Capítulo 40: Junta familiar

El día amaneció fresco, aquello me agradó porque no había excusas para no llevarme el abrigo rojo que tanto me gustaba y que estaba sin estrenar.

Arranqué la hoja de la publicación que hablaba de Fabiana y lo guardé en mi bolsa. Esperaba que el problema no avanzara mucho. Busqué información de ella en internet, era más influyente de lo que parecía. Ojalá Roberto y Lisa ya lo supieran, era mala dando noticias y seguro arruinaría el ambiente.

Tomé un taxi afuera del edificio y me dirigí temprano a Empresas Paper. Fue un recorrido bastante ameno, el taxista era un tipo muy divertido y hablar con él me hizo recordar la facilidad con la que mamá entablaba amistad en cualquier viaje. Ella adoraba este día. Nunca pensé que estaría sin ella, pero era inevitable. La vida de las personas, como todo, tiene un principio y un final.

De igual manera fue un golpe duro aceptarlo. Para bien o para mal siempre había sido dependiente de ella y salir a flote me costaba.

Cuando me despedí de él, me encontré frente a la empresa que hoy sin duda regalaba un aire de nostalgia. Ya había visitado el lugar antes, pero hoy era diferente. Ese día los papeles de todos cambiaban. Ya no eran gerentes, asesores, empleados... Eran personas, las mismas que deseaban volver a casa todas las tardes.

La fiesta estaba en la parte trasera del establecimiento. Había comida, música y pequeños juegos al aire libre.
Busqué entre la multitud al señor Martínez para agradecerle el gesto de invitarme, pero no lo encontré. La empresa había crecido tanto al igual que el personal que me parecía un gran trabajo moverme entre todos.

Reconocí a Esmeralda con su hija en brazos justo al fondo del lugar.

—¿Angélica? No pensé verte aquí —confesó sorprendida cuando estuve a su lado.

—El señor Martínez me envió una invitación, no pude rechazarla porque... No sé, supongo que extrañaba esto. ¿Sabes dónde está? Me gustaría agradecerle —dije mientras la ayudaba con Azucena para que tomara un descanso.

—Creo que está trabajando aún, seguro en un rato viene —contestó restándole importancia.

—¿Roberto ya llegó?

—No... ¿Quedaron de verse? —bromeó con una sonrisita.

—Seguramente. No he hablado con él desde hace meses, pero necesito decirle algo importante. Bueno, no es tan importante... Más bien quiero preguntarle una cosa —expliqué riendo con la bebé.

—Que desilusión. Pero si te hace sentir mejor vi a Lisa hace un momento paseando por aquí.

Y era verdad. Después de un rato la vi caminando con otra chica entre todos. Me sorprendió que no estuviera acompañada de su padre o de Matilda, pero supuse que ya estaba grande para eso.

A veces me costaba reconocer que Lisa no era la niña de diez años que conocí jugando con muñecas, ahora estaba en preparatoria e inevitablemente había cambiado. Sin embargo no perdía aquella fuerza y alegría que la caracterizaba y aquello me animaba, estaba segura que los cambios serían para bien.

Logré alcanzarlas cuando se detuvieron en la mesa de platillos. La otra chica era de su misma edad, pero no era Cecilia.

—¡Wow! ¡Estás aquí! —gritó cuando la saludé. Fue agradable sentir su cariño cuando me abrazó—. No sabía que te encontraría, pero estoy muy feliz de verte.

—Yo tampoco estaba segura de venir —reconocí aún abrazándola—, pero me alegra haberlo hecho.

Le pregunté por los demás y me explicó que Roberto estaba entregando unos documentos y Matilda charlando con unas mujeres que conocía.

—Te presento a Elena, éramos compañeras en la secundaria —comentó mientras acercaba a la chica para unirla a la conversación—. Fue una sorpresa encontrarla aquí.

La saludé tratando de recordar su nombre. Me sonaba mucho, pero no lograba acordarme la razón. Me sentí rara por no dejarlo en segundo plano.

—¿Tu madre trabaja aquí? —cuestioné tratando de disimular mi curiosidad.

—Mi padre en realidad —contestó muy relajada.

—¿En serio? Sé que es extraño, pero tu nombre me resulta conocido —reí para no asustarla—. Quizás Lisa te mencionó en una carta...

—Lo dudo —aseguró Lisa haciendo memoria—. Compartíamos pocas material al final... ¡Oh, ya recuerdo! Tienes muy buena memoria —sonrió divertida y aquello me relajó—. Elena se hizo muy popular en casa cuando accidentalmente me quebró el brazo hace unos años.

¿Qué?

—Pero ya está en el pasado —soltó Lisa como si nada.

¿En el pasado? Hice las cuentas. Imposible. El señor Rodríguez era viejo para una hija tan joven... Pero él le llevaba treinta años a su segunda esposa. ¿Sería capaz? Traté de no tejer una telaraña en mi cabeza, pero me era difícil.

El resto de la conversación la pasé en las nubes convenciéndome de no culpar a alguien inocente, lo había hecho cuando pasó y al final todo indicada un accidente...¿Estaría él detrás de esto? Si fuera así entonces yo me había callado sin justificación.

Tuve que controlar mi interés por saber más de Elena para no interrumpirlas en su conversación.

Para su fortuna no tuve que esperar mucho para que mis dudas se despejaran. La chica anunció la llegada de su padre apenas lo divisó a lo lejos.

Y acerté.

—¿El señor Rodríguez? —pregunté para confirmar. Tenía que controlarme antes de cometer una locura.

La chica asintió orgullosa mientras dirigía su mirada al hombre mayor que saludaba a un par de personas. Y eso fue suficiente para que explotara.

La dejé charlando con Lisa y atravesé a la multitud a grandes zancadas. Mi peor defecto era ser tan impulsiva. No pensé con la cabeza en ese momento. Estaba asqueada por la manera tan ruin con la que una persona pudiera hacerse de un puesto.

El hombre me vio acercarme, pero no huyó, no sospechaba que estaba furiosa. O quizás si lo sospechaba, era transparente con mis emociones.

—Es un monstruo —solté molesta.

—¿Disculpe? —Me miró como si estuviera loca y se alejó un poco.

Lo tomé del brazo y lo jalé hasta el pasillo que conectaba la parte trasera de la empresa y el establecimiento. No había personas ahí, al menos no demasiadas, apenas algunas que buscaban llegar al evento por ese único camino.

—Ya sé lo que pasó. Usted corrompió a su hija para ganar un tonto puesto —lo acusé.

No estaba segura, pero mientras más firme mantuviera mi posición era más fácil llegar a la verdad.

—No sé de qué me habla —fingió tratando de mantenerse alejado con la espalda recta.

—No trate de engañarme, señor. Le recuerdo que fue muy claro en cuanto a los métodos que utilizaría para convertirse en gerente.

—Levantar acusaciones sin pruebas es muy grave —advirtió.

—Romperle el brazo a una niña por dinero es enfermizo. ¡La mandó al hospital! —grité enfadada.

—No exagere, no se murió —contestó fastidiado.

—Es un cínico.

—Usted pidió que fuera sincero —se encogió de hombros indiferente.

Quería hacerme enojar, lo peor es que no tenía que realizar un gran esfuerzo para lograrlo. Odiaba que se aprovechara de su hija para alcanzar sus objetivo. Me dolía que aquello le arrebatara a otra persona las mismas oportunidades para luchar por sus sueños. Y también me ponía de malas no haberme dado cuenta antes.

—No puedo creer que ni siquiera se arrepienta —Me frustraba su falta de culpa.

—Angélica, en esta vida le va mala por mero gusto. Las personas sufren porque no sabe beneficiarse del poder que ejercen sobre otros —manifestó orgulloso—. No he logrado mucho, pero al menos avanzo....

—Si pisa a otros para avanzar no cuenta —contradije, pero no me di cuenta que pelear no me llevaría a ningún lado—. Estamos hablando de niños de diez años.

—Da igual. Es mi hija, yo le digo que hago y que no —cortó a punto de marcharse, pero aquello me llevó al límite.

Le solté un golpe en el hombro y después uno con la bolsa. Me veía ridícula, así se peleaba mi abuelita, pero no me atrevía a darle un golpe de verdad por su edad. Además no era muy fuerte, la bolsa al menos pesaba más.

—¡Es un sinvergüenza!

Estuve a punto de darle otro golpe, pero alguien me detuvo. Me tomó de los hombros y me alejó un poco de él.
, yo era el peligro.

Tranquila —escuché la voz de Roberto detrás de mí.

—¡Calme a su fiera, señor! —exigió el otro mientras que se acomodaba el cabello.

—Payaso —susurré soltándome de sus brazos.

Tenía que calmarme. Pensar con la cabeza...Con lo que se dificultaba eso.

—¿Qué pasó? —preguntó Roberto clavando sus ojos en mí. Estaba preocupado.

¿Qué le decía?
Me sentía algo estúpida explicándole la razón por la que el señor y yo teníamos una mala relación desde hace años. Además yo era su cómplice...

Me había equivocado.
Era egoísta, pero temí que Roberto se enojara conmigo y perdiera su confianza. Confianza que no sabía que tenía.

—Hace cuatro años... —comencé mi explicación titubeando.

—¿Cuatro años? —me miró como si me hubiera golpeado la cabeza.

—Sí, sí. El asunto está algo raro... No me interrumpas —pedí tratando de mantener el hilo—. ¿Recuerdas cuando me ascendieron? El concurso... Él... Yo...

—No estoy entendiendo nada —confesó.

Demonios.

—El señor Rodríguez me citó para sacarte de la competencia. Yo le dije que no —me apresuré a aclarar, pero eso no me libraría de responsabilidad—. Pensé que se quedaría en eso... Luego cuando Lisa terminó en el hospital lo descarté porque no sabía... Él la mandó al hospital. Su hija... Él le ordenó a su hija que lo hiciera, o algo así... Lamento no habértelo dicho antes, yo creí que... No sé, acabo de unir las piezas...

Esperé la mirada de decepción en los ojos Roberto, pero yo pasé a segundo plano. Ni siquiera parecía estar en el plano en ese momento.

Su semblante se transformó. Nunca lo había visto molesto. Jamás. Tenía la imagen de él tan tranquilo y pacífico, la voz de la razón entre mi intranquilidad, que verlo así sólo me recordó que Roberto era humano. Uno que podía romperle la cara a alguien si dañaban a los que amaba.

—¡¿Qué le hiciste a mi hija?! —Verlo tomarlo por el cuello de la camisa me alarmó.

—Calma, calma...puedo explicarlo —El rostro de Rodríguez estaba pálido.

—Más te vale que tengas la mejor explicación del mundo o...

—Roberto... —lo interrumpí dudosa, pero él ni siquiera me miró. Estaba bien que se lo merecía, pero la ira cuando no se controla no lleva a nada bueno.

—Fue hace años, muchacho —se justificó el otro tratando de no perder el poco valor que mantenía.

—Si vuelves a tocar a mi hija juro que te vas a arrepentir.

—Roberto...

El señor Rodríguez estaba asustado. Su oponente era más joven y fuerte, además él estaba acostumbrado a pelear en las sombras y aquello lo ponía en desventaja. Incluso cuando sabía que no merecía que intercediera por él no pude evitarlo...Ver su rostro de temor me recordó al mío hace unos meses.

—Déjalo ya —le ordené fingiendo autoridad. Una parte de mí esperó que me ignorara de nuevo, pero no fue así, me escuchó—. Tú no eres así. No te metas en problemas por un tipo como él.

El silencio que se hizo me robó el aliento. Tenía que mantenerme firme.
Creí que me haría a un lado, que le rompería la cara a Rodríguez... Pero no lo hizo. Suspiró molesto y cansado, y lo dejarlo ir.
El otro se acomodó el traje y huyó fingiendo haber mantenido el temple.

Roberto ni siquiera lo vio marcharse. Se sentó de golpe sobre una de las bancas de cemento que estaban al borde del lugar y maldijo en voz baja. Verlo así me hizo preguntarme si había algo más en su comportamiento...

—Tranquilo, Lisa está bien —lo animé cuando me senté a su lado.

Él siguió en silencio por un rato, quizás estaba molesto conmigo... Tal vez le incomodaba tenerme cerca y no sabía como mandarme al demonio sin ser grosero. Me alejé un poco para darle espacio y consideré ponerme de pie para dejarlo solo, pero el silencio se rompió antes de esto.

—Sabes...Las personas tienen razón. Soy un imbécil y un ingenuo —soltó con pesadez.

—No eres un imbécil —lo corregí—. Eres sólo una buena persona, una que piensa que todos son como tú.

—Eso no me quita que sea un ingenuo.

—Bueno... Un poquito, pero no te angusties por eso —traté de consolarlo, pero estaba arruinando las cosas. Yo siempre arruinaba todo tratando de arreglarlo—. Lo que quiero decir es que no es de todo malo... Soy un desastre explicando un punto, pero tú me entiendes.

Roberto rió por mi comentario y pareció relajarse un poco.

—El señor Rodríguez es un estúpido —expuse con sinceridad.

—Parecía un buen tipo.

Muchas personas parecen buenas y no lo son. Lo mejor era no confiar demasiado rápido en nadie.

—Una parte de mí deseaba que le dieras un buen golpe —reconocí en voz alta—. Se lo merecía. Pero lo más seguro es que fuera a quejarse con el señor Martínez como el cobarde que es y perdieras tu trabajo. Yo no laboro aquí así que da igual si...

—Maldición...¿Cómo lo olvidé? —me interrumpió preocupado. Me escaneó como si analizara mi estado y se atrevió a preguntar sin tapujos  lo que me había pasado—. ¿Tú cómo estás? Lo de olvidar es un decir, no dejo de pensar en eso desde que pasó.

¿En serio?

—No deberías preocuparte —dije restándole importancia y desviando mi vista a otro lado. Me ponía nerviosa que toda su atención se centrara en mí—. Estoy trabajando de manera independiente y rentando un departamento. Las cosas van caminando.

—Espero Alfonso se esté pudriendo en prisión —sentenció cabreado.

—Sí, sobre eso...

—¿Ya lo liberaron? —Estaba segura empezaría a decir algo sobre la justicia mexicana, pero mi rostro le dio otra respuesta—. Espera... ¿No lo denunciaste?

Deseé que mi silencio fuera suficiente para aclarar eso. Rogué para no entrar en un inmenso interrogatorio de mi cobardía. En realidad odiaba que las personas me juzgaran por no haberlo hecho. Sabía mejor que nadie que había hecho mal, pero quería seguir avanzando sin seguir atrás.

—No me juzgues, por favor —pedí casi sin pensarlo. En verdad esperaba las personas entendieran que estaba consiente de mi equivocación, pero me dolía volver a vivirla cada vez que los demás pedían explicación.

Roberto me observó con detalle, negó con la cabeza como si no supiera que contestar y tomó mi mano entre las suyas. Respiré tranquila al saber qué significaba. No me obligaría a hablar. Y aquel detalle significó mucho para mí. Agradecía que entendiera que necesitaba tiempo.

—¿Supiste lo de Fabiana? —pregunté dudosa aún con sus manos entre las mías.

Temí que aquel nombre lo alejara de mí, no por ella, más bien porque era un recordatorio de la realidad. Era una egoísta, pero añoraba esa sensación, esa donde parecía que no existían los problemas. Esa donde el simple contacto de unas manos era un alivio.

—Sí, me enteré hace dos días —me explicó—. Fabiana me envió un ejemplar.

Wow... Me pregunté cuántas revistas compraría. Debía tener mucho dinero para pagar el gasto de envío. Yo muy apenas podía pagarle al hombre que traía las pizzas.

—¿Ya hablaste con ella?

—No contesta llamadas, tampoco me recibe. Al parecer no tiene interés en volver a verme. Me la presentó el señor Rodríguez, no quiero pensar mal de ninguno, pero sinceramente ahora prefiero dudar de todo.

—Como odio a ese hombre. Me desespera de verdad. No entiendo como hay personas que gastan su tiempo fregando...

—No puedo culparlo de todo...

—Ni te atrevas a defenderlo —le advertí.

—No lo estoy defendiendo, estoy aceptando mi responsabilidad. Culpar a alguien de todo es sólo evadir la realidad.

Bufé y me recargué en la pared. El pareció tomar divertido el asunto. Seguro lo era el hecho que fuéramos tan contrastantes. Él era paz andante y yo en cambio me guiaba por mis impulsos. Él sabía cuando callar y cuando no, yo soltaba lo que pensaba sin filtro. ¿Por qué a pesar de eso sentía que nos entendíamos?

Pero tenía que ser inteligente y no dejarme llevar tan fácil. Tenía que pensar con la cabeza aunque mi corazón tratara de dominarme. Ya no era una jovencita, tenía que dejar de comportarme como una.

—¿Lisa ya lo sabe? —cuestioné para romper el silencio.

—Aún no, pero se lo diré. Supongo que no le gustará nada. Cuando lo leí yo tampoco lo tomé del todo bien.

—¿Y tu novia lo sabe? —Odiaba ser tan entrometida, pero no podía evitarlo.

—¿Mi novia?

Eso era una pregunta...
¿No existía esa mujer? ¿Era un invento de Fabiana? Quisiera o no reconocerlo aquello me alegro, de hecho lo hizo más de lo que me gustaría aceptar.

—Sólo bromeaba —reí para ocultar la vergüenza de haber dudado de la veracidad de aquel rumor.

Roberto estuvo a punto de replicar, pero la voz lejana de Lisa lo silenció.

Ella nos saludó a los lejos y yo me puse de pie inmediatamente para recibirla.

—¡Angélica al fin te encuentro! Te estuve buscando por todas partes... Si hubiera sabido que estabas con papá me hubiera entretenido más tiempo —sonrió divertida.

Siempre admiré la naturalidad que tenían algunas personas para dar a conocer lo que pensaban.

—Oye, papá... ¿Ya se lo dijiste? —preguntó emocionada. Roberto pareció recordar algo, pero Lisa se le adelantó—. En un mes es mi cumpleaños. Haremos una pequeña reunión, nada grande ni llamativo. No irá casi nadie, pero quiero que tú si lo hagas.

Una fiesta de cumpleaños.
Era imposible olvidar esa palabra en mi mente. Hace unos años una puso mi vida de cabeza... ¿Otra la regresaría a su curso?

A pesar de estar ahogada en problemas y dudas me aventuré a descubrirlo por misma.

¡Hola!
Un capítulo largo para festejar el #49 y agradecer todo su apoyo :).
De corazón gracias por leerla y comentar :).
Los quiero mucho.



















Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top