada —sonreí para convencerlo, pero papá no cambió de opinión.

—Es lo que digo, por ir un día más no pasará nada. Además te aseguro que la fiesta no se irá a ningún lado.

—Prometo darte el mejor regalo de cumpleaños de toda tu vida -confiaba mis planes salieran como lo esperaba—. Ni te imaginas lo qué es.

Ni él.
Ni yo.

El colegio aquel día estuvo pesado. Tenía doble matemáticas, había que trabajar en equipo y Cecilia no estaba en clases. Tuve que sentarme con Jessica, una chica muy simpática, pero no era Cecilia. Si los cálculos no fallaban habían pasado tres días desde que su mamá salió de vacaciones, ¿estaría bien?

No pude concentrarme mucho en las primeras horas, en mi cabeza sólo rondaba el pensamiento de llamar a Cecilia apenas llegara a casa, pero eso no fue necesario. Cecilia entró al salón a las once de la mañana, un poco después del receso. Traía un suéter azul y los pantalones de invierno. La maestra la dejó pasar después de que le explicara que su mamá y ella habían salido temprano.

Se sentó a tres bancos de mí, y aunque traté de llamar su atención pareció no escucharme. O no quería hacerlo.

Después de español tuvimos educación física. No se libraría de mí tan fácil. Logré alcanzarle en la fila mientras bajábamos las escaleras.

—Me tenías preocupada, ¿estás bien?

—Sí —asintió y volvió su vista al frente.

No quise insistir más porque la maestra nos estaba mirando, pero cuando nos sentamos en el piso a ver como los demás jugaban tuvo que confesarme la verdad.

—Mamá se molestó conmigo —contó mientras se recargaba en la pared—. Me dio la paliza del siglo.

—Odio a tu madre —confesé con un suspiro—. ¿Qué pasó exactamente?

—No lo sé, supongo que estaba de mal humor. Últimamente le pasa seguido, creo que tiene que ver con que están despidiendo a gente del trabajo. La verdad es que muchas veces se me hace tarde y no me hace nada.

No supe que decirle. Nos quedamos en silencio mientras veíamos como un grupo de chicas lanzaban la pelota.

—¿Por eso traes el suéter, cierto? —pregunté aún con la mirada clavada en la pelota.

—Sí.

—Le diré a papá, tú madre no puede...

—¡No! —interrumpió deprisa—.Tú prometiste que no le dirías.

—Lo sé, pero...

—Una promesa es una promesa. Te lo conté porque confiaba en ti, pero no pienso contarte nada si...

—Está bien, está bien... —me adelanté. Ella tenía razón, lo había prometido, además quizás luego no me contaría nada de lo que le pasaba y si eso sucedía las cosas emocionalmente estarían peor—. No lo haré si me muestras lo que te hizo.

Aquella condición no le agradó del todo, pero después de pensárselo aceptó.

Se abrió el cierre del suéter con cuidado y sacó uno de los brazo de las mangas.

Estoy segura que hice un gesto de miedo cuando le vi el brazo. Estaba rojo y tenía pequeñas marcas de dedos. Mañana seguro se iba a hinchar o se convertiría en un moretón.

Miré a Cecilia, no lloraba y yo estaba a punto de hacerlo. Quizás los golpes ya no le dolían, quizás ya se había acostumbrado a ellos. Debía contárselo a alguien, tenía que hacer algo, pero no sabía qué.

—¿Quién te hizo eso, Cecilia?

Hubiera dado lo que fuera porque esa voz fuera de una profesora, pero no, era de Cinthia una chica del salón. Habían dejado de jugar y se habían concentrado en nosotras. Cecilia escondió el brazo enseguida, pero aquel acto no bastó para que volvieran a lo suyo.

—Ya lo vimos, así que no lo escondas —dijo con la voz de pato que tenía siempre—. ¿Te lo hizo tu gato o fue tu mamá?

Escuché la risita de Bertha una chica que se reía por todo lo que decía Cinthia, tenía la sospecha que en ocasiones ni entendía porqué.

—Mi gato —mintió Cecilia.

—¿Así se llama tu mamá ahora? —preguntó con una risa—. Deberías decirle que te compre una mascota para poder culparla a ella o que no lo haga entre semana, si sigues llevando pantalones con este calor te vas a...

—Ya déjala en paz —pedí.

—¿Tú qué? ¿Le das consejos pata defenderse de su madre? —escuché una risa al fondo—. Perdón, se me olvidó que no tienes.

Pero no estaba arrepentida, lo supe cuando la vi formar una sonrisa en sus labios.
Odiaba sus malas intenciones, en verdad lo hacía. No supe que pasó después, sólo sé que mi paciente desapareció, quizás nunca estuvo ahí, y que esa vez lo hice notar.

Empujé con todas mis fuerzas a Cinthia y la vi caer de espaldas en el suelo.

Pero esa acción no me pareció clara hasta que la vi llorar en los brazos de la profesora.

Hasta cuando que me llevaron a dirección y me enteré que le había quebrado el brazo.

Y cuando vi a a papá entrar a la dirección con un gesto de molestia y yo le dirigí una sonrisa con un mensaje oculto:

Feliz cumpleaños papá.

Supe que no me libraría de un montón de problemas.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top