Capítulo 26
26
Will
Me pasé la mano por el cachete izquierdo al sentir un extraño cosquilleo.
No pasaron ni dos segundos cuando volví a sentirlo y repetí mi acción anterior. Gire mi cabeza hacia el otro lado y exhale profundamente. Pero de nuevo ahí estaba ese cosquilleo, por tercera vez.
Abrí lentamente los ojos, sintiendo algo húmedo en la mejilla. Enfoque mi vista, miré hacia mi cuello y abrí los ojos a más no poder.
—¡Ahhh! ¡Shu, Shu, animal! —intenté alejar al pequeño puerquito encima de mi—. ¡Quítenmelo, quítenmelo!
Escuché una risilla, dejé de gritar y levanté un poco mi cabeza hacia enfrente.
—Tranquilo, es solo Piggy —Claris se encontraba parada a un lado de mi cama.
—¿Pi...piggy?
Ella asintió y quitó de mi al cerdito.
—Es inofensivo —lo acarició—. No te comerá—me guiño un ojo.
Lo bajó al suelo, y el animalillo salió corriendo del cuarto. Claris volvió a mí, regalándome una sonrisa.
Por mi cabeza solo pasaba la pregunte "¿De dónde había salido ese animalito?"
—Es hora de comenzar el día —su voz me hizo volver a la realidad. Colocó sus manos echas puño en su cadera y continuó—: Es hora de ser productivos en la granja.
Noté su ropa. Camisa blanca de mangas largas, un overol, botas de trabajo, un suéter lo suficientemente caliente y su cabello peinado en una media coleta.
Miré la hora.
6:35 a.m.
Y dejé caer mi cabeza nuevamente a la almohada.
(ღ)
—Ay —me quejé alejando mi mano derecha de la gallina.
Era la cuarta vez que me picaba.
Y Claris no paraba de reírse detrás de mí.
—No es gracioso.
—No —sus hombros se movieron en un intento fallido por ocultar su risa.
Miré detenidamente mi canasta vacía. Tenía que juntar diez huevos y no llevaba ni uno.
(ღ)
—Ay.
Octava picada.
—Ay.
Novena.
—Ay.
Decima
—Mierd... —una más, pero me contuve. Sacudí mi mano alejando el dolor. Di un vistazo hacia donde estaba Claris. Ella tomaba los huevos tan tranquilamente y ninguna gallina la picaba. Hasta parecía que había música y efectos de princesa a su alrededor.
Se veía feliz y tranquila, todo lo contrario, a mí.
Miré de vuelta a la gallina frente a mí.
—Tú me odias —le dije. Intenté volver a tomar el huevo y recibí otra picada.
(ღ)
—Hora de la comida —dijo, Claris, señalando con sus brazos abiertos a las vacas.
Nos miramos.
—Andando —palmeo mi brazo izquierdo y caminó. Miré mis manos llenas de curitas antes de seguirla. Tuvimos que detener nuestra producción para que me curara.
La vida de granjero era dura. Llevábamos unas horas aquí, y eran las suficientes para saberlo.
Detuve mi paso al sentir que pisaba algo aguado. Bajé la vista lentamente y...
—¡Que asco! —grité.
¿De dónde demonios había salido?
Creo que el destino me estaba dando una señal. ¿De qué? No sé, pero lo estaba haciendo.
Claris se giró de una y al notar mi tragedia, comenzó a reírse.
Otra vez.
—No creo que sea gracioso, novia.
—Lo es para mí, novio —dijo, acercándose—. Tranquilo solo es caca de vaca.
—Eso me sentir más tranquilo —dije, obviamente con ironía.
Ella negó despacio rondando sus ojos con una pisca de diversión y siguió su camino con aquella cubeta gris en sus manos.
—Ey, espérame.
(ღ)
Salimos de los establos de las vacas caminando al de los caballos.
—Mi abuelo suele ordeñar a las vacas muy temprano, si vieras cuanta leche nos puede dar una sola en un día te sorprenderías —me platicaba mientras nos dirigíamos a los establos por aquel camino de tierra. Metí mis manos en mi suéter y seguí escuchándola.
—Te hubiera invitado a que lo hicieras, pero no está en su horario hacerlo a esta hora, eso podría modificar su ánimo o simplemente no darnos leche.
Llegamos a los caballos.
Claris
—¿Enserió? —preguntó, sorprendido.
—Si. Siempre hay que seguir un horario y no modificarlo, a parte tienes que saber manipularla, saber ordeñarla pues.
—¿Qué? Pero si solo es de apretar sus...de esas —hizo un gesto de apretar.
—No, no puedes llegar y querer tocarle las ubres, si lo haces ten por seguro que saldrás volando por una patada de su parte.
Le di la cubeta con agua y él la recibió sin rechinar.
—¿Todos los días las ordeña?
—Sip, aparte de que es nuestro trabajo, es un alivio para ellas.
Entre a uno de los establos. Le pedí la cubeta y él me la pasó, vertí el agua en los recipientes de los caballos.
Negra, Bertha y Lui estaban en su pequeño paseo y seguro llegarían sedientos.
A pesar del frío debíamos checar que los animales se estuvieran hidratando bien, creo que eso ya se los dijo mi abuelo.
—Tienes que distraerlas con algo, hacerlas que se enfoquen en algo más para poder ordeñarlas con más facilidad —continué.
—Mmm —exclamó comprendiendo y cruzándose de brazos—. ¿O sea que tenemos que ponerlas a dibujar y esas cosas?
Dejé la cubeta en el suelo y me acerqué la puerta del establo. Recargué mis antebrazos en ella.
—A veces me pregunto ¿cómo es que eres mi novio? —Sonreí.
Alzó sus hombros, sonriéndome de vuelta.
—Por cierto —continué, recordando un dato—, a varias de ellas también les gusta la música, como a ti.
Frunció su entrecejo y me miró extrañado.
—¿Como les va a gustar la música? No entienden.
—Enserio, mi abuelo les pone música a la hora de ordeñarlas, a unas les gusta clásica, a otras más ruidosa, a otras nos les gusta, y así, todas tienen sus gustos.
—Así que aparte de ponerlas a dibujar, le tienes que poner música —asentí breve a su no pregunta—. ¿Pasa algo si no lo haces?
—Todo depende de la vaca, hay unas a las que no es necesario ponerles mientras que a las que les gusta, si no les pones podrían irritarse, y eso haría que la leche no baje, porque aumenta la hormona de la adrenalina.
—Wow, toda una ciencia, creí que si ya no les salía leche era porque se les había acabado.
Rei e incliné mi cabeza.
Él se acercó y me acomodó un mechón detrás de la oreja.
—Tan inteligente mi novia —pegó sus labios a los míos despacio dejando su mano en mi mejilla.
—¿Quieres regresar ya a casa? —cuestione mirándolo a los ojos.
—Solo si tú quieres.
—Falta poco para el almuerzo, pero quiero mostrarte un lugar antes, ¿vamos?
—Siempre y cuando estés tú.
(ღ)
Mientras subíamos la pequeña pradera el frío se iba sintiendo cada vez más. Gracias a dios nos cambiamos la ropa y me traje un suéter calientito que combinaba con mi bufanda.
Divise por fin el árbol solitario de aquel lugar.
—Ya casi —dije.
Mi pecho subía y bajaba luego de caminar hasta ahí. Fruncí un poco mis cejas en los últimos pasos recuperando el aliento y miré a Will.
—Vamoos —lo alenté emocionada, moviendo mi mano derecha.
—Ya voyyy.
Llegó hasta mi lado y solo se dedicó a verme. Lo tomé por sus hombros y lo giré para que viera el horizonte.
—Guau —expresó.
Sonreí satisfecha.
—Hermoso, ¿cierto?
—Aja.
Me senté en el pasto dejando mis manos detrás de mí.
—Siéntate —le pedí al tener su atención en mí.
—Esta sucio.
—Come on, pisaste caca de vaca ¿qué puede ser peor que eso?
No nos tomó ni dos segundos cuando lo tuve sentado a mi lado.
—No recordemos eso, por favor. ¿Ok?
—Ok —respondí, simple.
Saqué el IPod de la bolsa de mi suéter.
—Creí que lo habías dejado en la ciudad —dijo al notarlo. Metió sus manos a su chamarra para invierno color gris.
—No podía dejarlo, por tu culpa me he echo adicta a él.
—A la música mas bien.
Le pasé un auricular y yo me puse el otro. Le di play.
—Así que... este es tu lugar favorito. Lo tenías muy escondido.
Moví mis pies.
—Siempre quise hacer esto —confesé.
—¿Que? ¿Escuchar música en una pradera?
—No, venir con alguien especial aquí. Era otro de los deseos que tenía.
Giró su cabeza hacia mí, enseguida.
Lo miré curiosa, esperando a que me dejara saber lo que pensaba justo en esos momentos.
—Cuando supe que tenías una lista de deseos que querías cumplir, quise saberlos enseguida para ayudarte a hacerlos realidad, organizar todo para que así fuera. Sin embargo, no se cuantos mas faltan ni cuales son y siente que no estoy siendo un buen novio.
—Eres un buen novio, no necesitas saber mis deseos para cumplirlos, mientras estes ahí cuando pasen es lo único que me importa.
La falta de sol hacía sentir el momento más especial.
De manera inconsciente, comenzamos a descender a la par hacia atrás, recostándonos en el pasto. Dejando mi cabeza hacia su dirección y él hacia la mía. Mirándonos.
Coloqué mis manos en mi abdomen y nos quedamos así.
Solo dejando que el silencio y nuestras miradas hablaran.
Will
Me sentía tan cómodo que podía quedarme aquí para siempre con ella.
Solo nosotros dos.
Lejos de todo y de todos.
—Dime algo interesante —le dije, en tu tono bajo. Mirándola a los ojos.
—¿Algo como qué?
—Lo que sea, quiero escucharte.
Sus ojos pasaron de mirarme a bajar menos de un segundo para volver a regresar, pensando.
—Ayer durante la noche fui a la biblioteca y, —tomó una breve pausa y continuó—, encontré un libro sobre música, estaba buscándolo y quise leerlo para comprender mejor ese fenómeno que tanto te gusta.
Sentí mi corazón acelerarse.
—¿Y qué encontraste?
La escuché atentamente sin perderme ni uno de sus gestos.
—La música es un conjunto de sonidos sucesivos combinados, que por lo general producen un efecto expresivo y resultan agradables al oído y para el cuerpo, es decir que te hace bien.
Siendo sincero si yo hubiera leído eso me habría aburrido con las primeras palabras, pero ella tenía algo que hacía que toda mi atención estuviera en ella. Despertaba una necesidad por seguir escuchándola.
Me miraba esperando una respuesta de mi parte mientras que yo admiraba su belleza.
Alcé mi mano derecha con cuidado para acomodar su flequillo. Sentía como si fuera un sueño. Y cautivado dije:
—Tú eres mi música —lo dije en un volumen para que solo ella me escuchara, aun estuviéramos solos. Recorrí lentamente su rostro con mi mano sin despegar nuestras miradas—. Le haces bien a mi cuerpo con solo escucharte.
Sonrió.
La amaba.
Tanto que era indescriptible.
Claris
Horas después
Todos estábamos de aquí para allá. Esta noche sería noche buena. Y ayudaba a mamá con las cosas. Debes en cuando le echaba un vistazo a mi celular, esperando encontrar algún mensaje de vuelta de Marco, pero siempre era lo mismo.
0 mensajes recibidos.
Y desilusionada volvía a mis labores.
El clima te decía que la navidad estaba cerca.
Luego de regresar de la pradera, había comenzado a nevar.
Así que toda la tarde nos la pasamos preparando la cena.
Hasta que se llegó la hora y nos sentamos en aquel pequeño comedor. Una cena inolvidable, llena de alegría. Los abuelos contaban anécdotas chistosas que sin duda nos sacaran una que otra risa.
Me sentía feliz ver a Will riendo tan natural, se estaba sintiendo ya mas cómodo y yo también.
Nos sentamos en la sala para la hora de los regalos.
La abuela extendiendo una caja a Will. Lo recibió tímido.
—Espero te guste, hijo.
Mirábamos atento mientras el sacaba el regalo.
—Wow —expresó, levantando y detallando aquella bufanda tejida color blanca que hacía en sus manos. Se la llevó al cuello, y le agradeció a mi abuela con una sonrisa.
—Yo misma la hice. Claris tiene una igual —informó mi abuela. Will me miró y le sonreí.
Así fuimos uno por uno. Le di su regalo a mis abuelos y a mamá.
Tomé el último regalo que tenía y lo estiré hacia Will.
—¿Para mí?
Le di un si con la cabeza.
Despacio tomó el regalo y antes de quitar la envoltura le dio una mirada a la abuela. Quien le respondió con una sonrisa, animándolo. Sonrió también y quitó el papel.
Se quedó quieto al observar el contenido.
—Se que no es especial, pero Los Beatles son tu banda favorita, así que creí que te gustaría tener un disco de ellos, talvez tengas muchos, pero quería darte uno yo —me miró—. No sé si elegí bien. ¿Te gusta?
—¿Es broma? Es perfecto —mostró su dentadura y regresó al disco. Admirándolo—. Gracias, de verdad. Voy a presumírselos toda una semana a los chicos.
Sonreí satisfecha.
Dejó a un lado mi regalo, colocó la palma de sus manos sobre sus rodillas e inhaló. Frunció sus labios y se giró a verme.
—Mi turno.
Se inclinó hacia el lado derecho del sillón y agarró algo del piso. Estiró la bolsa de regalo hacia mí y dijo:
—Espero te guste.
Lo recibí y suavemente fui retirando el papel de envoltura. Encontrado un portarretrato. Lo voltee. Me quede quieta, en mis manos tenía aquella primera foto de nosotros, enmarcada.
Mis labios se entreabrieron. Miles de recuerdos llegaron a mi mente provocando que mis ojos se pusieran llorosos, aun así, no solté ni una lágrima. Sonreí enternecida.
—No es el regalo más caro del mundo, pero una vez dijiste que los buenos momentos debían poder enmarcarse.
Pasé mis dedos por la foto.
Dándome cuenta de que el tiempo pasaba muy rápido.
Y justo, el reloj sonó al llegar a las 12. Levanté mi mirada a la de él y sin alejarlas, dije:
—Feliz navidad, cariño.
—Feliz navidad,bonita —respondió.
NOTA DE LA AUTORA
Espero les haya gustado el capitulo. Este es uno de mis favoritos hasta el momento, tengo otro que muy pronto podrán leer, jijiji.
Es mi deber informarles que solo quedan 5 capítulos mas y finalmente el epilogo, omg. No estoy lista, ahhhhh.
Ayos.
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