𝒗𝒆𝒊𝒏𝒕𝒊𝒄𝒖𝒂𝒕𝒓𝒐
Hugo le había pedido que no fuera a verlo durante su último ciclo de quimios y sueros, porque sabía que con el tratamiento rápidamente se hundirían sus ojos en tonos de grises y sus labios se resecarían. Se pronunciarían sus defectos y su nariz sobresaldría como una montaña solitaria.
-¿Por qué no puedo ir? -había preguntado ella esa noche de películas, mientras Hugo enredaba los dedos en su cabello, los créditos de Luces de la ciudad pasando en la pantalla.
-No quiero que me veas así.
-¿No quieres que te vea feo? -bromeó ella y sus ojos grises brillaron con picardía-. ¿Quién te dijo que eras lindo?
El muchacho no pudo evitar una risita con un leve tinte insultado y ella rodó los ojos.
-No vayas -había repetido él y lo decía en serio.
Muriel no había respondido nada.
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