Segunda carta
Querida Muerte:
Mi mayor ilusión siempre fue ser madre, llevar dentro de mi el fruto del amor que crecería hacia un mejor futuro de lo que fue mi pasado. Para colmar de amor un ser que vendría a iluminar mi existencia con sus ojos llenos de pureza. Un regalo, esperaba un regalo.
Cierto día, mi felicidad se hizo concreta de saber que en mi vientre crecía un pequeño, una semilla de humanidad. Dejó en mi rostro la estampa de una sonrisa, que se mantuvo por lo menos por cuarto meses imperturbable.
De pronto, algo desgarró mi corazón. La más dolorosa noticia que he podido recibir en mi vida, la más intensa en mi alma, el terror más fuerte de mi mundo. De un momento a otro, como se apaga una vela, se extinguió el pequeño en mi interior. La muerte vino por él, a acunarlo.
¿Cómo puede morir un ser que aún no conoce la vida? Te lo llevaste, me destruiste. Te llevaste mi sueño, no pude ser madre. Pero de pronto lo pienso, y tal vez también querías ser madre. Elegiste a mi niño de casualidad o por que era un maravilloso ser que no merecía morir después de amar vivir. Amaste a mi niño en mi vientre tanto como lo amé yo.
No ha pasado mucho desde que lo supe, pero lo extraño mucho, aún sin haberlo conocido. Anhelo entonces la muerte para verlo por fin. En ese sentido te lo agradezco, la muerte no va a separarnos, va a unirnos. Deseo poder verlo grande y realizado, sin conocer su niñez, sin verlo crecer, pero verlo feliz. Sólo espero que seas tan buena madre como yo quise ser, cuida de mi niño con tu inmortal presencia y eterna faz. Hazme madre por tus manos, ayúdame a darle vida a su imagen pronto. No lo alejes de mi corazón, porque ansío amarlo.
-Abril
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