𝒗𝒆𝒊𝒏𝒕𝒊𝒔𝒆𝒊𝒔

El beso lo había empezado ella, porque Hugo tenía miedo de herirla.

-No -había dicho él, a un palmo de su rostro, mirando los labios de la muchacha. Se habían acercado de apoco, él primero, ella después, un centímetro más, los dedos de seda subiendo un poco más allá de su muñeca, la respiración de Muriel agitándose un poco-. No puedo.

Ella había fruncido el ceño.

-¿Por qué?

-Por Miguel -respondió él con seriedad, tragando en seco y viéndola a los ojos.

Los nubarrones relampaguearon en sus iris.

-Tú no eres Miguel -dijo ella, más para sí misma que para él-. Yo quiero, Hugo.

Él había sacudido su cabeza.

-Muriel, no quiero hacerte daño...

-Tú eres la única persona que nunca me ha herido, Hugo -murmuró ella y entonces rozó con un temblor su boca-. Yo quiero, Hugo.

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