Capítulo 26
Capítulo 26:
Querida Ámbar...
Estoy contando los meses en que no hemos hablado y aunque no lo creas me levanto cada día con la vaga esperanza de que ese no va a ser uno como cualquier otro, sino que será el día en que me hables de nuevo. A veces me ha dado por pensar que tal vez lo que quieres es que te hable yo, sin embargo, luego volteo el rostro y te veo con una mirada seria que me impone una barrera muy gruesa y no puedo alcanzarte.
Eres una chica muy difícil, rubia.
Estamos en abril y ya ha pasado un mes entero después de entrar a clases, no te niego que al principio pensé que durarías bastante poco sin hablar porque me tenías prácticamente a tu lado, pero el que no soporta soy yo ya que me amarro a la silla para no salir corriendo y decirte que me mires, que me hables y tal como la vez anterior, arreglemos nuestros problemas, si es que existen, puesto que por más vueltas que le dé a nuestra situación, nunca acabo de entender qué fue exactamente lo que nos separó.
No me trago el hecho que me hayas dicho que fue porque me querías, porque no querías lastimarme. Me lastimaste el doble cuando te fuiste, ¿por qué no viste eso? ¡Lloré, maldita sea!
Quisiera disculparme de mil maneras para volver a tenerte junto a mí, entre mis brazos, besarte y no soltarte. Mas esas cosas solo suceden en mis sueños que no son tan comunes. En los más salvajes te veo y se te ocurre desaparecer al segundo siguiente. Desearía arrodillarme frente a ti y pedirte toda una vida que me disculpes, suplicarte perdón para que estés conmigo nuevamente, pero no encuentro razones para pedirte disculpas ya que yo solo hice lo que tú me dejaste hacer. Sólo me ilusioné por un segundo y luego me caí esperando a que me dieras la mano para levantarme. Fue cruel de tu parte dejarme solo en el lodo.
¿Por qué te sigo amando si sigues con él? Ven, dime que haga algo para recuperarte y lo haré. No sigas huyendo y déjame tenerte, elígeme, ámame como yo te amo. Mírame de una vez con esos ojos tan hermosos que tienes y susúrrame con esos labios tan deliciosos que es a mí a quien quieres a tu lado.
Daría todo de mí para que me quisieras de la manera en que yo te quiero. Es verdad eso de que el amor vuelve locas a las personas. Yo creía que te volvía loco cuando era correspondido y ahora puedo ver que con el simple hecho de amar y no ser correspondido, ese sentimiento tan bonito y tan malvado te pasa las cuentas una por una.
Te estaré esperando siempre, no lo olvides, cuando mires hacia atrás te aseguro que me verás aguardando por ti sin remordimiento alguno, sonriendo como tonto, aunque muy en el fondo me repita que sufriré de nuevo. Porque cada segundo contigo vale los mil años de sufrimiento sin ti.
No me olvides, por favor.
Te ama, Simón.
Las clases en el colegio iban perfectas, no había ni un solo profesor que le cayera mal como el que le había dado física antes, este año era una mujer que, a pesar de ser estricta, no provocaba la misma sensación de miedo o intimidación que el otro presentaba tras cruzar la puerta. Todos los días era la misma rutina: levantarse, bañarse, vestirse, desayunar e irse a clase a veces en el auto de su madre y otras veces en compañía de Luna o Nico que, no era por nada, pero disfrutaba más la compañía del chico por alguna razón.
La situación con Ámbar seguía siendo la misma y algo que notaba constantemente en ella es que con cada día que pasaba se iba poniendo cada vez más hermosa, multiplicándole el hecho de tener que mantenerse al margen de su círculo personal.
—¿Trajiste lo que te pedí? —preguntó Simón en tono confidencial a su amigo, quien estaba sentado a su lado ya que desde que el año escolar empezó, Simón no lo dejó hacerse en el mismo que estaba el año pasado y además no es que él hubiese puesto demasiada resistencia.
—Aun no entiendo por qué te sigo haciendo caso —contestó sin dejar de ver al pizarrón.
—Porque te gusta —sonrió con coquetería —. Dile a Pedro y a Delfi que luego de clases nos vamos a mi casa.
—¿Estás loco? Apenas les hablo —lo miró de reojo —. Diles tú.
—Llorón —le dio un empujoncito —. Sé que te mueres porque Pedro te vuelva a besar.
—Cállate, tonto, que te va a oír —giró su cabeza como la chica de aquella película de terror cuyo nombre se le había olvidado.
—Bien —se volteó hacia donde Luna estaba metida en su propio mundo y le habló: —. ¿Vamos a ir a mi casa después de clases?
—Seguro —respondió con una de sus sonrisas —. ¿Qué vamos a hacer?
—Ya verás.
Terminaron las clases de las horas antes del almuerzo y tal como ya venía haciendo por costumbre, se fueron a la cafetería para buscar algo de comer y hablar sobre cualquier banalidad. Como siempre, no muy lejos de ellos estaba Ámbar, sentada en una sola mesa junto a su novio, los que parecían hablar animadamente y que, por supuesto, no lo miraban ni por equivocación, todo lo contrario a él, que cada que tenía oportunidad, se quedaba con la mirada clavada en cada movimiento de la rubia.
—¿Qué hay en tu casa hoy? —habló Pedro luego de un largo rato de silencio por su parte.
—Pues... —se mordió el labio sin saber qué decir —. Nunca nos reunimos en casa de ninguno, los cinco. Así que pensé que ya era hora de hacerlo.
—¿Y qué vamos a hacer? —preguntó de nuevo, poniéndose nervioso por saber que estaría frente a un pequeño problema.
—El papá de Nico tiene una colección de vinos que, no es por nada, están muy buenos —le guiñó un ojo a su amigo —. Se ha robado dos botellas sabiendo que no se va a enterar y quiere que las bebamos en mi casa porque en la de él no se puede.
—Tú quieres que mi mamá me mate por llegar oliendo a alcohol a casa, ¿verdad? —intervino Luna, con pánico.
—La idea es pasarla bien y que se preocupen los nosotros del futuro —se metió una papa frita a la boca con más ceremonia de la que cualquier persona lo haría.
—Simón, sí sabes que la escena con esa papa resulta bastante obscena, ¿no? —Delfi aclaró su garganta, conteniendo la risa.
—¿Lo ves? Ahora se preocupa el Simón del futuro —lanzó el pedazo que le quedaba entre los dedos y la dejó en la pequeña bolsa de papel donde estaban las demás —. Entonces, ¿sí?
—Bien, pero no me dejen beber más de dos tragos porque yo me emborracho hasta con jugo de naranja —sonriente, dio luz verde la pelinegra.
—Yo la vigilaré —siguió Pedro.
—Yo vigilaré la puerta por si tu madre se le ocurre llegar más temprano —la última fue Luna, no muy convencida.
—Genial.
Desde otro lado, Ámbar disimulaba no ver hacia donde estaban sentados los cinco chicos aquellos, se le hacía increíble la forma en que actuaban Nico y Pedro, como si todo anduviera normal. Desconocía el hecho de que la muchacha de pelos negros supiera la verdad sobre ellos dos, mas si estaba al tanto, nunca la creyó capaz de llevar una relación de tres en su vida. Quizás todo se resumía a buenas sesiones de sexo con dos hombres. No se le veía cara de insaciable sexual, pero ahora ya nada tenía sentido en sus conjeturas puesto que hacía apenas unas semanas atrás había descubierto un secreto casi imposible de mantener amarrado en su interior.
—Matteo —llamó, concentrándose fijamente en el yogur de manzana dietético que tenía sobre la mesa.
—¿Sí?
—¿Qué piensas sobre los tríos? —soltó de la nada.
El chico tosió ruidosamente, abriendo de par en par los ojos y, no con intenciones, sonrojándose de sobre manera. En su vida cotidiana hablaban de muchas cosas que al final del día carecían de sentido alguno, pero aquello era un tema que jamás había tocado, considerando que una vez hablaron sobre tener relaciones por primera vez, a lo que la rubia se negó en redondo, excusando que iban demasiado rápido y que ella quería que su primera vez fuera mágica. Un pensamiento un tanto infantil según Balsano, quien creía que todas las chicas querían lo mismo y al fin de cuentas terminaban haciéndolo en el primer sofá que se aparecía. Obviamente, se amarró la lengua para no mencionar sus creencias.
—¿Disculpa? —miró a todos lados, confirmando que nadie había escuchado la pregunta de su novia, salvo él —. ¿Me hablas a mí?
—¿A quién más, bobo? —se rio del poema que era la cara del muchacho.
—¿De dónde te sale preguntarme eso? —quiso mantener un semblante sereno —. Por favor no me salgas con que quieres hacer uno.
Y tal vez. Si Delfina con su cara de mojigata era capaz de hacer uno, ¿por qué Ámbar Smith en su fase más caliente —la que, cabía resaltar, no había descubierto aún —no podía hacerlo también? Luego se arrepentía de pensar eso ya que si quería disfrutar de sexo quería ser ella sola y nadie más comiendo de su mismo plato.
—No —alargó la sílaba todo lo que pudo —. Es solo curiosidad. Por si algún día se te ocurre hacerlo que sepas ya, que mi respuesta es no.
—¡Y la mía también! —se mostró asqueado —. No podría compartirte con otro hombre.
—O mujer —afirmó, sintiéndose rara porque el primer pensamiento que tuviera Matteo es que fuese con otro hombre —. ¿Verdad?
—Claro —su rostro se encendió nuevamente en puros tonos rojos, recriminándose internamente por haber pensado primero en un hombre y no en una mujer —. Por supuesto.
—Ya —contestó nada más.
Pensó un momento en el cómo sería hacerlo con dos penes al mismo tiempo, no creía ser capaz jamás de poder hacer algo como eso. No es que le desagradara la idea de ver a dos hombres desnudos frente a ella, mas no que ambos metieran sus dos dones en el mismo agujero. Jamás haría sexo oral ni por muy excitada que se encontrara, aunque claro, todo cambiaba si los papeles eran al revés. Otra cosa que no haría ni que le pagaran, era llevar a la acción el sexo anal. Se imaginaba el dolor más grande que existiese y preferiría mil veces tres partos consecutivos.
—¿Por qué me lo preguntas? ¿A qué se debe tu curiosidad? —escuchó la voz de su novio unos metros más alejada de lo que estaba en realidad, sacándola de sus pensamientos tan no comunes.
—Es que ayer estaba viendo una película donde una chica tiene novio y el novio tiene un amigo y lo hacen los tres sin problema alguno —imaginó el escenario con los personajes que ya conocía en la vida real —. Me pareció un tema interesante, aunque no le vi el desenlace porque alguien me interrumpió. Quisiera verla otra vez para ver qué pasa.
—¿Ah sí? Nunca la he visto, dime el título y la busco —sacó su teléfono móvil para buscar el supuesto filme en Google.
—No sé cuál sea, es que estaba en un canal que pasé por curiosidad, ya sabes que no me gusta ver televisión.
—Ya veo —guardó el móvil en su bolsillo.
—Si la encuentro de nuevo te digo cómo termina —de reojo volteó a ver a los chicos, quienes se reían de algo que no tenía idea.
—Mi mamá me dijo que te invitara a casa hoy, hará lasaña y se le dan bastante bien —cambió de tema, terminando la coca cola que se estaba bebiendo —. ¿Vamos después de clase o irás a tu casa primero?
—Me iré a cambiar de ropa —se vio el uniforme con desagrado —. Odio salir con esto puesto.
—Bien.
Como raras veces lo hacía, a la hora de la salida pasó por la oficina de la directora, dándole un abrazo y un beso de despedida, pidiéndole entre alago y caricia que le diera por favor permiso para llegar esa tarde un poco noche ya que la madre de su novio, o como la había llamado delante de su tía, su suegra, la había invitado a comer lasaña. Sharon terminó aceptando después de unas tres negaciones. Ámbar sabía cómo convencer a la señora y sonriente salió de la oficina en dirección a donde estaba parado su novio, esperándola recostado en la pared y dándole vueltas al llavero donde estaba la llave de su coche.
—¿Te dijo que sí? —inquirió con una ceja alzada al verla llegar con expresión triunfante —. ¿Cómo le hiciste?
—Te dije que me sé algunas mañas —besó castamente sus labios —. Además, ella no es tan ruda como aparenta. Claro que, si tú vas y le pides algo, te aseguro y me corto una mano a que te dice que no.
—Esa es la razón por la que nunca entro a tu casa —empezaron a caminar hacia el estacionamiento.
—Son pocas las personas que han entrado —confesó con una risilla.
—¿Ha entrado ya alguien? ¿Algún novio tuyo antes que yo? —volteó a verla, poco convencido de la veracidad del comentario de la ojiazul.
—No necesariamente —atrapó con un poco de fuerza entre los dientes la suave piel de su labio inferior —. Un amigo.
—Oh, no... —rodó los ojos fastidiado, ya prácticamente estaba respondida la duda —. ¿Fue Sergio?
—¿Quién demonios es Sergio? —echó la cabeza hacia atrás, extrañada.
—Ese amigo tuyo al que ahora no le diriges la palabra, ¿quién si no?
—Se llama Simón —entrecerró los párpados con molestia —. Y sí, fue él. La misma Sharon Benson le dio entrada a la casa. Hasta lo invitó a tomar el té —exageró para ver hasta donde podían llegar los celos de Matteo —. Le propuso quedarse, pero se negó ya que consideró que no era necesario pues vive justo en frente.
—¿Ella hizo qué? —pareció impresionado —. A mí ni siquiera me ha ofrecido agua.
—No me lo preguntes —se encogió de hombros, restándole importancia a la inventada situación —. Creo que Simón tiene alguna clase de super poder, siempre se gana a las personas.
—Lo que pasa es que es un lameculos —gruñó.
—Para nada, solo le bastó con darle las buenas tardes —lo empujó para que se fuera a abrir las puertas del auto —. Vámonos, mi suegra me espera.
—Será mejor que no la llames así cuando estés frente a ella, dice que la hace sentir vieja —abrió y desbloqueó la puerta por donde entró la pelirrubia.
—¿Y tú crees que lo haría? Si me da vergüenza hasta a mí decirlo, me siento amarrada o algo así —Matteo la volteó a ver extraño —. Arranca ya, se hace tarde.
Llegando a su casa se cambió de ropa y ni siquiera pasó por su boca un bocado de comida que le ofreció una de las asistentas que allí había, después de todo, pensó, a lo que iba a la casa de la madre de Matteo era a comer, y no quería dejar comida en el plato para no verse mal educada, como diciendo entre líneas que la comida estaba fea o algo por el estilo. Lo cual posiblemente no sería ya que la comida de la señora era siempre bastante buena. Una de las cosas que ella nunca haría ni en mil años de una clase de cocina impartida por los mejores chefs de Francia o Italia.
De vuelta al auto y cuando este arrancó, casi a la salida del condominio, vio con curiosidad al grupito de amigos que apenas entraban, riéndose de no sabía qué o empujándose unos a otros, como lo hacía Simón a Nico, quien también reía alegremente. Como no podían faltar, estaban Pedro, Luna y Delfina, compartiendo el chiste. Vio cómo Simón dejaba de reír por un momento al reconocer el coche de Matteo, pero luego pareció desentendido de la situación y solo continuó con su camino. Inconscientemente, ella volteó a verlo, olvidándose por completo de que a su lado estaba su pareja.
—Deberías bajarte para saludarlo —mencionó sarcástico.
—¿Ah? —intentó disimular su para nada discreta metida de pata —. ¿A qué te refieres?
—A nada —serio, continuó con su vista concentrada en el frente —. Olvídalo.
Fue algo que Ámbar agradeció con grandeza. Por lo menos hoy no tendría que rebuscar una excusa con la que cubrir su casi lesión en el cuello de hace unos segundos.
De la mochila de Nico salieron dos botellas oscuras y de buen tamaño, lo primero que se robaba la atención de aquellos recipientes era la fina etiqueta que cobijaba la mitad de esta, donde con una letra un poco rústica, mas no así desaliñada, se leía con elegancia las dos palabras Viña María, en color negro sobre un fondo blanco, el cual tenía otras inscripciones y un emblema de un escudo que no se entendía muy bien qué es lo que era y seis monedas de bronce cada una con una simbología diferente grabada en sus caras.
—¿Estás seguro de que tus padres no se darán cuenta de que les faltan dos de estas? —Delfi tomó una de las botellas, contemplándola por todos lados, descubriendo lo que ya sabía: que estaba en perfecto estado.
—Es que tienen más en la bodega —se rascó la nuca —. Solo cambié las que tenían en el aparador y coloqué otras. Estoy más que seguro de que no se darán cuenta.
—¿Sí ven por qué es bueno tener a Nico de amigo? Es como tener a un hijo de papi —soltó Simón, molestando un poco al aludido.
—No digas eso —se avergonzó un poco —. ¿Bebemos o no?
—Por supuesto, voy por los vasos —corrió fuera de la habitación en dirección a la cocina.
—Nunca había venido a esta casa —dijo Pedro cuando Simón no estaba —. Simón parece ser bastante aficionado del orden.
—Lo es, por eso todo está en el lugar que debe ser —le respondió Luna, con una sonrisa orgullosa de su novio.
—¿Ya te has quedado aquí? —preguntó la novia de Pedro, curiosa por saber la respuesta de la chica.
Nico apartó la mirada, un poco incómodo con el tema, pues él era el único que sabía, a parte de Simón y la otra parte involucrada, que no había otra chica salvo Ámbar que se hubiera quedado en esa casa y, para ser más específicos, justo en esa habitación.
—A decir verdad, no. Me da vergüenza decirle que me quedaré, sobre todo me da vergüenza de su mamá —se sonrojó, de por sí ya era bastante embarazoso cuando los descubría besándose, no se imaginaba con la chica quedándose en la misma casa por la noche, sospecharía de una escapada nocturna de una habitación a otra como cualquier persona.
—Te entiendo, yo tampoco me he quedado nunca en casa de Pedro —codeó al pelinegro, que estaba bastante concentrado en la decoración sencilla pero elegante de la habitación del castaño —. Pero cuando estamos solos sí que aprovechamos la ocasión.
—Yo no me quería enterar...
Los ojos verdosos de los dos chicos se encontraron por un segundo bastante corto para el resto del mundo, pero eterno solo para ellos. Nico bajó la mirada con tristeza. Se esperaba que un comentario así saliera a relucir en aquella pequeña reunión, de verdad que sí, mas eso no significaba que estuviera preparado para escucharlo.
—Vine —escucharon la voz de Simón, entrando atareado con cinco vasos de vidrio grueso, los cuales colocó en el suelo junto a las dos botellas de vino —. ¿Quién empieza?
—Tú —todos coincidieron en la respuesta.
—¿Por qué? —se hizo para atrás inmediatamente.
—Porque eres el anfitrión —contestó Pedro, resaltando la obviedad en su respuesta.
—Bien... —dijo con cierto temor de hacer el ridículo.
Removió despacio el tapón color rojo oscuro de una de las botellas y vertió el líquido amarronado en el fondo del vaso, que lo llenó hasta la mitad, mucho más de lo que esperaba.
—Mierda... —susurró al ver que no se podría beber aquello de un solo trago —. ¿Están seguros de que nadie más quiere empezar?
—No —otra vez, fue una sola respuesta escapada de todas las demás bocas.
Acercó el vaso a sus labios y un olor que no sabía con qué comprar se refugió en sus fosas nasales, instándolo a echarse para atrás y esperar a que fuera otro el que probara primero. Al notarse observado, más de lo común, bebió poco más de la mitad de lo que había sacado mientras cerraba con fuerza los ojos, arrugando el entrecejo y escuchando las burlas de sus amigos.
—No es mi culpa no ser alcohólico, gente —dejó el vaso en el suelo y se estremeció cuando sintió que el estómago se le calentaba en una sensación bastante extraña pero que ya había vivido meses antes, aquel día después de saber que había pasado su clase, estando sólo él y Nico en su casa.
Pasaron tonteando, bebiendo entre trago y trago hasta que se acabaron la pequeña botella; Luna estaba con miedo de que si se levantaba se cayera de espaldas, Nico se reía sin parar y nadie tenía idea qué era exactamente lo que lo hacía reír, puesto que mencionaban la palabra que fuera y él se soltaba en risas como si estuviera en medio de un ataque. Pedro era, de entre todos, el más calmado, daba la impresión de ser el que ya estaba acostumbrado a beber. Delfina estaba muy roja y con los pelos desarreglados, sin la chaqueta del uniforme y jugaba a manitas con Luna, molestándola con que si se ponía de pie iba a eclipsar al sol. Por último, Simón sí se sentía mareado, aunque tratara de disimular e imitar el estado en que Pedro estaba, mas de vez en cuando lograba ver a los chicos en posiciones diferentes o si no, sentía que se iba de cara contra el suelo y lo único que hacía para no irse era aferrar las palmas de sus manos al mismo lugar.
—Ya solo queda una —comentó luego de un rato Delfi —. ¿La destapamos?
—Yo creo que ya no quiero —dijo Luna, mirándolos a todos con desaprobación —. Mi mamá me dejará encerrada para toda la vida en casa, no debí haber venido.
—De todos modos, tienes a tu príncipe para que te visite en tu torre —se carcajeó la morena.
—Príncipe —repitió Nico y luego rompió a reír como si le estuvieran haciendo cosquillas —. Torre —se rio más.
—Yo creo que voy a vomitar —fue Simón el que tomó la palabra —. No sé en qué estaba pensando cuando se me ocurrió esto.
—Somos adolescentes, esto hacemos —Pedro, como el que faltaba, expresó su opinión —. Yo sí quiero.
—No, no, quita tú —su propia novia, le pegó en el dorso de la mano para que dejara la botella en su lugar —. Quien beba de esta tendrá que decir un secreto por cada vez que saquen vino, si no lo hacen, tendrán que beberse un vaso entero sin chistar.
—Me voy a morir —exclamó la castaña, entrando en pánico —. De verdad, siento que vuelo.
—Vuela, mariposa, vuela —la empujaba el rubio, burlándose de la cara de susto que tenía.
—Empieza tú entonces, eres la inventora —le retó Simón, adelantándole uno de los vasos que estaban allí, el que, supuso, había usado ella misma antes.
—Bueno —embrocó la botella y llenó el recipiente hasta un poco más de la mitad —. Tengo un secreto: una vez, cuando estaba en el sexto grado, un chico de ese mismo año me confesó que yo le gustaba —bebió unos dos tragos de la bebida —. La cuestión es que nos besamos como locos y se le puso duro allí —apuntó con la mirada las braguetas de los pantalones de los tres chicos que escuchaban atentos —. Le dije que me la enseñara.
—¿Qué? —de nuevo, Luna se contrarió —. ¿Cómo? ¿Tenías...cuántos, trece?
—Sí —respondió orgullosa —. Él lo hizo con todo gusto y la toqué, estaba caliente. Después de ese día ni volvimos a hablar porque él tenía miedo de que yo lo avergonzara delante de toda la escuela —terminó de golpe lo que bebía —. Como si yo fuera una Ámbar Smith.
—Vas tú, Pedro —tratando de obviar la última parte del relato, Simón le pasó la botella al pelinegro que ni se inmutó por la confesión de su novia.
El rubio, que desde hacía un momento no dejaba de reírse, se quedó callado de golpe, mirando con miedo al muchacho frente a él mientras le rezaba al cielo que ahora mismo no se le fuera a salir nada porque el mejor momento no era.
—Una vez... —empezó tragándose de una casi todo el contenido del vaso —. Vi a la profesora de inglés salir del baño de hombres, se puso nerviosa y me dijo, a como pudo, que los baños de profesores estaban ocupados y que ella andaba mal del estómago. Hubieran visto su cara, era como la de quien lleva casi todo el camino recorrido y a la última vuelta le descubren.
—Ahora entiendo por qué siempre nos sacábamos los diez en todos sus trabajos —Delfi se rio, recordando todos los «Felicidades» que siempre ponía en sus trabajos —. Aunque eso no te sirvió para ser el mejor en clase, cariño.
—Lo sé. Simón, tu turno.
—No creo que tenga secretos... —dijo, aunque él y Nico sabían que había montones —. Tal vez uno que a lo mejor ya sepan: Estoy enamorado —se sumó al otro que se bebió de golpe el vino, al mismo tiempo que Luna se hacía más pequeña, creyendo que se refería a ella y Delfi le hacía creer lo mismo con empujones de elogio, aunque la persona a la que se refería era a otra completamente distinta.
—Nico —lo volteó a ver el moreno —. Sigues.
Por su parte, este tenía un secreto enorme que no creía ser capaz de desvelar en aquella situación, a pesar de que ya tenía una buena cantidad de neuronas muertas dentro de su cabeza, aun estaba consciente de que no podía decir nada sobre sus gustos o sobre a quién asechaban estos. Apenas sí había podido con Simón.
—Yo... —empezó, buscando algo que inventar o algo que al menos sonara creíble —. Me da mucha vergüenza en verdad —. Los dos chicos que estaban se alarmaron, pensando instintivamente en hacer una barrera humana después de la posible confesión. Sólo por si Delfi se descontrolaba y saltaba en busca de venganza y sangre —. No es algo que sepa realmente, pero supongo que es cierto puesto que más de una persona me lo ha dicho y es que ronco.
Una satisfacción interna recorrió por sus venas al mismo tiempo en que sus pulmones dejaron escapar el aire que tenían retenido desde que el rubio empezó a hablar. Sabía que no era verdad, había dormido con él en más de una ocasión y nunca lo escuchó roncar o hacer ruidos raros mientras dormía.
—Me toca —la novia de Simón fue la última —. Mi mamá aun me da comida en una lonchera, pero yo la dejo escondida detrás de unos arbustos en la salida de mi casa para no decepcionarla, aunque su comida es deliciosa, siento vergüenza que me vean llevar la lonchera que llevaba de niña a clase, ahora al último año de la secundaria.
Todos los presentes rompieron en risas, imaginándose nunca una confesión así, era cómica la cara de arrepentimiento que tenía Luna seguidamente de decir aquello.
Cuando la botella se quedó con tan solo unas gotas de vino, todos ya estaban en las últimas, donde sus piernas se veían más largas de lo normal y donde el techo parecía venírseles encima. Ahora no sabían cómo se irían a sus casas y, era más que predecible, que una salida más no llegaría hasta que cumplieran cuarenta o hasta que dejaran de vivir bajo el mando de sus padres.
—Simón, me quedaré en tu casa hoy, ¿está bien amigo? —inquirió Nico, tirado en el suelo con la mirada perdida en la nada.
—No te preocupes —habló apenas, con la lengua más pesada de lo normal.
—Solo queda un juego por hacer.
—¿Qué? ¿Otro? ¿No te parece suficiente vernos en estado de coma? —la más bajita quiso levantarse, pero no pudo —. Yo no juego.
—Yo sí —le siguió la corriente Pedro.
—Y yo —el castaño se sumó. Cosa que solo pasaban una vez cada tres lunas azules, supuso —. De todas maneras, ya no me aparto de la bronca que me va a armar mi madre.
—Bien, todos jugamos —agarró la botella y la colocó acostada en el suelo —. Al que apunte el pico de la botella tiene que elegir a quién de esta habitación quiere besar.
—Genial —alzó el dedo pulgar en aprobación el dueño de la casa.
Delfina hizo girar la botella y cuando dejó de hacerlo esta apuntó a Luna, quien como era de esperarse, besó a Simón, el que recibió el beso con cierto disgusto ya que sus bocas savían solo a vino. Cuando la botella apuntó a la misma Delfina, sorpresivamente, esta no besó a Pedro, sino a Luna, fue un beso casto que no duró más de cinco segundos, pero los chicos sí que se sorprendieron ante ello. Cuando la botella giró otra vez, apuntó a Luna y esta besó a Pedro porque ya había besado a Simón antes y no quería, aunque no por gusto propio, parecer una controladora. O mas bien, dejar entrever lo que estaba claro: su locura por el castaño. Nico cayó al siguiente, obligándose a no mirar los ojos inquisitivos de Pedro, besó a Delfi lo más rápido que pudo, solo medio tocó los labios de la chica y se apartó de inmediato. Cuando le tocó el turno a Simón, sonrió triunfante porque estaba esperando que llegara ese momento desde que el juego empezó.
—Lo siento, Luna, damas y caballeros presentes —acomodó sus cabellos con vanidad —. Si las chicas pueden, yo también.
No había terminado de hablar cuando se abalanzó contra el pobre Nico, atrapándole los labios al mismo tiempo en que le sujetaba fuertemente la nuca para que no se apartara, comenzó a mover sus labios y a apartar en el camino los del pelirrubio que luchaba por mantener la boca cerrada. Al fin de cuentas terminó por ceder y dejarse llevar en la locura de su amigo, poniendo furioso a Pedro de paso, quien apretó la mandíbula hasta que le rechinaron los dientes, apuntándose imaginariamente con un arma en la cien para no ir a apartar a aquellos dos que parecían haberse metido en su propia burbuja. Luna y Delfina se rascaron los ojos, en shock, sintiendo que lo que veían era solo producto del alcohol. Ya que se hubieran separado, el castaño con expresión triunfante y una sonrisa enorme, volvió a su lugar sin dejar de ver el rostro completamente rojo del más alto.
—Listo —se pasó los dedos por los labios —. Ahora tengo algo sobre qué contarles a mis nietos.
—¿Qué acabo de ver exactamente? —temblando, su novia preguntó.
—Lo inesperado, mi amor —se dejó caer de espaldas, riéndose él solo —. Deberían probar los labios de Nico, es un buen besador.
—Simón —llamó la morena, concentrándose sobre todo en la cara del chico que había sido besado —. Me parece que has dejado a Nicolás traumatizado de por vida.
Todos los chicos se fueron antes de que cayera el sol, no sin antes comer algo, sin ganas, para poder dar el paso. Nico se quedó tumbado en la cama de la habitación con una almohada sobre su cabeza y esperó a que Simón fuera a despedir a los chicos a la puerta de la calle, lo último que escuchó de Delfina fue una advertencia para el novio de Luna de que cuidado la engañaba con Nico y otra para Nico de que se bañara solo y no acompañado.
—Me expusiste —le reclamó después de que entrara a la habitación.
—Nos expusimos los dos —se recostó a su lado, tomándole la mano con cariño —. Tú también me seguiste el juego.
—No quería avergonzarte.
—No te hagas, que te gustó —le quitó la almohada —. Oye, en serio, no te descubrieron, y si lo hubieran hecho, no te dirán nada malo, te quieren mucho, pero no tanto como yo. Eso te lo aseguro.
—¿Crees que después de esto no duden sobre mí? Tú tienes novia, es obvio que no sospecharán sobre ti.
—Hey, que Pedro tiene novia y es gay —recordó con un poco de malhumor.
—Sí, pero yo no tengo a nadie y creo que en mi caso se vuelve más creíble que digan que soy gay. Se me nota.
—Para nada, yo no lo hubiera notado de no ser porque me lo confesaras, o tal vez sí, pero porque pasamos mucho tiempo juntos —le abrazó —. Ya no te preocupes, tonto, yo voy a estar para siempre contigo, ¿recuerdas?
—Lo sé —sonrió —. ¿De verdad soy un buen besador?
—Pedro se pierde de mucho, de veras —guiñó un ojo, sonriente.
Para la mañana del día siguiente, los dos amigos iban de camino a la escuela, molestándoles hasta escuchar su propia respiración. No se hablaban porque un simple sonido afectaba horriblemente su cabeza y los hacía maldecir en cien idiomas diferentes a los coches que pasaban por las calles de vez en cuando. Al llegar su madre le había llamado a cenar, mas los dos denegaron la invitación para seguir en la habitación y tratar de dormir, por lo que tuvieron que levantarse a media noche, evitando despertar a medio mundo y comer cualquier cosa que se encontraran dentro del refrigerador, que no fue más que un poco de comida de esa tarde que tuvieron que calentar porque si no, morirían de hambre por borrachos.
—¿Crees que los profesores se den cuenta? —preguntó el rubio con el tono de voz muy bajo.
—Ya pasamos por esto una vez, ¿no? —contestó con la misma intensidad de sonido.
—Aquella vez éramos dos, esta vez serán cinco chicos los que llegarán rogando porque les arranquen los oídos —sobó las sienes con los dedos, apretando los ojos mientras caminaba.
—Tal vez debimos hacer esto el viernes.
—Y ahora lo dices, ya es un poco tarde para arrepentimientos —lo miró con atención —. Oye, ¿por qué me besaste a mí ayer?
—Porque si besaba a Pedro podía morir dos segundos después por uno de sus golpes directos en mi rostro —fue su simple respuesta.
—Pudiste haber besado a Luna. Tu novia —hizo especial énfasis en esa última parte.
—Lo sé, en parte lo hice para que cambiaras tu opinión sobre mí.
—¿Opinión? ¿Qué opinión? —se extrañó ante aquello, que recordara nunca había tenido una mala opinión sobre Simón.
—Sobre esa tontería de que no soy tu tipo —parecía serio que hasta casi se le creía.
—No puedo creer que hayas tenido que hacer tal cosa solo por eso —se rio, arrepintiéndose al instante por la punzada en su cabeza —. En serio que eres tonto.
—No le tomes en serio —rodó los ojos —. Además, quería demostrarles a las chicas que ellas no son las únicas que se pueden besar y que no signifique nada, los hombres también somos humanos, solo que tenemos ese estúpido pensamiento de que si nos besamos en los labios o nos tomamos de la mano es porque somos gays. Odio eso.
—Entiendo —comprendía, pues todos y no solo los hombres tenían aquel pensamiento.
Entraron al salón, cubriéndose el demacrado rostro que tenían y sentándose en sus lugares, descubriendo que sus demás amigos ya estaban allí con las caras similares a las suyas. Luna, por su parte, parecía no haber dormido en toda la noche al igual que Delfina, mientras que Pedro al menos disimulaba que solo había tenido unas pocas horas de sueño.
—¿Qué tal, chicos? Vaya caras las que se gastan —se burló Simón, pretendiendo no saber las razones.
—Muy gracioso el niño —lo miró mal la morena.
—Hola, cariño —lo besó la castaña —. Mi madre me preparó sopa creyendo que tenía influenza —se rio un poco —. No dejé que se acercara demasiado para que no oliera mi peste.
—¿Te la aliñó en la lonchera? —se burló Delfina.
—Sí, pero se la di a tu chico de pene caliente —respondió de inmediato.
—Pobre de ti —sonrió Simón, ignorando la pequeña discusión entre las dos chicas —. Nico y yo tuvimos que asaltar el refrigerador en plena madrugada. Moríamos de hambre.
—Pedro, tienes ojeras —el rubio por fin habló, dirigiéndose al muchacho pelinegro que no había pronunciado palabra.
—Tú igual —más serio de lo que hubiera querido, contestó —. No pude dormir casi nada —relajó su semblante y la manera en que hablaba para no ser tan obvio en su disgusto con lo de cierto beso presenciado la tarde de ayer.
Ámbar entró en compañía de Matteo y automáticamente pusieron su mirada en el grupito de atrás que parecían recién salidos de una comic soon porque sus caras eran de auténticos zombis. Los cinco chicos se rieron con discreción ya que notaron que ellos no eran los únicos observándolos. Sí, probablemente tendrían un problema.
Simón porque ya no soportaba más las ganas de ir al baño se vio en la penosa necesidad de asistir a los nada agradables baños del colegio, desde la tarde anterior su vejiga parecía haberse convertido en su enemiga y cada media ahora lo azotaban las ganas de orinar y, era eso, o hacerse en los pantalones. Cada que entraba allí recordaba por qué es que no le gustaba ir, las paredes de los cubículos parecían albergar a todos los presos del reclusorio del país y el aroma que se respiraba era todo, menos agradable. Debido a eso pocos chicos asistían y, como ya se esperaba, estaba todo vacío, lo que, probablemente, era lo que más le avergonzaba pues temía que pensaran que era él, el encargado de marcar las paredes o de dejar ese desagradable tufo en el lugar. Con miedo de no rozar más de lo necesario el grifo de uno de los siete lavabos, se enjuagó las manos y aun estando mojadas se las pasó por el cabello, peinándolo como ya era costumbre. De la nada se abrió la puerta, haciéndolo girar inmediatamente después y descubrir a su pequeña novia cerrando la puerta con cuidado de que nadie la viera.
—Luna, ¿qué haces aquí? Es el baño para hombres —inquirió con los ojos crispados, haciéndose instintivamente para atrás a cada paso que la chica daba en dirección a él.
—Simón...
¿Desde cuándo su voz sonaba tan distinta? Parecía verlo con otros ojos, como si él fuera la presa y ella la cazadora. Un escenario que, sinceramente, jamás se imaginó ni en sus más locos pensamientos.
—Luna —habló con no solo una duda en su cabeza.
—Ayer besaste a Nico —seguía acercándose. Algo andaba mal con aquella chica.
—Lo siento, en serio, no te molestes por eso, solo era un juego. No era nada en serio —llegó a un punto donde la pared ya no pudo apartarse más —. ¡Delfina te besó y yo no dije nada! —reclamó sólo para hacer que ella se alejara.
—No me molesté —enrolló sus manos detrás de su espalda. Su cara daba a entender que era cierto lo que decía; molesta no parecía estar.
—¿Ah no?
—Fue algo extraño porque... bueno... ustedes son dos hombres —se mordió el labio inferior con, lo que simón catalogó, coquetería —. Me pareció... —pausó, rebuscando la palabra que necesitaba en su cabeza.
—¿Sí...?
—Excitante.
Simón juró que de no ser porque había un muro de concreto justo detrás de su espalda, se hubiera ido para atrás en medio de un colapso nervioso. Algo como aquello no lo vio venir de ningún lado. No sabía si soltarse a carcajadas o llorar de los nervios que le provocaba la mirada verde de Luna sobre él. Con disimulo se pellizcó un brazo porque si dolía es que no estaba soñando. Y dolió.
—Me alegra que te haya... gustado —cambió una palabra por otra para que el enunciado fuera más decente, de alguna manera. Mas ella parecía que lo último que quería era escuchar algo decente —. Tal vez ya deberíamos irnos, los chicos nos esperan.
De la nada, así como se apareció, saltó para atrapar los labios de Simón en un beso para nada similar a los que se hubieran dado antes, a como pudo y más por vergüenza que por otra cosa, trató de seguirle el ritmo, en el que, dicho sea de paso, no se sentía tan cómodo.
—Fue realmente excitante —decía entre los choques de sus labios —. Me puso...
—Luna —le interrumpió, sorprendido por aquello.
—Hazme el amor, Simón.
La separó de un empujón, abriendo la boca y dejando su mandíbula en el suelo, queriendo decir algo, mas no sabiendo qué exactamente. Definitivamente había entrado a una dimensión paralela donde él era el pasivo y Luna la activa de su propia relación. Hasta se le había olvidado el ambiente en el que estaban de un momento a otro.
—¿Qué? —articuló sin salir del asombro.
—Te deseo, quiero que seas mi primero —lo besó, pero esta vez con un tanto más de delicadeza de lo que lo había hecho anteriormente, la diferencia es que ahora Simón no correspondió ya que sentía que apenas sí podía estar de pie y su cerebro ahora mismo no era tan hábil como para mandar información a las demás partes de su cuerpo y hacer que se movieran los nervios de su cara, siendo aun más específicos, los de su boca —. Quiero hacer el amor contigo. Hazme el amor, Simón, por favor.
No creía que aquello estuviera sucediendo, debía ser una mentira a pesar de que por más que se mordiera la lengua o se pellizcara no despertara. Si era real, ¿qué respondería? Era su oportunidad de dejar de ser virgen y no sería tan raro porque Luna tampoco había tenido experiencias antes, así que todo sería tan simple y si cometían algún error, que lo harían, se comprenderían porque unos expertos en el tema no eran.
—Está bien —aceptó luego de un no muy largo momento de procesos —. Pero, ¿estás segura?
—Más que otra cosa en la vida —respondió con seguridad.
Continuará...
Llegué temprano, no digan que no los amo. Estoy desvelada.
Nuevamente gracias a esta gente bella:
@loveformaca , @SimbarsBitch (R: laabuelasimbar estaba genial jajaja) , @GeorginaSabalp(R: pronto hay reconciliación, no se desesperen, está tocando la puerta. Recuerden que cuando llega, llega por siempre) , @karenvmonte (R: amé tu comentario con mi alma, un millón de gracias, linda) , @MoraSchulz (R: no puedo decir mucho sobre lo que se avecina para Nico o nuevos personajes, pero... mejor esperen) , @isabelurdanetaaz (R: yo tambien me emociono teniéndote aquí, gracias por eso) , @AlexiaAlbuquerque2 (R: voy a adelantar un poquito, quebrantando un poco mis reglas: Ámbar no sólo se lo contará a Simón de que lo sabe, sino a otra parte todavía más involucrada en el problema del triángulo amoroso) , @Mariel553 (R: Más pronto de lo que se esperan estarán junticos, como debió ser siempre) y, por supuesto como no puede faltar porque sus comentarios me alimentan la vida, el alma y me dan un lugar allá después de la muerte: @TinaRechina7w7 , en serio muero con tus comentarios jajaja Vales oro, chica.
Espero no haber olvidado a nadie, si es así, mil disculpas.
¡BESOS A TODOS! Por cierto ya viene también la segunda parte de Gentleman, estén atentos.
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