𝒗𝒆𝒊𝒏𝒕𝒊𝒕𝒓𝒆𝒔

Lo internaron un martes.

Fue como cualquiera de sus otros ciclos, ardor en sus venas, vómitos, dolores e insomnio. No supo cuánto se había acostumbrado a Muriel en la habitación de al lado, hasta que se descubrió a sí mismo asomándose para encontrarla vacía. Cerraba sus ojos y pensaba en su calor, en aquel tacto en su muñeca, en los dedos curiosos que subieron un poco más, en su cabello que olía a coco.

-¿Estás dormido?

Pestañeó, consciente de nuevo de toda la habitación y el tubillo en su muñeca; pero más consciente de que Muriel estaba apoyada en el marco de la puerta, con la cabeza recostada en la madera y un bolso amarillo colgando de su hombro. Sonreía un poco, Muriel sonreía cada vez que lo veía, al menos desde la noche de la película en su casa.

-Quedamos en que no vendrías -dijo él.

-Yo no accedí a ello.

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