Capítulo 23
Capítulo 23:
Pedro tenía la mirada perdida en los ojos castaño del Simón, por primera vez en ya bastante tiempo no lo miraba como si fuera a matarlo, no lo miraba como si su mirada fuese un misil que lo traspasaría de lado a lado; fue diferente esta vez. Sus ojos estaban tristes e impresionados, trataba de disimular que todo estaba bien y quería volver a esa mirada ruda de antes, pero no podía, simplemente el saber que alguien a quien quería se le estaba alejando por su propia culpa, no lo podía soportar.
—¿Una relación? —repitió sin poder creer que en verdad estaba hablando y, sobre todo, que quería saber más sobre el tema cuando por dentro lo único que deseaba hacer era salir corriendo para no seguir viendo esos rostros ni seguir escuchando esas voces.
—Sí, Simón, explícanos cómo va eso —habló Luna sin salir todavía del shock.
—¡Por favor! —agregó el chico rubio que estaba en la misma situación de Luna.
—No lo puedo creer —siguió Delfina, tomando la mano de Pedro con notable emoción en sus oscuros ojos —. Anda, cuéntanos todo.
—No, no, no, no, no, chicos —alzó las manos Simón, riéndose nerviosamente —. Me están entendiendo mal, a lo que me refería es que Nico y yo estamos en una relación, mas no entre él y yo. Quiero decir, él con alguien y yo con alguien, ¿me explico?
—Ah... —respiró sin tranquilidad la más bajita.
—Yo pensé que ustedes dos eran... bueno... olvídenlo —se sentó la morena, mostrando un deje de decepción en su semblante. Nada comparado al que Pedro poseía.
—¿Comemos entonces? —preguntó Nicolás para quitarse el bochorno de encima, pegándole de pasó un puñetazo en la pierna al castaño por debajo de la mesa.
—¡Ah! Sí... —gritó más por el dolor que por responderle al chico.
—Pero nos dirán sobre sus parejas: quiénes son, si las conocemos o no, qué edad tienen, si estudian aquí. Ya saben, cosas así —decía Luna, disimulando con risillas tontas la curiosidad que le daba el asunto, pero, sobre todo, por el cierto temor que al mismo tiempo le daba.
—Claro que nos contarán, porque si no lo hacen les arrancamos los...
—Ya regreso —interrumpió Pedro a Delfi, mirando con resentimiento a Simón y con culpabilidad a Nico.
—¿Qué? ¿A dónde vas? Los chicos están a punto de contarnos sobre sus conquistas —guiñó un ojo en modo burlesco a los demás presentes.
—Tengo que ir a... sí, a ese lugar —les dio la espalda, caminando fuera de la cafetería más rápido de lo que pensaba que lo haría.
—No sé qué le pasó —mencionó Delfi, sin parar de ver el camino por el que su novio se había ido —. Esperen un momento, voy por él.
Pedro caminó apresurado al baño, haciendo un esfuerzo titánico por no abrir la boca y gritar una sarta de barbaridades de las que luego estaría buscando la manera por contradecir. No podía creer lo tonto e inmaduro que estaba siendo, se suponía que su insana relación con Nico ya había terminado y no desde ayer para hoy, sino que, desde hacía ya tiempo atrás, mas eso parecía no pesar mucho como para que no le afectara.
—Imbécil, imbécil, imbécil... —susurraba apretando fuertemente la mandíbula.
Tenía nauseas. De un momento a otro algo dentro de su estómago se revolvió y ahora mismo no sabía qué iba a vomitar si no había comido nada desde que desayunó. Abrió la puerta del servicio para chicos y rápidamente se metió a uno de los cubículos que estaban abiertos, no pasó demasiado tiempo para que el sabor de la bilis se quedara atrapado en su boca, recordándole lo patético que debía verse en ese estado. Haló la palanca del retrete y salió con la cabeza gacha, un poco mareado por haberse erguido de golpe. Se miró en el espejo, revisando las facciones de su cara que no se miraban de otra forma que no fuera cansadas y tontas a la vez. No le encontraba sentido al porqué actuar de aquella manera, en su tiempo fue él mismo quien quiso terminar con eso que empezó porque, según él, estaba siendo tóxico y muy injusto con la chica que quería a su lado. Alejó a Nico de su vida justamente para poder sobrellevarla con supuesta normalidad, pero en ese instante estaba siendo tan odioso que hasta parecía haber enfermado de golpe solo por el hecho de enterarse de que ese mismo chico ya tenía a un alguien. Era obvio que en algún momento eso iba a pasar, era lo que tuvo que haber esperado desde que lo dejó ir, sin embargo, debía reconocer que siempre le aterró la idea de que él pasara a segundo plano en la vida del rubio y ahora eso mismo estaba sucediendo, estaba quedando ya como la hoja pasada y no quería, no quería ser solo el recuerdo de algo que ya se terminó y que no volvería a suceder. Quizás se calmaría un poco si eso que vivieron acabó en buenos términos, pero no fue así. Nada había finalizado de la mejor manera y eso era solo su culpa. Por cobarde.
—¿Pedro? —escuchó la voz de Delfi desde afuera, tocó la puerta para seguidamente abrirla, luego asomar la cabeza y ver si quien buscaba se encontraba dentro.
—Voy en un segundo, espera —contestó sin querer verla a la cara, disimuló lavándose las manos y pasándose las mismas después por el cabello, peinándose el mismo con los dedos.
Salió dibujando en sus labios la expresión más falsa y forzada que pudo llegar a hacer, dejándose tomar el brazo por su novia, la cual sonriente lo halaba hasta la cafetería de nuevo.
—Ahora solo falta Luna, ¿no crees? —habló la muchacha para hacer plática mientras llegaban a donde estaban los demás chicos.
—¿A qué te refieres? —cuestionó sin entender, pues ahora Luna tal vez era el último pensamiento que rodaba por su cabeza.
—Para que se ponga de novia de alguien —rio un poco burlesca —. Nunca ha mencionado sobre si le gusta alguien, pero, aquí entre nosotros, creo que le gusta Simón. Ayer estaba muy emocionada sobre su cumpleaños y me comentó que le haría un pastel ella misma.
—Ya... sí... —no le estaba poniendo atención. Quería estar atento a lo que su novia decía, disimular al menos que le importaba un poco de lo que fuera que estaba hablando, mas en su cabeza solo estaba la imagen de la cara sonrojada de Nico y el nerviosismo de Simón.
—Además hoy hasta se le fueron los colores por la confesión que él hizo —hacía un sonido con la boca, simulando estar pensando —. ¿Tú quién crees que sea?
—¿Que sea qué?
—La novia de Simón, por la que Luna debería preocuparse. Y la de Nico, por supuesto —se carcajeó un poco —. Por un momento pensé que se referían a que entre ellos dos había una relación. Yo ya me había emocionado porque mis dos amigos fueran pareja. ¿No sería lindo? Son muy guapos los dos y me excita la idea de verlos besarse.
—¿Podrías parar de hablar sobre eso? —gritó sin mucha fuerza, sorprendiendo a la morena en el acto.
—Está bien. Solo tenía curiosidad, no te pongas celoso —rodó los ojos, restándole importancia al asunto.
—¿Celoso, yo? Por supuesto que no —interfirió casi de inmediato —. ¿Por qué debería estar celoso? ¿Por qué Nico tiene pareja y Simón también? No, para nada. En absoluto. Claro que no —tragó saliva a sabiendas que esas preguntas y respuestas no iban dirigidas hacia Delfina, sino más bien para su persona —. Por supuesto que no.
—¿Qué? No digo que estés celoso por ellos —lo encaró a como pudo —. Lo decía por mí, porque dije que me excitaría verlos besarse.
—Ah... —cayó en cuenta de su error —. Pues no te preocupes por eso.
—Bien.
Ciertamente no se quedaría pensando en eso, sino en algo que parecía ser peor. No hallaba solución para el problema de Pedro, siempre andaba raro con Nico y Simón, parecía enfurecerse por tan solo mencionarlos en la misma oración, si los veía juntos no era de extrañarse el que en su rostro apareciera esa especie de mala vibra que no sabía de dónde provenía. Si tenía un problema con ellos dos lo mejor sería disuadirlo para que lo hablaran y lo resolvieran, lo extraño es que los otros dos no parecían estar en medio de ninguna discusión con él. Parecía una novia celosa sin razón, porque motivos no tenía ya que ella estaba completamente dentro de esa relación.
Algo no andaba bien, sin duda alguna algo no andaba del todo bien allí y se dedicaría a buscarle solución al problema, para sacarse la espinita de la duda que no de hoy se le había ensartado.
—Entonces, ¿te gustó el pastel? —inquirió Luna para sacar un tema de conversación y desapareciera el silencio que se incorporó a la mesa luego de que los dos pelinegros llegasen.
Simón quedó viendo inmediatamente a Nico con una cara de alarma, este por su parte estaba a punto de reírse por la cara que el aludido tenía.
—Sí, estaba muy rico —ladeó la cabeza sonriente —. ¿Verdad, Nicolás? No te creas, Nico pedía más y más y no me quedaba de otra que darle cuando me pedía.
Pedro tosió estruendosamente y al instante todos pusieron sus ojos sobre él, viendo su cara roja mientras con su puño se golpeaba el pecho.
—Lo siento por eso —se disculpó un poco avergonzado —. Creo que he tragado mal el agua.
—No te preocupes, amor —le sobó la espalda Delfina.
—Sí, no te preocupes —siguió Luna, pero en un tono diferente.
—¿Te quedaste en la casa de Nico, Simón? —preguntó sin prestarle atención a las dos chicas, aunque sí sorprendiéndolas porque posiblemente esa era la primera oración que le dirigía al castaño en semanas.
—Este... sí —respondió sintiéndose raro haciéndolo, mas una parte de él le pedía ser un poquito malo al menos por un segundo muy pequeñito —. No es por nada, pero mi amigo aquí presente tiene un dormir espantoso.
—Simón, deja de decir eso o la próxima vez te mandaré a dormir con el perro —puso cara seria, leyendo las intenciones de su amigo.
—¿Duermen juntos? —ignoró al rubio, sintiendo que no podía verlo sin que los nervios se le incrementaran.
—¿Ustedes no? —esa cara de ángel no convencía a Nico, definitivamente aquello se estaba volviendo un campo de batalla y no quería estar él en el medio —. ¿Sabes? A veces despierta babeado y se ve tan... tan... ¿cómo decirlo?
—¿Tierno? ¿Bonito? —siguió, deseando que esas no fueran las respuestas.
—Yo iba a decir asqueroso, pero ya que tú lo dices...
—Simón... —le agarró sin piedad la entrepierna, apretándola para que por favor se callara de una vez, a lo que este solo se retorció de dolor, gimiendo mientras apretaba fuertemente su labio inferior con sus dientes.
—Oigan, chicos, ¿por qué siento que nosotras estamos fuera de algo? —cuestionó la novia de Pedro.
—Es verdad. Entiendo que ver a Nico dormir sea algo majestuoso, pero parece que están a punto de lanzarse encima del otro —decía la faltante de las chicas —. Eres bastante cotizado amigo, ¿cómo te sientes al respecto? —le golpeó el hombro al rubio en modo de burla.
—¿Cómo he de sentirme? Como el motivo de un chiste —rodó los ojos.
—¿Chiste? Pero si parece que ustedes dos se la llevan muy bien. Ya debes estar acostumbrado, ¿no es así? —lo encaró el moreno por primera vez.
—¿Celoso, Pedro? —lo interrumpió Simón —. Me refiero a que Nico no me cambiaría por nadie ahora que lo dejaste.
—¿Que lo dejaste? —repitió Delfi, frunciendo el ceño, confusa.
—¡Como amigos! —aclaró de inmediato el pelirrubio —. A lo que este tonto se refiere es que Pedro y yo solíamos ser buenos amigos, ¿recuerdas? Pero ya no. A eso se refiere.
—Por supuesto, ¿quién entendería otra cosa? —pestañeó en su modo de ángel que estaba ejerciendo desde hace poco.
—Quizás ya deberíamos irnos al salón —Luna miró la hora en su teléfono, faltaban dos minutos para que sonara el timbre de regreso.
—¡Vamos! —el mejor amigo de Simón lo haló de la silla y caminó sin mirar atrás hasta la puerta principal.
—Nos vemos en el salón, chicos. Los siento, me ama tanto que no me quiere perder de vista —gritaba mientras se reía por todas las miradas de los presentes.
Era extraño que todos los alumnos a su alrededor los miraran y que a él solo le diera risa porque estaban haciendo el ridículo en frente de todos. Supo donde estaban cuando se vio cruzando la puerta que pocas veces había cruzado antes. La cara de su amigo era un poema y él estaba mordiéndose la lengua para no reír ante ello.
—Te voy a matar, te voy a cortar el cuello con una cuchara y se lo voy a dar a mi gato en su desayuno, te juro que tú de la única forma que aparecerás mañana es por las noticias —lo empujó contra los lavabos del baño —. ¿Por qué hiciste eso? Ahora Delfi se dará cuenta y no me lo va a perdonar nunca, ¿es que no lo ves? ¡Oh, Dios mío! —se tapó la cara con ambas manos —. Simón, si vieras cómo estoy considerando no matarte ahora mismo.
—No te preocupes, no se dará cuenta. Pero valió toda la pena por ver la cara que Pedro tenía, ¿la viste?
—Su cara era lo último que estaba viendo, la de Delfi me preocupaba —le golpeó el pecho con su dedo índice —. Simón, si todo se descubre yo te juro que me muero.
—Nico, se va a descubrir, todo en cualquier momento se tiene que descubrir, pero no te sientas tan culpable, la culpa no solo es tuya, Pedro también está muy metido en el asunto. Porque si de verdad quisiera a Delfi no la hubiese engañado como lo hizo.
—¿Y eso qué? Se supone que yo soy su amigo, no debí hacerle esto nunca —se le pusieron los ojos acristalados —. Yo sé que ella no me lo va a perdonar, nunca. Porque yo sería uno, yo tampoco la perdonaría si me hiciera lo que yo le hice —cerró los ojos con mucha fuerza para así poder impedir que más pensamientos sobre lo que podía pasar dejaran de suceder dentro de su cabeza, sin embargo, eso no parecía funcionar —. Tengo miedo...
—Amigo... —le abrazó con cariño, dándole lugar para que se recostara sobre su pecho —. Sé que tienes miedo, sé que debes sentirte horrible, pero no te preocupes, las cosas pasarán como tengan que pasar y a pesar de ello no te quedarás solo porque yo estaré allí para ti. Tal como has estado tú para mí cuando he necesitado de tu ayuda. Podrá dejarte el mundo entero, pero yo no, Nico. Yo no.
El muchacho negaba con la cabeza, moviéndola de un lado a otro todavía recostado sobre el cuerpo del castaño, apretando los dientes, tratando de concentrarse solamente en la voz de Simón, mas a lo profundo de su mente solo pensaba en el desastre que se le podría venir encima luego de que algo como aquello saliese a la luz.
—Prométemelo —pidió en un murmullo —. Promete que si luego todos me miran mal tú no te vas a unir, promete que en verdad te voy a tener allí conmigo como estás ahora.
—Hey, somos amigos, ¿no es cierto? —lo separó para poder verlo directamente a los ojos —. Voy a estar allí para ti, inclusive si decides cambiarte de sexo —guiñó un ojo, acompañado de una muy sincera sonrisa, citando la frase que él mismo le había dicho esa mañana.
—No me pienso cambiar de sexo —le siguió el juego, todavía preocupado.
—Mejor, así como estás, estás bien bueno.
—No eres mi tipo.
—Te quiero, tonto —lo volvió a atraer y lo abrazó contento por verlo un poco mejor que antes.
—Lo sé. También yo.
—Ya uno no puede venir al baño en paz sin ver que ustedes se están dando amor —se escuchó la voz de Pedro detrás de ellos, por lo cual voltearon y lo encontraron parado en la puerta con la cara seria de siempre mientras sostenía el pomo —. Descuiden, pueden continuar en lo suyo.
El chico pelinegro se giró sobre sus talones y salió dando un portazo con evidente enojo de por medio, Simón volteó a ver a Nico con un gesto de complicidad que le delataba en su travesura.
—Sabías que estaba allí y por eso me abrazaste, ¿verdad? —entornó los párpados en busca de su respuesta.
—¿Qué? ¡Claro que no! ¿Cómo se te ocurre siquiera pensar que yo...? Bueno sí sabía —se dio por vencido —. Pero, ¿viste su rostro? Estaba que ardía en celos.
—Lo estaba, ¿no?
Simón estaba a las afueras de su casa con el corazón acelerado a mil por hora, sabiendo no cómo dar el paso para introducir la llave dentro de la cerradura y poder entrar al fin. Sabía a la perfección que su madre no estaba en casa a esa hora pues debía estar en el trabajo, pero de igual forma se le hacía dificultoso en saber que la vería dentro de un rato luego de que le dijera un montón de cosas de las que ya estaba arrepentido. No sabía qué le diría ella y, lo que era peor, no sabía qué es lo que él iba a decir para que sonara a una disculpa verdadera.
Abrió la puerta como si de un ladrón se tratase, haciendo un increíble silencio ya que pretendía que ni siquiera Kelly, la asistenta, se diera cuenta de quién acababa de entrar. Subió las escaleras de puntitas lo más rápido que pudo disimular porque no quería que, en el dado caso de verse descubierto, lo hiciera con las manos en la masa. Ya en su habitación se dio cuenta que estaba exactamente igual a como la había dejado la noche anterior, la cama ordenada y la ropa que se quitó antes de ir a la de su madre. Se deshizo del uniforme y se colocó prendas que usaba para estar en casa con normalidad y se sentó a esperar que el tiempo se le pasara y llegase el momento donde tendría que hablar con su mamá.
«Ya ablast con tu ma?», decía el mensaje que le mandó Nicolás cuando eran alrededor de las cinco y cuarenta de la tarde, cuando Simón estaba acostado sin saber qué hacer mientras la mujer llegaba, para colmo ese día ni siquiera habían dejado algún tipo de tareas, aunque bien podría ponerse a estudiar para los exámenes finales que, de por sí, ya estaban demasiado cerca, pero ahora mismo en lo único que pensaba era en su situación actual y era curioso porque por más que lo pensara en ningún momento pudo hacer un párrafo siquiera dentro de su cabeza con las palabras que utilizaría cuando estuviera enfrente de su mamá.
Pudo escuchar el sonido de cuando el coche se parqueó a las afueras de la cochera, casi al instante su corazón dio un salto enorme, su respiración se contuvo sin que él diera el permiso y de la misma manera su cuerpo se levantó de la cama de golpe. Corrió hacia la puerta para abrirla, pero cuando estuvo a punto de hacerlo, sus manos se congelaron mientras sostenía el pomo. No sabía qué hacer ahora, tenía el sentimiento de remordimiento mas no las palabras que lo expresarían. Pegó la oreja a la superficie de madera hasta escuchar con dificultad el ruido que los tacones de la mujer ejercían sobre el piso.
«Aki voy», diecinueve minutos después respondió el mensaje de su amigo. Y sí, allí iba, tomando una buena bocanada de aire que retuvo unos segundos dentro de sus pulmones hasta que lo dejó salir, sintiendo un creciente nerviosismo que lo hacía querer regresar la misma cantidad de pasos que avanzaba.
Mordiéndose fuertemente los labios dio tres tímidos golpes a la puerta, la cual se abrió poco después, dejando ver a la mujer aquella con unas ojeras enormes y los ojos rojos como dos fresas, que se quedó con la boca abierta al verlo parado frente a ella. El castaño no sabía qué esperar después, podía ser cualquier cosa y, lo peor es que de no ser buena, se lo merecía.
—Regresaste... —murmuró la mujer sin salir de su asombro.
—Vine hoy por la mañana, no estabas —se tronó los nudillos de sus dedos al momento en que hablaba —. ¿Puedo entrar?
—Claro —se hizo a un lado, ella tampoco sin saber cómo reaccionar ahora.
Estaba preparándose psicológicamente para ir a buscar a Ámbar y que le dijera al menos si tenía una idea de dónde podría estar Simón que no fuera el colegio pues lo último que deseaba era que su hijo pasara un mal rato en su lugar de estudios, además de ello tampoco quería discutir un tema como aquel en ese lugar. Pero ya que el chico se hallaba en su casa y, sobre todo, en su habitación tal como el día de ayer pasó, sabía que debía hablar antes de que él se lo impidiera otra vez.
—Escucha... mamá —se sentía extraño diciéndole directamente a ella de esa forma, ahora que sabía que en realidad no lo era —. Sobre lo que pasó ayer quiero decirte que yo...
—No digas nada —le interrumpió, avanzando un paso adelante en busca de la atención que necesitaba —. Quiero que me escuches, por favor.
—Esa era la ide...
—Por favor —rogó, dando a notar lo desesperada que se encontraba —. Te suplico que me escuches porque no puedo dejar que sigas pensando cosas que no son, que me hagas ver como la villana de tu historia. No quiero que me veas como el monstruo que crees que soy. No puedo ser la mujer que te dio la vida, no puedes llevar mi sangre en tus venas, pero sí soy tu madre y como tal no merezco las cosas que me dijiste ayer y merezco con más razón que escuches lo que tengo que decirte sin que saques conclusiones equivocadas.
La señora comenzó a llorar, tapándose el rostro con las dos manos, Simón quiso acercarse porque la imagen era verdaderamente devastadora, mas sus pies no hicieron más que clavarse en el piso y sus ojos contuvieron las lágrimas que se esforzaban por salir de ellos. No quería verse como un inconsciente, pero aquella era la forma de autodefensa que tenía y que desde hacía mucho tiempo llevaba practicando con las diferentes cosas que le sucedieron.
—Bien. Te escucho —pronunció secamente.
Tragó saliva con dificultad, levantó la cabeza hasta que su mirada quedara a nivel con la de su hijo, se limpió los rastros de lágrimas que había en sus mejillas, se hizo unos cuantos mechones que tenía en la cara detrás de la oreja y empezó a hablar:
—Antes que nada, quiero que sepas que esto que te diré no son excusas que he venido inventando desde hace mucho solo para que te las creas, es la verdad —fue y recogió de la cama el certificado de adopción que desató el problema y lo miró por un segundo antes de ver nuevamente a Simón —. Sí, eres adoptado, no obstante, no eres un maldito recogido como dices tú. Tu padre y yo nos conocimos cuando íbamos a la universidad, me enamoré de él desde el primer día en que lo vi y, aunque costó para que él se fijara en mí, nos enamoramos. Tuvieron que pasar dos años para eso, para en ese entonces yo tenía veintidós. Nos casamos cuando cumplí los veinticinco. Mi madre me crio con la ideología de que una mujer debía tener su primera vez con el hombre que la llevara al altar para que fuera como Dios manda, que debía ser con el hombre que uno amara solo después de haber recibido la bendición de Dios y no, con bendición no me refiero a un hijo, sino el matrimonio. Nunca le discutí nada porque, en parte, yo también estaba de acuerdo con ello —su mirada se llenó, como si fuera posible, de tristeza; más de la que ya tenía —. Pasamos casi un año entero intentando procrear un hijo, intentamos de todo, visitamos todos los doctores que nos recomendaron, pero ninguno dio resultado ya que todos llegaban a la misma conclusión: tu padre sufría de azoospermia; ausencia de espermatozoides en el semen —Simón abrió los ojos como platos junto con la boca y los volvió a colocar en su normal posición al segundo siguiente —. No me lo decía, siempre cayó al respecto, sin embargo, yo sabía que le avergonzaba tener ese problema y le molestaba que yo siguiera insistiendo en tener un hijo, aunque no llevara sus genes, sí llevaría los míos y lo podríamos criar como si llevara los suyos también. Como te imaginarás, se negó rotundamente. Cambié entonces de estrategia y le propuse la adopción, así no llevaría ninguno de nuestros genes y él no se sentiría culpable cuando mirara al bebé y supiera que no era de él, pero sí de su esposa, de esta nueva manera, ya que no sería de ninguno, no tendría por qué sentirse mal si estábamos criándolo como si fuera nuestro, aunque no llevara la sangre de ninguno de los dos y él se sentiría apoyado por mí. Incluso para que él no se sintiera más avergonzado por su situación, yo dije que la del problema era yo, que los doctores habían dicho que mi útero no era apto para que un feto pudiera formarse dentro —un mohín amargo se formó en su rostro —. Suena tonto, créeme, lo sé. El caso es que le insistí tanto hasta que terminó accediendo e hicimos los trámites y como ya estábamos casados no impuso mucho problema. Al principio estábamos bien, pero con el tiempo tu padre fue cambiando, llegaba tarde del trabajo, ya no te cargaba. El momento más feliz de los tres está en esa fotografía —apuntó con su dedo índice a la mesa donde estaba el marco con la foto de ellos dos y un Simón de bebé —. Fue cuando te llevamos a casa. Lo amaba demasiado como para apartarme de su lado y siento muchísimo si eso te afectó, de veras lo siento, pero yo te amé, te amo y no te voy a dejar de amar nunca porque eres mi hijo, el único. Siento que te hayas enterado de esta manera, entiendo que estés molesto por eso, no fue la mejor decisión ocultar el certificado, así como tampoco lo fue no decirte la verdad desde un principio. No mencioné nada cuando tu padre estaba vivo porque no quería herirlo, no quería que se sintiera mal y que tampoco tomara peores resentimientos a parte de los que ya tenía. Lo defendía en vida porque siento que la culpable fui yo, porque de no haberlo prácticamente obligado a adoptarte, no hubieras pasado por esto que has pasado, quizás hubieras tenido unos mejores padres que nosotros, una mejor madre que yo —lloraba mientras hablaba, mas no quería detenerse —. Cuando nos mudamos aquí descarté la posibilidad de que te enteraras debido a que nadie nos conocía, tampoco contaba con que encontraras el certificado.
—¿Quieres decir que de no haber encontrado el certificado jamás me hubiera enterado de la verdad? ¿Eso te parece justo? Quiero decir, si iba a vivir toda mi vida engañado, al menos hubieras puesto ese maldito papel en una caja fuerte de la que yo no tuviera clave alguna.
—No, no pensaba ocultártelo toda la vida, es solo que no me sentía preparada para contártelo ahora, menos ahora que hace apenas un año de la muerte de tu padre —contestó inmediatamente.
—No le llames así. Él no era mi padre —pidió en un murmuro.
—Lo fue, fue tu papá porque a pesar de todo nunca nos dejó atrás, a pesar de lo que hizo estuvo con nosotros como un verdadero padre lo hubiera hecho.
—¡Por favor! Decir a un hijo cada que tienes oportunidad que es un bueno para nada y marica es lo que hace un buen padre. Claro, el señor sin espermatozoides de seguro ahora tiene alas y aureola, ¿no? —rodó los ojos con sarcasmo.
—Simón. No digo que lo que él hizo haya estado bien, cómo yo actué al respecto tampoco lo estuvo y te pido disculpas, hoy estoy aquí para pedirte las disculpas que todos estos años no te pedí. Lo siento. Créeme que en ningún momento me pareció divertido absolutamente nada de lo que te pasó, no guardé el certificado como un trofeo, mi intención y estoy segura de que la suya no fue burlarnos de ti y sí, sé que tu vida no fue la mejor por mi falta de atención hacia ti, me arrepiento. Te amo, te amo y no es solo de ahora, te he amado siempre, te ruego que me creas porque no sé qué hacer para que lo hagas. Aunque no me lo creas, yo sí me alegraba mucho cuando tus esfuerzos daban frutos, cuando sacabas muy buenas notas en el colegio, me alegraba no recibir ningún llamado de atención del colegio por culpa tuya, porque presumía para mis adentros de que ese chico era mío. De que mi hijo era lo más perfecto que tenía. No quería arruinar mi matrimonio porque en verdad amaba a mi esposo, te amaba a ti y cuando te cases sabrás lo importante que es mantener en pie un matrimonio.
—Tu hijo debió estar antes que tu matrimonio, ¿sabes? Desde mi punto de vista no parecía como si me querías, parecía como si ignoraras lo que hacía por ponerle más atención al ogro que tenías por esposo. ¿Qué le mirabas? Siempre te trataba como nada, parecías su marioneta. No acabo de entender cómo es que lo amaste hasta cuando estaba agonizando —movía la cabeza de un lado a otro, mostrando su claro desasosiego.
—Lo amaba. Esperaba que un día volviera a ser el mismo hombre del que me enamoré en la secundaria. Que fuera mi esposo otra vez —moqueó sin apartar la vista de su hijo —. Perdóname por no haberte dado lo que esperabas, por no haber sido la madre que debí y por ponerte después de mí. Perdóname por haberte culpado por su muerte, no tuviste la culpa, estaba furiosa, estaba aterrada porque desde entonces comenzaría mi vida como madre soltera, había perdido al hombre que amé con todas mis fuerzas y murió en mis brazos. Descargué mi rabia contra ti y no sabes cuánto me arrepiento. No soy un monstruo, lo juro. Solo no supe cómo manejar la situación, exploté y te herí. Por favor discúlpame, discúlpame porque no sé cómo seguir soportando esto sin que sepas que siento por todo lo que pasaste. Quiero que sepas que creo que hubieras estado mejor en otra familia, con una madre que no soy yo —se dejó caer de rodillas, apoyándose en las palmas de las manos, sin dejar de llorar como niña regañada —. Perdóname...
No quería llorar, no quería parecer más débil de lo que ya era, pero aquella mujer se la estaba poniendo difícil, verla llorar en la posición en la que estaba era como si hubiese sido él el responsable de ese llanto en lugar de ella, ¿por qué entonces él quedaba como el malo en el asunto? ¿Por qué se sentía de esa manera? Debía hacer algo lo antes posible para no terminar del mismo modo.
—No puedo —contestó luego de un rato, ella levantó el rostro mojado en lágrimas para verlo desde abajo —. No puedo seguir viéndote de esa manera. Levántate, por favor.
Se levantó muy despacio que hasta pareció verla hacerlo en cámara lenta, caminó apenas dos pasos hacia él sin apartar de su rostro esa expresión de pena que mientras la veían más de cerca parecía atravesarlo y dejarlo en dos partes diferentes; la que no quería seguir hablando del tema porque sentía que ya había escuchado demasiado y la que luchaba con la otra para ir lo más rápido posible y pedir las disculpas que llegó buscando desde un inicio.
—Soy culpable de muchas cosas Simón, de muchas cosas por las que tuviste que pasar, pero soy humana, soy tu madre y te amo. Entiendo tu enojo, de verdad que sí —se acercaba con miedo a que pasara lo de antes, cuando el chico se alejó corriendo de su lado para ir a donde se sintiera como no se sentía cuando estaba con ella —. Te amo porque a pesar de todo eres mi hijo.
—Saqué notas excelentes en el colegio a pesar de los insultos que recibí, se burlaban de mí por mi manera de ser, quise contarte todo en más de alguna vez, pero me detenía cuando veía tu indiferencia hacia mí, me encerraba en mi habitación cuando sentía que me reventaría de las ganas de llorar. Quise toda mi vida tener del tipo de padres que se preocupan por su hijo, por lo que siente y no por cómo se ve frente a las demás personas. Quise que fueras el pilar que me mantuviera de pie, sin embargo, tuve que ser yo, fui yo quien no se dio por vencido. Hubiera deseado que fuera gracias a tus consejos, esos que nunca existieron —echó la cabeza hacia atrás, sacando una bocanada de aire desde lo más hondo de sus pulmones —. Siempre mantuve la esperanza de que algún día me defendieras de mi papá. Jamás se me pasó por la cabeza que me fueras a culpar por su muerte, créeme, si alguien me hubiera dicho que lo harías no lo hubiera creído porque lo primero en que hubiera pensado es en que eras mi madre y las madres no hacen eso. Y lo hiciste —entonces, por primera vez después de tantos movimientos que su mamá dio para acercarse, él avanzó —. Pero las personas que amamos a otras, perdonamos. Y yo te amo.
Dejó la distancia a un lado y se apresuró a abrazarla tan fuerte como si fuera a ir en cualquier instante, en su momento se hizo el fuerte para no llorar, mas llegó a ese punto sentimental donde no pudo más y dejó escapar todo lo que llevaba dentro. No era el único, pues ella estaba en la misma situación, también se aferraba a su cuerpo como si se tratase del tesoro más preciado que tenía en su poder, porque así era. Era de lo que ahora y siempre podría presumir como la felicidad de su vida.
—Te amo, te amo, te amo —le susurraba con desespero muy cerca del oído.
—Discúlpame por haberme ido ayer de esa manera, por no haberte escuchado, por decirte las cosas que te dije. Perdóname por todo, mamá.
—No te preocupes, estás aquí conmigo. Estamos los dos. Dejémoslo atrás, por favor. Empecemos de cero, como madre e hijos verdaderos. Sin que importe la sangre, sin que importe nada ni nadie más que los dos —lo apartó para verlo a la cara, apartando uno de los pocos cabellos que caían sobre su frente y limpiando a la vez sus mejillas que estaban cubiertas de lágrimas —. Iniciemos una vida nueva dejando todo lo vivido donde se vivió, en el pasado.
—Sin secretos, sin remordimientos... sí —asintió sonriendo no solo con los labios, sino también con sus ojos —. Sí, mamá.
Un lunes por la mañana Simón estaba repasando los apuntes de su cuaderno de matemáticas desde el principio del semestre evaluativo debido a que ese día tendría el primer examen final del año educativo y, aunque matemáticas no aportaba mayor problema para él, quería estar seguro de saber cómo se hacían cada unos de los procedimientos de los ejercicios a realizar y las leyes que había que tener en cuenta al momento de hacer. Se había levantado desde muy temprano para iniciar con dicha tarea y de igual manera había partido a la escuela con los apuntes en la mano para estudiar mientras caminaba. Nico le había prometido llegar temprano también para ayudarse mutuamente y estar seguros de que ambos llevarían la nota del examen a su máximo puntaje, mas el chico todavía no había llegado y él era la única alma a esa hora en el salón.
Las cosas en su casa habían cambiado un poco; su madre y él habían cumplido hasta ahora con la tarea de hacer un borrón y cuenta nueva, sin tocar temas en los que ambos pudieran verse afectados y de igual manera sus conversaciones. Realizaban sus actividades diarias como era común con la diferencia de que esta vez no existía esa tensión de antes por la cual lo hacía prácticamente huir directo a su habitación para evitar la mirada o evitar estar más del tiempo requerido en el mismo sitio donde su madre se encontraba, aunque claro, no existía esa confianza absoluta como la que te hace contar detalle a detalle qué tal fue su día, las cosas de las que hablaba con sus amigos o quizás hablar sobre la chica que le gusta, aunque su madre tuviera una idea de quién se tratase, no preguntaba sobre ello ya que lo consideraba como algo que Simón prefería mantener en privado. Por otro lado, de la casa para afuera algo había cambiado, Pedro en ocasiones hacía actos que demostraba a distancia los obvios celos que sentía por la tan cercana amistad entre él y Nicolás y Delfina de vez en cuanto parecía más interesada en saber el porqué de tal comportamiento, mas este solo la evadía con otra pregunta, pero bien sabía que la espina aun no estaba fuera. Nico por su parte seguía poniéndose molesto cada vez que lo hostigaba de abrazos y bromas poco pasadas de tono cuando el pelinegro se encontraba presente y, aunque sabía que Simón solo lo hacía para hacer explotar los celos del este, le preocupaba qué tan pronto todo saliera a la luz. Luna, sin embargo, aunque siguieran siendo amigos como desde el principio y de vez en cuando molestaran entre los dos, no se había borrado el recuerdo del beso que se dieron y cuando parecía que ella tratara de recordárselo por equis o ye razón, entonces aplicaba la técnica de Pedro: cambiar de tema inmediatamente. La chiquilla se había vuelto bastante unida también al novio de Delfi de un tiempo a la fecha y, aunque no le molestaba, le daba la impresión como de que algo sabía acerca de la situación entre él y Nico, tal vez solo especulaba, pero tenía la duda por algo. Por último, sentía que entre quienes sí habían cambiado las cosas, era entre él y Ámbar y allí la verdad no entendía el problema. El día después de su cumpleaños habló realmente poco con ella y desde entonces fue que sintió que las cosas se distorsionaron; no volvió a llegar a su casa, cuando por medio de mensajes le proponía salir a algún lugar a platicar o tomar algo, le respondía que estaba ocupada con Matteo, que estaba en la casa de Matteo, que estaba estudiando con Matteo y cualquier otra excusa en la que al final no había punto sino el nombre del chico. No quiso tomárselo tan enserio al inicio, pero con el paso de los días y que el saludo no pasara de un «Hola» y una sonrisa, le alarmó, a ese punto se preguntaba si le había hecho o dicho algo malo, algo por lo que podría haberse enojado, mas no, no hallaba nada por lo cual poderse culpar. Al final decidió atribuírselo a los exámenes ya que estos eran los finales y de seguro nadie querría reprobarlos.
—Llegué —mencionó Nico, atravesando la puerta, luciendo un tanto cansado —. Perdona la tardanza, mi padre decidió traerme, lo cual fue raro porque nunca lo hace, últimamente ha estado más pendiente de mí.
—No importa, ¿cómo crees que te irá en el examen? —dejó el cuaderno a un lado para concentrarse en el chico que se acomodaba en su lugar.
—Oh, de eso estoy bien. El de mañana me preocupa mucho porque tengo que buscar quién me inyecte todo un semestre de física en mi cerebro —se golpeó la cabeza en repetidas veces con los puños —¿Qué tal tú?
—Bien, también. Dicen que el examen de mañana es con el cuaderno a la mano.
—¿En serio? Muy bien por mí, así podré pasarlo fácilmente.
—¿Estás loco? Si el examen es así es porque es más difícil de lo que pensamos, ¿te imaginas? Ese viejo nos tiene preparado un examen de la NASA solo para que reprobemos —volvió la mirada a donde antes la tenía —. Pero de todos modos no está confirmado, solo son rumores, de igual forma vamos a salir por los suelos y a mí me preocupa aun más porque el semestre pasado pasé la clase con una nota mediocre luego de la exposición.
—Oh, es verdad. No te preocupes, hermano, no serás el único en reprobar, yo iré por delante —le guiñó un ojo.
—Eso sonó morboso —se carcajeó mostrando su dentadura.
—Cochino. ¿Cuándo vas a entender que no eres mi...?
—Tipo —completó, poniendo en blanco los ojos —. Ya sé. Oye, hablando de homosexualidad, si reprobamos podrías decirle al profesor que le das tu lindo traserito con la condición de que nos pase la clase, ¿no crees? Es una buena estrategia. Oí por ahí que no tiene esposa, entonces debe estar un poco desesperado.
—Bien, eso no pudo darme más asco —hizo un gesto en el que se leían sus intenciones de vomitar —. ¿Por qué no se lo das tú si tantas son tus ganas por pasar?
—¿Es que tú no quieres pasar? Yo juraba que te sacrificarías por mí en todo momento —fingió estar llorando amargamente —. No, es que bien dicen que los amigos no existen si no es para meterse sexualmente con un profesor y hacer que sus amigos pasen sus clases con notas al menos decentes.
—Hey, qué asqueroso que andas hoy, ¿qué bicho te picó? Ni desquiciado haría tal cosa, ¿te imaginas a ese viejo tocándome con esas manos tan horribles que tiene? ¡No! —tapó su rostro casi llorando del asco que sentía.
—Yo sí me acostara con la profesora de inglés porque me pasara su clase. Es una lástima que vaya tan bien en esa —suspiró con desgano.
—¡Lo dices porque ella es guapa! Hasta yo te acompañaría en esa tarea.
—Tú lo harías porque quieres verme desnudo, no me engañas —entrecerró los ojos con malicia.
—Bueno... —pareció pensar con detenimiento su respuesta —. Considerando que, como te dije, estás bien bueno y que yo soy gay... pueda ser... solo un poco... sí.
—¡Lo sabía! Me deseas, quieres besar estos labios, quieres tocar este templo, quieres poseerme —suspiró con grandeza —. ¡Ah...! Es una verdadera lástima que no soy tu tipo.
—Ya, ya. Presumido.
—Anda, bésame —guiñó uno de sus ojos, acompañándolo con la mejor sonrisa seductora que se encontró —. No seas tímido, bebé.
—¡Oye! ¡Déjate de cosas! —volteó la cara, pretendiendo seguirle el juego —. Esas cosas se hacen en casa.
—Solo uno, muy chiquito —puso los labios como pescado, aguantándose no reír.
—Me voy a sonrojar —cubría su rostro, también conteniendo la risa.
—Ya veo que estás sonrojado —se escuchó desde la puerta después de una tosecita falsa que lo único que pretendía era hacerse notar.
A la misma vez los dos voltearon a ver sabiendo perfectamente qué se iban a encontrar, o, mejor dicho, a quién.
—¡Hola, Pedro! —más emocionado de lo que los dos se esperaron, Simón recibió al pelinegro —. ¡Qué onda!
—Hola —contestó a secas.
—¿Sabes? Nico y yo estábamos hablando sobre las clases que sentimos que vamos a reprobar y también qué haremos después de eso, ¿verdad, Nickie?
—¿Nickie? —repitió Pedro, levantando una ceja en señal de asombro.
—Simón —Nico apretó su mandíbula, molesto porque otra vez se repetía la charla para poner celoso al pelinegro.
—Es un sobrenombre que le he puesto porque es muy tierno, ¿no crees que Nico es tierno? Si vieras cuando estamos solos cómo me pide que le llame de esa manera —se mordió el labio inferior, seductor; ignorando por completo la cara de advertencia que el rubio tenía.
—¿Cuándo están solos? —se rio quedamente, simulando no estar muy interesado —. ¿Haciendo qué?
—¡Estudiando! —se apresuró a contestar Nicolás —. ¿Por qué no viniste con Delfi hoy? —cambió de tema.
—No me digas que se dejaron —Simón colocó sus manos sobre su boca y abrió los ojos con falsa sorpresa —. No puede ser, son la pareja más hermosa que yo conozco en la vida. Ya saben, de mucho tiempo, amorosos, honestos...
Pedro apretó los labios para que de su boca no saliera ninguna grosería y se amarró los pies al piso para no salir corriendo hacia donde estaba Simón y agarrarlo por el cuello hasta dejarlo sin aire. Pero se calmó y solo mencionó:
—No, Simón. No nos hemos dejado.
«Aún», dijo en su mente.
—Oh, eso es muy bueno —asentía con energía —. En fin, dejando eso de lado, ¿qué tal piensas que te irá en el examen de hoy?
—Muy bien.
—Genial. Nico y yo estudiamos mucho por video llamada y en su casa —se detuvo un momento para luego decir: —. Cuando salgamos de la secundaria viviremos juntos, ¿no es eso fantástico? Te pediría que te nos unieras, pero sería un poco raro escuchar gemidos todas las noches. No te ofendas.
—¡Jesús! —exclamó el pelirrubio, palideciendo de inmediato —. Ah... yo no sé de qué... este...
—¿Qué? —preguntó Pedro en medio de su parálisis cerebral.
—Sí, no te ofendas, amigo, yo amo a Delfi, es una linda chica, pero, sinceramente, no me gustaría escucharla gemir todas las noches que la lleves a casa. Tú eres el que ha dicho que son sexualmente muy activos, ¿no?
—¡Ah! —se carcajeó con liberación interna —. A eso te referías —murmuró muy bajito, respirando con tranquilidad al igual que Nico.
—Claro, ¿qué creíste que era? —otra vez, allí estaban esos ojos de inocencia que no podía ser más falsos porque no eran más grandes.
—No, nada —volteó a ver a Nico —. ¿En verdad vivirán juntos?
—Lo estamos discutiendo —contestó poniendo su cara más normal —. No es muy seguro, aún.
—Ya veo. Que tengan suerte.
Se quedaron en silencio cuando comenzó a llegar el resto del alumnado del salón, con el cual se apareció Delfi, luego Luna y por último Ámbar, acompañada por supuesto de su novio. Todo el trayecto que esta dio desde la puerta hasta su silla, Simón rezó porque desviara la mirada y la posara sobre él, porque fue su caso, siempre estuvo pendiente de sus movimientos desde que entró hasta que volvió a salir para estar en el pasillo acompañada de su pareja y luego que el timbre anunciara la entrada. Todos se sentaron en sus lugares y comenzaron a repasar los apuntes antes de que el profesor llegara a entregar los exámenes ya que este sería a primera hora. Por alguna razón no dejaba de mirar a la rubia que lo ignoraba desde su propio asiento, deseando que al menos volteara a verlo por una vez en el día, mas eso no pasó. Quiso ir hacia ella y desearle suerte para sacarle algunas palabras y pasar tranquilo la mañana por haberla escuchado hablar o por verla más de cerca, tocarla tal vez, pero no fue orgullo lo que lo detuvo, sino temor. No quería acercarse y darse cuenta de que ella no quería saber nada sobre él, no cuando estaba más que seguro de que no había hecho nada para que ella se comportara de aquella forma.
—Mírame, por favor —susurró en un ruego.
—Suerte, Simón —la voz de Luna fue lo que recibió en cambio.
—Gracias, Luna. Suerte para ti también —le sonrió amigable, sin dejar de pensar en la otra chica.
Simón después del examen gastó un par de comentarios con doble sentido en referencia a Nico y él, con el propósito de hacer salir a Pedro de sus casillas y de paso al rubio también. Mientras estaban almorzando a pesar de estar metido en la conversación con sus amigos, de vez en cuando miraba a la mesa donde Matteo y Ámbar se hacían arrumacos que le provocaban náuseas y entonces entendía cómo debía sentirse Pedro con sus comentarios. A la hora de la salida misteriosamente el Padre de Nico lo fue a recoger y no solo a él le pareció extraño eso, sino que los demás también lo vieron así, sin embargo, decidieron restarle importancia, solo que ahora Simón tenía que caminar solo a su casa ya que Luna se había ido acompañada de Pedro y Delfina. Mientras caminaba se lamentaba que su amigo no fuera a su lado para que le despejara la mente del único pensamiento actual: Ámbar Smith.
—¡Simón! —escuchó una voz que le gritó desde muy atrás de él por lo cual volteó a ver para encontrarse con Pedro, quien corría para alcanzarlo.
—Hey, ¿me acompañarás a casa? —preguntó confundido cuando llegó a su par.
—En realidad solo quiero hablar contigo —se detuvo en seco luego de un par de pasos.
—¿Sobre qué? —frunció el entrecejo, por primera vez confuso.
—Sobre Nico, ¿sobre qué más? —puso los ojos en blanco y Simón cayó en cuenta de qué podría ir aquella plática.
—Ah, ya veo... —retomó su rumbo de todas formas —. No, la verdad no, no entiendo qué quieres hablar sobre él.
—Quiero que seas sincero conmigo —lo agarró por el hombro para hacerlo voltear —. ¿Te gusta?
Simón se echó hacia atrás, elevando una ceja y levantando su mano con suavidad para apartarse un poco.
—Pedro, no entiendo a qué viene tu pregunta.
—Responde.
—Me gusta —contestó con toda la normalidad del universo —. ¿No lo has visto? Ese chico fue hecho para gustarle a la gente. Me gusta y me gusta muchísimo.
—¿Te gusta? —dijo en una exhalación, dando a entender que no era la respuesta que se esperaba.
—Pues claro, ¿no fue lo que me preguntaste? Allí tienes tu respuesta —se volvió a poner en camino hacia su casa.
—¡No! —lo detuvo otra vez —. No te puede gustar. Él es... es...
—¿Es qué?
—Mío...
Una gran risotada proveniente de lo más profundo de Simón se escuchó en toda la cuadra, avergonzando más al pobre Pedro que no hizo más que agachar la cabeza, escondiendo su notable sonrojo.
—Por favor, Pedro, no me hagas reír. De verdad que deberías dedicarte a comediante —ladeó la cabeza con indiferencia —. Nico no le pertenece a nadie, absolutamente a nadie. Mucho menos a ti; una persona tan egoísta y mentirosa.
—No me llames así, tú no sabes lo que pasó entre él y yo —lo apuntó con el dedo, amenazador.
—¿No lo sé? ¿Quién crees que ha estado para él cuando tú lo has dejado hecho un mar de lágrimas? ¿Y ahora vienes diciendo que es tuyo y que por eso no debo estar con él? Lo siento mucho, pero solo me voy a alejar de mi mejor amigo si es él quien me lo pide. Es más, yo te pido a ti que te alejes. Aléjate de su camino porque lo único que provocas es que se quiebre. ¿Con qué moral vienes y me dices que es tuyo cuando lo dejaste por la persona que supuestamente amas, por la que salvas tanto tiempo juntos? Discúlpame, Pedro, eso se llama egoísmo porque no quieres que él sea feliz con otra persona y eres mentiroso porque Delfi no merece lo que le estás haciendo, le haces más daño que el supuesto bien que te imaginas.
—¡Lo amo! —gritó con los ojos cristalizados —. Lo amo más que a nadie en el mundo, por eso no quiero que esté con alguien más excepto yo. Sí, soy egoísta, soy mentiroso, todo lo que se te ocurra, pero mi amor por él es lo más verdadero que existe.
—¿Y por qué no se lo demuestras? Anda, no me lo digas a mí, con hacerlo no remedias nada. Estás agarrado de los huevos y tienes que soltarte de una u otra manera. Has engañado y destrozado a dos personas maravillosas, a personas que no se merecían esto. Como el amigo que una vez me consideraste te lo digo: demuéstrale a Nico que tu amor por él es lo más verdadero, aunque eso te traiga problemas. No sigas sosteniéndote de lo más fácil o, mejor dicho, de lo que tú crees que es más fácil.
—Pero... ¿Delfina? —mencionó con un nudo en la garganta —. No quiero lastimarla, no debo lastimarla.
—¿Y crees que no lo estás haciendo ya? Dime, amigo, ¿te parece que le estás haciendo un bien mientras le mientes? —respiró dándose por vencido, dejando su faceta de malo a un lado —. Pedro, yo sé que no eres un chico malo, sé que los quieres a los dos, sin embargo, también sé que al que amas en verdad es a Nico y Delfi se dará cuenta tal vez no porque salga de tu boca, sino porque ya lo demuestras con tus celos bobos.
—Amo a Nico, muchísimo —apretó los puños —. ¿Qué pasará si él ya no me quiere? Se la pasa mejor contigo de lo que se la pasaba conmigo, ¿y si se enamoró de ti?
—Ya quisiera yo —recordó todas las veces que le dijo que no era su tipo —. Me sentiría el chico más honrado de la tierra, pero créeme, su tipo son los chicos tontos, ciegos y de cabellos negros.
—¿Tú crees que él me dejará acercarme si estoy dispuesto a llevar lo nuestro en serio? —en sus ojos se veía aquel rayo de esperanza que hacía sentir a Simón como un buen consejero, si bien, para él mismo no tenía ninguno.
—No. Quien no te va a dejar acercarte a él soy yo. No mientras no resuelvas tus cosas con Delfina.
—Lo haré... bueno... lo voy a intentar.
—Haz lo mejor para todos, amigo —sonrió de lado —. La próxima vez que vengas a hablar conmigo tiene que ser para decirme que sea el padrino de la boda. Nos vemos mañana —caminó en dirección a su casa nuevamente.
—Gracias —dijo sinceramente —. Y no creas que soy el único ciego ¿bien? He escuchado por allí que tú también tienes una venda en los ojos. Hasta mañana.
—¿Venda? ¿Quién te dijo eso? —se volteó para preguntar, mas la respuesta que recibió no fue otra que un gesto de despedida dicho con la mano —. Imbécil...
Al llegar a su casa supo que al día aun le faltaba una plática pendiente, solo que por esta vez al menos anhelaba que sucediera, pues ver a la rubia aquella sentada en uno de los dos escalones que había en la entrada de su casa le petrificó por unos instantes, sintiendo nada más que su corazón quebraba cada hueso de su cuerpo debido a sus fuertes palpitaciones.
—Ámbar, ¿qué haces aquí? —preguntó cuando ella se puso de pie para recibirlo.
—Necesito hablar contigo —parecía seria. Solo parecía —. Por favor...
Continuará...
Gracias a @TinaRechina7w7 por haber alegrado mi día el día que se publicó el cap. 22 ya que sus comentarios fueron todo lo que necesité. Gracias también a todas las personas hermosas que se toman el tiempo de votar y dejar su comentario. Se les ama.
Sé que odian que actualice mil años después, créanme, también yo. Pero, chicos, les pido que me comprendan, yo estoy en la universidad y llevo dos carreras diferentes al mismo tiempo y debido a eso se me hace muy difícil actualizar seguido, incluso a veces solo tengo tiempo para escribir algo hasta ya entrada la noche. De verdad lo siento, sin embargo, más vale tarde que nunca.
Besitos.
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