Día 30 | Segunda parte
Había llegado a la montaña de aquel pueblo. Tenía la respiración agitada y le temblaba todo el cuerpo, hacía tiempo que no corría tanto.
Todo su plan se había desmoronado en segundos por culpa de Steve. Gritó, necesitaba desahogarse. No había nadie en aquella montaña, solo árboles y piedras. Serían su única compañía durante unas horas.
—Parece que las clases de gimnasia han servido para algo.
Robin se sobresaltó al oír aquella voz.
Estaba anocheciendo, pero sabía perfectamente que provenía de los labios más bonitos que había visto nunca. Nancy parecía haber corrido también, tenía la respiración agitada y tenía la nota en su mano derecha.
—Robin, por favor. No corras esta vez.
Aunque hubiera querido no podía correr, le temblaban las piernas. Intentó hacerlo, pero fue en vano, cayó al suelo.
Nancy se acercó a ella, Robin no podía mirarla, estaba avergonzada.
—Mírame.
Su voz era tan dulce que Robin la miró, sus ojos azules estaban conectados. Nancy estiró su mano hacia ella, Robin la cogió y la castaña la ayudó a levantarse.
—Lo siento.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Robin volvió a desviar la mirada, no quería mantener contacto visual.
—Tenía miedo. Soy una cobarde.
—¡No lo eres!
Nancy hizo que la mirara. Seguía teniendo la respiración agitada. La castaña acarició su mejilla.
—Te lo iba a decir hoy.
—Leí la nota.
—¿Entonces esto es un adiós?
Nancy rio, una risa dulce. Robin la miró desconcertada. Sus palabras habían sido muy en serio.
—Claro que no. Todo lo que dices en la carta...— sonrió—Nadie me había hecho sentir así antes. Nadie me había hecho tan feliz con un trozo de papel. No quiero ningún adiós, Robin.
—Creo que nunca podría decirte adiós, Nancy.
Nancy guardó el papel en su bolsillo, lo hizo con delicadeza como si fuera lo más valioso del mundo y volvió a mirar a Robin a los ojos.
—No podría haber sido nadie mejor que tú. Estuve días pensando quién podría ser, y tú eres la persona perfecta. Me alegro tanto de que seas tú...porque...
—¿Por qué?
—Eres increíble. Me siento tan idiota, ojalá hubiera sabido que eras tú desde el principio.
Robin miró sus manos, Nancy aún no la había soltado.
Volvió a mirar sus ojos, no sabía qué decir. Nancy también sentía algo por ella.
—Nancy...— la miró a los ojos—No quería que esto ocurriera así.
—Las mejores cosas ocurren sin haber sido planeadas— sonrió.
—Esa frase es de la película...
—...que vimos juntas— Nancy terminó la frase.
Robin desvió la mirada. Suspiró. Era en aquellos momentos cuando todas sus inseguridades florecían.
—Si esto es un sueño, despiértame antes de que parezca aún más real.
—Si fuera un sueño no estaríamos en un bosque. Seguramente sería un lugar más romántico.
Robin la miró de nuevo y no pudo evitar reír. Tenía razón. Hacía frío y estaba oscuro.
Nancy se quitó la chaqueta y se la dio, colocándosela con delicadeza.
—¿Ahora qué?— preguntó la pecosa.
Robin miró sus labios. Nunca había besado a nadie, sabía que Nancy sí. No sabía que hacer, pero quería hacerlo.
No le dio mucho tiempo a pensar, ya que Nancy se la adelantó. Juntó sus labios con los de Robin. Ambos labios encajaron como dos piezas de puzzle que no habían podido estar juntas desde hace décadas.
—Saldremos de esto juntas Robin— sonrió—Te lo prometo, todo saldrá bien.
—Yo te prometo que haré todo lo posible por verte sonreír— sonrió.
Robin entrelazó sus dedos con los de Nancy. Sus manos estaban frías. La más bajita la miró a los ojos.
—Querida Robin...— sonrió imitando sus notas—¿Te gustaría empezar una aventura?
—Si es contigo, quiero que la aventura dure para siempre.
Se quedaron en aquel bosque hasta que amaneció, juntas, disfrutando de su compañía, de su calor, de su amor, igual que harían los próximos años.
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