Capítulo 25
Capítulo 25:
Querida Ámbar...
Lo sé, sé que es extraño regresar a esto de nuevo. Ahora cuando sé que te perdí, es un poco tonto, ¿no es así? Quizás «poco» no sea la palabra necesaria que tú y yo emplearíamos para describir esta estupidez. Sin embargo, desde que escribí la primera carta de alguna manera supe que nunca te las entregaría y que tomaba esta medida como un respiro para mí mismo. Como un desahogo de las cosas que me han pasado y de las que nos pasaron a ambos.
A pesar de lo que pasó el año anterior y de que ya no hablamos por ningún motivo, quisiera al menos saber si está bien, si todavía recuerdas que solíamos ser amigos y que tú entrabas como una ladrona a mi habitación por la noche. Yo sí. Yo recuerdo y atesoro cada uno de esos momentos porque, además de ser especiales, los viví contigo. Porque en aquel entonces ninguno de nosotros, o al menos yo, no sabíamos que esto iba a suceder; se pararnos por lo que parece un largo tiempo.
Te veo realmente poco ahora, creo que casi no pasas tiempo en tu casa como antes. ¿Es Matteo la razón por la cual ya no paras allí? Ni siquiera debería preguntar, ya me imagino la respuesta y te aseguro que no me gusta en absoluto.
Estos tres meses luego del colegio han sido largos y, debo admitir, un tanto tristes para mí. Estar sin ti hace parecer que fue hace años la última vez que hablamos solo para darte cuenta luego de que ni siquiera fue mucho tiempo. Ya quiero volver al colegio mañana para verte todos los días y para escuchar tu voz cuando discutas con alguien o cuando anuncies que estás presente en el salón. Solo una palabra, una que no va a ser dirigida a mí en especial, pero una que me va a alegrar el resto del día.
Tengo novia ahora, ya lo sabías, ¿verdad? Sí, me acuerdo de que me miraste sorprendida cuando viste el beso que me dio Luna en medio de toda la cafetería. No me culpes, no fue mi intención hacerme notar de esa manera. Si me conocieras mejor sabrías que precisamente eso de que sepan que existo no es una de mis cosas favoritas en el mundo, pero no podía negarme al beso de Luna, quería contarle de una manera muy gráfica a mis amigos que entonces estábamos en una relación. ¿Cómo negarme? Yo solito me metí a esto. Te hice caso, supongo.
No creas que estoy sufriendo o algo por el estilo solo porque estoy de novio con ella, en absoluto, me divierto tanto que no sé cómo es que me dan fuerzas al final del día para seguirme riendo de sus locuras o cómo es que mis hombros todavía soportan su peso cuando la cargo sobre ellos. La verdad es que no pesa mucho, en eso tengo una gran ventaja. Me propuso enamorarme y según lo que veo no ha dejado de intentarlo día con día y lo aprecio con el alma. Mas a pesar de que siento que la quiero, no creo que mis «te quiero» tengan el mismo significado o la misma intensidad que los que ella me dice. Intento que sea así, de verdad intento. Supongo que ese tipo de cosas no se fuerzan, no salen repentinamente. Lo cual es contradictorio porque cuando se trataba de ti sin dudarlo me decía a mí mismo que te quería, más aún, que te amaba. No entiendo todavía eso, aunque quizás todo sea cuestión de tiempo. Seguiré mintiéndome firme en cuanto a ello para un día de estos poder decirle «te amo» con la misma seguridad con que tú me dijiste que amabas a tu novio, al cual, no es por ser malo, pero desearía que un tren le pasara por encima unas diez veces y luego se lo coman los perros. No, no es cierto... sí, sí lo es.
Perdona mis celos.
Hay una cosa más que no sabes de mí, me enteré de hecho el día de mi cumpleaños... soy adoptado... Sí. Ya casi siento que puedo decirlo sin sentirme tan pisoteado. De todas maneras, eso es una historia que de seguro no tendrías tiempo para escuchar. Solo quería que al menos la Ámbar que me imagino cuando escribo estas cartas supiera y quisiera saber un poco más acerca de mí, así como yo quiero saber acerca de ella. En fin... no se puede, al parecer.
Pasando a otro tema, ¿recuerdas cuando entregaron las notas del examen de física? No me viste, pero casi me arranco los dedos con los dientes mientras me comía las uñas. Resultamos a un punto menos de la nota más alta que se podía sacar. Al final pasé el semestre con un siete, sin embargo, peor es nada. Nico y yo celebramos a lo grande con una botella de vino que contrabandeó de su casa a la mía esa noche. No tengo la menor idea de cómo es que nos pusimos de pie al día siguiente y cómo es que llegamos al colegio para recibir tantas horas de clase. Celebré secretamente en tu nombre, fuiste la mejor, como siempre. Luna me comentó que tras poner la silla a tu lado no pudo arrepentirse más, confesó que prácticamente hiciste todo el examen y que fue uno de los momentos más incómodos de su vida. Sobre todo cuando le pediste que escribiera su nombre sobre la hoja. Era de esperarse que la situación fuera incómoda. Hasta mi lugar llegaban esas vibras.
Bueno, ya es hora de despedirme, mañana me tengo que levantar temprano otra vez para iniciar el nuevo y último año escolar de mi secundaria. Me emociona saber que estarás tan cerca de mí otra vez, aunque se sienta tan lejos al mismo tiempo. Espero de todo corazón que tus vacaciones hayan sido las mejores y que los días que vienen lo sean por igual. Que sepas que sigues siendo mi amiga a pesar de todo y que, por más que alguien intente con cualquier poder humano que se pueda inventar, esos días en que fuimos amantes en secreto no se me olvidan y no se borrarán jamás. No me arrepiento de nada excepto de no haberte dicho antes cuánto te amo. Innecesario ahora, probablemente en aquel tiempo hubiera hecho la diferencia, lo veo con tela de duda, pues tú tenías otros planes para ti y para mí. Pueda ser que hayas tomado la decisión correcta, rubia. Pero pueda ser que te equivocaste también.
Te ama; Simón.
Dobló la carta en tres partes, guardándola luego junto a las que existieran antes que ella en una de las gavetas del escritorio y, echándole un último vistazo a la pluma de llamativo color, sonrió para ponerla en una lapicera que estaba junto a la pantalla de su ordenador. Giró sobre la silla en la que estaba sentado para caminar después hacia la cama, acostándose ya que mañana tenía un compromiso muy temprano con la ducha.
—Hey, chico de último año, ¿estás listo? —pudo escuchar la voz de su madre, casi burlesca, desde el otro lado de la puerta de su habitación.
—¡Ya voy, mamá! —gritó, echándose el último vistazo en el espejo e, inconscientemente, volteando a ver a través de la ventana abierta, el balcón de la casa de enfrente, esperando sin éxito alguno ver a la rubia allí parada.
—Date prisa, se te hace tarde. Luna te espera allá abajo —y no volvió a escuchar la voz de la mayor después de aquellas últimas palabras.
Se retocó por enésima vez con la punta de los dedos sus castaños cabellos mientras se veía en el espejo, satisfecho al fin de un buen trabajo. Salió y al llegar a las escaleras notó al pie de esta a una Luna perfectamente vestida con su uniforme, su cabello almendrado totalmente alisado y sujetado en una coleta alta, sonriéndole con gracia mientras lo veía descender.
—Debes dejar esa alarma más temprano. Siempre tardas mucho, cariño —le besó los labios suavemente. Beso que recibió con un poco de embarazo ya que su madre estaba lo suficientemente cerca como para verlos y frente a ella le daba un poco de vergüenza hacer aquel tipo de demostraciones. Y aunque se repetía internamente una y otra vez que no tenía absolutamente nada malo, no dejaba de sentirse incómodo al respecto.
—Lo sé, lo sé —se apresuraron para ir ala puerta —. Gracias por venir. Te queda muy lindo el cabello de esa manera, hazlo más seguido. Mamá al auto, ahora.
—Voy —contestó, apresurando el paso hacia la cochera.
—Mi mamá quería que me dejara el cabello natural porque dice que se me ve mejor —mencionó luna, tocando las puntas de sus cabellos con los dedos —. Gracias por decir que se ve bonito así, pero creo que serán pocas las veces que me veas de esta forma, aun estoy dejándolo reposar luego de los daños que le di el año anterior.
—Bien, de todas formas, te vez bien, tontita —le agarró una mejilla con un toque de fuerza que hizo a la chiquilla sonrojarse un poco.
—Tú también luces perfecto, entiendo el por qué de tus tantas miradas en el espejo —comentó con gracia —. Eres un narcisista.
—Solo sé que soy guapo y luego sé que no sé nada más —volteó la cabeza hacia un lado, en un ademán de falsa superioridad —. No, no es cierto.
—Sí, sí lo es.
—Oigan, ustedes dos, o se apuran o no llegarán hoy —se escuchó el claxon del coche y luego subieron a toda prisa, ofreciéndole caballerosamente Simón a Luna, subir primero que él.
Su madre los llevó al colegio lo más rápido que la ley lo permitió ya que se perderían la ceremonia de inicio de año escolar si llegaban muy tarde. Cuando se bajaron ambos le dieron un beso en la mejilla a la mujer mayor y se perdieron entre los demás alumnos, entre los que estaba Nico, despidiéndose de su padre quien miraba a todos lados como buscando a alguien a la vez que el menor trataba de ahuyentarlo.
—Tienes un viaje hoy, apresúrate o perderás el vuelo —lo empujaba para que se fuera de una vez, lo estaba avergonzando —. Mi mamá se va a enfadar contigo y quién sabe hasta cuando se reponga si la haces perder las vacaciones que te ha estado pidiendo desde ya hace meses.
—Solo quiero buscar a la directora para decirle que te mantenga vigilado —buscaba entre la gente a ver si miraba a la ya conocida señora.
—Qué vergüenza, papá. Ni que yo fuera un drogadicto y ella mi niñera. Por favor no me hagas pasar por ese calvario. Ya sal de aquí —se tapó la cara con total pena por sí mismo.
—Bien —lo miró serio —. Nos vemos en una semana.
—Ya, ya, adiós.
El hombre se dirigió a donde estaba aparcado su auto y Nico se aseguró de que partiera para poder respirar al fin tranquilo. Se reunió con sus otros dos amigos que estaban esperando debajo de la sombra de uno de los árboles que había en el patio principal del colegio.
—Ya decía yo que mi papá se iba a quedar para siempre aquí —se abalanzó contra Simón, importándole muy poco apartar a Luna en el acto —. Te extrañé mucho.
—Nos vimos el viernes —contestó el castaño, sonriente y recibiendo el abrazo con la misma intensidad.
—Lo sé, lo sé, dos largos días. No te preocupes, yo también he estado mal por eso —decía sin separarse.
—Gracias, Nico, yo también te extrañé —sarcástica, Luna rodó los ojos al ver a su novio tan afectuoso con su amigo y que este ni siquiera le prestó atención.
—Lo lamento, Lunita —la abrazó también, aunque tuvo que agacharse un poco para hacerlo —. Todavía no creces, querida.
—Cállate —le pegó en el hombro con falsa mala leche.
—¿Tu padre sigue todavía con eso de no dejarte libre ni por un segundo? —preguntó Simón cuando ya los abrazos habían pasado.
—Sí, no me deja ni ir al baño en paz —se encogió de hombros, hastiado.
—¿Y por qué es que te tiene tanto cuidado? —cuestionó esta vez la chica —. ¿Teme que te caigas por las escaleras o qué?
—Cree que Nico se droga —intervino Simón a modo de burla.
—¿Qué?
—Es que una vez encontró a Simón fumando en la entrada de mi casa y tenía los ojos rojos y desde entonces me dice que me aleje de este tonto porque es mala influencia para mí —le dio una manotada en la cabeza, desarreglando su cabello.
—¡Oye, mi cabello no se toca! —le golpeó la mano para volver a arreglárselo como lo tenía antes.
—Ahí están Pedro y Delfi —apuntó Luna con la cabeza a la pareja que caminaba en dirección a la entrada —. Iré a saludar, ¿vienen?
—Te alcanzamos en un segundo, cariño —le guiñó un ojo y Nico le sonrió asintiendo.
—No tarden —se fue a paso apresurado para alcanzar a los dos pelinegros.
—¿Cariño? —repitió el rubio con una ceja alzada —. ¿Va bien todo en tu esfuerzo por meterte a alguien por los ojos?
—Bastante, llegará ese día. Ya verás que sí —se mordió el labio, dudando de sus esperanzas —. ¿Y tú, ya le dijiste a tu súper protector padre sobre que tienes el poder de mamar...?
—¡Cállate, imbécil! —le tapó la boca, mirando a todos lados para ver si alguien lo había escuchado.
—El poder de amar a tu semejante —corrigió quitándose la mano de su amigo de la boca.
—No —puso la mirada en la punta de sus relucientes zapatos —. La verdad no estoy seguro de querer hacerlo, Pedro ni siquiera me habla. Solo me ilusioné con lo que me dijiste la otra vez, eso de que él te dijo que arreglaría las cosas entre nosotros. Además, no estoy absolutamente nada preparado para romper el corazón de mis padres y de Delfi.
—Nico... —dijo con un deje de tristeza en su voz.
—Tal vez te siga los pasos y me meta a una chica a la fuerza.
—Quisiera que todo fuera más fácil para nosotros, amigo —posó sus manos en los hombros del más alto —. En todo caso, debemos buscar un plan para no quedarnos solos después de los veinticinco.
—A esa edad puede que ni siquiera estemos en la misma ciudad —sonrió forzosamente.
—¿Me vas a dejar solo? —se le bajó el autoestima.
—Solo estoy hablando porque las cosas pueden pasar, además, faltan siete años para eso.
El timbre sonó y todos empezaron a caminar hacia las instalaciones y pasar al amplio salón donde se llevaría a cabo la ceremonia. Todos se sentaron por separado, los de último año estaban en el fondo y los de primero estaban al inicio, chicos y chicas por su lado. Simón y su amigo rubio se sentaron a la par mientras este último veía a Pedro sentarse lejos de ellos dos, sin voltearlos a ver en ningún momento ni por equivocación. Luna se fue a sentar junto a Delfi, lanzándole un beso volador antes de hacerlo. Sin poderlo evitar, buscó entre el público a una chica rubia que sabría reconocería entre cualquiera, mas no encontró nada salvo a Matteo sentándose con toda naturalidad en su respectiva silla, no muy lejos de donde estaba él sentado.
—Oye, para nada llegamos tan temprano si esto no iba a empezar nunca —dijo Simón en un susurro luego de quince minutos en espera de que la directora apareciera.
—Es normal, ya debe aparecer con Ámbar detrás de ella —contestó su amigo con la misma intensidad en su voz.
—Entonces, ¿por eso no está aquí?
—Sí, nunca se sienta con la plebe —carcajeó por lo bajo —. Si la buscas, se sienta en el frente, junto con los profesores. Desde allí ve si hay caras nuevas para avergonzar —se rio el doble.
—Ella no es así... —iba a continuar contradiciéndolo, pero al ver que todos se ponían de pie y la elegante figura de Sharon caminó subiendo cada peldaño como si se hubiese especializado en ello toda su vida y seguida de ella estaba Ámbar. Tan perfecta como siempre.
Llevaba puesto el uniforme del colegio tan perfecto que estaba seguro de que, si buscaba una arruga en él, no la encontraría jamás. Llevaba unos zapatos de tacón altos del mismo tono de las medias, el cabello suelto como normalmente lo traía, solo que esta vez estaba más largo de lo normal y debido a eso le hacía lucir más cuidado y hermoso. Cuando le dio la cara al público vio que algo había diferente en su rostro y eso era el llamativo color del maquillaje de ojos, bastante oscuro, considerando que rarísimas veces la vio ocupar maquillaje y nunca fue tan oscuro.
—Sean todos bienvenidos al Blake South College, nuevamente —saludó la directora por medio del micrófono con una sonrisa dibujada en su rostro —. Es un gusto tenerlos aquí de nuevo y recibir con gran entusiasmo a los de nuevo ingreso...
La mujer comenzó con un discurso previamente preparado, acompañado de una sonrisa conciliadora que daba cierto realce a lo que decía. Simón ni siquiera estaba prestándole atención, lo único que sus ojos podían ver, era a aquella chica sentada irónicamente a la par del profesor de física del año anterior, respirando con superioridad y seriedad. Parecía no ser la misma chica que aquella vez le hubo dicho adiós de una forma en que, según su criterio, parecía ser definitiva.
—Se te van a caer las babas, amigo —le codeó Nico, riéndose de su poco disimulo.
—Es muy hermosa, Nico —contestó, ignorando el comentario —. Quisiera poder hablarle otra vez.
—¿Y qué te detiene?
—Temo que me vuelva a rechazar —bajó la vista con tristeza —. Ya pasé por eso antes, no quiero repetirlo.
—Exactamente por esta razón es por lo que te he repetido hasta el cansancio que lo tuyo con Luna es un error muy grande —puso los ojos en blanco, haciendo como que lo que había dicho era la obviedad más grande del mundo —. Pero nunca me haces caso, cabezota.
—Lo siento —se disculpó sin levantar la vista todavía —. ¿Por qué tuvimos que enamorarnos, amigo? Solo estamos aquí viendo como se nos van de nuestras manos.
—Dímelo a mí. Sigo esperando a que Pedro se digne a decirme algo algún día —giró la cabeza en dirección a donde estaba sentado el pelinegro, totalmente ausente a su plática —. En serio debemos formar ese plan.
—Si estamos solteros para ese entonces, te casas conmigo.
—¿Quieres que te repita también que...?
—No acepto un «No» por respuesta —declaró enseriado, todavía más de lo que el enunciado lo requería.
—Bien, bien, marido y esposo. Anotado —se burló con discreción para no llamar la atención.
El discurso se vio tan largo que el castaño llegó a un momento donde retenía los bostezos y las ganas de salir a estirar los pies para no sentirlos tan entumecidos como estaban. Tuvieron que esperar a que Sharon nombrara cada uno de los nombres de los chicos de primero y sus respectivos salones, además de las nuevas secciones donde los de segundo en adelante residirían su nuevo año escolar.
—...y para dar por finalizada la ceremonia —dijo por fin las palabras que todos esperaban que dijera —...el himno del centro —automáticamente todos volvieron a ponerse de pie mientras para Simón fue un shock entero el ver a la rubia caminar en dirección al podio donde apenas unos segundos había estado su tía.
—¿Mencioné que era ella la que daba el cierre de la ceremonia? —escuchó en la lejanía la voz de su amigo.
Ámbar inició a cantar con tanta delicadeza y majestuosidad, inundando los oídos de sus oyentes con una voz tan perfecta que Simón no tenía idea que ella era poseedora. Solamente una pista suave la acompañaba a través de los altavoces, pero eso pasaba a segundo plano cuando era su voz la que se escuchaba por encima. Era como escuchar a una sirena y eso que nunca creyó en que esas criaturas existieran en la vida real. Ahora aseguraba estar viendo a una; a la más hermosa de todas.
—Perfecta... —susurró sin darse cuenta.
—Aunque no todos estamos locos por la rubia, debo admitir que tiene una voz hermosa —le palmeó la espalda cuando todos empezaban a dejar sus lugares para salir del auditorio.
—Vi un ángel —seguía catatónico —. Y me cantó al oído.
—No exageres, hombre —le dio otro codazo —. Allí viene tu novia, ponte alerta.
Luna llegó casi corriendo a donde estaban los dos chicos y ellos inmediatamente disimularon hablar sobre cualquier tipo de cosas, al rato se les unieron Delfina y Pedro, siendo la primera en saludarlos con un beso en la mejilla y el moreno con una sonrisa salida por la fuerza.
—No puedo creer que solo nos quede este año —dijo Delfi un tanto entristecida.
—Yo lo que no puedo creer es cómo llegué hasta aquí —se burló Pedro, contagiando a los demás.
—Ya he de irme, tengo que hacer algo en casa —el rubio miró el reloj que andaba en su muñeca izquierda —. Los veo mañana, chicos.
Les dio la espalda y caminó en dirección a la salida sin voltear.
—Yo también me voy, mi mamá quiere que la acompañe a visitar a la abuela porque hoy es su cumpleaños —fingió hastío y le dio un beso en la mejilla a su novia en modo de despedida —. Ya nos veremos mañana.
—Yo pensé que el cumpleaños de tu abuela era en septiembre, cariño —mencionó un poco confundida Delfi.
—No, ese es el del abuelo.
—¿No se había muerto ya? —alzó una ceja, interrogante.
—Exacto, pero le celebran el cumpleaños aún después de muerto —sabía que en eso de las mentiras no era nada bueno —. Cosas de mi familia que nunca entenderé.
—Ya veo —no muy convencida, lo dejó ir —. Cuídate.
—Nosotros nos vamos también, Delfi, ¿nos acompañas? —invitó Luna, sonriéndole como ya era típico.
—No, chicos, no quiero hacer de levanta velas —se burló de ella misma.
—Para nada, mujer —Simón le pasó uno de sus brazos alrededor de sus hombros —. No te dejaremos sola.
—Bien.
Pedro apenas supo que se había perdido de la vista de sus amigos salió disparado en busca de un chico rubio que apenas unos segundos antes se había separado del grupo, buscó en el aparcamiento a ver si es que su padre había llegado a por él, pero no lo vio y consideró poco realista que se hubiera marchado tan pronto. Apenas sí habría salido al patio del colegio. Se cruzó la calle y siguió por la que normalmente Nico solía caminar, poniendo atención en cada esquina de las casi dos cuadras que recorrió en su búsqueda, no supo cómo es que el chico hizo para avanzar tanto en tan poco tiempo. Volteó a ver para todos lados hasta que no tan cerca pero tampoco muy lejos, lo vio caminar a paso medio rápido, cerca de donde se encontraba uno de los semáforos en luz verde.
—¡Nico! —gritó para hacerse escuchar desde la distancia.
El muchacho giró la cabeza hacia atrás y, sabiendo lo que iba a encontrar, se mantuvo en apariencia tranquilo mientras se esperaba a que el pelinegro llegase frente a él.
—Pedro, ¿necesitas algo? —levantó su muñeca para observar nuevamente la hora —. Ando rápido...
—Quería hablar contigo... sobre algo —se empezó a poner nervioso. Aunque esperaba que Nico no quisiera hablarle, al menos tuvo un poco de esperanza en que pudiese equivocarse.
—¿No puede esperar?
—No —sentenció. El rubio por su parte estaba que moría por dentro, a decir verdad, solo estaba fingiendo indiferencia y había salido con la excusa de tener que hacer algo importante para no seguir viendo a la parejita frente a ellos, dándose amor de la misma forma en que lo hacía siempre.
—Habla entonces —no pudo evitarlo, un mohín curioso y ansioso se formó en sus labios.
—Yo... —ahora no sabía ni cómo empezar. No había planeado salir corriendo en su búsqueda, mas fue una de las pocas oportunidades que tenía —. Bueno...
—Hablamos cuando ya hayas ensayado —se dio vuelta, molesto.
—¡No! —exclamó asustado de perder la oportunidad —. Por favor, quédate.
—Dios, Pedro, si se nota a distancia que no has repasado tus notas —se carcajeó dolido —. ¿Sabes? Puedes ir a practicar a tu casa, te doy esa oportunidad. No sé por qué te trabas, para decir mentiras ya estás acostumbrado, pero más familiarizado estoy yo porque te las creo.
—Pero...
—Adiós.
—Escúchame, te amo —casi lo gritó en medio de todos los que por allí pasaban, paralizándole hasta la sangre —. Eso no es una mentira. Te amo con el alma, Nicolás Navarro.
Giró sobre sus talones, haciendo todo lo posible para no derretirse y que su papel se le viniera al suelo.
—¿Y qué con eso? —mantuvo su semblante —. ¿Pretendes que con eso yo salte en una uña de la tremenda alegría que me provoca? ¿Que te bese en medio de todos y te diga que también te amo? ¿De veras? Eso no arregla la mierda en la que vives y en la que quieres que viva yo también. Despierta, Pedro, esto no es una película y nosotros no somos los protagonistas.
—Lo que pretendo con esto es que no olvides lo que siento por ti, que no soporto ni un día más sin estar sin ti y que sepas que he pasado estas vacaciones pensando en cómo se lo diré a Delfi, porque, aunque sé que sufrirá cuando se entere, sufrirá el doble si no se entera por mi boca.
—Entonces hasta que no resuelvas eso yo no existo más que tu compañero de clases —con pesar, agachó la cabeza —. ¿Sabes? No es que yo quiera que Delfi sufra por mi culpa, porque lo es. No es de un amigo hacer a su amiga pasar por esto, pero si es verdad lo que me dices, que me amas y todo lo demás, no quiero que la engañes a ella. No se lo merece.
—Estoy consiente de ello —se mordió el labio, reteniendo una pregunta que lo subyugaba desde adentro.
—Hasta mañana.
—Antes de que te vayas —le sujetó la muñeca, halando hasta que quedara más pegado a él de lo que estuvieron en un muy largo tiempo —. Quiero saber si al menos sientes lo mismo por mí...
—¿Cambiaría eso de algún modo tus planes? —frunció el ceño, rezando al cielo para que la respuesta fuera negativa.
—No cambiaría nada —los dos estaban al tanto que estaban a ojo de todo público, sin embargo, a ninguno le importó que a cada segundo se acercaban más sus rostros como si uno fuera el metal y el otro el imán —. Porque estaría dispuesto a reconquistarte mil veces si hace falta. Cuando te digo que te amo, lo digo no para que te quedes conmigo, sino porque es lo que siento. Porque es verdad y porque estando así de cerca no puedo evitar... —besarlo. Besarlo era lo que quería desde hace tiempo. Al fin lo lograba después de mucho tiempo y se alegraba tanto de que esos labios no hubieran perdido ese agradable sabor dulce que le encantó desde la primera vez que lo hizo —...besarte hasta morir.
—Esto es un error, Pedro —se apartó lo más rápido que pudo, rojo cual manzana —. Me tengo que ir.
—Contéstame —pidió para cerciorarse ya que algo le decía que no había alteración en los sentimientos del rubio.
No obtuvo respuesta más que a un Nico corriendo como alma que la llevaba el diablo. Se volvió con una sonrisa esperanzada en el rostro, prometiéndose no cagarla esta vez.
Mientras Ámbar bajaba las escaleras, fingiendo que nada a parte de ella le importaba, a la distancia alcanzó a ver en medio del gentío a Simón platicar con ese amigo suyo del que no se separaba ni a sol ni a sombra, por un cortísimo instante estuvo tentada a ir directo a donde él y desearle un año escolar productivo, navidad, año nuevo y hasta incluso feliz día del amor y de la amistad, ya que nunca se lo deseó después del noviembre del año anterior, mas se detuvo a sí misma con cadenas para no caer en eso. Desde que le dejara de hablar había sido bastante difícil no retractarse de la idea, pero sabía que era por un bien mayor. Además, llevaba ya bastante tiempo en exilio como para echar a la basura lo poco que había construido. Ahora incluso hasta podía dormir con la idea de que el castaño tuviera pareja y esta no fuera ella misma, sino aquella pequeña castaña que se le estaba acercando en ese momento con esa sonrisilla estúpida que nunca se bajaba de la cara.
—Entonces, ¿esto ya se acabó? —oyó la ya conocida voz de Matteo que le hablaba a su espalda.
—Sí, es solo el primer día, solo era la ceremonia —tomó su mano, fingiendo estar en su estado natural, tratando de ignorar que allá atrás había cierta pareja que le incomodaba.
—Bien, pues vámonos —la haló para salir del auditorio.
—¿Dónde vamos? —preguntó solo para hacer plática, viendo por última vez de reojo a Simón y las únicas dos chicas que conformaban su grupo.
—¿Dónde quieres ir?
—Cualquier lugar está bien —se despreocupó. Ocuparía su mente en cualquier otra cosa, justo como venía haciendo desde meses atrás —. Pero a las cinco debemos estar ya en mi casa, mi tía se enojó el viernes cuando llegué casi a las diez y me castigó.
—No te preocupes, a las cinco estarás tocando el timbre de tu casa —le guiñó un ojo y caminó con calma hasta donde tenía parqueado su coche.
Subieron y Matteo condujo un poco lento ya que el tráfico estaba bastante pesado a esa hora del día, apenas habían avanzado unas dos cuadras cuando ella sentía que llevaban siglos dentro del coche, además el sol que se filtraba por los vidrios no era la cosa que más le agradara en el mundo. Llegaron al semáforo y para colmo este estaba en rojo, así que tenían que esperar hasta que se volviera verde. De pura casualidad le vio ver por el retrovisor sin pensar que se llevaría la sorpresa más grande que en mucho tiempo le habían dado. A parte de un centenar de coches haciendo fila, en la acera había una pareja singular que ya conocía y no necesariamente por ser intima amiga con esta. No hizo mención alguna a su novio y le dejó seguir esperando a que el disco cambiara de color al momento en que ella se posicionó en una mejor postura para intentar ver mejor la escena: Pedro parecía estar discutiendo de una extraña manera con el rubio y este oponía minúscula resistencia para separarse. Tal vez era algo visual debido a la distancia que existía entre el coche y los dos chicos, pero daban la impresión de estar cada vez más cerca. Se tapó la boca reprimiendo un grito cuando los vio besarse de la nada. Tan rápido y normal como si lo hubieran hecho con años de experiencia. El auto empezó a desplazarse hasta que la pareja se volvió borrosa la vista y la perdió. Inmediatamente volteó a ver a su novio, tragando saliva para cerciorarse de que podía hablar aún.
—¿Sabes, amor? Recordé que debo ayudar a mi tía en la nueva decoración que le hará a su habitación, así que mejor me llevas a casa, podremos salir mañana sin inconvenientes.
—Está bien —comentó sin verla.
Luego de un momento de silencio en el que Ámbar no se sacaba de la cabeza la imagen de los dos chicos aquellos besándose, Matteo decidió romper el hielo con una pregunta que nunca se esperó:
—Oye... ¿y tu amigo?
Automáticamente abrió los ojos, Matteo nunca le preguntaba sobre ese tipo de cosas, ya ni se acordaba de las veces en que había preguntado por Simón.
—¿Quién? ¿Simón? —se hizo la tonta.
—¿Tenías otro? —y eso fue como el balde de agua que le lanzó la persona que menos se lo esperaba.
—Bueno... —ahora no sabía qué decir, era obvio que no tenía otro. Mucho menos ahora —. Simón está por allí, ¿no lo viste en el colegio?
—A lo que me refiero, es por qué ya no se juntan como antes. Me refiero a que antes incluso parecías desesperada por verlo, has estado muy extraña estos últimos días en cuanto a él se refiere, ahora no lo mencionas para nada cuando el año anterior era uno de los temas que a pesar de cualquier cosa salía a relucir —la miró un momento para después volver a poner atención al camino —. Si debo ser sincero, me agrada que ya no hables sobre él. Era un poco molesto.
—¿Molesto? —repitió, incómoda por esa parte del comentario —. Era... es mi amigo...
—Pero parecías más interesada en él que en mí —hablaba tranquilo, sin darse cuenta de que la chica a su lado lo observaba ceñuda.
—No es verdad. Hablaba sobre él porque intentaba sacar un tema de comunicación contigo o para que te enteraras de cualquier cosa que hubiera hecho con él —dejando a un lado por supuesto las cosas que hacían cuando era de noche.
—¿Y tú crees que me interesaba hablar sobre ese chico? Ni siquiera lo conozco —se burló con desagrado —. Y créeme que no me interesa conocerlo tampoco.
—No entiendo si es que te cae mal, que yo sepa no te ha hecho absolutamente nada —se cruzó de brazos, enojada con su novio. No era posible que estuviese hablando mal de Simón. Es verdad que no hablaban ahora, mas no por ello dejaría que alguien se refiriera con desprecio a él en su presencia.
—No me cae mal, me da completamente igual su existencia —rodó los ojos, queriendo dar por zanjado ya el tema.
—Suena que tienes celos de él.
—¿Celos? ¿De qué? —una carcajada enorme se extendió por todo lo ancho del auto —. No me da ni frío ni calor.
—Pues no parece, de lejos se nota que temes que te gane en algo —lo desafió.
—¿Como en qué? No me quedo corto en comparación, soy más guapo, más atlético, más inteligente y tengo a la chica más guapa del colegio —le guiñó el ojo, provocando absolutamente nada en la rubia —. Si yo fuera él, deseara ser yo.
Ámbar tuvo que taparse la boca para no reírse lo más ruidosamente que jamás en su vida lo hizo. No sabía desde cuándo Matteo se había dedicado a comediante porque aquel era el comentario más gracioso que dijo en todo el tiempo que se conocían.
—¿Perdón? —tragó saliva para procesar información —. ¿Cómo dijiste?
—Olvídalo.
Llegaron a la residencia de la rubia y ella bajó del auto despidiéndose con un beso corto en la mejilla, demostrando que aun no estaba contenta con la plática que habían tenido momentos atrás, la que, dicho sea de paso, la había alejado de las imágenes de un Pedro y un Nicolás besándose en mitad de la calle como si nada les importase.
—¡Tía llegué! —anunció estando en el cuarto de estar, poco preocupada por si la escuchaban o no.
Corrió a su propia pieza y cerró, deteniéndose un momento recostada en la puerta. Aquello era una bomba que había explotado frente a sus ojos. Estaba muy segura de haber visto a Pedro con su noviecita muy de la mano esa misma mañana, ¿entonces por qué era que al rato se estaba dando el lote con otra persona que, a parte de ser un chico, era amigo de ambos? No hallaba qué hacer con su propio cuerpo, el que detenía una sensación de gritar a los cuatro vientos lo que había visto, o hablarlo con alguien, mas al estar más sola que un pollo recién comprado no tenía ni una sola idea de a quién contárselo, el único que le llegaba a la mente era Simón, pero por ciertas razones no podía hablar con él. Otra persona que no fuera Matteo era nada más que su tía y obviamente ni loca contaría eso con ella. Ni modo, le tocaba guardárselo.
Por otro lado, el cual involucraba a las personas que aun consideraba cercanas a ella, no podía creer que Matteo tuviera celos de Simón, porque estaba claro que lo que demostró en el coche era eso, puros celos. Estaba claro también que se equivocaba al decir que Simón deseaba ser él. No lo necesitaba, ese chico era prácticamente perfecto a su manera. Es verdad que no era el típico estereotipo de chico perfecto que muchas chicas tienen: rubio, ojos azules, piel de porcelana, cuerpo de fisicoculturista y con una altura casi semejante a los dos metros, pero era Simón y eso resumía tantas cosas. Si se dedicaba a buscar a un chico igual a él en el resto del mundo no lo encontraría ni en mil reencarnaciones.
Simón era el tipo de chico que la hacía sentir que volaba, que estaba pisando una nube y no el suelo, el que nunca la dejó caer desde que se la llevó consigo, porque nunca lo hizo, ella decidió soltar su mano para que él estuviera bien. Ya hora lo estaba. Recordó que apenas dos días después de que le dejase de hablar él ya había conseguido ponerse de novio con Luna, lo peor es que no podía guardarle rencor por eso porque fue ella quien prácticamente lo tomó de la mano para ir a dejarlo con esa chiquilla. Aguantarse las ganas de sacarle los ojos mientras los miraba besarse era lo que le quedaba como recompensa.
—Ahora sí todo está bien —susurró aquel primer día en que los vio besarse en medio de todos, como presumiendo de su amor. Casi restregándole en la cara que eso era para ella —. Sí... —y no era verdad. No estaban bien en absoluto.
Se cambió de ropa y la acomodó en un lugar de la cama para luego dársela a alguna de las empleadas para que la metiera a lavar ya que ella ni siquiera sabía cómo usar la lavadora. Escuchó desde afuera unos desagradables gritos de alegría que no se le perderían ni en la mitad de la jungla. Odiaba a la tipa que los hacía, sabía que si se perdía a los dos segundos la encontrarían porque un solo grito reflejaba la ubicación especifica de sus pulmones. Con disimulo miró por la ventana, cubriéndose un poco con las cortinas y descubrió que estaban en la acera frente a la casa del castaño, agarrados de la mano y sonriendo como si todo lo que les rodeara fueran mariposas y flores de todos los colores habidos y por haber. Simón estaba de espaldas a la casa de la rubia y Luna le daba la cara mientras se concentraba en los ojos de su novio. Pasaron hablando un corto rato en el que Ámbar no los dejó de observar ya que se le hacía imposible apartarse de la ventana. Cada uno tomó un camino diferente después de aquel beso que la chica le robó al chico, extendiéndose más por alguna razón innecesaria. Ella, que ya había probado antes los muy agradables labios de su examigo, se hacía a la idea del porqué tal gesto había durado tanto. Cuando este entró Luna se quedó un momento afuera, despidiéndolo con la mano para luego voltearse al frente y darle la cara como si supiera que desde un principio había estado siendo observada por los azules ojos de la rubia. Lo confirmó cuando la castaña sonrió victoriosa, se echó los cabellos hacia atrás y caminó decidida calle abajo.
—Hija de puta... —mencionó apretando los puños, muy tentada a ir tras ella para zafarle de las encillas algún par de dientes —. Mil veces estúpida, Luna Valente.
Lo peor de todo, es que fue ella misma quien se buscó que eso pasara.
—Mil veces estúpida Ámbar Smith —corrió las cortinas con la sangre hirviéndole —. Tú te lo buscaste, allí lo tienes. Felicidades, que lo disfrutes.
Ya no tenía vuelta atrás. Ahora se revolcaba entre su propia tierra cuando no fue nadie más que ella quien se enterró pretendiendo acabar con algo que parecía no vérsele un final en el que todos estuvieran felices y contentos. Sobre todo, si «Todos» eran solo dos personas entre las que se encontraba su persona y su vecino.
Definitivamente no había otro chico que le hiciera sentir eso que sentía en ese momento. Sí, Simón tenía algo que la estaba volviendo loca, que la estaba tentando nuevamente a ir a media noche a su casa para decirle que se retractaba de su estúpida decisión. No obstante, todo y más, sería solo eso; una estupidez.
Continuará...
Esta vez me esmeré en actualizar más temprano. Aunque me pegué mi buena desvelada.
Por cierto, sí voy a continuar la segunda parte de GETLEMAN, para que la esperen.
@TinaRechina7w7 sí me alegras el alma jajaj creo que te amo ya o.O
@karenvmonte , @AlexiaAlbuquerque2 , @Seilytabella , @SimbarBitch (amé ese user 7u7r) , @loveformaca , @MoraSchulz , @LucyOliv12 , @user07236856 (cuántos números :0) , @LaCholaSanchez , @isabelurdanetaaz y @Mariel553 un millón de gracias por comentar en el cap. anterior. No crean que no leo los comentarios, si no contesto es por razones que lastimosamente no puedo explicar. Igual sepan que los amo. :')
¿Ustedes a quién creen que Ámbar revele lo que descubrió?
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