Carta 31.
Si te digo que me salves.
Que no me deje caer.
Es porque aún me sostengo
en el último instante
en que una gota de sudor
resbala por tu cara
después de cualquier corrida.
Que corras y vengas a por mí
solo es la ley del te quiero,
el principio de una mano extendiéndose
como queriendo compartir la vida
a través de todas las líneas de sus mano.
Que no tengo más salidas de huidas
en este infierno a ratos
que no sean tus mano
y la tinta de todos los poemas
que me quedan por escribir.
Que creo
que no sé que estoy escribiendo
ni donde quiero llegar
pero estoy aprendiendo a reírme de mi
y eso es siempre un paso adelante.
El punto de partida
a veces
también me parece el de salida
y lo confundo con la eternidad.
Tengo una escalera de vértigo
y mil cuchillos en la espalda
pero me encanta que sepas tan bien
como cur(v)arla.
Así que...
No se si pido mucho.
Pero sigue así
por favor,
hazme creer
que todo
va a salir bien.
Aunque sea mentira.
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