Capítulo 20
Capítulo 20:
Hoy no sabía qué sentir dentro suyo, estaba inmensamente feliz, la noche anterior había sido la mejor de su vida por muchísimas razones y por muy alto sobrepasaba a cualquiera que hubiese vivido antes. La alegría corría por sus venas e incluso miraba a todos lados para que no lo miraran raro al momento en que intentaba dar saltitos imposibles de contener por tener tanta felicidad acumulándose en sus venas. De cuando en cuando se tocaba el pecho para así poder sentir los latidos desesperados que su corazón daba cuando a su mente llegaban los recuerdos de una rubia y de él besándose como si hoy no iba a existir y estando casi a punto de llegara a algo más que un beso. Sin embargo, el hecho de que no pudieron llegar a nada aun más allá de roses calientes no estaba en absoluto decepcionado puesto que, anteriormente, no se hubiera imaginado que tan solo un beso al menos una vez llegara a pasar.
—¡Esto es maravilloso! —susurraba, reprimiendo las ganas de gritarlo a los cuatro vientos, pero por la vergüenza no lo hacía.
El camino al colegio no supo si se le hizo demasiado largo o demasiado corto. Largo, porque lo primero que quería hacer al llegar era ver el hermoso rostro de Ámbar, incluso si la veía al lado de Matteo, no le importaría porque ambos tendrían en mente lo que pasó la noche anterior y cómo se quedaron durmiendo juntos en la misma cama, abrazados como si fueran una verdadera pareja. Por otro lado, se le hacía corto porque el reboso de felicidad no lo dejaba tranquilo y no era que le incomodara, todo lo contrario, era lo que parecía moverlo sin necesidad de utilizar los pies.
Caminó —casi corrió, en realidad —unas cuantas cuadras sin sentir que lo había hecho. Por alguna razón presentía que ese día nada se lo podía arrebatar, mucho menos nadie. Estaba dispuesto a llevar esa felicidad hasta el final del día, cuando se viera nuevamente con la rubia y que fuera solo Dios el responsable de lo que entre ambos podría suceder.
A la distancia, pudo distinguir la silueta de una persona que rápidamente supo de quién se trataba, esa altura, el cabello y la manera rápida y segura con la que caminaba no se le pasarían por alto nunca. Quiso gritar su nombre para hacer que se detuviera, pero consideró que estaba un poco largo como para hacerlo sin parecer que se estaba desgarrando por dentro, optó por caminar todavía más rápido hasta poder llegar a su par.
—Hola, señorito —lo saludó con un casto golpe en el hombro.
—Hola —fue la respuesta que recibió. Inmediatamente se dio cuenta de que algo no andaba bien.
Desde ya tiempo atrás sabía que nada con él andaba bien, pero justo ese día ni siquiera se molestaba en disimular que era lo contrario. Su voz era apagada y llevaba la cara casi pegada al suelo.
—¿Todo bien? —cuestionó con creciente incertidumbre, colocando su mano en el hombro que antes había tocado para dejarla allí un momento —¿Pasó algo?
Se quedó en silencio, sin levantar el rostro. No parecía muy interesado en llevar una conversación con él, pero Simón bien sabía que guardarse las palabras que luchan por escaparse de nuestro interior es una reverenda estupidez. Actuar así contigo mismo trae consecuencia, no solo psicológicas, sino también físicas.
—Nico, ¿te sucede algo? —inquirió nuevamente, rodeando al muchacho para pasar a su otro costado, pero dejando su mano derecha sobando su hombro, mientras que ese mismo brazo lo cobijaba para demostrarle apoyo.
—No, Simón, no me pasa nada. No te preocupes —al fin le dio la cara, mostrando un mohín amargo y forzado que lo único que le dio a entender es que nada andaba bien. Pero lo que más le llamó la atención, fue las tremendas bolsas oscuras que cargaba debajo de sus enrojecidos ojos.
—Amigo, te ves horrible —se sorprendió, tocando su rostro pálido y notablemente cansado —. No me digas que pasaste la noche en un bar de mala muerte y hoy vas a la escuela con una tremenda resaca, porque créeme, nadie va a pensar otra cosa.
Los dos rieron con desgano, más el rubio, que de reírse era de lo último que tenía ganas aquella mañana. Había pasado el resto de la noche en vela, sin evitar seguir llorando por lo que ahora consideraba como un caso perdido y sin sentido, pero un caso que por mucho que tratara de olvidar, de pasarlo a segundo plano, seguía presente hasta cada vez que respiraba. Consideraba cruel el hecho de que Pedro siguiera torturándolo aun cuando no se encontraba presente.
—Ya quisiera yo haber pasado la noche así como crees —atrapó su labio inferior entre sus dientes y acto seguido, agachó la mirada de nuevo.
—Es por Pedro, ¿me equivoco? —apostaba lo que fuera a que sí. Siempre que el muchacho que caminaba a su lado se encontraba triste o con el horrendo aspecto de ahora, solo podía tener un nombre y no era ningún otro que el de su otro amigo.
—¿No es ridículo? Él fue quien empezó con esto desde hace tiempo y fue él mismo quien decidió que acabara, sin embargo, soy yo el que se queda varado en el mar de penas —exhaló lo más profundo que pudo, reteniendo así sus emociones y no seguir haciendo parte del espectáculo que estaba protagonizando.
—Entonces... ¿Terminaron? —cuestionó sin saber por qué, ya que era obvio que tal cosa hubo sucedido.
—Sí... —murmuró sin muchas ganas de hacer gala de ello.
—¿Otra vez?
Bueno, estaba de acuerdo que esa última pregunta se le había escapado. Se arrepintió de ello al momento en que vio la cara de asesino que Nicolás le regaló, la que, dicho sea de paso, lo hizo sonrojarse por la vergüenza.
—Sí, Simón, otra vez.
Debía admitir que tal vez no estaba tan mal hacer esa pregunta puesto que, esos dos chicos todo el tiempo habían llevado una relación muy extraña; una en la que por un tiempo estaban bien, en el otro estaban mal, regresaban y rompían con su extraño prototipo de esta.
—Lo siento, no quise decir eso... —se justificó con timidez, sobando con suavidad el hombro del más alto.
—No te disculpes, yo sé bien que lo nuestro era un completo desastre desde el inició —miró al frente con la espalda erguida y la mirada perdida —. Pero ¿sabes? De todos modos, yo quería, anhelaba, que pudiéramos llegar a algo más serio. Pero eso era algo que solo yo quería, la verdad es que Pedro no quería nada más que sexo sin legar a complicar su «preciosa relación» junto a Delfina.
—Lo lamento mucho por ti, amigo —revolvió su cabello con compasión —. Descuida, de seguro encuentras a alguien mucho mejor, a alguien que aprecie lo hermoso que eres.
Nico sabía que las palabras de Simón siempre le caían bien. Era un gran amigo y estaba seguro de cada una de esas palabras no iban dirigidas con nada más que buenas intenciones.
—A veces eres más gay que yo, Simón —no era el momento para hacer chistes, pero por Dios que necesitaba hacer uno para evitar llorar.
—Deja de ser tan imbécil y abrázame —lo atrajo hacia él y lo abrazó con mucha fuerza, sintiendo de inmediato cómo el rubio se aferraba a él con temblores en todo su cuerpo y su respiración —. No dejes que nada te destruya, Nico. Tú en serio te mereces lo mejor del mundo.
—Gracias, amigo —lo apretó más —. Nunca cambies, ¿sí? Sin importar nada, sigue siendo el mismo Simón que eres ahora, tú también mereces a alguien que te quiera.
Parecían dos personas en medio de una despedida y a la mirada de cualquiera, pero ninguno de los dos estaba arrepentido de estar abrazando al otro porque los dos sabían que su amistad era verdadera y no importaban los demás si se tenían a los dos.
—Llegaremos tarde si seguimos en esta posición —habló Nico luego de sentir que el abrazo se estaba extendiendo más tiempo de lo previsto para un abrazo normal.
—Estaba esperando a que te apartaras primero —mencionó el castaño, separándose de inmediato.
—Tú me abrazaste, tú tenías que apartarte primero —se quejó, empezando a caminar hacia el colegio.
—Ya, ya, llegaremos tarde —se apresuró, sabiéndose que no estaba demasiado lejos —. Y yo que supuestamente iba temprano.
—Yo más, pero tú me atrasaste —le echó en cara.
—No te quejes, ahora te sientes mejor, no mientas —lo señaló con el dedo en medio de una risilla.
—Sí, gracias por eso. Solo por eso, no por la tardanza.
—Soy bueno en lo que hago —se limpió un polvo imaginario de sus hombros —. Sigue adulándome.
Pedro marchaba lento, con el ceño fruncido y sin ninguna gana de dirigirle la palabra a nadie, ni siquiera a la persona que en esos momentos caminaba junto a él. Sentía el cuerpo caliente de la envidia y enojo que hacía apenas unos minutos se le había dejado caer en todo el cuerpo. No era consciente, pero apretaba a mucho más fuerte de lo necesario la mano que cobijaba entre la suya cada vez que las imágenes acabadas de vivir se reproducían en su mente.
—Oye, me estás lastimando —se quejó la muchacha a la vez que intentaba apartar la mano de la de su novio.
—Lo siento —dijo cuando se dio cuenta, apartó la mano y la dejó libre de la suya.
—¿Estás enojado? —preguntó tratando de verlo a la cara —No dije algo que te molestara, ¿o sí? Porque no me acuerdo.
—No —respondió nada más.
—Solo te pregunté si podíamos alcanzarlos —hablaba en tono dubitativo sin notar que al mencionarlo el rostro de Pedro se encendió en un color carmesí que desapareció casi de inmediato —. Parecen buenos amigos, ¿verdad?
—Sí, parecen muy amigos... —admitió con resignación, sin embargo, no sentía que aquello fuera solo una amistad.
—Si te descuidas, vas a perder a Nico en una de tantas —dijo burlona, sin ninguna intención de causar algún disgusto, pero Pedro se sentía y estaba vulnerable a ese tipo de comentarios.
—Yo... —musitaba pensativo, viendo cómo cada vez aquellos dos se alejaban más —. Tal vez ya lo perdí.
—¿Por qué lo dices? —lo volteó a ver con ceño levemente fruncido —Yo sé que él te quiere y Simón es amigo de los dos. Además, tú llegaste primero que Simón, no creo que Nico te reemplace. No me malentiendas, no digo que Simón no debería ser su amigo, es solo que yo sería una de esas que, si tú llegaste primero a mi vida, me quedaría contigo a pesar de que halla otra persona. Porque te lo merecerías y porque no echaría a perder el tiempo que teníamos desde antes que llegaras.
—Te entiendo —sonrió forzosamente, mirándola culpable y volviendo a sujetar la mano de ella entre la suya.
Ver a Nico y a Simón restregarle al público el amor que se tenían le había bajado las buenas vibras que pretendía llevar consigo aquel día. Estaban abrazados en el medio del anden a la vista de todas las posibles personas que por allí pudiesen pasar. Le había hecho hervir de furia y para su mala suerte, no sabía cómo controlar tal sentimiento. Llevaba a su lado a la persona que quería a su lado por mucho tiempo y aunque no quería ser muy obvio, estaba seguro de que hacía muy mal su trabajo. Ella le decía que la persona que llegara primero era la que más debería importar y, sí, Delfina llegó primero a su vida y se enamoró de ella casi al instante después de que la vio. Era una chica hermosa, sensible, ruda al mismo tiempo, cariñosa y protectora. ¿Cómo no podía amarla si era lo que necesitaba para seguir siendo feliz como el primer momento? Pero —esos malditos peros que siempre tienen que intervenir en una buena descripción —esa chica de un tiempo a la fecha se volvió como lo que quería tener y lo tenía, pero que no lo satisfacía. Nico estaba mucho más allá de lo que quería, era lo que anhelaba tener y era lo que no podía tener. No quería romper lo que había construido con Delfina, no quería acabar una hermosa relación de años. Mas la estaba engañando, a ella y a él mismo. Estaba siendo cruel con tres personas al mismo tiempo. No hallaba otra solución más que guardar silencio e irse por, como Delfi decía, por lo que llegó primero. Así doliera, no iba a ser él quien acabara dañando a su novia ni su relación.
—Vamos, que llegaremos tarde —le informó para luego empezar a caminar más rápido, procurando no alcanzar a aquellos dos que iban ya bien lejos suyo.
Simón y Nico subieron las escaleras a toda prisa, rogando porque no hubiese llegado ya el profesor, no tenían excusa y posiblemente les tocaría recibir la clase desde atrás de la puerta. Legaron al salón y para su sorpresa todo era un alboroto, lo que se entendía, el profesor no estaba y podrían entrar sin ninguna preocupación. Luna se encontraba sentada al fondo junto a la silla donde posteriormente se sentaría el castaño, Ámbar estaba en su lugar de siempre y al pasar junto a ella, luego de las miradas de complicidad que se dieron, pudo notar el rubor que acaloraba sus mejillas y cómo sus dientes atrapaban su labio inferior, lo que sí no vio, fueron las ganas que tenía la rubia de levantarse de la silla e ir a hacer cosas que días antes ni siquiera se le pasaban por la mente, o quizás sí le pasaban, pero no le prestaba atención. Nico, por el contrario, se fue a su apartado lugar y rápidamente entabló conversación con unos chicos que tenía cerca de él, a los que no vio por ninguna parte, fue a la pareja de la sección.
—Llegas tarde, ¿qué pasó? ¿Te quedaste dormido? —cuestionaba Luna, burlesca mientras sacaba tema para conversar.
—No, me desperté más temprano de lo normal, a decir verdad —miró de reojo a Ámbar, quien simulaba escribir algo sobre su cuaderno.
—¿Ah sí? ¿Insomnio? —preguntó sin interés alguno —Te he dicho que no te quedes hasta altas horas de la noche viendo porno —lo apuntó con el dedo índice frunciendo el ceño con fingido enojo.
—¡Luna! —gritó con embarazo expresado en toda la extensión de su cara y orejas —Si alguien te escucha creerá que es verdad.
—¿Y no lo es? —golpeó su codo en forma de confidencialidad.
—¡Claro que no! —su rostro ya volvía la normalidad.
No era verdad, pero si lo que había pasado la noche anterior con Ámbar contaba como ver pornografía, entonces Luna había dado en el clavo, lo que importaba era que no la vio tristemente a través de una pantalla, sino que la vivió y la sintió en carne propia.
—¿Sabes dónde está Pedro y Delfina? —cambió de tema mirando el lugar vacío de sus amigos.
—Hasta donde yo sé, no han venido aun —dirigió su mirada a los lugares y rápidamente a la puerta —. Ya no los esperes más, allí vienen —los dos morenos entraron agarrados de las manos, ella sonriendo y él más serio de lo que alguna vez lo vio. Cuando Pedro y Delfi posaron sus miradas en los dos chicos y los dos sonrieron, Simón juró que la mirada asesina de Pedro lo hubiese matado de no ser porque se inclinó un tanto hacia la derecha.
—¿Y los profesores? —preguntó Delfina, dejando que su novio se fuera a su lugar.
—Creo que están en reunión o algo así —le respondió la pequeña —. ¿Por qué vienen tarde? ¿Hoy todos se pusieron de acuerdo y no me avisaron? —volteó a ver al castaño y a ella respectivamente.
—Literal, tuve que llegar a levantar a Pedro de su cama, no quería ni verme —explicó quejumbrosa y con gracia a la vez —. Simón creo que debía mostrar su amor en público, ¿No, Simonsie? —guiñó el ojo, todo lo contrario de Simón, que los abrió con evidente sorpresa —. Hablamos en el almuerzo —se fue a hacerle compañía a su novio.
—¿Demostrar tu amor en público? —repitió Luna viendo dudosa a su amigo —¿Qué quiere decir?
—No tengo la menor idea de qué está hablando—respondió sin salir de su asombro.
—Ya —no le creyó nada, pero no preguntaría nada más sobre eso —. Oye, ¿le hicimos algo a Pedro?
—¿Por qué?
—Porque nos vio como si le hubiéramos matado a su madre —contestó moviendo la cabeza en espera de una respuesta.
—Créeme, no fue a ti —palmeó su hombro en un signo para que dejara la preocupación.
—¿Ah no? Entonces, ¿a quién fue? ¿A ti?
—No, no creo. Solo digo que pudo haber sido a cualquiera, ¿sabes? —vio por encima del hombro de la chica, la figura seria del susodicho —Tal vez el que Delfi lo levantara de la cama lo trae de mal humor.
—Sí, tal vez eso sea.
Las horas antes del almuerzo no pasaron ni muy rápido ni muy lentas, fue todo cosa de saber acoplarse a cada uno de los temas que cada profesor tenía para aquel día. Simón, por su parte, no había podido controlar su mirada fugaz y traviesa a cada movimiento que por el rabillo del ojo miraba que Ámbar realizaba. ¿Qué más podía hacer? Sencillamente no podía controlarse. Cada que Luna le preguntaba qué hora era, inmediatamente pensaba en las horas que pasó con Ámbar entre sus brazos hasta quedarse dormido y las horas inolvidables que aquella noche de ayer le había regalado, incluso, se olvidara de todo hasta de que hacía unos segundos su amiga le había preguntado por la hora. Mientras tanto, la rubia sentía cada vez con creciente frecuencia las miradas encendidas de un castaño que se hallaba en la última fila. No quería voltearlo a ver cada vez que las sentía porque no quería ser tan obvia y descarada con el chico, pero solo ella y Dios tenían conocimiento del inhumano esfuerzo realizado por la de ojos azules.
Cuando el a veces bendecido y por ocasiones odiado timbré sonó, la primera en levantarse fue Ámbar, recogiendo todo dentro de su bolso y dejándolo olvidado sobre su silla para después enviarle una mirada que gritaba toda la atención del mundo a Simó, quien la captó casi de inmediato, revolviéndole todas las emociones e hizo de tripas corazón para no huir del lugar de Luna y seguir como perrito el rastro de la pelirrubia.
—¿Te adelantas a la cafetería, mi amor? Necesito ir al baño —dijo rápidamente al momento en que besaba su mejilla.
—Bien, allá te veo —respondió Matteo viéndola irse en dirección a los servicios higiénicos.
Matteo se despegó de la pared y se fue a paso decidido a la cafetería al mismo tiempo en que Luna, Delfi, Pedro y Simón salían por la misma puerta que momentos antes salió Ámbar.
—¿Saben? Voy al baño, los veo en la cafetería —anunciaba con velocidad, dejando la mano de Luna y dándose la vuelta para irse a donde había mencionado.
—¿Estás bien? —al instante, Pedro saltó a preguntar, ya que sospechaba más de una cosa del comportamiento de Simón y Nico a partir de lo que él y su novia vieron esa mañana.
—Tengo diarrea —se volteó, percatándose al fin de las palabras que salieron de su boca, mirando las caras de burla de sus dos amigas, pero la misma expresión seria de Pedro —. Me comí algo que estaba en refrigerador, no sé cuántos días llevaba eso allí, semanas, tal vez meses. No lo sé. Adiós.
—¿Y Nico? —cuestionó de nuevo el pelinegro.
—No lo sé, Pedro. Dime tú —lo enfrentó ya hastiado de la mala leche que se andaba.
—No sé, por eso te pregunto —se adelantó en modo de reto.
—Pues deberías —se fue, queriendo no llegar a una discusión de la que, estaba seguro, ninguno de los dos saldría bien parado.
—¿A qué vino eso? —preguntó Delfina, mirando como cada vez el ceño de su novio iba en aumento.
—Nos quedaremos sin comer —anunció después él, caminando con las dos chicas que no hicieron más que mirarse en confuso silencio.
Corrió a como pudo con todo lo que sus piernas y los obstáculos que las personas eran cruzándose de un lado a otro y a punto de chocar con él, haciéndolo frenar de improvisto. Antes de entrar al baño de mujeres miró a todos los lugares posibles para asegurarse de que nadie lo miraba entrar a ese territorio que muchos varones consideraban minado o el Área 51. Empujó la puerta rogando porque nadie más de quien se esperaba estuviese allí adentro. Apenas puso un pie dentro sintió el halón de su brazo que lo hizo tropezar y sostenerse de lo primero que estaba al alcance: la fina cintura de Ámbar Smith.
—Llegas muy tarde —ni tiempo le dio de responder.
Ámbar cruzó sus brazos alrededor del cuello de Simón para luego empezar a besarlo con tanta desesperación y disposición que dejaba al castaño a unos diez pasos de distancia, haciéndosele dificultoso el poder seguirle el ritmo a aquel beso tan lleno de desespero. A medida que avanzaba, Simón hizo lo posible por estar en línea con el ritmo que la rubia llevaba hasta que lo logró y sus lenguas junto con sus labios pudieron moverse al mismo son de la sinfonía mental que en ese momento ambos cantaban a toda voz. Tanto ella como él enredaban los dedos en el cabello del otro sin querer separarse en algún momento, solo deseando que aquello nunca terminara.
—Valió la pena —masculló la chica con los labios muy cerca de los de él —. Mierda, valió tanto la pena.
—Dímelo a mí —rio mientras sostenía la frente pegada a la contraria, mostrándose sus blancos dientes, sin abrir los ojos pensando en que así podría mantener ese preciso lapso por más tiempo.
—Ya tengo que irme —le informó, separándose por completo de su cuerpo —. Nos vemos después.
—Nos vemos —respondió viéndola abrir la puerta.
—Si no te cuidas, te meterás en problemas por estar en el baño de las chicas —dicho eso se fue, cerrando la puerta tras su espalda.
—Si no me cuido voy a salir en pedazo del baño de chicas —respondió como si ella aun estuviera escuchándolo —. Pero porque saldré más enamorado de ti.
La puerta se abrió de golpe y una chica de piel morena y largos cabellos negros sujetados en unas trenzas de una manera en que Simón solo catalogó como torturante, entró deteniéndose en seco al darse cuenta de que había alguien dentro de la habitación, y no solo alguien, sino que un chico.
—Oye, degenerado, por si no lo sabías estas en el baño de mujeres —lo miró seria y con una voz más gruesa de lo que se esperó.
—Lo siento, no me había dado cuenta —agachó la cabeza y se dirigió a la puerta, escuchando un «Maldito pervertido» salido de la voz de aquella chica.
La novia de Matteo se apareció en la cafetería con toda la exagerada elegancia que solamente ella empleaba para entrar en un lugar cualquiera, lo vio a la distancia desde la puerta y sonrió cariñosa al verlo que la esperaba con la vista pegada en la entrada, alzó la mano para que ella notara que él estaba allí con el almuerzo. Recorrió las mesas escuchando cuchicheos que ya eran normales sobre ella, miradas de envidia y de odio que no hacia más que alzarle el ego.
—Ya vine —afirmó, sentándose a su lado para después tomar una de las manzanas que estaban junto a una botella que contenía agua en su interior.
—¿Tienes problemas de menstruación otra vez? —cuestionó sin dejar de mirarla con una comisura de sus labios alzada en un mohín de preocupación y cariño al mismo tiempo.
—Sí —dejó caer su mirada al suelo, sabiendo que mirándolo a los ojos él podría darse cuenta de que lo que decía no era verdad —. No quiero comer nada pesado para no sentirme peor.
—Está bien, amor —guiñó uno de sus ojos y comenzó a comerse un sándwich de queso que ya lo tenía empezado antes de que la rubia llegase —. Que te mejores.
—Gracias, cariño.
No quería ni voltear a ver al chico que estaba en silencio comiendo a su costado, completamente ignorante a la situación que ocurrió ayer y hoy detrás de aquellas puertas. Ámbar amaba a Matteo, de eso estaba muy segura, demasiado. La forma en que ese chico la trataba, como si de una princesa se tratase, la hacía quererlo más día con día, cuando se tomaban de las manos era como si los demás desaparecieran y solo fueran ellos dos y quería no separase de él por mucho que su tía se lo rogara. Quería pasar en su coche recorriendo las calles de la ciudad con él, que le contara chistes malos y que, de vez en cuando, la llevara a esas carreras que no le gustaban para nada pero que la hacían feliz porque la cara de Matteo no tenía precio al destilar kilos de emoción por los poros. Por supuesto que lo amaba, ¿cómo no hacerlo cuando era una persona muy linda con ella? No negaba que al principio se acercó y se interesó por él debido a la belleza de su físico, porque le atrajo su cara, lo atractivo que podía llegar a ser, pero con el paso del tiempo y cuando Matteo empezó a demostrarle y, no solo eso, sino que también decirle lo enamorado que estaba de ella, su físico iba quedando atrás y las acciones tomaban ventaja en su atracción a por él. Sin embargo, con Simón le ocurrían cosas diferentes que casi llegaban a ser similares. Miraba a Simón y los demás pasaban a segundo plano y, aunque le doliera, Matteo formaba parte de ese grupo que desaparecía. Cuando su novio la tomaba de la mano o la besaba, todo el planeta podía desaparecer a excepción de una persona: Simón. Era curioso como con un beso de su mejor amigo podía sentir que no solo se desvanecía el mundo, sino también el universo, porque entonces no había nada a su alrededor aparte de miles de emociones nuevas y excitantes no existía más que una cómoda oscuridad que no duraba hasta que sus besos terminaban. Con Simón había dormido por primera vez, no un dormir por tener relaciones sexuales, no, sino de uno tierno y hermoso que rogaba porque pasara otra vez, mientras que con Matteo nunca había llegado siquiera a hablar sobre tener sexo, es más, era un tema que no se le pasaba por la cabeza, pero con Simón podría decirse que era lo que más saltaba dentro de su ser desde la vez que casi lo vio desnudo. Estaba hecha un lío completo. Un lío grande, egoísta, mentiroso e hipócrita. No había nada más que odiara que la hipocresía y ella se había convertido en una hipócrita de primera. Lo peor, lo que posiblemente más la carcomía como gusanos carroñeros desde el interior de su estómago hacia afuera, era que a pesar de que trataba de sentirse culpable y querer obligarse a que no volviera a suceder nada parecido a la situación del baño con Simón, no podía, no podía sentirse mal porque eso era una de las mejores reacciones que su cuerpo le había regalado como una descarga eléctrica de la que no podía ni quería desprenderse.
—Oye, estás muy callada, ¿tienes el dolor de la otra vez? —la preocupada voz de Matteo la hizo salir de su trance para sentir cómo la mano del chico acariciaba su brazo, mirándola en espera de su respuesta.
—Me duele un poco —y sí, le dolía, pero no exactamente se refería al dolor por el que su novio preguntaba, sino del dolor de verlo preocupado al momento en que ella pensaba en otro y de la forma tan maravillosa que sus besos la hacen sentir —. Me duele.
—¿Quieres que te lleve a la enfermería? Podrías pedir un permiso e irte a casa, tu tía debe comprender —hablaba rápidamente, cosa que hacía que Ámbar se sintiera peor.
—Descuida, de seguro me lo merezco —tomó su mano y la apretó en disculpas silenciosas que él no supo interpretar.
—¿Mereces que te duela? Es la primera chica a la que escucho que dice eso —carcajeó sin perder el nerviosismo —. Eres extraña.
—Lo soy —intentó seguir su risa.
—¿Te pondrás bien? —de nuevo, allí estaba esa mirada de culpa que él no debería tener.
«Deberías golpearme en la cara por lo que te estoy haciendo, Matteo», se dijo en la mente sin apartar la mirada de los ojos preocupados de su novio.
«No seas tan bueno conmigo, sé malo y yo lo aceptaré porque me lo merezco».
—Espero estarlo para cuando termine el día —cuando el día acabara, Simón se aparecería en su camino como la luna aparece por las noches, resplandeciente a pesar de en qué ciclo esté, Simón brillaría para ella y ahora se sentía culpable por ello.
—Vamos a clases entonces —se levantó y le tendió la mano para que se levantara de su lugar —. Pasaré por ti para irnos a casa.
—Está bien —salieron de la cafetería y marcharon hacia la sección, tomados de la mano como solían recorrer los pasillos, solo que esta vez Ámbar no sentía que todos desaparecían, más bien sentía que todos la apuntaban con el dedo acusador mientras le tiraban miradas e insultos que quizás se merecía y que, no por ello, quería escuchar.
—Nos vemos a la salida, mi amor —besó suavemente sus labios en despedida. Las sensaciones eran tan diferentes, un pequeño rose con Simón era incomparable y ese beso, aunque quizás fue debido a que era pequeño, no lo logró hacerla sentir y ver las mismas chispas —. Te quiero.
—También te quiero, Matteo —lo abrazó por unos segundos y luego se despegó —. Nos vemos, cariño.
A la hora de la salida, Matteo pasó al salón de Simón para recoger a Ámbar, como esa mañana misma, lo único que le dio de despedida, fue una mirada de complicidad de la que se desprendía la frase «Nos vemos por la noche» e inconscientemente él asintió, afectándole poco que la mano de Matteo abrazara la de Ámbar unos cortísimos segundos después.
—¿Así que vas a acompañar a Nico a su casa hoy? —interrogó Luna, llegando a donde estaban los dos chicos a punto de salir del salón.
—Sí, ¿vienes? —respondió Nico en lugar de Simón.
—¿Por qué crees que pregunté? —los haló hasta las escaleras, haciendo oídos sordos a las réplicas de los dos chicos porque los soltara de una vez —. Últimamente me están dejando votada, hoy no lo voy a permitir.
—Eso no es cierto —contradijo el castaño, soltándose al fin del agarre de Luna —. Siempre nos vamos juntos y me dejas en la puerta de mi casa.
—Sí, pero nadie me va a dejar a la mía —puso una fingida cara de tristeza —. Voy a llorar.
—¡Qué dramática eres, chica! —Nico le revolvió los cabellos mientras bajaban las escaleras —Lo que pasa es que vives muy lejos de nuestras casas y nos tocaría caminar el doble si te acompañamos.
—Se supone que ustedes son los caballeros, ¡Deberían acompañarme! —protestó con enojo.
—¿Y si en lugar de eso te pagamos un taxi? ¿No crees que resultaría más conveniente? —preguntó Simón.
—Vaya solución, solo para no acompañarme.
—Te abriremos la puerta del auto, solo piensa que es un carruaje, Cenicienta —se burló esta vez el rubio.
—Ya, ya, no digan más, pero me tienen que pagar el taxi hoy —los apuntó con el dedo.
—Claro —dijeron al unísono.
—Y la semana que viene —continuó la pequeña.
—Muérete —espetó el castaño, alzando una ceja en modo sarcástico.
—Sueña —siguió Nicolás haciendo el mismo gesto.
—Ustedes deberían ser la pareja perfecta —entrecerró los ojos fingiendo enojo e indiferencia.
Nico no supo qué decir, solo abrió los ojos pensando de inmediato que su secreto estaba descubierto y posteriormente solo era falta de tiempo para que todos los demás lo supieran, su dignidad se fuera al suelo, se abriera la tierra pero por muy irónico que pareciera no se lo tragaría, sería el centro de burlas, moriría de vergüenza, sus padres lo enterrarían con toda la aberración del universo y nada volvería a ser igual ni en su muerte, ni en las vidas que posiblemente habrían seguidamente de esta.
—¿Verdad que sí? —habló Simón, mirando a Nico que empezaba a sudar e hiperventilar —. Seríamos perfectos, ¿no es así, Nico?
El muchacho lo volteó con los ojos crispados para darse cuenta con la señal que Simón le dio con los de él, que estaba siendo más obvio de lo que necesitaba.
—S–Sí. Por supuesto que sí, Luna. Digo, Simón.
—Ya veo —respondió un poco confundida —. Sigamos, que alguien tiene que pagar un taxi directo a mi linda casita.
Caminaron hacia la salida, por fin fuera del colegio, en el patio delantero de este. Todavía había algunos chicos por allí que iban en dirección seguramente a sus casas, con mochilas sobre los hombros y unos que otros con libros entre los brazos o debajo de la axila. Luna caminaba tarareando una canción de la que los dos chicos no conocían el título y no recordaban haberla escuchado en su vida. Simón caminaba en el medio de los dos, con la mirada al frente sin decir nada al igual que Nicolás, el que parecía perdido en un plano existencial y que caminaba solo porque sus pies tenían vida propia.
—Miren qué bonita mariposa —habló Luna de un momento a otro, haciendo que los dos chicos que caminaban junto a ella se detuvieran a observar un bicho con alas de color azul y amarillo que estaba posado en su dedo índice con toda la tranquilidad del mundo —¿A que es bonita, Simón?
—¡AAAAHHHH! QUÍTAME ESO, ALÉJALA, MÁTALA, DESTRÚYELA, NO ME LA ENSEÑES, ES UN MOSTRUO, ¡LLÉVATELA LEJOS DE MI VISTA AHORA MISMO! —se escondió detrás del cuerpo de Nico, usándolo como un escudo protector para que aquel animal que Luna sostenía con tanta paz no llegara a rozarlo siquiera.
—Simón, es una mariposa —le informó Nico con extrañeza y a punto de lanzarse la misma risotada que Luna estaba dando ahora mismo.
—ES UN GUSANO, UN MUY, MUY HORRIBLE GUSANO, NO ME LA ACERQUES —apuntó a la chica con miedo, sin perder de vista el bicho aquel, sintiendo vergüenza consigo mismo por el espectáculo que estaba dando a la cantidad de estudiantes que se detuvieron a ver con curiosidad lo que pasaba para que aquel chico gritara con tanto desespero —. ¡NICO, MÁTALA!
—No lo puedo creer, le tienes miedo a las mariposas —Luna se reía con fuerza, procurando no moverse mucho para no ahuyentar al pequeño animalito —¿No te gusta? A ella le gustas. Ven, acércate, yo sé que quieres —se acercaba a paso lento a Simón y este hacía todo lo posible para cubrirse más con el cuerpo del rubio, poniéndolo como una barrera entre Luna y él —. Solo tócala y verás cómo dejas de tenerle miedo.
—¡YO NO VOY A TOCAR ESO NI AUNQUE ESTE EN LOS ÚLTIMOS SEGUNDOS DE VIDA Y TOCARLA SEA MI ÚNICA SALVACIÓN! —empujaba a Nico hacia adelante para tal vez así hacer que se fuera —. ¡NICOLÁS, MATA A ESE ANIMAL!
—Simón, no te hará daño —fue la respuesta del rubio, entre risas mientras sujetaba con fuerza una de las muñecas de su mejor amigo —. Luna, no la acerques, me lo vas a matar de un paro cardíaco —seguía burlándose, pero a Simón no le interesaba, lo único que quería era que alejaran a ese «monstruo» de su mirada.
Sin parar de reír, Luna dejó que la mariposa volara lejos de los tres, pero sobre todo de Simón, volteándolo a ver y luego a todos los que los miraban con burlescas muecas.
—Hiciste un gran espectáculo, amigo mío —comunicó ella viéndolo a los ojos.
—Oh, por Dios... —se cubrió el colorado rostro con las dos manos —. Me voy a morir, se me va a salir el corazón.
Sintió la mano caliente de Nico posarse sobre su pecho, justo donde los retumbantes latidos de su corazón se sentían con más facilidad, sonrió para él en modo reconfortante, pero sin perder la burla de su mirada.
—Sí se va a morir —mencionó cuando quitó la mano de su pecho —. Gracias, Simón, recordaré este momento el resto de mi vida.
—En serio me voy a morir —no dejaba de cubrirse la cara, esperanzado a que como él no veía a los demás, ellos tampoco lo verían.
Sin embargo, de entre las personas que los miraban, estaba Delfina y Pedro, quienes aun se quedaron luego de que los demás se iban, no le quitaban la mirada al trío que de un momento a otro se volvió el centro de atención. Mas Pedro lo que no podía dejar de ver, era la manera en que Nico tocaba a Simón, a sus ojos, como si fueran algo más de los buenos amigos que decían ser. No era algo que podría aceptar. Le estaba pasando otra vez, Nico se estaba enamorando de su amigo y Pedro no se sentía apto como para interponerse en algo así, pues quien había llegado a la conclusión de terminar lo que tenía no había sido otro sino él mismo. Ahora no podía negarse a lo que posiblemente estaba pasando.
Pero el hecho de que no se negara a lo que pasaba o que fuese él quien acabara con esa complicada relación, no impedía que se sintiera terriblemente celoso e impotente, al final de cuentas, seguía amando con locura a ese rubio de ojos verdes.
—Pobre Simón, debe estar muy avergonzado —dijo Delfina para romper el silencio —. Lo bueno es que Nico y Luna están con él, ¿deberíamos ir nosotros también?
—Ya lo dijiste tú, ya tiene a alguien —se adelantó —. Vamos, dejémoslos a ellos.
—Bueno...
Continuará...
¡SIENTO LAS ESPERA!He estado muy delicada de salud, perdonen, ustedes.
Tal vez cuando me reponga haga un One–Shot, ¿quieren uno? Tengo una idea revoloteando dentro de mi ser. Avísenme si lo quieren.
Cuídense.
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