Capítulo 25



25





Claris

Observaba la pulsera delga tejida que estaba sobre mi buro de noche, mientras descansaba la cabeza sobre la almohada de mi lado izquierdo.

Sus palabras y la misma escena se repetía sin fin en mi cabeza. Intentaba encontrar las palabras correctas para describirlo.

¿Confusión?

¿Extrañes?

No lo sabía, talvez incorrecto lo podía describir bien.

Necesitaba decírselo, sí.

¿Qué iba a lastimarlo? Por supuesto, ¿a quién no?

¿Era lo correcto? Si, Claris, lo es.



—Tu bandeja no dejara de sonar a causa mía.



Mentiroso.

Le envié un mensaje donde le decía que habíamos llegado bien. Y no recibí respuesta suya.

Solté un breve suspiro y quité mi vista de la pulsera. Me giré hacia el otro lado para intentar conciliar el sueño.

(ღ)

Recorrí la cortina de la ventana dejando que el sol entrara. Un quejido se escuchó por la habitación, pero no me importó, regresé al centro de la habitación y tomé del suelo la tapadera de metal y la cuchara que había dejado ahí.

Miré al bello durmiente.

1...2...3

—¡ARRIBA! —grité a la par que golpeaba la tapadera de metal.

Will se levantó asustado mirando a todos lados.

—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Soy inocente —sus ojos adormilados dieron conmigo.

Dejé de tocar y le sonreí.

—Es hora de levantarse.

Se quejó y se volvió dejar caer en la cama.

—¿No podías despertarme con amor?

Dejé de lado la tapa y la cuchara, para después jalarle la cobija.

—Tenemos que irnos, se nos hará tarde y no querrás conocer a la abuela enojada.

Él tomó la cobija y se volvió a cubrir. Se la volví a quitar y le aventé la almohada tirada en el suelo a la cara.

—Tienes 10 minutos —fue lo último que le dije antes de salir del cuarto.



Will


Terminé de bajar las escaleras y el olor a comida no tardo en inundar mis fosas nasales.
Me paré justo en la entrada de la cocina. Identifique a la madre de Claris y a su abuela, pero no a mi novia.

Recorrí el espacio en un intento de encontrarla o de saber dónde estaba.

—Buenos días —saludé, finalmente.

Su abuela se giró rápidamente, recibiéndome con una sonrisa.

—Buenos días, hijo —se limpió las manos—. Ven siéntate, tienes que comer algo antes de irnos.

—Gracias —respondí tomando lugar en una de las sillas. Su madre puso un plato con comida frente a mí.

—¿Has dormido bien? —me preguntó.

—Si, muy bien.

—Me alegro escuchar eso, hijo—intervino su abuela con una gran sonrisa mientras dejaba un vaso con chocolate caliente a un lado de mi plato—. Talvez nuestras camas no sean nada a las tuyas.

—Son iguales, creo que estas son más cómodas —sonreí.

—Hare como que te creo, hijo —rio. Mi suegra no retuvo una sonrisa divertida igual a la que le correspondí.

—Disculpe, ¿Sabe dónde está Claris?

—Está ayudando a su abuelo —contestó.

Asentí y miré mi plato.

Me llevé un bocado a la boca. Estaba riquísimo, sin pensarlo mucho me llevé otro bocado y subí lentamente mi vista al sentir una mirada.

—¿Está rico? —preguntó su abuela con una sonrisa. Asentí—. Me alegro, ¿Sabes? Es extraño tener una persona nueva en casa, sin embargo, es lo mejor que ha pasado durante los últimos años. Se que mi niña no se sentía feliz al cien por ciento siempre que venía, lo notaba en su mirada.

Si, entendía. No podía olvidar aquella mirada con aire de tristeza que vi en sus ojos cuando la conocí.

—Pero esta vez ha sido diferente. Ya no hay más de aquella mirada. Y creo que eres tú el provocante de ello.

Sentí bonito en mi corazón.

—Ella ha sido mi salvación —le dije.

—Y tú la de ella. Eres un chico extraordinario Will. Amala, pero también déjate ser amado, también te lo mereces.

—Gracias, señora —sonríe.

Una risa conocida nos hizo mirar a la entrada de la cocina.
Claris llegaba con una caja de fruta. Su pelo suelto con unas ligeras ondas. Un suéter largo negro, unos Jens y tenis blancos conformaban su atuendo de ese día. No había podido apreciar su atuendo tiempo atrás cuando fue a despertarme.

—Abuela, han llegado naranjas —dijo, colocando la caja en el suelo en una esquina.

—Gracias.

Metió sus manos en los bolsillos traseros de su pantalón y me miró.

—Así que te has levantado —dijo.

—Si, una cosa molestosa no me dejó dormir más.

—Pobrecito —escondió una sonrisa y se acercó—. ¿Listo? Tenemos que partir.

—Vámonos —me levanté y tomé otro bocado de comida para luego dirigirme al baño para lavarme los dientes.

(ღ)

El mercado del pueblo no era muy grande. Había un puesto seguido de otro. Y demasiada gente. Ayudaba a cargar las bolsas con mandado mientras Claris le decía a su madre lo que les falta por comprar.

Su abuelo había desaparecido hace diez minutos.

Continuamos caminando y Claris me explicaba que vendían en cada tienda o como se llamaban los dueños de cada puesto. Todos aquí parecían conocerse.

Analice los gestos que hacía y no podía no sonreír viéndola tan feliz enganchada a mi brazo mientras seguía hablando. La manga de su suéter se hizo hacia atrás cuando alzó su mano para tomar una foto con su cámara instantánea. Y aquella pulsera nueva que posaba en su muñeca fue la que se ganó mi atención.

Color café, delgada y tejida.

Así era.

Despegué mi mirada de ella cuando Claris me jaló hacia otro puesto.
Así estuvimos durante toda la tarde hasta que regresamos a casa.

El olor en la cocina a chocolate inundaba cada rincón de ella.

—Aun tardara en estar el champurrado —dijo de su abuela—. Vayan a distraerse, les hablaré cuando esté listo.

—¿Segura, abuela?

—Si, anden.

Le dimos una última sonrisa y salimos.

—¿Te apetece salir? —me preguntó.

—Me siento un poco cansado, ¿Tú quieres salir?

—No, me siento igual. Si quieres podemos ir a la pequeña biblioteca de los abuelos. Hay dos sofás grandes, podemos relajarnos —añadió. Llevé mi mano a su nuca dándole una suave acaricia a forma de respuesta.



Claris


Le eché un último vistazo a Will quien estaba del otro lado del cuarto con un libro en sus manos. Se veía muy guapo. Su cabello caía sobre su frente y sus pestañas largas le daban una mejor apariencia a su perfil.

Continué mi búsqueda. Quería encontrar un libro sobre temas musicales o alguno que tratara sobre algo así. Recordaba haber escuchado al abuelo mencionar sobre un libro así que tenían.

Al final no lo encontré. Me dediqué a buscar otro de mi interés.

Estuve a nada de tomar uno de la parte de arriba cuando sentí una presencia detrás de mí. Aquel calor corporal que conocía ya a la perfección y que me hacía sentir completa. Bajé la mano despacio tan solo unos espacios lejos del libro al no sentir movimiento suyo y, miré por mi hombro.

Él bajo su cabeza hasta mi altura.

—¿Que pasa pequitas? ¿No lo alcanzas? —cuestionó en un susurró.

Hacía mucho que no me llamaba así.

—Estaba por tomarlo por si no lo habías notado, gigante —dije sin atreverme a verlo bien.

De pronto, soltó un suave suspiro casi desapercibido pero que pude darme cuenta de él ante la cercanía. Ante el poco espacio entre nosotros. Su aliento erizó mi piel, un cosquilleo recorrió todo mi cuerpo.

De un momento a otro me hizo girar, dejando mi espalda en el mueble que instantes atrás veía.

Rozó su nariz con la mía y cerré mis ojos. Subió su mano por mi brazo desnudo en una acaricia hasta llegar a mi rostro, pasó las puntas de sus dedos por mi mejilla.

—¿Sabes? Soy muy cuidadoso con lo mío, trato de cuidarlo de todo. Y eso incluye muestras de cariño como los regalos, así que ¿Quién te dio esa pulsera? —susurró.

Fue cuando volví a abrir mis ojos. Topándome con los suyos. Su rostro se notaba serio, pero no me intimidaba.

—¿Mmm? —insistió.

—¿Celoso?

—Curiosidad.

Paso sus dedos por mi mentón siguiendo el movimiento con su mirada.

—¿Te intriga?

—Mucho. Aunque sospecho de la respuesta.

—Marco, regalo de navidad —expliqué mirando sus labios.

Una de sus comisuras se elevó un poco. Chasqueo su lengua.

—Claro, tenía que ser él. Es linda, pero no tanto como la mía.

Solté una risilla y elevé mi mentón.

—¿Por qué tan seguro?

—Solo lo sé. Y sé que tú también lo sabes.

Llevé mis brazos a su cuello encerrándolo.

—Te amo —le dije. Sus ojos se iluminaron.

—Yo más —respondió con una sonrisa.

Ladeo su cabeza y junto sus labios a los míos. Aquellos labios que nada ni nadie igualaría.

—Sabes que tienes mi corazón, ¿verdad? —dije, posando mi frente contra la suya—. Que eres dueño de mi corazón.

—Jamás lo dudaría —se alejó tan solo milímetros para verme a los ojos. Sus manos en mis mejillas.

Y cuando sus ojos conectaron a los míos, supe que era el momento de decirlo o nunca lo haría.

—Willy, Marco y...

—Shhh —exclamó, y una ligera sonrisa apareció en sus labios—. No lo digas, no tienes que.

Junte mis cejas, confundida. Él no tenia idea de que iba a decir ni de la necesidad que tenia de decirlo.

—Necesito.

—No, no es necesario.

—¿Cómo estás tan seguro de ello? Si no sabes lo que voy a decir.

—Porque no es ningún peligro para mí, tú lo has dicho. Soy el dueño de tu corazón y solo eso me importa.

Me rendí y tomé su rostro para besar sus labios. Varios besos.

Nadie podía igualar lo que me hacía sentir Will.

Estaba enamorada, perdidamente enamorada de él.

(ღ)

Faltaban dos días para navidad. El frío se estaba volvió más intenso. Dentro de la casa se podía estar sin suéter, pero afuera de ella ni loco.

Observe por la ventana de la sala una camioneta estacionarse.
El abuelo regresaba de entregar los pedidos y la leche.

Unas risitas hicieron que quitara la mirada de la ventana.
Eran Willy y mi abuela. Él traía una taza de chocolate caliente y sonreía mirando el suelo. Por otro lado, la abuela también reía parada a su lado, tomándolo de ambos brazos. La sonrisa de la abuela era la misma que aquella foto con papá. Venían en la misma pose y no pude evitar sonreír.

—¿Qué es tan divertido? —les pregunté.

—No me habías dicho que tu novio era muy tímido cuando le daban cumplidos.

Miré a Will y él se rasco la nuca.

La puerta se abrió dejándonos ver al abuelo.

—Traje pan, familia —me dio un beso en la frente y caminó hacia a la abuela para darle uno igual.

En cambio, yo me acerqué a Will e inundé mi cabeza en su pecho, abrazándolo. Sentí sus brazos rodearme y sus labios dejar un pequeño beso en mi cabeza.

Me gustaba escuchar el latido de su corazón y sentir su calor corporal fundirse con el mío.

—Los caballos están listos —las palabras del abuelo se dirigieron en nuestra dirección.

—¿Los caballos? —repitió, Will.

Levanté mi cabeza encontrándome con sus ojos curiosos.

—Me dijeron que sabes montar a caballo, así que creo que llego el momento de seguir cumpliendo los deseos.

Montar a caballo, pero no solo montar a caballo.

Montar a caballo con la persona que amara.

Llevaba meses sin hacerlo. Solo lo hacía de vez en cuando y cuando lo necesitaba.

Ese día lo necesitaba y estaba junto a la persona que amaba.

Abrí la puerta del establo y no tarde en acariciar a Negra.

Miré de vuelta a Will. Parado justo a fuera del establo. Sonreí.

—El primer día no pudieron conocerse, Will te presento a Negra es la mía.

Hice un sutil movimiento con mi cabeza invitándolo a acercarse. Caminó despacio y subió su mano con la misma lentitud hacia la cabeza de ella.

—Hola, hermosa —sonrió. Me miró sin dejar de acariciar mi caballo—. ¿Ellos quiénes son? —cuestionó, al observar a los otros dos.

—Negra, grande y fuerte —señalé a mi caballo—. Bertha, café y sutil —continué con la de al lado—, y ese de allá es Lei, es el macho. Blanco como la nieve, pero con una fuerza tan intensa como su blancura —regresé mi vista a Will—. ¿Cuál quieres montar?

(ღ)

Preparé las sillas y todo listo. Guiamos cada uno a su caballo. Me monté en Negra con una facilidad que no dejaba en duda mi habilidad para montar. Will hizo lo mismo, pero con Lei.

—Hay un pequeño estanque a unos diez minutos de aquí —le dije—. El que llegue primero, gana.

—Echo.

—A la cuenta de tres, 1.... Ya —eché andar a Negra, riendo.

—Te faltó el dos y tres —lo escuché gritar.

(ღ)

Cada quien bajo de su caballo al llegar y amarramos los caballos a un árbol. Eché mi pelo hacia adelante y metí mis manos en las bolsas de mi abrigo.

Detuvimos nuestro andar cuando llegamos al estanque congelado por el frio.

—Ou —expresó, Willy acurrucándose a sí mismo al sentir una brisa fría.

—Está congelado —dije.

—Excelente noticia ¿no? Podríamos patinar sobre él.

—No lo creo —sonreí, mirándolo—. No soportaría ni el peso de uno.

—¿Cómo lo sabes?

—Solo lo se.

Dejamos nuestras miradas hacia enfrente. No me importaba nada ahora mismo.

Absolutamente nada.

—Faltan pocos deseos —volví a mirarlo. Él mantuvo su mirada al frente.

—¿Cuantos?

—Pocos —me miró y fue mi turno de mirar al frente. Lo sentí sonreír.

—Chica misteriosa.

—Solo un poco —compartimos una breve risita. Solté un suspiro observando un poco de vapor salir por el frío.

El ambiente se volvió melancólico.

—¿Sabes? Había olvidado el cómo me sentía estando aquí, es tan diferente a la ciudad. Yo soy diferente —aclaré—, creo que la universidad no es lo mío, Will—pose mi mirada en él—. He pensado en el futuro —sus ojos se encontraron con los míos luego de decir eso—. He pensado en lo que puede pasar. He pensado en la idea de vivir aquí, ayudar a los abuelos con el negocio. No suena mal.

—¿Quieres quedarte?

—Si, pero no aún. Me refiero a que puedo pasar un tiempo en la ciudad y luego mudarme. Sé que a la abuela le gustaría la idea igual que al abuelo, y sé que mamá me apoyara. Sin embargo, —pasé saliva y moví rápido una de mis comisuras del labio hacia un lado—, no me llena del todo la idea.

—¿Por qué no?

—Porque tú no estarás aquí. Me he dado cuenta que ya no puedo imaginarme un mundo en el que no estés tú.

No podía, me reusaba.

—Y ¿Quién dijo que no estaré?

Me entraron unas ganas de llorar. Bajé la cabeza. Y solté el primer sollozo bajo.

Will se acercó hasta el punto de que las puntas de nuestros zapatos se tocaron. Levanté la mirada nublada a su rostro, y despacio coloqué mi mano en su mejilla.

—Había deseado toda mi vida poder enamorarme. Sentir como el corazón se acelera por esa persona. Acariciar su pelo y sentirte completo cuando están juntos. Era un deseo que creía imposible, pero ahora que te tengo frente a mí, me he dado cuenta de que nada es imposible. De que todo puede cumplirse.


Will

Limpié sus mejillas con mis pulgares. Junté nuestras frentes, ambos cerramos nuestros ojos.

—Creo que ya sabes un poco sobre la idea que tenía del amor. Y me enseñaste algo, me ensañaste una perspectiva totalmente diferente de él —tome su mano que tenía sobre mi mejilla y la lleve a mi pecho.—. No debes preocuparte por si estaré o no, porque lo haré. Estaré aquí, hoy y siempre.

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