Primera carta

Querida Muerte:

En lo precoz de mis años me aislo de aquello que no me compete. No pregunto tampoco de lo que dicen mis mayores respecto al mundo. Pero aún así hay algo que no entiendo y que me inquieta, que desearía preguntar pero que nadie sabrá decirme. Un dolor que no quisiera atravesar con mi joven mente y así hacer latir de verdad mi corazón. Tengo miedo de vivir ahora y esta es la razón: el abuelo ha muerto.
No sé del todo que significa que esté muerto, pero sé que se lo han llevado y que no volverá. Que ha perdido la gracia de la risa y el prodigio del amor con este hecho, al menos a mi vista. Que ya no está conmigo.
Mi madre dice que ha ido de viaje con una señora muy terrible llamada muerte y que se quedará a vivir con ella. Cuando le pregunté por la dirección de su casa para visitarlos no me dijo nada, fue con evasivas nombrando lugares que ni en mapas aparecían- no soy tan tonta- y me dijo que algún día muy lejano del presente me llevaría también a vivir con ellos.
La verdad, estoy muy acongojada por no verlo. Cuando llego a casa veo a mi abuela sentada en su silla y en frente de ella un sillón vacío que huele a maní y perfume aún. Entonces se me atora en la garganta un sollozo y me arden los ojos de pensar que se ha ido.
Por eso le escribo, señora muerte, quiero ver al abuelo y abrazarlo, aunque me digan que es imposible. Sé que querría usted ayudarme, por eso le pido que venga a buscarme y me enseñe el camino a su casa, así la próxima vez podré ir yo sola a verlo. O si prefiere puede llevarme a vivir con usted y el abuelo, prometo no ser una molestia. Por favor querida muerte, ¿Me lleva con mi abuelo? ¿Le podré ver pronto? Lo extraño mucho, de verdad.
-La pequeña Francisca

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