Capítulo 24

Capítulo 24:

Nico viajaba sentado en el auto de su padre, golpeando con los dedos el vidrio de la ventana mientras trataba de sacar una melodía para distraerse, sin intención de querer prestar atención a los verdosos ojos de su padre que no de vez en cuando lo observaban tan fijamente, como queriendo ver a través de su piel. Le daba un poco de miedo. Aun no sabía cómo es que no habían impactado contra algo o alguien ya que el hombre que conducía prácticamente no le quitaba la mirada de encima.

—Oye, papá, mi amiga dice que debe ser algún tipo de extraño privilegio verme, pero, sinceramente, no creí que tú también compartieras su pensamiento —dijo ya incómodo por la situación —. Nos mataremos si sigues desconcentrándote del camino.

—Sí —mencionó nada más y puso su mirada al frente, tentado a seguir viendo cada uno de los movimientos de su hijo.

El rubio desde el primer momento en que vio la repentina voluntad de su padre supo que algo no andaba bien, había una pieza del rompecabezas que no encajaba, ¿por qué esa atención ahora si antes no lo hizo? Pensándolo bien, no era la primera vez que se sentía incómodo en su presencia, después de la fiesta en su casa se empezó a comportar de una manera un poco diferente a la habitual; al desayunar siempre lo veía por el rabillo del ojo, aunque disimulara no hacerlo, le daba la mano cuando podía y lo hacía hablar sobre la hija de uno de sus colegas en el trabajo, ¿con qué fin? No lo sabía. No todavía.

—Nico —le llamó con su voz naturalmente grave —. ¿Te puedo hacer una pregunta?

Pensó antes de responder, imaginándose como de qué podría ir la interrogante. Automáticamente su corazón empezó a palpitar animadamente, poniéndole heladas y sudorosas las manos, tentándole a responder que no, porque su mente también había empezado a mover tuercas para vislumbrar la posible incógnita en la mente del mayor.

—Ajá... —respondió luego de un omento de silencio mezclado con nerviosismo.

—¿Tienes novia?

Tosió con un deje de alivio y un montón de pesadez, no era exactamente la pregunta que se esperaba, pero era el disfraz de esta. Claro, con esta podía al menos defenderse un poco, mas suponía que luego de esa vendrían otra similares hasta que llegaran a la que explotara la bomba.

—¿Por qué me lo preguntas? —no quería siquiera mirarlo, sabía que sería una mala decisión porque en ese momento sus ojos destapaban todos sus secretos. Secretos que prefería mantener encerrados la mayor parte del tiempo que se le fuese posible.

—La chica de la otra noche pareció no agradarte en absoluto —sin mirarlo, así hablaba. A pesar de que quería ver cada una de sus reacciones ante el tema, una parte de él no quería darse cuenta.

—Parecía que me la estaban tirando encima, como si yo fuera un perro hambriento y ella un pedazo de carne, ¿tú crees que eso es justo, tanto para ella como para mí? —puso los ojos en blanco con evidente desagrado.

—Parecía que le gustabas —contestó con el tono de voz calmado.

—Exacto, parecía.

—¿Crees que no? —forzó una risa acompasada —. No te hagas, que tú sabes que tienes lo tuyo.

—Esa chica me saludó como si yo fuera un monstruo y luego volteó a ver a su padre para congelarse de miedo —recordó la cara de la pobre chica, parecía un gatito asustado y atrapado entre un montón de perros —. Creo que, como tú dices, parecía que yo le gustaba porque estaba obligada a ello. Y, solo para que te quede claro, es raro que me digas que «tengo lo mío».

—¿Por qué es raro? Sé que lo sacaste de tu padre.

—Ah, sí, claro. Mi amigo Simón dice que lo saqué de mi mamá —abrió los ojos con sorpresa.

—¿Amigo Simón? —supo que la había cagado —. ¿Es el de ese día?

Quiso taparse la cara porque por sí mismo se había dado a descubrir o había dado paso a las dudas, de las que quería deshacerse desde un principio.

«Bravo, Nico. Gran trabajo, cabezota», le reprendió una voz dentro de su cabeza que lo hacía restregar su rostro sobre la tierra para que pensara dos o tres veces las palabras antes de decirlas.

—Sí... el mismo —trató de parecer lo más normal posible, mas algo le decía que no estaba haciendo su mejor trabajo.

—No me explicaste por qué fue que llegó a casa sin avisar —inquirió, interesándose todavía más en el tema —. Solo lo buscaste como la mejor excusa para desaparecerte de la fiesta.

—En primer lugar, te dije que él tenía un problema personal y que, como su amigo que soy, debía estar para apoyarlo. Y segundo, eso no era una fiesta, era un velorio.

—Bien —tragó saliva para preparar la siguiente pregunta —. ¿Desde cuándo tú y él duerm...?

—¿Te podrías apresurar? Estoy en mis exámenes finales y mañana me toca el más difícil, probablemente repruebe la materia, quiero estudiar mucho. Gracias, papá —lo interrumpió para no responder lo que no quería.

—Está bien.

Sin siquiera tener las intenciones de entrar a la casa, dejó caer la mochila sobre el pasto y le señaló con la mano a la rubia el mismo lugar donde estaba sentada antes de que él apareciera y, acto seguido, se sentó a su par.

—Te escucho —habló con una sonrisa un poco confusa.

La rubia se tronó los dedos de las manos, buscando unas palabras para articular, mas no encontró ninguna. No sabía exactamente qué hacía allí cuando antes de entrar la pensó alrededor de diez veces para coger el camino a su casa. No fue hasta la vez número once que se decidió por entrar a la del chico castaño.

—Este... —balbuceó aun sin saber qué decir —¿Qué tal estás?

—¿Qué? —se rio para después contener la risa y poner cara medio seria de nuevo —. Bien. ¿Y tú?

—Bien, supongo —contestó apartando la mirada, sabiendo lo tonta que podría verse y escucharse en ese momento —. Lamento haberte incomodado, ya me voy —se paró de inmediato, dispuesta a irse lo antes posible.

—Oye, ¿te vas tan pronto? Mira que me agradan tus visitas tan repentinas —la agarró por el brazo para impedir que siguiera caminando.

—No quería importunar, de verdad.

Se puso de pie para estar a su par y sonreírle con ternura, sin soltar todavía el brazo, dio unos cuantos pasos y se colocó frente a ella y le dejó el brazo para llevar su mano a su mentón, acariciándolo con suavidad.

—¿Importunar? Si me tienes olvidado y aun no me explicas por qué.

Sus ojos azules lo miraron con una extraña tristeza que no supo de dónde provenía, le llenaron las intenciones de abrazarla y no dejarla ir hasta que esa tristeza desapareciera, pero no lo hizo porque ella se soltó de su agarre, no bruscamente, mas sí buscando poner algo de distancia entre ellos.

—He estado un poco ocupada estas últimas semanas —se mordió el labio inferior, dejando entrever la falsedad entre sus palabras.

—Comprendo. Yo también lo he estado —levantó su mochila de donde estaba —. Sin embargo, a diferencia tuya, yo siempre tendría tiempo para ti.

—He estado estudiando mucho para los exámenes.

—Con Matteo, ya me lo has dejado saber antes —avanzó hacia la puerta, dándole la espalda —. Que te diviertas con él.

—Tú también te has divertido mucho, ¿no? —preguntó en un tono de voz más alto del que estaba empleando anteriormente.

—Claro, si vieras lo divertido que es pensar en que posiblemente repruebes una clase. No tienes idea de lo divertido que es, ¿lo has vivido? ¿No? No sabes de lo que te pierdes, querida —le guiñó un ojo para completar el sarcasmo de la frase.

—¿Dejar una clase? No me habías contado sobre eso —la risa del muchacho la hizo sentirse culpable.

—Oh, claro, es que se me olvidó decírtelo estas dos semanas que, da la casualidad, prácticamente no me has dirigido la palabra.

—¿Te han dicho que tu sarcasmo hiere? —agachó la cabeza, escondiendo su vergüenza.

—No realmente, pero es una forma divertida de comunicarse a veces —se volvió a acercar, poniendo esta vez un semblante más tranquilo y entristecido —. ¿Te hice algo?

—¿Ah? —preguntó confundiendo el cambio.

—Para que me dejaras de hablar, ¿hice algo malo? Me he pasado todo este tiempo pensando en qué pude haber hecho mal, en que si dije algo que no estuvo bien y por más que busco no encuentro nada, salvo que te quieres alejar de mí debido a la extraña relación que teníamos antes de mi cumpleaños —no lo pudo evitar, sus ojos se pusieron acuosos —. Dime, ¿es por eso? Porque te juro que si es así yo dejaré de hacerlo, dejaré de besar esos labios tan hermosos que tienes y dejaré de ver tus ojos como si fueran míos. Todo lo que quiero es saber que no te perdí y que, si lo hice, quiero hacer lo que sea para recuperarte.

Ella tampoco fue tan fuerte como quiso ser. Mantuvo el mayor tiempo posible las lagrimas dentro de sus ojos hasta que unas cuantas se derramaron dramáticamente por sus mejillas.

—Ojalá hubieras hecho algo malo —se limpió, riéndose de su torpeza en eso de los sentimientos —. Ojalá me hubieras dado motivos para que todo entre nosotros se acabara. Pero no lo hiciste, tú solo fuiste... tú.

—¿Solo yo? No comprendo.

—No eres el único —le tomó la mano. Simón supo que aquello a pesar de no ser un mal gesto o movimiento, no significaba nada bueno —. Simonsie, no podemos seguir en esto.

—¿Seguir? ¿Seguir en qué? —la atrajo hacia él, dejando que no se alejara porque si lo hacía no sabría qué hacer.

—En este ir y venir de sentimientos que solo nos hacen daño, yo tengo novio y estoy bien con él. Tú tienes a Luna, ella te quiere, se le nota a kilómetros. No sigamos jugando a este juego que ya no se siente divertido —intentó apartarse, mas Simón se la puso difícil.

—Pero yo te quiero a ti, ¿tú no me quieres? —y la pregunta dolía. Dolía para ambos.

—Tanto que por ello estoy terminando con esto —ahora sí se separó por completo —. No puedo seguir haciéndole esto a Matteo, él me quiere y yo también. No puedo ser tan mala persona ni con él, ni mucho menos contigo. Tú te mereces todo lo bueno que hay, Simón, y todo es bueno menos yo. Tus amigos te lo advirtieron al inicio de año, debiste haberles hecho caso y no te culpo por no haberlo hecho pues yo me metía entre tú y ellos. Perdóname.

—Pero no lo hice y no fue por tu culpa, sino porque yo quise estar contigo. Lo quise entonces y lo quiero ahora —se limpió también las lágrimas de sus mejillas —. Te quiero a ti. Y yo sé que tú también me quieres. Eres buena, eres perfecta, Ámbar, no puedes dejarme después que me he encariñado contigo de esta manera. No es... no es... justo.

—Es también difícil para mí porque yo también te quiero solo para mí —se agarró la cabeza, riendo para no llorar, pero hacía las dos cosas a la misma vez —. Qué contradicción, ¿no? Descuida, amigo, cuando todo esto acabe, nos reiremos. Ya verás que sí.

—Por favor —rogó sin importarle nada —. Déjalo y quédate conmigo.

—No puedo —se quiso enseriar, solo quiso —. Lo amo.

—¿Lo amas? —repitió en una exhalación que lo dejó sin aire —. ¿De verdad?

—De verdad, Simonsie.

—Pero... —estaba paralizado, no supo en qué momento sus manos empezaron a temblar, pero lo estaban —. No puedes... —se pasó una mano por el cabello con desespero —. Entonces... ¿Sí fue un juego? ¿Estábamos jugando y yo no me di cuenta?

—¿Ves por qué los demás te decían que soy mala? Esta es mi reputación, Simón. No hay nada que podamos hacer, siempre las personas a mi alrededor terminan lastimadas por mí. Lo siento.

—No fue un juego para mí —trató de volver a sujetar su mano, sin embargo, ni siquiera llegó a alcanzarla —. Yo pensé que era algo bueno, algo real.

—¿Qué bueno pudo haber salido de eso? Solo nos hizo perder nuestra amistad y, de todas las cosas en el mundo, es lo que más me duele. Perdóname, por favor.

—¿Y ahora qué? ¿Qué somos ahora? ¿Dos desconocidos? No puedo ignorar que estás tan cerca de mí, no puedo evitar quererte cuando recuero lo que pasó. Te quiero —y mentía, porque no la quería. La amaba.

—Y yo también, no creas que no, pero si seguimos siendo amigos a lo único que vamos a llegar es a lo mismo, nos vamos a lastimar otra vez y seguiremos en la misma ruleta. No quiero eso para nosotros. No lo quiero para ti.

—¿Sabes? —suspiró con pesadez —. Hubiera sido mil veces mejor que no me hubieras dicho todo esto; que no me hubieras dejado saber que lo amas.

—Lo siento mucho.

—Te quiero —susurró de modo en que ella lo escuchara.

«No me odies», pensó Ámbar cuando se encaminó a su casa.

«No me olvides», fue el pensamiento de Simón.

Cuando por fin se decidió a entrar a casa, varios minutos después de que viera el cuerpo de la rubia desaparecer más allá de donde su vista podía llegar, subió las escaleras en camino a su habitación, con los ojos todavía rojos por lo sucedido anteriormente. Dándole una boba excusa a Kelly sobre de que no se había puesto sus lentes de contacto y que por ello sus ojos se habían irritado. Algo tan estúpido ya que algo le decía que la señora sabía que él ni de cerca usaba lentes de ese tipo ni de ningún otro. Se dejó caer pesadamente sobre la cama, hundiendo su rostro entre las almohadas, decidido a no dejar esa posición en los siguientes mil años.

El leve zumbido de su teléfono móvil dentro de su bolsillo lo hizo apartarse de la pose que desde cierto momento se había vuelto cómoda. Ni siquiera miró de quién se trataba y contestó rápidamente, nada complacido porque lo sacaran de su zona de sufrimiento.

—¿Qué? —preguntó en un tono de enojo, esperando que la persona del otro lado de la línea hablara de una vez.

—Simón —escuchó la voz de su amigo Nico —. ¿Podemos hablar?

Al menos le despejaría la mente un poco si trataba de olvidarse que hacía apenas unos minutos lo habían mandado a la zona de amistad cuando ni siquiera se había declarado, aunque consideraba que eran más que obvios los sentimientos que tenía por la rubia.

—Debo estudiar para el examen de mañana —recordó ese pequeño asuntito.

—Oh, es cierto. Lo siento, amigo —oyó cómo aclaraba su garganta y volvía a hablar: —. No importa, no era nada importante. Iré a estudiar también. Cuídate.

—¡Espera! —habló en un grito antes de que el chico cortara la comunicación —. Podemos estudiar juntos, si quieres.

—¿De veras? —no estaba allí, pero sabía que se le había iluminado el rostro. Eso le hizo sacar una sonrisilla.

—Claro. Salgo para allá.

—¡No! —lo detuvo de inmediato —. Será mejor en tu casa, yo salgo para allá cuanto antes.

—Está bien —lo dijo dubitativo —. Te espero.

Escuchó el sonido de cuando el rubio cortó la llamada y se quedó pensando por un momento en el porqué no le había dejado ir a su casa si siempre ese era el lugar de sus reuniones, y también en que eso de «estudiar juntos» solo llevaba el nombre, pues estaba muy seguro de que lo último que harían sería tomar el cuaderno y estudiar.

—Mal en clases, mal en cosas del amor, ¿qué más te falta, Simonsie? —se preguntó a sí mismo, golpeándose la frente con la palma de la mano —. Cómo sea...

Al cabo de una media hora, el timbre de su casa estaba sonando, anunciando la llegada de su amigo y pocos segundos después este mismo estaba entrando en su habitación, dejando las cosas que traía en el piso cerca de la puerta y lanzándose a la cama, justo de la misma manera en que él lo había hecho seguido de su plática nada reconfortante con Ámbar.

—Estoy en problemas, graves problemas y... —hablaba sin despegar su cara de la superficie esponjosa de las almohadas —...tienes que darme posada si me corren de la casa.

—Entonces, el examen de mañana... —rodó los ojos. Desde un principio sabía que no estudiarían nada.

—Mi papá ha estado actuando raro —apenas sí le entendía. Era obvio que quería que le preguntara qué es lo que ocurría.

—El profesor ha de estar lustrando sus cuernos mientras revisa cada uno de los puntos a evaluar, ¿crees que tenga también un traje rojo con colita en forma de tridente? Ya sabes, todo a juego con su malvada naturaleza —se puso en pose de gran pensador —. Yo creo que sí. ¡Quizás también tiene una esfera de cristal y ahora mismo está viendo que estamos hablando mal de él! —se alarmó —. Querido profesor, si usted está viendo esto, yo lo amo...

—Yo creo que ya me descubrió... —continuaba el rubio, sumergido en una charla consigo mismo.

—...mi amigo Nico está dispuesto a satisfacer sus necesidades si en un dado caso... —volteó a ver al chico, con sorpresa —. Espera, ¿qué?

—También creo que él cree que tú eres mi novio —el castaño abrió los ojos de sobremanera, haciéndose un poco hacia atrás.

—¿Cómo? —preguntó ahogadamente —. Espera... ¿Ah? ¿Luzco como tu novio?

—Eso creo... —le dio la cara al fin —. Nos mantenemos juntos, bromeamos... más bien, tú bromeas, sobre cosas nada heterosexuales, dormimos juntos y estoy aquí como una chica contándote mis problemas y tú, como otra, estás pensando en otro.

—Oh, Dios mío...—exclamó atónito —¡Somos novios!

—¡Cállate, tonto! Claro que no lo somos —lo empujó, dando a entender que no le veía el chiste a la situación.

—Vaya... —bajó los hombros con desgano —. Ya van dos desilusiones amorosas en un solo día. Al menos en ti tenía esperanza porque estás más solo que yo.

—¿Dos? —arrugó el entrecejo —. Cuéntame eso.

—¿Por qué es que tu padre cree que somos novios o por qué dices que te descubrió? —le cambió de tema inmediatamente.

—Tramposo —entrecerró los ojos —. Solo estoy especulando en cuanto a eso, pero creo que estoy en lo cierto. Ha estado actuando raro desde el día que llegaste a casa a media noche.

—Oh... lo siento. Si hubiera sabido que eso te traería problemas te juro que no...

—No es tu culpa y no lo sabías de todas formas —lo interrumpió —. El caso es que, ¿recuerdas que esta mañana te dije que él se había ofrecido a llevarme al colegio? Bueno, él jamás lo había hecho en su vida y, de paso, al final de clases llegó a buscarme. Eso, en definitiva, es rarísimo. Además, estuvo haciéndome preguntas como si que tenía novia o si es que no me había gustado la chica que me presentó el otro día.

—¿Que si tienes novia? Oh, sí, amigo. Ya lo descubrió —le tocó el hombro mientras movía de lado a lado la cabeza —. ¿Chica del otro día? ¿Qué chica?

—Cierto, no te conté —tronó sus dedos, recordándolo —. Verás, básicamente mi padre quiere que me case con alguien de alto nivel social y por eso, junto con uno de sus adinerados amigos, planearon juntarme a mí con la hija de este. Y la fiesta de ese día era para eso, pero agradezco que hayas llegado, porque me caíste del cielo, en serio. Yo estaba rogando porque alguien muriera allí y todo acabara. Y no era el único, esa chica parecía que la estaban apuntando con un arma para mover la boca y decir algo que se entendiera.

—¿Casarte con alguien de tu misma clase? —se tocó el pecho, haciendo una expresión facial que dejaba a la vista lo estúpido que aquello le parecía —. ¿Qué son ustedes? ¿Vampiros? Ah, no, déjame adivinar, ¿tus padres vienen directo de la edad media?

—Mi papá es el de eso, mi madre hace caso omiso porque a ellos también les pasó lo mismo. Sus padres los casaron a pesar de que no se amaban, sin embargo, lo hicieron con el tiempo —le lanzó una de las almohadas —. Y le dijiste vieja a mi madre, estúpido.

—Lo siento, no fue mi intención —se carcajeó —. Es solo que nunca me habías contado eso.

—Bueno, sí. Lo que no entiendo de todo esto es por qué mi padre ahora actúa raro.

—Tal vez me hiciste cochinadas mientras yo estaba dormido y él nos vio —mencionó bromeando.

—¡Eso es! —exclamó con entusiasmo.

—¿Me hiciste cochinadas mientras dormía? —gritó levantándose inmediatamente de la cama —. Dios, fui violado por un hombre. Mi mejor amigo me violó tan bien que ni cuenta me di —se tapó el rostro, completamente en shock.

—Oye, yo no te he violado y me ofende que digas que de hacerlo no sentiste nada.

—Bueno... pude haber estado dormido tan profundamente. ¡Pudiste haberme drogado o algo así! —lo apuntó con el dedo acusador para que su excusa fuera más creíble —. Y, por otro lado, no sé si la tienes grande o chiquita, así que ese es un factor muy importante.

—¡Cállate! —se tapó la cara con ambas manos, completamente avergonzado.

—Le preguntaré a Pedro.

—¿Podríamos concentrarnos en el asunto de mi padre, por favor? —puso los ojos en blanco —. De verdad me da miedo que se de cuenta. Puede echarme de la casa, desheredarme y todo lo que se le ocurra.

—Amigo —se acercó, dispuesto a dejar a un lado las bromas —. Si te soy sincero, desde que me dijiste que te preguntó si tenía novia es porque ya lo sabe y no, no es porque se te note, es porque quizás lo sospecha. Cosas de padres que entenderemos cuando tengamos hijos. Pero si tienes miedo de decirle, de salir del closet frente a ellos, yo puedo acompañarte a hacerlo.

—¿Acompañarme? ¿Qué se supone que harás tú allí cuando seré yo quien les diga que su hijo es gay? —se sobó la cien con los dedos —. Estoy perdido.

—Tienes razón... —se sentó a su lado —. Pero las puertas de esta casa van a estar siempre abiertas para ti. Lo sabes, ¿no?

—Gracias, no obstante, quisiera que las de mi casa también lo estén en ese entonces —respiró hondo —. Pensándolo bien, creo que sí quiero que me acompañes en mi salida del closet. Si me paso de palabras siempre puedes tapar mi boca.

—Por si dices cosas como que fuiste a un prostíbulo para que te quitaran la...

—Sí, cosas como esas, amigo. Gracias.

—Y que en realidad fue Pedro quien...

—¿Te parece si estudiamos? —fue a por su mochila.

—Antes de eso —se mordió el labio inferior —. Pedro habló conmigo hoy.

—Bien podemos estudiar después de la media noche, ¿no? —volvió a sentarse donde estaba antes —. ¿De qué hablaron?

—Casi me golpea para sacarme si tú y yo éramos pareja.

—¿Y tú qué respondiste?

—Que sí, obvio. Somos novios, ¿no? Hasta tu padre se da cuenta de eso —parecía que lo decía como si fuera la verdad absoluta.

—Perdón, ¿tú hiciste qué? —se sobó el puente de la nariz —. Dime que es mentira, a este punto de la vida, lo que dices no sé si es verdad o no.

—¿Te enamoraste de mí? —preguntó con el rostro más serio de lo que lo tenía hacía apenas unos segundos.

—Simón, estoy hablando en serio.

—También yo. ¿Te la pasas bien conmigo que sientes que te enamoraste de mí?

—Eres mi amigo y te quiero, Simón, pero no. Obviamente me la paso genial contigo, mas no porque esté...

—Bien, no lo vuelvas a decir que se me parte el corazón —volvió a su expresión de burla —. Pedro me dijo que te ama.

Sin poderlo evitar, el rostro del rubio se iluminó y se llenó de una alegría que se miraba a miles de kilómetros de distancia. Simón tampoco evitó que una parte de esa alegría le afectara a él. Sabía a la perfección que Nico tenía sentimientos para con Pedro y aunque intentara demostrar lo contrario, ante aquello no pudo.

—¿De veras te dijo eso? —inquirió sin siquiera darse cuenta de la sonrisa que se formó en sus labios.

—Me parece que preguntó si es que tú le dejarías acercarse si está dispuesto a llevar lo suyo en serio —eso lo mató.

—No lo puedo creer —dio un grito chillón lleno de emoción.

—Y luego está que debe hablar con Delfi y no sé qué resulte después de eso —allí le echó tierra.

—Por un momento me olvidé de ella —se borró de su cara la emoción de antes —. No puedo creer lo mal amigo que soy.

—Ya veremos qué resulta de todo esto al final, por ahora, recordemos que mañana tenemos una de las pruebas más feas del año —. Le colocó las manos en los hombros, sonriéndole amistosamente —. No eres una mala persona, Nico, solo estás enamorado.

El martes por la mañana, ambos chicos ya bañados, desayunados y con apuntes en mano, caminaban en dirección al colegio, haciéndose preguntas entre sí, dispuestos a reventar el examen con la nota más alta que se pudiera sacar. Habían pasado gran parte de la noche repasando cada uno de los temas vistos en todo el semestre más de una vez hasta que sintieron que ya los tenían prácticamente memorizados y por la mañana antes de meterse al baño, volvieron a repasar, procurando que nada se les olvidara.

—¿Te dije que me cayó bien tu madre? —cuestionó Nico, mirando de reojo a Simón mientras caminaban.

—Bien por ti, a ella le caíste bien de seguro —contestó sin darle importancia al asunto.

—¿Te sientes preparado para el examen?

—Estudiamos mucho, no dormimos casi nada, mis pestañas están quemadas y estoy seguro de que, si no me bebo una taza de café bien cargado cuanto antes, me voy a caer desmayado —se detuvo por un segundo —. Siendo así, no. No me siento preparado.

—¿Por qué no? Te sabes todo, yo me sé todo y no tendré que darle mi trasero a nadie, yo creo que sí nos irá bien —le golpeó con suavidad la cabeza.

—A la hora de la verdad me comerán los nervios.

—O tal vez no. Deja de preocuparte ya, hombre —fijó la mirada en el frente —. ¿Sabes a quién sí creo que se la comerán los nervios? A Luna. ¿Recuerdas la exposición? Casi llora la pobre.

—Eso porque estaba hablándole al viejo, pero esto será solo ella y una hoja de papel.

—Sería genial que cuando entreguen los resultados digan que pasamos con la mejor nota, ¿no crees? —se escuchó entusiasmado al imaginarse aquello.

—Creo que Ámbar será una de las mejores, siempre lo es y parece ser la única que no le tiene miedo al profesor —recordó las veces en que lo desafió delante de todos los demás alumnos.

—Como dice Delfi: Eso lo hace solo porque es la sobrina de la directora.

—Que sea su sobrina no le quita que es inteligente, no me lo niegues. Lleva notas por encima de las tuyas —le miró directamente, leyéndose en su mirada que no le restara mérito a la rubia.

—Hey, recuerda que estás hablando con el mejor de matemáticas e inglés —presumió orgulloso.

—Hablando sobre la mejor de física y no presumas, que mis notas de historia van a años luz sobre las tuyas y ciencias también, y sería el mejor de arte de no ser por tu medio novio; ex, el que regresará. Bueno, ciertamente, no sé cómo llamarlo.

—Solo «Pedro», está bien —se mordió el labio inferior —. Oye, Simón, ayer dijiste que llevabas dos desilusiones amorosas en un día, ¿en serio llevabas dos?

—Hay algo que no te he contado...

—¡Sabía que me eras infiel!

—Déjate ya de bromas.

—Para que veas que no es divertido —se hizo el inocente —. Desenvuélvete, amigo mío.

—Puede que no seas el único que se está metiendo en la relación de otro... —empezó, jugando con sus dedos.

—Bien, antes que sigas, yo ya dejé esas prácticas, es solo que el pasado me persigue y... por pasado me refiero a Pedro —puntualizó mientras hacía uso de su dedo índice para señalar —. Y disculpa por interrumpir, el chisme parece bueno.

—Bueno... —aclaró su garganta con un poco de vergüenza —. Para resumir, Ámbar y yo tuvimos un extraño romance al que le vi punto final ayer. Técnicamente fue hace como dos semanas, pero hasta ayer pude confirmarlo.

—¿Qué? —se escandalizó, espantando a un hombre pobremente vestido que estaba tirado en la acera con una botella transparente muy cerca de su nariz —. No, no, no, no, señorito, yo no quiero resúmenes, para eso ya está esa clase que detesto, en que tenemos que leer cosas aburridas. Cuénteme todo con detalles, por favor.

—¿Recuerdas que hubo un tiempo donde estuvimos que no nos hablábamos? —el rubio asintió enérgicamente —. Después que nos pidiéramos disculpas y todo eso, no volvimos a ser los del inicio, esta vez fue algo más allá y, aunque sé que no estuvo bien, amé tanto que sucediera. Estar de esa manera con ella era como encontrar el tesoro que siempre buscaste y que ahora no lo soltarías porque ya lo tenías en las manos, sin embargo, había algo, por no decir «alguien», que me recordaba que ese tesoro en realidad no me pertenecía —haló de su labio inferior para atraparlo entre sus dientes —. Recuerdo que fui yo quien inició todo. Casi me desnudo completamente frente a ella, simulando que ella no me miraba. En mi defensa, solo quería probar si ella sentía algo por mí o solo me miraba como un amigo ya, pero no, no fue así porque ella se quedó allí parada viéndome y desde entonces empezaron a cambiar las cosas entre los dos. Una noche subió hasta mi balcón con ayuda de una escalera y tocó la ventana para que yo le abriera y la dejase entrar. Fue hermoso, ese día jamás lo voy a olvidar, ese día nos dimos nuestro primer beso, casi llegamos a más, pero nos detuvimos. No tienes idea de el centenar de cosas hermosas que yo sentía por dentro cuando la besaba, porque no fue la única vez que la besé ni la única vez que ella subió a altas horas de la noche para buscarme. Y yo me alegré tanto con ello que acepté el que ella estuviera con alguien más mientras nos veíamos a escondidas como fugitivos. Yo solo podía pensar en que éramos Bonnie y Clyde a punto de arrancar el auto de huida para salir y dejar todo atrás —rio con una mezcla entre vergüenza y amargura —. El día de mi cumpleaños, desde mi punto de vista, entre ella y yo todo fue completamente normal, salvo que no le había comentado que ese día yo cumplía año y realmente descarto la posibilidad de que ella se haya molestado por eso ya que ni siquiera lo pareció y, como me dijo al día siguiente, hasta me había preparado un regalo, del que al parecer se arrepintió por una razón que desconozco. No pregunté tampoco —repasó mentalmente el hecho de que en verdad no preguntó por el regalo —. Desde entonces ni me miraba, parecía como si yo no existiera y siempre me daba de excusa que estaba muy ocupada con su novio, pero yo sé que solo lo decía para que yo la dejara de llamar, así que opté por excusarla con los exámenes y las horas de estudio que posiblemente le dedicaría a ello. Mas ayer me dijo que lo que teníamos no podía seguir siendo porque no quería lastimarme. Me pidió disculpas por ser mala persona y me dijo que debía haberle hecho caso a ustedes cuando me aconsejaron mantener la distancia con ella. Como un bobo solo pude decirle que la quiero.

—Y no la quieres, ¿verdad? —inquirió conociendo de antemano la respuesta.

—La amo —se burló de sí mismo —. Tal vez pienses que es tonto, que solo son hormonas porque soy un adolescente, pero, créeme, esto no puede ser solo un capricho. La amo, a pesar de que ella me buscó hasta la pareja que según ella considera buena para mí.

—¿Ella en realidad hizo eso? —abrió los ojos con sorpresa —. No me lo creo, ¿quién dijo que era?

—Luna —respondió en un susurro —. Dice que se le nota a metros de distancia que le gusto, ¿eso es cierto?

—¿Es en serio? —cuestionó sin creer la mediocridad para ver los sentimientos de las personas que poseía su amigo —. Esa chica te besa y no babea por ti porque hace hasta lo imposible para detenerse la mandíbula con las dos manos. De veras, o necesitas lentes o eres el tipo más inocente en la historia de los inocentes.

—Pero, yo no siento nada por ella. Quiero decir, la quiero, y mucho. Es mi amiga y todo, pero no sé si logre verla de otra forma.

—Ámbar decidió alejarse de ti, Simón, no es sano que pretendas que regrese, así como así —lo miró con tristeza —. Tal vez sea mejor que busques a alguien más.

—Y lo dices tú, el tipo que está esperando a que su ex regrese por él —lo encaró.

—Al menos a mí me quedan esperanzas —respondió, traspasando el corazón del pobre Simón.

Touché —se tocó el pecho en señal de dolor imaginario —. Estabas guardando esa, ¿no es cierto? A veces sueles lastimar aun más mi pequeño corazón. Y de paso me dices que no soy tu tipo. Qué buen amigo eres, de veras que sí. Por eso te amo.

—Mejor sigamos estudiando.

Continuaron con su tarea hasta el cansancio, dejando los problemas amorosos a un lado y preocupándose por saber reconocer cada uno de los ejercicios que posiblemente se les presentaran en la prueba. Legando al colegio se sentaron en sus lugares habituales y esperaron a que los demás empezaran a llegar. Pedro llegó, como era de esperarse, en compañía de su novia, al momento de verlo fingió que todo andaba normal, pero algo en su mirada le decía que estaba trabajando aun en el tema de discusión de la tarde anterior. Al poco tiempo Luna se apareció con su habitual aura de felicidad, sonriéndole al mundo y concentrando esa energía en Simón. Ámbar, milagrosamente, llegó al salón por sí sola, sin que nadie la halara de la mano para sentarse y volver nuevamente al pasillo, Nico apenas la vio le envió una mirada curiosa a Simón, quien solo encogió los hombros con un toque de incomodidad. Todo relativamente normal hasta que el profesor de física llegó con una carpeta en mano, donde seguramente escondería los exámenes acabados de sacar de la fotocopiadora.

—Buenos días —saludó con su normal tono agrio —. Espero se hayan preparado para el examen, si no lo hicieron me da completamente igual porque su deber es estudiar —colocó la carpeta en el escritorio y volvió a poner su mirada en los oyentes —. Para su suerte seré yo quien revise su examen porque es martes y porque hoy tocaba clases con ustedes, así que siéntanse dichosos. La prueba consta de tres hojas con diez ejercicios en total y cada uno tiene el valor de un punto. Como sabrán, se necesita al menos un seis para pasar y, para que vean que no soy tan malo como muchos suponen, el examen será evaluado en parejas, busquen a quien mejor les convenga y avisen cuando estén listos. Tienen cuarenta minutos para resolver todo, si no, se quedan ustedes con la prueba en mano y la casilla de las notas en blanco. Feliz fin de año escolar, feliz navidad y feliz año nuevo.

—¡Simón! —gritó Nico desesperadamente desde su lugar.

—¡Nico! —contestó con una sonrisa de emoción.

—Yo lo haré por mí misma —escuchó la ya bien conocida voz de Ámbar, haciéndole paralizar.

—Lo siento, pero el examen ya viene preparado para poner dos nombres en él, busque con quien hacerse o simplemente no lo hace —contestó el profesor, contundente.

—Pero... —intentó replicar.

—Yo me haré contigo —ahora Simón con, prácticamente todo el salón, se dislocaron la nuca para ver el rostro de quien se había ofrecido —. Yo tampoco tengo pareja.

—¿Luna?

—Tenía que ser la de los pelos locos... —murmuró Ámbar para sí misma.

—Bien, pueden acomodarse todos, por favor.

Luego de que todos se acomodaran comenzaron con el examen, el castaño muy nervioso y no necesariamente por la prueba, sino porque ahora no dejaba de pensar en la horrible tensión que debería haber entre aquellas dos chicas que estaban de primeras en la hilera. De todas maneras, hicieron el examen y lo entregaron a tiempo, rezando porque todo fuera bien y que a la hora que se los regresaran, no fuera manchado con un enorme cero pintando en rojo.

A la salida el papá de su mejor amigo volvió a llegar para buscarlo y Simón le deseó buena suerte si es que se decidía a hacer algo. Todos se estaban yendo y él estaba en el patio principal, esperando porque Luna llegara cuanto antes de donde fuera que se hubiera metido. Para cuando llegó hasta se había sentado en el pasto, rendido de estar de pie.

—Ya vine —informó parándose a su lado —. ¿Quieres? —le ofreció un jugo en caja, el cual aceptó sin trabas.

—Gracias, ¿por qué tardaste tanto? —metió la pajilla dentro de la caja e inició a beber.

—La máquina expendedora no me aceptaba el billete. Pensé que ya te habías ido a casa.

—No —alzó una ceja, poniendo su atención en la chica a su lado —. La verdad es que quiero preguntarte algo.

—Te escucho.

—Luna, yo te gusto, ¿verdad? —debido a la mirada de asombro que recibió y que estuvo a punto de dejar caer lo que traía entre manos, pensó que posiblemente había sido un poco directo en cuanto a la pregunta, pero no encontraba rodeos para llegara a ella.

—Ah... este... Simón... yo... —balbuceaba, nerviosa y sonrojada hasta las orejas.

—Entiendo si la pregunta te toma por sorpresa, hasta yo me siento así, solo quiero saber si...

—Sí —contestó de repente.

—¿Sí?

—Es raro que me lo preguntes porque estoy segura de que se me nota y no sé disimular. Después del beso creo que no había otra manera para que no te dieras cuenta, mas si preguntarlo es la única forma de que lo sepas, entonces responder te aclarará las cosas y la respuesta es sí, Simón —le quitó la mirada, embarazada por la situación.

—Vaya —articuló al fin el chico luego de un incómodo momento de silencio —. Esto es la primera vez que me pasa.

—¿El qué?

—Gustarle a alguien.

—No quiero que sientas algún tipo de presión entre nosotros solo porque te dije esto, podemos seguir siendo amigos como hemos venido siendo hasta ahora. Estamos bien, ¿no? No hay razón para dejarnos de hablar, sería estúpido.

—Se mi novia —ahora fue él quien la interrumpió para que dejara de hablar, lo curioso, es que no era muy consciente de lo que estaba haciendo.

—¿Qué? —ahora sí dejó caer lo que tenía en las manos —. Simón, sí te das cuenta de lo que dices, ¿cierto?

—Claro. No lo tomes a mal ni nada, verás, te quiero y eres mi amiga, estoy seguro de que tus sentimientos son reales y sinceros —se le acercó un poco temeroso de que se alejara —. Deja enamorarme de ti, déjame quererte de la misma manera en que tú me quieres a mí.

—Pero ¿y si no funciona? Yo saldré lastimada y... —se asustó, mas en sus ojos brilló otra cosa que no fue miedo.

—Tienes razón, qué tonto soy. Nunca debí haberte pedido eso. Discúlpame —se hizo para atrás, poniendo cierta distancia entre los dos.

—Quiero intentar —soltó apenas notó que los nervios de Simón empezaban a subir —. Intentémoslo juntos, si no funciona, lo resolveremos para que nuestra amistad no se termine. Puedo intentar y... quiero que te enamores de mí.

—¿Entonces es un sí, quieres ser mi novia?

—Sí. Por supuesto que sí —alegría. Eso fue lo que brilló en sus ojos.

—Genial —la abrazó, alzándola en el aire, riendo como tonto, de alguna manera feliz y de otra manera buscando cómo explicar lo que acababa de hacer.

—Esta sería la parte donde me besas —se mordió el labio, sonrojándose nuevamente.

—Cierto.

Y la besó.

Continuará...

Bonnie Parker y Clyde Barrow fueron dos famosos fugitivos, ladrones y criminales de los Estados Unidos. Se caracterizaban por tenerse un gran amor, a tal punto que lo único que los separó fue la muerte. 

Quiero comentarles que este capítulo marca un fin en esta historia, mas no con ello quiero decir que se ha acabado, supongamos que es como «acaba la primera temporada de Querida Ámbar». No se preocupen, seguiré publicando capítulo en este mismo libro y no como parte de otro. Lo que pasa es que se acabó el primer año de Simón como «chico nuevo», ahora viene el último en el colegio (veremos cómo le va a él y a sus amigos) y luego... ustedes esperen. 

Gracias a los que votaron y comentaron en el capítulo anterior. Me llenan el alma *0*.

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