𝒗𝒆𝒊𝒏𝒕𝒆
Sus dedos eran de seda: su piel era blanca y lechosa, con algunos lunares repartidos estratégicamente. Hugo se había deleitado con ellos mientras estaba en el hospital. Había nombrado aquellas constelaciones. Y ahora, la galaxia Muriel chocaba con él.
Su mano rozaba la suya, leve y tímidamente, como si temiera que él se apartarse o no supiese como hacerlo. Quizás él debía haber rozado sus dedos primero. Pero, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo hacerlo después de saber que Muriel odiaba ser tocada? Y, sin embargo, la mano de Muriel rozaba la suya. Lentamente, Hugo volteó su palma y la atrapó en su agarre, aferrándose a aquel instante donde solo eran ellos dos en la oscuridad de una habitación, mirándose en silencio.
Había querido hacer eso por tanto tiempo, que Hugo sentía como si aquel deseo hubiese nacido con él.
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