Capítulo 4: Viernes de sorpresas.

Al día siguiente, como era de esperarse, papá no mencionó el nombre de Angélica. No supe como sentirme respecto a eso. La chica me había caído bien, pero creo que todos los que conocíamos a papá sabíamos que eso pasaría.

Por otro lado recordó la promesa del sábado pasado, lo cual me sorprendió mucho, y me acompañó a traer a Oreo a casa.

—¿Dónde dices que vive? —preguntó mientras bajábamos en el elevador.

—Último piso —reí por lo olvidadizo que podía llegar a ser—. Prácticamente en el estacionamiento. Según la esposa del guardia sus dueños deshabitaron el edificio hace meses.

El elevador se detuvo después de unos minutos.
—Es muy pacífico. Al principio es algo desconfiado, pero cuando ya no te considera peligro te tomará cariño —advertí mientras recorría el lugar—. Igual que nos pasa a todos.

Llamé a Oreo un par de veces antes de que se acercara a mí temeroso. Debía tenerle miedo a papá. Bueno al menos ambos tenían algo en común.

—Sólo necesita tiempo —dije mientras accedía que le acariciara la cabeza.

Ya lo había hecho un montón de veces antes, cuando le traía agua y comida, pero jamás me había acompañado papá y eso era nuevo para él. De hecho también para mí.

—Quizás necesite un baño —aconsejó papá—. O dos...¿Crees que tres le harían daño?

Llevarlo a casa no fue una labor difícil. Papá le compró una cama, comida, juguetes y jabones. También lo llevamos a vacunar. Para la tarde ya estábamos en casa con Rodrigo y sus medicamentos. Papá siempre cuenta que lo conoció en la universidad y que fue él el que lo animó a invitar a cenar a mamá.

Rodrigo asegura que me parezco mucho a ella, y no sé como sentirme respecto a eso.

Ver sus fotos en aquellos restaurantes y conciertos me producen sentimientos encontrados. ¿Puedes extrañar a alguien que nunca conociste? La respuesta parece sencilla, pero queda en más que un simple sí. Las personas que nos dejan nunca se van del todo. Veo a mamá en las sonrisas de papá que aparecen en su rostro cuando me cuenta de ella. La veo en las pláticas de Matilda. En las broma de juventud de Rodrigo. A veces la veo en mí.

Y eso duele. Duele mucho. Pero trato de superarlo, a veces me gustaría que papá también lo intentara.

Por desgracia el concepto de intentarlo, tiene en él otro significado. Ese miércoles trajo a otra mujer a casa. Para mi buena suerte me cayó bien. Quitándole su ligera obsesión por las calorías era muy graciosa. Lo que daría por ver de nuevo la cara de papá cuando ella le hablaba antes de dar cualquier bocado.

—¡Roberto! —gritaba  antes que papá se metiera un trozo de pastel a la boca—. ¿No sabes cuánta azúcar tiene eso?

—Tranquila, sólo es un trocito —justificaba papá sin darle importancia.

—¡Y te atreves a tomar refresco! ¿Quieres morirte de diabetes?

—No...

—¿Es que acaso no sabes que un hombre de tu edad no debe comer tanto?

—¿De mi edad? —creo que papá se ofendió, y lo hizo notar.

—Bueno... Tienes una hija que cuidar, no puedes darte el lujo de morir joven —aclaró deprisa, pero aquel argumento no lo convenció del todo.

¿Las razones? Papá era un hombre joven, estaba por pasar los treinta y dos años. Segundo, papá ama comer y que alguien le cuente cada pieza lo altera. Supongo que ella no lo sospechó porque papá es un hombre muy delgado.

La cosa es que después de ese día no se mencionó mucho su nombre, mas que para jugarle ligeras bromas a papá cada vez que comía algo. Al principio no le caían del todo bien, pero poco a poco fue tomándolas con humor. Incluso el viernes rió a carcajadas por un chiste que hizo Matilda sobre la merienda. Eso fue la segunda cosa más rara de aquel día.

La primera fue más sorprendente. Papá había llegado temprano y me prometió sacar a Oreo a pasear como todos los días. Hasta ahí todo iba bien. Terminamos de merendar y cuando me pidió que encendiera la televisión para ver nuestro programa favorito, me encontré con un sobre que había dejado sobre el sofá antes de cenar.

—¿Papá, dónde quieres que ponga tus papeles? —pregunté, ya estaba acostumbrada a que los dejara por todos lados.

—¡Lo había olvidado! Eso es para ti —dijo mientras recogía los platos de la mesa.

—¿Para mí?

Eso era, por mucho, lo más extraño que había escuchado en mi vida.

¿Alguien me había escrito una carta? Pensé en las posibilidades. Cecilia no podía ser porque apenas estaba aprendiendo hacer sobres. Rodrigo tampoco porque su letra no le daba mucho orgullo.

¿Entonces quién?

Abrí el sobre con cuidado. Me pareció bastante pesado, quizás el que lo había enviado se inspiró demasiado, pero cuando revisé el contenido encontré más que papel.

En el sobre estaban dos discos de películas animadas, y cuando las vi supe perfectamente quién las había mandado.

Hola Lisa

¿Sorprendida? Supongo que , para ser sincera conmigo misma también lo estoy un poco. No soy mucho de cartas, pero me parecieron un buen medio de comunicación. que existen los teléfonos, pero nada como tener una hoja entre los dedos. Bueno, depende de las situaciones, si es algo urgente lo más adecuado es el teléfono para la rápida reacción, pero en casos así las cartas son más divertidas.

Lamento si en ocasiones escribo mucho.

El punto es que la semana pasada te hice una promesa, y ya sabes lo que opino de no cumplirle las promesas a los niños, así que te mandé unas películas que creo que te gustarían.

Una no se ve tan bien porque es algo antigua, de los primeros discos que tuve, pero se logra entender perfectamente.

Creo que ya me extendí demasiado. Espero tengas un bonito fin de semana.

Un abrazo.

Angélica.

¿Cómo reaccionaba a eso? Angélica había cumplido su promesa, pero entre líneas dejaba ver que no tenía ningún lazo con papá. Algo que no cuadraba, si no quería a papá, ¿por qué se interesaba en mí?

Dos posibles respuestas aparecieron para aquella pregunta, pero no esperé a escoger la correcta. Nunca lo hago.

Tenía que arriesgarme.
Así que lo hice, le pedí a papá me comprara un paquete de sobres en la papelería.

¿Y adivinen qué? Así empezó todo.


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