Capítulo 17: Beso de cumpleaños (Parte 1)

Narra Roberto

Fiestas.
Todo aquel que tenga hijos debe saber como cambia el significado de esa palabra.

Cambiar el alcohol por jugos de sabores.
La música del año queda en el cajón para las mañanitas infantiles.
A las ocho ya todos están en su casa.
Y NUNCA OLVIDES EL REGALO.

Pero a pesar de todo eso uno les empieza a encontrar la gracia, tanto así que se convierten en tu estilo de vida.

El cumpleaños número once de Lisa cayó en miércoles, pero su fiesta se recorrió al domingo. Hay buenas razones para eso.

La primera es que así no tiene que faltar al colegio, cosa que disfruta bastante. A mí también me encantaba, supongo que lo heredó, pero mi madre me dejaba hasta la puerta siempre. Bueno, al menos mientras vivió. Mi padre era más confiado, pero uno no se atrevía a faltar con él enfrente. El hombre imponía, todo tengo que decirlo.

La segunda razón no era tan divertida como la primera, en realidad era todo lo contrario, me resulta bastante agridulce.

Pero para que puedan entender la magnitud de todo, empezaré a contar desde un poco antes.

Nunca fui un chico listo.
Tampoco un hombre del que se hablara mucho.
Era yo solamente, no me preocupaba el que dirán, ni tampoco mi futuro. Uno sabe que los años llegarán, pero parecen bastante lejanos.

Quería vivir la vida como si me estuvieran persiguiendo, después me di cuenta que no había tanta prisa.

La vida se te va en un segundo.

Conocí a Azul en un concierto con tan sólo dieciocho años. A mitad dejé de prestar atención a los músicos para concentrarme en ella, mirarla era un espectáculo y yo no me cansaba de presenciarlo.

Describirla sería minimizar su grandeza, era sorpresa y pasión caminando.

Amaba la vida y la vida la amaba a ella.

Sabía como ser ella sin temor, reía a carcajadas cuando le nacía, hacía locuras sin pensar en el qué dirán y me invitaba hacerlas. Estar con ella era vivir, era aventurarse sin límites y mi patética vida encontró en ella mi única motivación.

¿Merecía yo una mujer como ella? No, claro que no lo hacía, pero me esforzaba por hacerlo.

Hubiera dado mi vida por seguir viéndola recostada en el césped, por verla bailar entre la lluvia. Todo de ella merecía un reconocimiento. La adoraba, la amaba más de lo que alguien debería amar.

Mi sueño, mi único punto era tener una familia con ella. Acostumbraba decir que sería nuestro final feliz. Y lo fue. Azul murió al dar a luz una noche hace once años y con ella se me fue todo el valor.

El día anterior era el hombre más feliz del mundo. Tenía la esposa más maravillosa, venía en camino Lisa y juntos formaríamos la familia que siempre quise, la que nunca tuve.
Al día siguiente estaba enterrando con ella todas esas esperanzas, tenía sobre mí una gran responsabilidad. Debía criar a un bebé sólo. Para mí el mundo se me vino encima, pero Lisa lo mantuvo en órbita, lo sigue haciendo hasta hoy.
Las cosas caminaron, a paso lento y torpe, pero no se detuvieron. La vida no se detiene por nadie, no importa cuanto sufras, esta seguirá avanzando y lo único que queda es seguirle el paso.

—Es una lástima que Lisa no quisiera el show de payasos este año —me lamento cuando me estoy preparando para todo.

Sé que de un momento esa puerta se abrirá y habrá un montón de niños de un lado para otro, esto se convertirá en zona de guerra y yo deberé encargarme que todos regresen con vida a casa.
Que sencillo.

—Ya tiene once, Roberto —explica Matilda mientras corta algo de la comida.

—Lo sé, olvido cosas, pero no tan importantes —justifico mientras escucho el timbre sonar—. Ahí está la primera víctima de esta carnicería.

Matilda me lanza una mirada de enfado y me retracto enseguida.

—Fue una broma... ¿Podrías decirle a Lisa que los invitados están llegando?

Ella asiente y se encamina a la habitación. No estamos en casa, estamos en mi antiguo hogar, está a dos calles de nuestro departamento y tiene un patio grande para que puedan jugar. Oreo ya empezó con eso desde temprano.

Abro la puerta, si no me equívoco, Daniel es el niño que tengo frente a mí. Es pequeño, muy pequeño, tiene el cabello rojizo y muchas pecas.

—Gracias por invitarme —saluda cortés mientras entra—. Mamá dijo que me cuidaran muy bien.

¿Qué le digo?
Estoy a punto de responderle una tontería, cuando Lisa sale de su cuarto y se encamina a nosotros. Saluda con la mano que no tiene enyesada y agradece el regalo que le entregó.

—¿Qué van a dar de comer? —pregunta él ya más en confianza—. Amo las fiestas por la comida.

Yo también, amigo. Yo también.

—Papá dijo que me sorprendería —sonríe Lisa mientras me ve. Lleva un camiseta color clara con un panda, su animal favorito.

—¿Lo cocinará él?

Ella se echa a reír, pero no puedo defenderme porque debo abrir la puerta de nuevo. No sé cuantas veces giro la perilla, pero deben ser más de veinte, porque encuentro ese movimiento algo monótono después de un rato.

Otra vez el timbre, pero por cómo lo hizo supuse era Rodrigo, es el único que no lo ha tocado diez veces seguida sin parar.

Pero fallé en mi suposición, Angélica está del otro lado de la puerta con una gran sonrisa.

—¿Puedo pasar? —me pregunta al ver que no digo nada.

—Sí, claro —contesto deprisa mientras veo que Lisa se acerca—. Estoy algo desorientado entre tanto ruido, pero me alegra que vinieras, lo digo muy en serio.

Está apunto de responderme cuando Lisa la abraza.

—¡Angélica! ¡Gracias, gracias, gracias por venir! Te extrañaba mucho.

—Igual yo, ¿cómo sigue tu brazo? —pregunta poniéndose a su altura.

—Mucho mejor, el doctor dijo que en una semana estará como nuevo.

—Me alegra mucho escuchar eso —sonríe—. Te traje algo que creo que puede gustarte.

—Gracias, seguro que sí. Tengo que presentarte a mis amigos, Cecilia llegó hace un rato también —explica mientras la toma del brazo y la encamina afuera.

Aquella escena me parece tierna, incluso cuando pocas cosas me lo parecen.

Supongo que ser padre no es sencillo, pero es lo más hermoso que hay.

Veo a Lisa y no puedo evitar desear que ya no crezca, no quiero verla alejarse. Me gustaría que se quedara conmigo, desearía poderla cuidarla siempre.

Sé que es valiente, más de lo que yo lo soy, pero en mi mente no deja de ser una niña. No he sido el mejor padre, quizás otros lo harían mejor que yo, pero no he querido a nadie más que a ella en mi vida. No hice nada bueno para merecerla, pero supongo que tuve suerte, más de lo que puedo agradecer.

—¿Qué haces, Roberto? —pregunta Matilda cuando sale a repartir la comida.

—Nada, nada, estoy pensativo —respondo saliendo de mi trance—. ¿Quieres que te ayude?

—No, gracias, querido —dice Matilda mientras se encamina a la cocina.

Yo la sigo porque después de un rato de vigilar me estoy aburriendo.

—Puedo ayudarte, asignarme la tarea más sencilla —propongo.

—Está bien, está bien. ¿Puedo ayudarme haciendo una limonada?

—Ya estoy en eso, mujer —respondo mientras busco los ingredientes en la alacena.

¿Qué tan difícil puede ser?

Matilda entra con Angélica después de un rato.

—¿También te reclutaron? —sonríe cuando entra.

—Más bien me ofrecí como voluntario —confieso mientras me dedico a la bebida.

Matilda le reparte un par de tareas a ella y acepta sin contradecir.

Viéndola ahí me pregunto cómo han cambiado las cosas entre nosotros. La miro de reojo y me encuentra con esa ternura que siempre contagia, pero esta algo cansada, últimamente tiene demasiadas responsabilidades. El señor Flores es un buen hombre, pero como maestro no es muy paciente. Ella tiene que aprender a su ritmo, pero lo logrará, es demasiado inteligente como para no hacerlo.

Sé que no debería estar tan feliz por su triunfo, pero lo estoy, reconozco que nadie pudo hacerlo mejor que ella. Además últimamente las cosas entre nosotros caminan con más normalidad, incluso puede decirse que somos amigos ahora, y eso complica un poco mi mente. Mientras más conozco a Angélica, más imposible me es saber con exactitud qué sentir por ella.

—Apúrate, Roberto,  necesito eso para hoy —dice Matilda mientras entra por la última bandeja.

—Ya está —le explico, pero no me escucha. Angélica ríe por lo bajo y sigue con lo suyo—. Definitivamente no fue tan difícil, debería meterme a la cocina más seguido. Vi un vídeo que me recomendó tu madre.

—¿En serio? —ríe, no me creé.

—Sólo uno, pero me dirás si hubo algún progreso —sirvo en un vaso y se lo entrego—. Buen provecho.

Sin embargo no obtengo el resultado esperado porque Angélica no pone su mejor cara cuando lo prueba.

—¿Qué le pusiste? —pregunta un tanto horrorizada.

—Azúcar, limón y agua...

—Exageración de azúcar, ¿no? —responde mientras toma agua—. Yo te ayudaré...

—No, gracias, yo puedo hacerlo...

Claro que puedo, sólo es una tonta limonada.

—Sé que puedes, pero Matilda dijo que lo necesitaba urgentemente —trata de quitarme la jarra.

—No, enserio, no tardaré nada —insisto mientras alejo el recipiente.

—Si te ayudo será más rápido —asegura estirándose al máximo para arrebatarme la jarra.

—Gracias, pero...

No termino la frase porque la limonada pasa a segundo plano. Clavo la mirada en sus ojos cafés, no sé como terminamos a unos centímetros, pero lo agradezco. Mi parte inteligente me pide que me aleje, aún estás a tiempo, pero no quiero hacerle caso. Ya la obedecí mucho tiempo a mi poca inteligencia. Tengo que ser yo mismo, quizás me equivoque, quizás no... No quiero pensar en eso ahora, no quiero pensar en nada ya. Sus labios son tentadores, tanto que me niego a perder una oportunidad. Sólo necesito una para que nuestra vida cambie, y por impulso la tomo.
Y así un beso cambió mi vida.












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