Capítulo 27

Capítulo 27:

En los días de mayo todo corría de forma en apariencia normal tanto en el colegio como en la vida personal de Simón, repetía de lunes a viernes el ir y venir a unas aburridas clases que lo único que encontraba de diversión en ellas eran las pláticas con sus amigos y su novia. Las cosas con Ámbar no habían cambiado en nada; ella seguía siendo la misma rubia de preciosos ojos y labios apetitosos que ya llevaba alrededor de seis mese de no besarlos. Se sentía la persona más hipócrita del universo al pensar en aquellas cosas, sabía que no estaba bien que pensara en besar a otra persona cuando tenía a otra, mas no podía evitar enamorarse cada día más de la rubia. Sobre todo, se sentía más culpable luego de la petición que Luna le había dejado saber aquel día en el baño para hombres de su propio colegio, y de eso hacía ya poco más de un mes.

—Necesito contarte algo —mencionó Simón a su amigo rubio, quien estaba concentrado comiéndose la segunda mitad de su sándwich de queso, observando desde su asiento improvisado que era la acera de la parte trasera del edificio del colegio.

—Dime —contestó con simpleza sin siquiera voltearlo a ver.

—Aquí no —se mordió el labio con un poco de vergüenza que suponía no debería tener, pues si había alguien a quien pudiera confiarle cualquier cosa, ese sería Nico —. Es privado.

El muchacho se volvió hacia él con un poco de sorpresa en su mirada. No sabía de qué pudiera tratarse la posible plática que tuvieran, pero debía ser interesante ya que la cara de nerviosismo de Simón no es que se viera todos los días.

—¿Hiciste algo malo en lo que me pueda ver yo de alguna manera involucrado, por muy mínimo que sea? —serio, preguntó para cerciorarse de que no iba a meterse en algún problema.

—No —respondió de inmediato —. ¿Quién piensas que soy?

—Entonces, ¿por qué es privado?

—Porque es personal —al rubio automáticamente le cambió el semblante a uno cansado, como sabiendo lo que podría estar pensando en decirle el castaño.

—Ya sé por dónde va esto —entrecerró los ojos —. Ahora es donde comienzas con tus chorradas de que te gusto porque de la noche a la mañana te volviste gay. Ya estoy un poco harto de tu chistecito, amigo.

—¡No seas bobo! —lo empujó sin mucha fuerza para darle a entender que ni siquiera estaba pensando en su suposición —. Es algo serio esta vez.

—Bien, ¿vamos al baño y me cuentas allí? —se interesó un poco, terminando casi de comer su sándwich.

—¡No! —exclamó, sonrojándose de inmediato —. Allí menos.

—No me digas que taqueaste el inodoro —se carcajeó.

—Oye, no me estas poniendo atención, en serio, esto es serio —puso mala cara, dejando de comer su propia merienda.

—Bueno, bueno. Sólo desembolsa, hombre.

—Te dije que aquí no —atrapó con sus dientes la suave piel de su labio inferior —. Ven a mi casa a la salida, te comentaré allí.

—No sé si pueda ir a tu casa, a mi padre ya se le hace raro que yo pase más tiempo en tu casa que en la mía. Ya ves que no ha dejado de perseguirme a donde voy —le dio una mordida sin ganas a lo poco que le quedaba de almuerzo en su mano —. Sigue dándome miedo decirle la verdad sobre mí.

—Mejor que lo hagas luego de terminar este año, si lo haces antes puede que corras el riesgo de que te saquen de clases —se apiadó de su amigo —. Mira que hasta esposa te estaba buscando.

—Mi papá es muy ridículo —rodó los ojos, recostándose sobre la pared —. Sí, puede que me corra de la casa. Quizás dentro de poco me verás viviendo debajo de un puente.

—Si te corre, las puertas mi casa están abiertas. Allí puedes ayudarle a Kelly en los quehaceres —se rio al ver la cara de Nico —. Es broma. Pero ya, nos desviamos del tema importante aquí: O sea yo. ¿Voy a tu casa entonces?

—No te preocupes, iré yo a la tuya, si mi padre forma problema, le diré que soy gay y saldré corriendo antes de que pueda decir que me considere desheredado.

—Claro, y cuando regreses encontrarás tu ropa quemada o rota en la entrada de la casa —le hizo ver como si fuese lo más obvio del universo.

—Está bien, convenceré a mi padre para que me deje salir.

—¿Te quedarás hoy? —preguntó con cierto grado de emoción.

—No lo sé. Lo más seguro es que no, mi padre, ya sabes —se encogió de hombros.

—De todos modos, ni quería —se hizo el dolido —. Me espantabas la oportunidad de que Ámbar entrara por la ventana.

—¿Todavía sigues esperando ese día? —se carcajeó y luego cayó en la realidad —. Mejor ni hablo, yo también sigo esperanzado a otros días.

—¿Por qué nos va tan mal en el amor? —se recostó en su hombro, fingiendo estar llorando.

—Porque la gente piensa que tú y yo somos novios justamente por esta pose —lo apartó.

—Vamos, llegaremos tarde —se levantó y le tendió la mano a su amigo para ayudarle a levantarse —. Te veo en mi casa, ¿bien?

—Seguro.

Pedro caminaba junto a su novia, charlando y al mismo tiempo pensando en cuestiones que nada tenían que ver con lo que la morena iba diciendo. Le daba vueltas en su cabeza al asunto de que no sabía cómo hacer para decirle a Delfi que la relación estaba terminada, y podría ser que esa fuese la parte más sencilla de todas, la que le preocupaba en supremacía era el que ella pudiera, y lo haría, preguntarle el porqué, si supuestamente todo estaba de perlas entre ambos.

—...la verdad es que no creí que fuera a pasar tan rápido —se rio, sintiendo que iba hablando sola o estaba hablándole a una pared móvil —. Pedro, ¿me estás escuchando?

—Sí, rápido, sí —parpadeó más de una vez para volver a la realidad.

—¿Por qué siento que no te interesa nada de lo que te estoy contando? —estaba seria, tal como mucho tiempo antes le gustaba verla para seguir molestándola y que cuando estuviera a punto de perder los nervios, besarla y decirle que se veía mucho más guapa de esa manera. Sin embargo, hoy no. Hoy no sentía que eso pudiera salir de otra forma que no fuera forzada.

—Delfi, hay una cosa de la que quiero hablarte —dijo, con cierto tono de inseguridad en su voz.

—Ah, pero yo sí estoy para escucharte, ¿no? —se cruzó de brazos, molesta porque no se le tomara en cuenta —. Ni me hables.

—Es algo importante para mí —la muchacha lo volteó a ver con curiosidad —. Para ambos, en realidad.

—¿Para ambos? —frunció el entrecejo —. ¿Es muy importante? Este tipo de cosas me dan miedo. ¿Te parece si lo dejamos para luego?

El pelinegro la quedó viendo por unos cortos segundos que le parecieron eternos, en sus ojos oscuros se leía un poco de curiosidad y miedo a la vez. Sabía que era de cobardes echarse para atrás en ese punto, cuando al fin había juntado la fuerza suficiente para poder hablar sobre el tema que le pondría fin a su relación, mas no podía soportar verla de aquella manera y, aunque en cualquier momento se llegaría el día en que no la viera así, sino peor, se convenció de mejor dejar el tema zanjado al menos por ese día.

—Está bien —se esforzó porque la sonrisa que se dibujara en sus labios saliera lo más creíble posible, aunque era de esperar que ella no se lo tragara.

—¿Hice algo mal? —preguntó Delfi, viendo su cara de preocupación.

—¿Qué? No, ¿por qué me lo preguntas? —frunció el entrecejo, confuso.

—Porque... —lo pensó un momento, quería creer que se equivocaba, mas algo en su interior le decía que algo para nada bueno se acercaba y eso debido a que nunca en sus años de relación Pedro le había mirado con aquella resignación de hace poco o le había hablado en el tono que lo hizo —. Por nada, no me hagas caso.

Ahora quizás todo sería más fácil o más difícil. Si es que ella sospechaba algo cercano a la realidad, la noticia de terminar con la relación no sería tan devastadora como que se la dejaran caer sin anestesia, mas si sabía, pero se resignaba a dejarlo todo y evitar el tema cada vez que tuviera oportunidad, llegaría el momento en que explotaría para decirle la verdad. Precisamente todo lo que quería evitarle.

El timbre de la casa sonó y el sonido llegó hasta los oídos del muchacho castaño; se levantó de su cama a toda prisa, salió de la habitación y bajó las escaleras para abrir la puerta antes de que Kelly lo hiciera, miró a Nico con una bolsa de palomitas de maíz en una mano mientras que ocupaba la otra para sacar cada una de ellas y comerlas. Simón apenas lo vio le quitó la bolsa y luego se comió unas cuantas hasta dejarlo pasar.

—Para en otra me hubieras dicho que te comprara una, de haber sabido que me las ibas a arrebatar mejor hubiera comprado dos —le haló la bolsa y comió nuevamente de lo que esta contenía.

—No me dijiste que comprarías, de haberlo hecho, te hubiese encargado —rodó los ojos y comenzó a subir las escaleras —. Vamos arriba.

El rubio lo siguió, comiéndose lo más rápido que podía las palomitas para que estando ya en la habitación, Simón no tuviera nada o casi nada que robarle.

—Y bien, ¿qué es eso tan importante que tiene que contarse en la oscuridad de tu guarida? —cuestionó estando ya sentado sobre la cómoda cama de su amigo.

—No es mi guarida, es sólo mi lugar para hacer sesiones privadas —corrigió, puntualizando las dos últimas palabras.

—¿Sesiones privadas? Ni que fueras un actor porno —se carcajeó de la cara de su amigo —. Si hasta virgen eres.

Detuvo sus risas al ver el poema que se había vuelto cada milímetro del rostro del castaño; su cara estaba roja hasta la raíz del cabello y de sus orejas ni se diga, parecía que pronto se le derretirían.

—De hecho... —empezó a hablar, mas no llegó a terminar ya que el rubio lo interrumpió.

—¡No puede ser! —gritó, pasmado por lo que actualmente estaba cruzando de lado a lado su cabeza —. ¡No puede ser!

—¡Baja la voz! —dijo, poniéndose un dedo frente a los labios, en señal al rubio para que se quedara callado.

—Lo hiciste —hablaba con los ojos muy abiertos —. ¿Lo hiciste con...? ¡No!

—¡Que te calles!

—¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde? —como si fuera posible aún, abrió más los ojos, levantándose rápidamente de la cama —. ¿Fue en esta cama? ¿Te atreviste a hacerlo con ella en la misma cama donde dormimos?

—Oye... —lo miró raro —. Creo que te desviaste un poco de la conversación.

—Por favor dime que lo hicieron en el piso —vio al suelo, donde estaba la blanca alfombra —. Oh, Dios, en la alfombra no.

—¿Puedes ponerme atención por un momento?

—Exijo saber si lo hicieron en la cama.

—No, Nico, no fue en esta cama, ni siquiera sobre la alfombra o en alguna parte de esta casa —le aclaró, haciendo que el chico se volviera a sentar donde estaba en un principio.

—¿No? ¿Y dónde fue?

—¿Ahora sí me vas a escuchar? —el rubio asintió enérgicamente, preparándose lentamente para oír la historia —. Fue hace como cuatro o cinco semanas. En un hotel no muy lejos de aquí.

—¡Ah! —se tapó la cara con vergüenza —. No puedo creer que escucharé esto. No sé cómo sentirme, si engañado por el que será mi esposo a los veinticinco u orgulloso porque mi mejor amigo ya dejó descansar a su pobre y agitada mano.

—Ella me pidió que lo hiciéramos, en los baños del cole...

—¡Aahh! —gritó en medio de una risotada, interrumpiendo a Simón —. No creí que fuera tan degenerada. Es que bien dicen que hay que cuidarse de las que se ven bien calladitas.

—En serio, dejas de hablar de una vez o no te cuento una mierda —lo vio con cara amenazante.

—Bien, ya me calmo.

—Así me gustas más —Nico abrió la boca, pero no alcanzó a decir nada ya que Simón le puso la mano para evitar que hablara —. Bien, me lo dijo en el colegio y yo le dije que sí por dos razones: la primera es que apenas me lo dijo me entraron unas ganas terribles de hacerlo allí mismo, pero me detuve porque corríamos el peligro de que alguien entrara y nos encontrara, obviamente. La segunda razón es porque vi mi oportunidad de dejar la virginidad a un lado, no le voy a eso de «llegar virgen hasta el matrimonio» —se avergonzó un poco, ya que pensó de inmediato que si le pidieran ese requisito en la iglesia y, si la novia fuese Ámbar, con todo gusto lo cumpliría —. Fue tres días después ya que decidimos planearlo todo bien para no correr ningún riesgo. Primero llegué yo al hotel con una maleta de viaje vacía —se fue hasta el closet y sacó una maleta pequeña de color rojo y la puso sobre la cama, Nico la levantó, notando que, efectivamente, no tenía nada dentro —, pedí una habitación y me la dieron, allí esperé hasta que se hicieran las siete de la tarde, cuando Luna llegó con la misma temática que yo. Lo único que llevaba allí adentro eran las cosas que ocuparía a la hora de... ya sabes...

—Follar, sí —le alentó a seguir.

—...el caso es que lo hicimos allí, en un cuarto de hotel —resumió, emitiendo contarle cada una de las cosas que habían hecho —. Luego yo bajé con la maleta en mano, fingiendo que hablaba por teléfono y que según me decían, «era una emergencia que yo llegara a un lugar equis». Luna salió al siguiente día puesto que le había dicho a su madre que se quedaría en casa de Delfi —detuvo el relato —. Así fue como lo hicimos por primera vez.

—¿Era la primera vez de ambos? —inquirió.

—Sí, pues ella me dijo que quería que yo fuera su primero —se mordió el labio —. No sé si ella sabe que también fue la primera vez para mí. Al menos no porque yo se lo haya dicho.

—Seguro lo notó —le bajó los sumos —. No creo que ya vengas con ese talento.

—¿Quieres probar?

—¿Me dejarías?

—Sabes que sí —levantó una ceja, coqueto.

—Entonces no —lo apartó con la palma de la mano cubriendo todo su rostro —. Ve a masturbarte si aún te quedan ganas.

—Eso es lo raro, desde entonces ya no me dan ganas de hacerlo —confesó confuso.

—Habiendo tocado el cielo no veo necesario el que sigas viéndolo desde la tierra, bobo.

—Pero el problema es que yo no sentí que lo toqué.

—¿Ah no? ¿Tan malo fue?

—No, no me malentiendas —movía las manos frente a él para darle a entender que no había cosa más alejada de la realidad —. Todo fue increíble y justo como imaginé que sería, pero la cuestión está en que fue como me lo imaginé. Quiero decir, que a pesar de que hacerlo con Luna fue muy bello, siento que de algún modo pudo haber sido mejor, ¿sabes? Y con esto no me refiero a que ella fue la que estuvo mal, todo lo contrario, opino que más bien fue un problema mío.

—¿Y qué esperabas?

—No lo sé...

—Es porque no la amas. Hiciste lo que hiciste sin amor, Simón —sonrió nostálgico, recordando los días en que él sí tocaba el cielo mientras se sentía amado por la persona con la que compartía ese sentimiento —. Cuando lo hagas con la persona correcta, verás que podrás sentir que nada hizo falta. Todo está en el lugar que debe estar.

—¿Crees que Ámbar es esa persona? —preguntó sin darle la cara.

—No lo sé —contestó con sinceridad —. Pero te aseguro que sea quien sea, cuando sea la correcta, sentirás que todo fue perfecto. Quizás con Ámbar lo que necesitas hacer es actuar primero. Y, por el amor de Dios, no vayas a decirle que te lleve al cielo, de una.

—Estaría mal si lo hiciera, ¿verdad?

—En tantos sentidos que creo que hasta yo te voltearía la cara de un guantazo —dejó a un lado su semblante y tono serio para sonreírle con gracia, como lo hacía con normalidad.

La siguiente hora y media continuaron hablando sobre cosas sin importancia y por momentos poniendo en duda la orientación sexual del castaño, por lo que el rubio lo reprendía y se reía igualmente. También discutieron un poco sobre el día en que Nico les dijera a sus padres su pequeño secreto, a lo que no llegaron a una fecha en especifica ya que este tenía mucho miedo de la reacción que sus progenitores podrían tener para con él luego de la confesión. Debido a que el chico no podía quedarse en casa de Simón ya que no quería sobre él los ojos de su padre aún más de lo que ya los tenía, el castaño decidió acompañarlo hasta cierta parte del camino con la única intención de seguir hablando y salir del ambiente silencioso que albergaba su casa, que, aunque no le molestaba, hablar con su mejor amigo era mil veces mejor.

—¿El zumo de naranja tiene que ser necesariamente naranja? ¿No puede ser también azul? —cuestionó Simón, mientras caminaban después de quedarse un segundo en cómodo silencio.

—¿Cómo? —Nico frunció las cejas, preguntándose internamente el porqué a su amigo se le ocurrían semejantes cosas.

—¿No te gusta el color azul? Yo lo amo —comentó con la mirada perdida.

—Tienes problemas, chico —se rio de él.

—¿Crees que te cases alguna vez? —continuó sin hacer caso al comentario de Nico.

—Sí, contigo a los veinticinco —le contestó con toda naturalidad, viendo a su amigo voltearlo a ver sorprendido.

—Nunca me lo habías dicho —lo abrazó, exagerando en el proceso —. Te besaría si pudiera.

—Te recuerdo que ya lo hiciste.

—Cierto —se separó y le atrajo la cara para acercarlo a su rostro —. Entonces te voy a besar porque puedo.

—¡Quita, pegajoso! —se apartó inmediatamente, provocando una sonora carcajada por parte de Simón.

—Es divertido ver tu cara cuando hago eso —se reía sin parar, viendo apenas cómo al rubio se le coloraban las mejillas.

—Juegas con mis sentimientos —dijo para seguirle el juego, aunque no dejaba de estar un poco avergonzado y se recriminaba por ello ya que era hora de que se fuera acostumbrando a los chistes de Simón —. Quédate con tus juegos.

Caminó rápido, fingiendo estar enojado, sin mirar atrás, haciendo oídos sordos a las disculpas cobijadas de risas por parte de su mejor amigo. «Vamos, no te molestes», «Nico, sabes que te amo», le gritaba mientras él hacía un esfuerzo sobrehumano para no acabar derrotado por las ganas de reírse con él.

—¡Nico! —fue el grito que escuchó a no mucha distancia. Se extrañó de inmediato, pues la voz más que graciosa, sonó aterrada.

Quiso voltear a ver, pero lo último que logró distinguir fue la luz cegadoramente blanca sobre sus ojos y el llanto de un claxon en sus oídos. Todo se volvió oscuro al instante y tal como si le hubiera caído el propio carro encima, sintió que todos sus huesos se contraían en un mismo lugar; los oyó tronar a todos al mismo tiempo en que se desenvolvía, juraba, en todo el lugar y no sólo en su cabeza, un ensordecedor y persistente ruido.

—Nico, Nico —oía a duras penas la muy conocida voz de Simón, hablándole persistente y preocupada.

Quiso mover los labios para decirle que sí o para decirle que no, porque en ese instante no sabía exactamente cómo se encontraba, aunque al paso que iba, de seguro era todo mal. No veía nada, no sentía nada excepto un sueño tremendo y algo caliente rozar con delicadeza la piel de su nuca. A pesar de que sabía que se había golpeado, era extraño no sentir nada. Se estaba comenzando a desesperar debido a que el no poder moverse y no poder hablar le estaba sacando de quicio. De pronto pensó en su fin y todos los instantes vivos anteriormente pasaron a la velocidad de la luz en su cabeza; varios felices, varios tristes, sin embargo, todos dignos de recordar. Pero él no podía acabar de aquella manera, no era posible. No él, no era justo.

—Mierda... —gruñó Simón, con la voz más gruesa de lo que quería. Estaba asustado y sentía que no era sangre lo que corría por sus venas, sino un líquido tremendamente helado, tan espeso que apenas sí corría —. ¡Llame a una ambulancia, imbécil! —le gritó al hombre que se había bajado del auto y que sólo se había quedado viendo la escena, paralizado —. ¿Es que no ve lo que ha hecho? ¿A qué espera?

Casi daban las cuatro de la tarde cuando Ámbar iba de camino a su casa, golpeando con el pie cualquier piedrita que se encontrara en el camino, de alguna manera decepcionada y sintiéndose traicionada. Sentía un vacío dentro de ella que por más que buscara algo para llenarlo, nunca podía quitárselo de encima. Se sentía muy doble cara de su parte comportarse de esa manera, era obvio que las cosas algún día tendrían que pasar y ella no era absolutamente nadie con el poder de cambiarlas, pero, ¿se tenía que enterar? ¿Por qué tuvo que estar en el lugar equivocado en el maldito momento equivocado?

—Fue lo más hermoso del mundo, Delfi —había dicho la chica castaña de la cual había reconocido su odiosa voz al momento en que pronunció la primera sílaba —. Fue delicado, tierno, cariñoso. No hubiera pedido nada mejor.

—Simón no parece —se burló la morena, golpeándole, aunque Ámbar no lo viera, con el codo el brazo a su amiga.

—¡Lo sé! —gritó en un chillido de emoción —. Estoy deseando que se repita; esta vez no quiero ser yo quien se lo pida. Me da un poco de vergüenza. Pensará que estoy súper necesitada.

—¿Y no lo estás?

—¡Por supuesto que sí! —volvió a gritar —. Pero no quiero demostrarlo.

—Entonces estás haciendo un mal trabajo, amiga —se rio la morena, contagiando a Luna.

—No te niego que hacerlo con Simón fue genial, es lo más precioso que he hecho hasta ahora —se deshizo la coleta que llevaba y luego la volvió a hacer —. No veo la hora de que sea él quien me lo pida, si no, tendré que perder de nuevo la vergüenza e insinuárselo yo.

—Seguramente te tocará a ti, Simón tiene cara de niño decente más que otra cosa —se vio por última vez en el espejo de los lavabos —. Vamos, que los chicos nos están esperando.

Y la rubia escuchó el sonido de la puerta cerrarse, salió de los cubículos para ir a donde las chicas habían estado hace poco tiempo, vio su reflejo y notó que sus ojos estaban más aguados de lo normal. Era como que le hubieran arrancado una esperanza de todo su cuerpo. Se sentía estúpida de aquella manera. Se sentía como que hubieran quitado para siempre a Simón de su vida. Lo malo es que ahora no había a quién culpar puesto que la decisión desde un inicio no fue de nadie más, salvo suya. Sus ojos ya comenzaban a picar, lo que significaba sólo una cosa: iba a iniciar a llorar. Allí, frente al espejo se maldijo por haber ido al baño ese día, maldijo a Luna por ser quien era, maldijo a Simón por dejarse llevar por sus impulsos adolescentes; y nuevamente se maldijo a sí misma por tomar tantas decisiones erróneas en su vida. Nada de eso hubiera pasado de no ser porque ella prácticamente lo aventó a los brazos de la chiquilla aquella, porque se lo puso en bandeja de plata cuando hubiera podido tenerlo para ella sola.

—Exacto, fue tu culpa —le dijo a la Ámbar que la miraba fijamente en su reflejo —. No llores, no sufras, no te hagas la víctima. Es tu culpa y ahora acéptalo.

«¿Actuarías igual si te enteraras de la misma noticia, con la diferencia de que fue Matteo el protagonista?», le cuestionó una voz bastante ruda dentro de su cabeza.

—Sí —fue su respuesta.

«¿Estás segura?», preguntó otra vez.

—No —respondió bajando la mirada.

Era verdad, no estaba segura de su reacción si la situación tuviera a Matteo de por medio. Sus sentimientos por Simón eran confusos y debido a eso fue que decidió apartarse de él, mas en un principio supuso que hasta allí llegarían los sentimientos ya que alejándose no había a nada que sujetarse, pero hoy las cosas habían dado un giro. Estaba enojada, decepcionada, triste, tantos sentimientos y ninguno era bueno. Quería por sobre todo una explicación, sin embargo, ¿explicar qué? Estaba claro, Simón ya había dejado sus días con ella a un lado y no por gusto propio, sino porque se vio obligado.

Había tantas maneras de sentirse en aquel momento, y Ámbar sólo sabía que estaba enamorada de Simón.

—Me amas —le había dicho Simón una vez, según la Ámbar de aquel entonces, en broma.

Hoy descubría que era verdad. La confusión y el miedo la separaron de su lado. Miedo de que fuera él el primero en decirle que ya no quería nada con ella. Que después del beso que se dieron con Luna, sintiera que los de ella no valían nada, que la besaba sólo para no despreciarla. Eso la aterró, lo sintió perder en ese mismo instante.

—¿Te das cuenta de lo que dices? Te gusta —su tía también le había hecho ver eso.

¿Tan obvia era con los demás? Era tan ciega que hasta cuando era demasiado tarde se daba cuenta de las cosas. Estaba enamorada de Simón y fue tan estúpida que lo tuvo entre sus manos y lo dejó ir por miedo. ¿Por qué no luchó por él? ¿Por qué no le hizo ver sus sentimientos aun cuando lo vio llorar frente a ella, diciéndole que no se fuera de su lado? Muy simple: por tonta.

—¿Y ahora de qué sirve? Ya te perdí —se sentó en una silla junto a la ventana, diciéndose mentalmente que a la escena sólo le faltaba llover para que fuera completamente deprimente.

A la distancia vio la cabellera rubia de Nico entrando a la casa del castaño, sonrió de medio lado, nostálgica. Se veía que esos dos se llevaban de maravilla, de seguro sabían los secretos del otro, entonces Simón sabría acerca de lo que existía entre él y Pedro. No todo el mundo estaba bien a su alrededor, los demás también tenían sus propios asuntos y el que ella tuviera ciertas situaciones no hacía que el mundo dejara de moverse. Cada uno vivía su propia telenovela a su manera.

Su teléfono empezó a sonar y sin ganas se levantó de donde estaba sentada y fue a por él, apenas vio el nombre de Matteo, algo que no supo cómo describir le recorrió el estómago. No era satisfactorio, era más de pesadez que otra cosa.

—¿Sí? —fingió una voz despreocupada, mas, bien sabía que lo último que quería en aquel momento era hablar con el chico; su novio.

Escuchó la ya conocida voz de Matteo hablarle del otro lado de la línea y se fue a sentar donde estaba antes de que él llamase. Vio con dificultad un poco de movimiento en el cuarto de su vecino y, aunque quería ver más allá, no podía. No como aquel día cuando lo vio casi sin nada de ropa. O cuando estuvo a punto de hacer el amor, pero se detuvo.

Ahora se arrepentía y le enviaba maldiciones a la Ámbar del pasado por haber desaprovechado la oportunidad y tantas otras que tuvo pero que dio un paso atrás.

—¿Ahora? —preguntó tras escuchar la pregunta de Matteo —. Está bien, pero regresemos temprano, estoy un poco cansada.

El chico volvió a hablar, endulzando su tono de voz como solía hacer en ocasiones cuando se estaban despidiendo.

—Yo también a ti —un nudo en su garganta se le formó tras decir aquello —. Te espero. Un beso.

Posiblemente llegaran los demás amigos del castaño y entre ellos su novia, tal como la vez anterior que llegaron todos. Poniéndola un poco celosa aquel día, preguntándose qué podrían haber estado haciendo lo cinco juntos. Dándole también una pisca de envidia ya que ella nunca realizó tal acción; nunca pudo saber qué se sentía ser invitada o invitar a tus amigos a casa. Suponía también que nunca pasaría.

La ciudad desde el punto más alto donde se podía llegar en coche se veía hermosa. Las luces de las casas y las calles iluminadas por las farolas lucían como las decoraciones de un gran árbol de navidad. Había pocos autos alrededor ya que la mayoría de los que estaban al momento de llegar se habían ido de poco a poco. Ellos estaban sentados en el capó del Ford de Matteo, observando en silencio el iluminado paisaje mientras que la noche caía lentamente.

—Hoy has estado un poco callada, ¿te sucede algo? —habló Matteo, con el tono de voz un poco bajo para no interrumpir de más la tranquilidad que en el lugar se respiraba.

—No, es sólo que nunca había venido aquí —mintió, sonriéndole tiernamente. Era verdad que nunca había ido a aquel lugar y que esa era su primera vez, pero no se sentía bien.

—No hablo de ahora mismo, sino desde hace rato —le pasó uno de sus brazos por los hombros, ofreciéndole un poco de calor contra el frío —. ¿Tu tía te ha negado el permiso de venir y te escapaste?

—No, en serio, no es nada —posó su cabeza en el pecho del muchacho —. Estaba pensando sobre nosotros.

—¿Ah sí? —su cuerpo al instante se puso en guardia —. ¿Por qué? Quiero decir, ¿en qué pensabas?

—¿Cuánto me quieres? —parecía ausente, y lo estaba. Cuando hablaba y respiraba el aroma varonil de la colonia de su novio, solamente podía dirigir cada una de sus ideas al perfume y calidez de otro chico que allá en el centro de la ciudad estaría viviendo su vida, totalmente ausente a sus pensamientos.

—¿Por qué me lo preguntas, tontita? —rio suave, rozándole la mejilla con sus dedos —. Sabes que te quiero muchísimo.

—Yo también te quiero, ¿sabes? —se dejó acariciar, queriendo perderse entre caricia y caricia —. Mucho.

Sobre todo, había una línea bastante gruesa entre querer y amar. A Matteo lo quería, sí, muchísimo. Pero a Simón lo amaba y esa era la raíz de todos sus problemas.

—Este tema no lo habías tocado antes, ¿debería preocuparme?

Sí, sí debía preocuparse debido a que esa relación le veía cierto final, aunque no quisiera aceptarlo. Era cosa de sentirlo y no de verlo. Ya no se sentía cómoda.

—No me hagas caso —se apartó un poco —. No te preocupes por nada.

—Hace frío —hizo fricción con las manos —. ¿Vamos adentro?

La rubia asintió y entraron por sus respectivas puertas. Como ya era costumbre, se empezaron a besar, esta vez con cierta diferencia, pues normalmente se besaban y ya, sin embargo, ahora el beso se hacía cada vez y cada vez más intenso. Los dos con un solo pensamiento: llevar su relación un paso más adelante. Ámbar quería olvidarse de todo lo que se había enterado hacía sólo unas horas y Matteo estaba ilusionado porque después de tanto tiempo, al fin miraba luz verde en su camino.

—No te detengas, por favor —le pedía, dejando que las manos del chico avanzaran a zonas que antes no estuvieron.

—No lo haré —aseguraba en medio del beso.

Tan rápido que ni siquiera cuenta se dio, su blusa estaba en el asiento trasero, su cabello carecía del usual arreglo que siempre llevaba y el aire que dentro se respiraba era caliente y pesado. Matteo estaba con su torso desnudo y sus manos que parecían saber bien lo que hacía, recorrían sus piernas como si se trataran de planos a punto de ser leídos. Uno que otro gemido se les escapaba a ambos de vez en cuando, encendiendo más sus temperaturas corporales.

—No te detengas —repetía ahora por inercia.

El chico obedecía con alegría. No había planeado eso para ese día, si iba a ser sincero, hubiera preferido que la ocasión se diera en un lugar más romántico que ese, pero estando donde estaban, era mucho más que consciente de que no podía darse el lujo de desperdiciar las oportunidades que se le brindaban. Tal vez el universo se había puesto de su parte al fin, haciendo que los planetas se alinearan e hicieran cambiar su suerte.

—No te...

La frase moría cuando los labios de su novio asaltaban su boca. Se sentía bien, bastante bien, no lo negaba. Mas algo en su interior le gritaba que lo que estaba haciendo no era apropiado, que debía detenerse ahora, antes de que fuera demasiado tarde. No quería oír, sólo quería olvidarse de que la persona que amaba había hecho lo mismo y no con ella. Quería grabarse otro nombre por encima de donde estaba el de su ex mejor amigo.

—Simón... —susurró sin darse cuenta.

Como si una fuerza de atracción lo hubiera halado hacia atrás, Matteo se apartó, cansado y sorprendido al mismo tiempo. No era posible. Hubiera jurado que escuchó un nombre equivocado. No podía ser que hubiera escuchado mal.

—¿Por qué te detienes? —interrogó la rubia, viéndolo mientras se apoyaba mejor en el asiento.

—¿Cómo...? —tragó saliva, no terminando la frase debido a que se había quedado trabada en mitad de su garganta —. ¿...me llamaste?

—¿De qué hablas? —frunció el ceño, queriendo parecer que no entendía nada. En el fondo sabía que había metido la pata, muy profundo —. Ven, sigamos —quiso atraerlo, pero él se alejó bruscamente.

—Simón —repitió, poniéndose la camisa rápidamente —. ¡Me llamaste Simón!

—Matteo, ¿qué estás diciendo? —su sonrisa nerviosa delataba su pecado.

—¿Pensabas en él mientras estabas conmigo? —inquirió, apretando fuertemente los dientes para abstenerse de decir las palabras que hacían revolución dentro de su boca por salir en coro.

—Matteo, en serio no...

—¡Cállate!

No supo cómo fue que pasó, todo fue tan rápido que sólo se dio cuenta de que Matteo le había dado una cachetada cuando su mirada estaba posada en otro lado que no era la cara del chico y su mejilla empezaba a hormiguear de dolor tanto como sentirse más cálida de lo normal.

—E–es hora de irnos —dijo en un quebrado susurro luego de ver a la chica con gran parte de sus cabellos dorados sobre su rostro.

Ámbar no mencionó nada, ni siquiera trató de devolver el gesto doloroso, pues consideraba que se lo tenía merecido por su comportamiento. Mas nunca se esperó que Matteo fuese capaz de hacer eso. No se sobó la mejilla, aunque el dolor pareciera crecer a cada segundo; quería mantener la dignidad en todo momento, no obstante, ahora sentía que estaba por el suelo.

Una mujer rubia, alta y de ojos claros caminaba con desesperación, en compañía de un hombre más alto que ella y con ojos similares. Los dos compartían la misma angustia en su rostro, la misma crispación que dejaba entrever que la sorpresa había hecho su jugada en su momento.

—¿Cómo está? ¿Qué le pasó? ¿Cómo fue que...? —preguntaba de forma desesperada en cuanto llegó a estar junto a Simón, quien inmediatamente se puso de pie para recibirla.

—Está durmiendo ahora mismo —le informó un poco tímido —. El doctor que lo atendió vino hace poco y me dijo que gracias a Dios no fue un daño muy grave, aunque le tuvieron que hacer varios puntos en la cabeza y ponerle yeso en un brazo ya que el hueso se le había desviado al ser lanzado... —vio que la mujer abría los ojos de sobremanera, aferrándose como si la vida dependiera de ello al brazo de su esposo, quien también escuchaba atento y conmocionado las palabras de Simón —... por la fuerza del coche...

—¡Dios mío! —exclamó ella en una exhalación.

—¿Se puede saber qué hacían para que esto sucediera? —inquirió la voz del mayor, grave como ya Simón se la imaginaba.

—Íbamos a casa de Nico, yo... —recordó el momento aquel —. Yo no vi ningún auto, se lo juro. Todo pasó muy rápido, no nos dimos cuenta. En verdad lo siento.

—Pero está bien, ¿no? —moqueando, la mamá de su mejor amigo preguntó —. ¿Hay algo más que no nos hayas contado?

—No, señora. El doctor dijo que el accidente no pasó a mayores ya que el tipo que conducía frenó a tiempo —respondió, sintiéndose mucho más cómodo hablándole a la mujer.

—¿Y quién era el imbécil más ciego que tú que no vio a una persona delante suyo? —de nuevo, allí estaba la voz del padre del chico. Era obvio que no le caía bien.

—Es... —apuntó con la vista a un hombre sentado a unos metros de ellos. Tenía el cabello largo, sujetado con una cinta negra, piel muy blanca que daba la impresión de que jamás se había dado el sol y unos ojos tan oscuros que parecían ser irreales —...él.

—Voy a hacer que te tragues cada uno de tus asquerosos pelos, imbécil —amenazó apretando los dientes, dirigiéndose al hombre que se puso en guardia al instante, viéndose un segundo después con los pies sin tocar el suelo mientras era levantado del cuello de la camisa por el padre de Nico —. ¿Cómo te atreves a casi matar a mi hijo, estúpido?

—Señor, señor, por favor cálmese, le dijo que yo no lo vi —intentaba desenroscar las manos de su camisa, pero por más que intentaba, no podía —. En serio lo lamento, no sabe cómo. Por favor, tranquilícese.

—Estamos en un hospital —le dijo la mujer al padre de su amigo, tomándolo por el hombro al momento en que lo miraba enojada. No defendía al otro tipo que estaba a punto de ser estrangulado, más bien defendía su integridad en el ambiente público del lugar donde estaban parados —. Te controlas, por favor —volteó a ver al castaño —. Simón. ¿Te han dicho algo sobre si se puede pasar a verlo?

—Sí, después de esa puerta —apuntó a una puerta doble, acristalada y que poseía en grande una calcomanía con el nombre del hospital —, siga derecho hasta encontrar la habitación número doce.

—Bien... —se adelantó para ir a donde el chico la había enviado —. ¿Quieres venir?

—¿Y yo? —preguntó su esposo, crispado porque la invitación no le llegó a él.

—Tú te quedas aquí y no armes problemas con nadie —miró al hombre del pelo largo —. En cuanto a ti, tenemos una conversación pendiente.

Simón en compañía de la madre de su amigo, caminó por el pálido pasillo del hospital, en busca de la habitación que ocupaba el muchacho. Se sentía un poco incómodo a su lado, mas no era la misma intensidad de incomodidad que podría sentir con su esposo, el que lo miraba como buscando en sus ojos la respuesta de una pregunta que desconocía, pero que se hacía a la idea de cuál era. Al llegar al blancuzco cuarto, encontraron a Nico con vendas cubriendo su cabeza y con un yeso de color azul en su antebrazo. Estaba aún dormido y se veía que respiraba con tranquilidad, aunque a veces sus párpados se apretaban con fuerza como si estuviera teniendo una pesadilla.

—Mi bebé —chilló la rubia, derramando lágrimas al ver a su hijo de aquella manera, una en que nunca lo había visto.

—Pedí que el yeso fuera de color azul... —se sonrojó Simón —. Nico una vez me comentó que era su color favorito.

Era mentira, era su color favorito, no el de Nico.

—Eres un gran amigo, Simón. Me alegra que mi hijo tenga a alguien como tú en su vida —le sonrió, caminando en dirección a tomar la mano de su hijo.

—Se equivoca, señora, en realidad, soy yo el afortunado de tener a alguien como Nico junto a mí —se quedó de pie, observándola sobar las mejillas del rubio.

En verdad el parecido de los dos era grande, la fineza con que se desenvolvían era bastante similar. No se perdería entre nadie el parentesco que podrían tener esos dos. Lo que le había dicho una vez era cierto: la belleza que poseía la había heredado de su madre.

—No soporté estar junto a ese hombre sin querer asesinarlo —dijo el padre del chico, entrando por la puerta sin previo aviso.

—Te dije que esperaras afuera —la pelirrubia se volvió hacia él, con la misma cara de enojo con que lo había dejado en la sala de espera.

—Es mi hijo, maldita sea, tengo que verlo —avanzó hacia ella, ignorando la mirada petrificante.

—Yo creo que mejor espero afuera a que despierte —dio dos pasos hacia atrás, cohibido por cierta presencia en el lugar.

—N–no... —escuchó la débil voz de Nico, la cual lo detuvo de seguir avanzado —. Quédate... Simón.

—¡Nico! —exclamó, sintiendo altos niveles de alegría recorrerle las venas. Dejó la pena a un lado y corrió hasta donde estaba su mejor amigo, la persona que consideraba su hermano. Le tomó la mano y la apretó, viendo una leve sonrisa formarse en los resecos labios del rubio —. Nico, mierda, Nico. Casi muero.

Los dos mayores se quedaron viendo confusos y más ella que él, conmovidos con la escena. Siguieron observando en silencio, sintiéndose un poco decepcionados porque su hijo parecía ponerle más atención a otra persona que a ellos mismos.

—Nosotros estamos aquí también —dijo el padre —. Hola.

—Lo siento —se disculpó, notándosele al fin un poco de color en las mejillas —. Hola.

—Me... —miró los demás presentes —... nos tenías preocupados, amor. ¿Cómo te sientes?

—Lo lamento, mamá —le tomó la mano con la que tenía libre —. Creo que me siento como acabado de salir de un gimnasio.

—Me diste el susto más grande de mi vida —confesó Simón —. Sentí que te perdía.

—Todavía tienes Nico para rato —intentó reírse, pero un dolor en las costillas lo asaltó de inmediato, haciéndole quejarse con una leve tos de por medio —. A pesar de que ahora mismo parezco un maniquí mal hecho.

Nuevamente, el mayor de los hombres los interrumpió cuando aclaró su garganta, poniendo el ceño más serio de lo que lo tenía al momento en que hablaba.

—Nico, necesitamos hablar contigo —miró en especifico a Simón —. A solas.

—Sí... —bajó la mirada. Aquel hombre no lograba que saliera de la burbuja de la incomodidad —. Te veré luego, Nico.

—Tal vez sea mejor que te vayas a casa. Ya hiciste lo que debías hacer —habló inmediatamente después de que el castaño terminase.

—Ah... está bien, señor —se avergonzó más. Era obvio que lo estaban corriendo.

—No —a como pudo, el rubio alzó la voz —. Papá, que Simón se quede.

—Nicolás, necesitas descansar.

—Mamá, por favor dile a mi padre que deje quedarse a Simón —miró a la mujer, que estaba ya bastante fatigada con el ambiente pesado que se empezaba a formar en los pocos metros cuadrados de la habitación.

—Está bien, Nico. Vendré mañana si todavía estás aquí o... —se detuvo, pensando en que ir a su casa podría ser lo menos inteligente que podía hacer —. Bueno, será mejor que me vaya.

—Simón, quédate, por favor —pidió a modo de ruego.

—Ya lo oíste, se quiere ir, ¿qué parte no entiendes? —rodó los ojos su padre.

—¡Pues claro que se quiere ir! —las costillas le dolieron de nuevo —. Hasta yo quiero irme de aquí por la tensión que hay.

—Pero... —quiso interrumpir.

—Pero nada, papá —llamó a Simón con un leve movimiento de cabeza —. Quiero que mi novio se quede conmigo.

Todos los presentes se quedaron con la boca abierta, tanto como los ojos, lo cuales luchaban por salir disparados de sus cuencas. Los mayores estaban impactados por lo que acababan de oír, mientras que el castaño estaba sorprendido por tan repentina salida del closet. Lo último que se imaginó en la vida es que alguna vez estaría en medio de una confesión gay y de un noviazgo del mismo tipo, aunque de mentira la última parte.

—¿Cómo? —preguntaron al unísono, sin creer lo que habían escuchado.

—Es... —comenzaba a arrepentirse de su impulso —. Mi novio, mamá, padre. Simón es mi novio —no entendía por qué el avergonzado era él y no Simón, si se suponía que estaban siendo apuntados por toda la sorpresa del mundo —. Soy gay.

—Nicolás Navarro, no es momento para hacer bromas y menos de este tipo —la madre intervino, seria.

—No es ninguna broma, mamá. ¿Crees que bromearía con algo así? Soy gay —repitió, provocando que su padre diera un paso hacia atrás —. Soy gay y tuvo que pasar esto para que pudiera decirles la verdad. Soy gay y amo con mi vida a la persona que ven a mi lado —Simón ocupaba ese lugar —. Lo amo y sé que mi vida no sería la misma sin él.

—Eso es... —no se lo podía creer —. Tú... —se dirigió a Simón —. Yo sabía que habías sido tú quien había guiado a mi hijo con malas enseñanzas —llegó a la velocidad de un parpadeo hasta donde estaba Simón y lo empujó contra la pared, asustándolo y al propio Nico peor —. Pervertiste a mi hijo. Lo hiciste maricón, imbécil.

Los ojos de Simón se oscurecieron automáticamente. La viva imagen del que una vez llamó su padre apareció frente a él, diciendo esas palabras que tanto odiaba porque repetía con insistencia hasta el cansancio. De pronto era a él a quien miraba sujetándolo con fuerza como si fuera a retorcerle el cuello en cualquier momento.

—No me toque —lo empujó tan fuerte que pudo jurar que todas sus fuerzas se fueron en ese acto —. No se le ocurra volver a tocarme de esa manera porque yo sí le aseguro que me voy a defender.

—¡Hasta ahora me entero! —gritó con el rostro rojo del enojo —. Un marica dándome órdenes.

—¡Papá, cállate!

—Nicolás, contrólate —intentó acercarse la mujer a su marido —. Recuerda dónde estás.

—¡Me importa un verdadero pepino dónde me encuentre! —aventó la percha donde solían colocar suero hasta un lado, donde estuvo a punto de caerse —. ¿Qué no te das cuenta? Tú hijo es un desviado.

—Desviado y todo, pero es también su hijo —le hizo frente Simón —. Es una de las personas más hermosas que hay en el mundo. En lugar de estar comportándose de esa manera debería estar agradecido de que al menos sobrevivió al accidente porque de lo contrario se lo aseguro que de la última manera que se encontrara ahora mismo sería comportándose como un salvaje. Nico es el chico con sentimientos más hermosos en todo el planeta —volvió a tomarle la mano para apretarla —. Es ese tipo de personas que deseas que nunca desaparezcan de tu vida porque se convierten en una preciosa luz, por quien harías cualquier locura y seguirías hasta el final del camino con la certeza de que al final no hay nada malo. Hoy sentí una de las cosas que nunca sentí: la maldita sensación de haber perdido a alguien importante. Sentí que moría cuando vi su cabeza nadando en un charco de su propia sangre, lo vi que dar inconsciente. No quiero vivir eso otra vez, no quiero saber que te perdí. Te amo, Nico, eres mi alma gemela. Por favor no me vuelvas a dar un susto como ese porque te juro que no sabré qué hacer. Te amo en serio, te amo por encima de muchos —no se dio cuenta en qué momento dejó de hablarle al padre del muchacho para hablarle al hijo, pero cada una de las palabras que salieron de su boca eran ciertas. Una vida sin un Nicolás Navarro no sería vida. Volvió a posar la vista en el mayor —. Debería estar orgulloso de tener un hijo como él; inteligente, cariñoso y buen amigo. Yo de usted estaría dándole gracias a Dios por tener la dicha de ser el padre de alguien así.

A la mujer se le salieron unas cuantas lágrimas que limpió rápidamente con el dorso de su mano, a su esposo le temblaban los labios y las manos, sabiendo que se había desviado de la visita. De un momento a otro dejó a un lado el hecho de que en un principio sintió haberse ido a un profundo agujero sin fondo cuando lo llamaron del hospital informándole sobre el ingreso de su hijo debido a un accidente.

—Esto... —Nico empezó hablando, sorprendido por las palabras de su amigo, no esperaba que se tomara tan en serio la broma —. Gracias, amor —dijo la frase en forma de duda, viendo cómo Simón se mordía el labio, conteniendo una posible risa.

—Te amo —se acercó a él para besarlo en los labios como ya era usual en él.

¿Por qué tenía que hacerlo? Juraba que ya el tema había quedado más que claro con las palabras. Aunque si era de Simón Álvarez de quien se trataba, podría esperarse eso y hasta un poco más.

—Necesito aire... —salió el mayor, sintiéndose por primera vez desde que llegó que la vergüenza se le subía a la cara.

—Yo voy con él —le siguió la rubia.

Cuando la habitación ya se encontraba sola, Simón rompió en risas ante la cara de seriedad que tenía su amigo, una que por supuesto no duró mucho ya que al poco tiempo se fue rompiendo para contagiarse de la carcajada también.

—¿Tenías que decirle justamente hoy, novio mío? —cuestionó en medio de la risa.

—Cállate, tonto. No tenías que ser tan explícito —se controló por el dolor de las costillas —. Creo que sí deberás apartar una de las habitaciones de tu casa.

—No te creas —dejó de reír —. Sólo deja que lo asimilen. ¿Crees que estuvo de más el beso? Yo quería tratar de ponerle un poco más de realismo.

—Creo que estuvo perfecto —bromeó.

—Pero lo que dije es verdad —se sinceró —. En verdad temí perderte, amigo. No querrás saber cómo me sentí al verte cubierto de sangre. En serio te amo, eres mi alma gemela, tonto —quiso abrazarle, pero recordó las consecuencias de hacerlo y mejor se echó para atrás —. Para la próxima mira a ambos lados antes de cruzar. Aunque siempre puedes tomar mi mano.

—Me fijaré, sí.

—Tonto —le apretó la nariz, feliz por verlo sonriendo como estaba varias horas antes.

—No sabía que hacían yesos de colores —mencionó mirándose el brazo.

—Tampoco yo, pero cuando me lo dijeron, no dudé en decir que fuera azul.

—Verde hubiera sido perfecto.

—Sí, el azul es perfecto —ignoró el comentario.

—Simón —lo llamó, sonriéndole tiernamente.

—¿Sí?

—Tú también eres mi alma gemela.

Continuará...

Yo sé que no hay nada que justifique mi retraso, pero si les contara todo lo que he tenido que vivir este mes y la parte final del pasado, no acabaría hoy.  

Muchísimas gracias a todas las personas que se han tomado el tiempo de comentar y votar, así como también esas que leen mas no pasan a más. Las amo. 

Spoiler: Luego de la pelea #Mambar viene la reconciliación #Simbar. Descuiden que eso está susurrándome cosas al oído. 

PD: Simón y Nico no es nada más que un sano bromance el cual amo con mi alma. No me juzguen.

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