𝒗𝒆𝒊𝒏𝒕𝒊𝒐𝒄𝒉𝒐

Le tembló la mano que sostenía la puerta del armario, le temblaron los labios, tembló toda la habitación por un instante, como la respiración agitada que se atoró en su garganta con sabor a lágrimas.

— ¿Perdón?

—Perdón –repitió su madre, como si la hubiera oído—. Yo debí escucharte, cariño –lloró en voz baja, en un susurro—. Pensé que eran celos.

A Muriel se le escapó un quejido insultado.

—Pensé que querías atención. La psicóloga tampoco descartó mi teoría, ella dijo que quizás sí te hacías daño a ti misma, que nunca le diste razones para descartarlo –siguió hablando su madre—. Muriel, ayer la policía se llevó a Miguel. Lo procesarán por abuso. ¿Muriel? ¿Acaso puedes oírme? –la mujer suspiraba entre los sollozos—. Debí escucharte, debí creerte, cariño.

Muriel apretó los labios. La odiaba, la odiaba, la odiaba. Era toda culpa de ella.

—Sí, debiste hacerlo –dijo, con la voz ahogada por el perfume de su madre. Volvía a estar en la cocina, volvía a sentir el bofetón. Su cabeza seguía bajo el agua y nadie lo sabía. Esta vez no lo había planeado, pero de haberlo hecho no podría haber sido mejor.

Y antes de que su madre siguiera hablando, cerró la puerta del armario.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top