Capítulo 37: Pesadilla

Un día estás en el paraíso, el otro en el infierno.

Así me sentía yo. Aunque en ese momento dudé poder sentir algo con claridad, eran tantas cosas las que atormentaban mi pecho que la palabra infierno era lo primero que aparecía.

¿Desde cuándo temía a la oscuridad? Desde que la luz reflejaba lo que tanto me avergonzaba. Ahí recostada con la vista perdida al techo, que me parecía el lienzo más tormentoso del mundo, y con algún rayo intruso filtrándose por las gruesas cortinas me di cuenta que toda mi vida se había estancado.

Las lágrimas salían de mis ojos sin pedirme permiso, tan sólo se desbordaban como si temieran secarse dentro. Y poder llorar sola en esta vieja casa me recordaba mi realidad, sola. Sola en esta maldita vida. Y lo merecía. Todo eso lo merecía.

Sino hubiera sido tan estúpida, si tan sólo hubiera usado el cerebro no estaría así.

Giré hacia el mueble que descansaba a mi lado. Una foto de mamá me recordaba que no había algo por lo que podía vivir. Si ella me viera sentiría lástima y vergüenza por mí.

Escuché el sonido del timbre desde mi recámara. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. No era él. No era él. No lo era. Me negué ante aquella posibilidad. Suspiré asustada y caminé sigilosamente por los pasillos. No tenía que acercarme demasiado para reconocer esa voz... Esmeralda.

—¡Abre la puerta! —gritó a todo pulmón—. Sino lo haces voy a romperla y en mi estado eso no es muy recomendable.

En otro momento lo hubiera hecho sin titubear, pero esa vez lo pensé mucho. Ella insistió un largo rato y con eso descubrí que no se marcharía. No quedaba otra salida que dejarla pasar...

Corrí al baño tan rápido como me dieron los pies, lavé deprisa mi cara para no verme tan devastada y busqué en la recámara los lentes más oscuros que tenía. Caminé a la puerta a pasos lentos. El camino, que apenas eran apenas unos metros, fueron suficientes para revolverme el estómago.

Mi voz interna era mi peor amiga. Era insistente, clavaba cada palabra con tal fuerza que me arrancaba el poco valor que lograba reunir.

—¡Abre la puerta! —exigió por enésima vez—. Es la última vez que te lo digo o...

Cedí ante su insistencia. Apenas abrí lo suficiente para que entrara y tiré de ella hacia el interior. Parecía sorprendida, pero al menos ya no estaba gritando y eso era suficiente, lo que menos quería en ese momento era llamar la atención.

Cuando me miró con claridad, a pesar de tratar de esconderme en mi cabello, pude sentir el mundo cayéndose en picado. Ella sollozó y me abrazó. Necesitaba ese abrazo, era algo que mi corazón gritaba, pero también se negaba a recibirlo. No. No. No.

—Es un maldito —dijo enojada cuando se separó de mí

Sí, sí lo era, y yo era una idiota.

—¿Qué pasó? —preguntó aún molesta cuando nos sentamos en el sofá.

Me gustaría saber con exactitud la respuesta. Tener que recordarlo me formaba un nudo en la garganta que dolía como una cuerda de púas.

Esmeralda trató de darme espacio y tiempo para empezar a hablarlo, pero mi cuerpo estaba seguro que jamás llegaría ese momento en su totalidad.

—¿Discutieron? —insistió ante mi silencio. Trató de mirarme normal, pero era evidente que no lo hacía.

—No discutimos. Él sólo... —ahogué un sollozo porque no sabía qué decir.

Había sido una noche normal. Cenamos sin decir mucho, había tenido un mal día y cuando eso pasaba acostumbraba a no cuestionarlo demasiado. Eso me había pedido. Él se quedó en el despacho a trabajar y yo me fui a recostar temprano. No sé cuánto tiempo duré despierta, pero el cansancio me venció y me hizo perder la noción del tiempo.

—Tranquila, todo va a estar bien —anima ella aunque sé que siente impotente.

Desperté, miré el reloj que estaba a mi lado y noté que ya era madrugada. Alfonso no estaba a mi lado... ¿Seguía trabajando? Aquello me preocupó, necesitaba descansar.
Una parte se arrepiente tanto de haber decidido buscarlo... Aunque la otra me recuerda que hubiera pasado en otro momento.

Bajé las escaleras aún un poco dormida. Toqué a la puerta despacio y él no se negó a permitirme el paso. Cuando lo vi supe que algo iba mal. Las cosas iban mal desde hace un tiempo...

—Ese último ascenso terminó de destruirlo —solté más para mí que para ella. Estoy analizando por qué llegó la situación a los extremos. ¿Por qué permití que llegara a los extremos?

Alfonso jamás fue un hombre violento, pero sí era impulsivo, impaciente y ansioso. La ansiedad y el estrés sacaban lo peor de él. Mientras vivimos en España el trabajo lo mantenía ocupado, pero no lo angustiaba demasiado. Luego vino el anuncio de su ascenso y todo comenzó a salirse de control.

No, miento. Yo jamás tuve el control. ¿Por qué jamás me di cuenta?

¿Por qué creí que el buscaba lo mejor para los dos? Recuerdo que me repetía lo hermoso que era nuestro matrimonio y luego me pedía que pusiera de mi parte que funcionara.

Y juro que lo hice.
No cuestioné en la cena, no lo juzgué por su trabajo, nunca me quejé de la asquerosa rutina y sonreía frente a todos...

Recuerdo que en mi juventud perjuré que nunca permitiría que un hombre me maltratara. Nunca. Me parecía improbable. ¿Había probabilidad? No. Era joven, inteligente e independiente... Pero eso no era suficiente. Cuando estás llena de inseguridades las cosas se tornan confusas.

Conocí a Alfonso en uno de los momentos más difíciles de mi vida. La vida me había dado un portazo en el rostro y yo que siempre había sido débil me encerré en una burbuja de infelicidad que pensé él había roto. Había nacido en una casa en la que los cuentos y novelas parecían realidad...Él pareció llenar el lugar de mi padre y me sentí protegida por primera vez en muchos años. Dijo que me alejaría de aquella vida miserable que llevaba y seríamos felices. Para una chica que vivía encerrada en casa, sin sueños y aspiraciones, una que se conformaba con un poco de amor sincero y que había crecido con la sensación de no ser nada para nadie, encontrar a un hombre tan perfecto como él era una fortuna. Ahora me doy cuenta que el amor me hizo idealizarlo. Y él lo sabía. Sabía lo inferior que me sentía ante él y se aprovechó de eso en una falsa máscara de protección.

Pero no lo noté, parecía un sueño que alguien se preocupara por mí, que recordara que merecía vivir como los otros y que Angélica, la chica que no agradaba más que a los niños pequeños, pudiera ser alguien para alguien.

Ese fue el problema, el ser alguien para alguien...Debí ser alguien para mí.

El regreso de Alfonso fue un recordatorio. Uno que gritaba que era el único ser, después de mamá, que me quería. Y yo que era tan simple, pensé que eso bastaba. Pensé que merecía ese amor y me esforcé por merecerlo.

Ahora es fácil concluir que yo fui la principal culpable de todo esto. La alarma se enciende con el primer grito, con el primer silencio obligado y termina cuando ya no sientes nada. Cuando se normaliza la violencia empieza el infierno silencioso y de él es muy difícil salir. A veces ni siquiera te das cuenta que estás dentro hasta que tocas el fondo.

En mi caso el fondo fue la noche anterior. Cuando le pedí a Alfonso se fuera a descansar. Él me dijo que jamás lo entendía, que lo único que lograba era estresarlo más. Estaba tan desesperado que arrugaba el papel con sólo tocarlo. Le sugerí ayudarlo, pero eso lo puso peor. Ahí dejó de estar enojado con el trabajo y se centró en mí.

—Me mato por ti. Trabajo todo el día para que tengas la vida que te mereces y lo único que haces es darme más problemas —soltó colérico. Caminaba de un lado a otro tan rápido que asustaba.

Lo mejor hubiera sido guardar silencio, para evitar problemas, pero yo no era un mujer de silencio.

—¿La vida que yo merezco? ¿Me culpas a mí de esto? Te librero de ese compromiso si así dejas de comportarte como un patán —reclamé molesta.

—¿Patán? Angélica no seas idiota. Yo no soy un patán. Él problema es que tú nunca pones de tu parte —se quejó con el ego herido—. Si dejaras de tratar de decirme que hacer esto funcionaría.

—¿Por qué yo tengo que tener la culpa de todo?

—Ya cállate.

—No. Ya no quiero callarme. Quiero saber por qué.

—¡Cállate! —gritó con los nervios al límite.

Pero ya no podía callarme. Ya no. Y él lo supo y antes de que yo pudiera replicar lanzó el primer golpe. No sé cómo describir la manera en que tu mundo se derrumba con eso. Es como si todo el tiempo hubieras estado dormida y entonces te levantas. Te levantas sin aviso y cuesta tanto tratar de seguir el paso.

Aquello también lo despertó a él. Me pidió disculpas y juró que jamás volvería pasar. Y no volvería a pasar. Nunca. Yo me aseguraría de eso. Lo hice saliendo de casa la mañana siguiente.

Sabía que si ahora aguantaba esto seguiría aguantando muchas cosas más. Y no, Alfonso no cambiaría.

—¿Lo denunciarás? —preguntó Esmeralda sacándome de mis recuerdos.

—Sí, supongo... —mentí.

No estaba segura si quería alargar todo el proceso de divorcio y además tenía miedo. Miedo que me apenaba reconocer. Miedo de que él ganara, que no se hiciera justicia, de la venganza.

—Oye, no estás sola —sonreía Esmeralda tratando de apoyarme. Y lo agradecía. Lo agradecía muchísimo, pero en ese momento quería estar sola en casa. No quería que nadie me viera.

Le temía a la reacción de la sociedad. No soportaba pensar que todos se enterarían de esto y se creyeran con el derecho de juzgarme. Roberto tenía razón, cuando estás fuera de algo es más fácil dar una opinión y criticarlo, pero la verdad que estar dentro te da un panorama totalmente diferente.

—Esmeralda, necesito pedirte algo... Te suplico que esto se quede entre nosotras. ¿De acuerdo? Por favor...

—Claro —aseguró, pero no la vi muy convencida.

—Y si puedes... ¿Y si es posible podrías avisarle a Lisa que ya no me envíe cartas a mi antigua dirección? —pregunté. No quería qué Alfonso las leyera, ni tampoco que contestara—. Pero que no se entere de esto... Ella menos que nadie debe saberlo.

Me aterraba que Lisa supiera que era tan vulnerable. Sentí que rompería la imagen de mujer fuerte que ella creía... Ella me apreciaba y malamente me admiraba, y yo no era en estos momento un gran ejemplo. Sin embargo, y debo aceptar que era un hecho egoísta, me gustaba pensar que alguien seguiría en el mundo mirándome igual que antes. Angélica, simplemente Angélica...

Esmeralda prometió hacerlo y después de un rato en el que no consiguió sacarme mucha información se marchó.

Estar sola no mejoraría mi estado, siendo sincera sólo lograría lo contrario, pero en el silencio quise encontrar consuelo.

Consuelo que no llegó. Tenía que levantarme y seguir con mi vida, pero era difícil. Difícil volver a recuperar mi felicidad y enfrentarme a mi peor enemigo, yo misma.

Nota de autor:
¡Hola! Antes que nada gracias por leerla :).

Me fue difícil escribir este capítulo desde la perspectiva de Angélica. Creo que está demás decir, pero lo haré porque me parece importarte remarcarlo, que estoy en contra de la violencia. Ningún ser merece ser víctima de esto. Así que mi apoyo y amor a todas las personas que están en esa situación, y que quizás no es de mucho peso que yo se los diga, pero es bueno recordarles que no están solos y que valen mucho.

Otra cosa, perdón si tardo en responder los comentarios 😂 Es que actualicé Wattpad y no le entiendo mucho ahora, pero ya voy aprendiendo 😂. Y no olviden unirse al grupo de lectores :).

Los quiero mucho :*.





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