𝒕𝒓𝒆𝒔
A Hugo le descubrieron el cáncer por una tos insistente, que él habría preferido fuese una neumonía. Hugo solía hacer deporte, solía poder correr diez vueltas a la pista sin mucho problema. Pero desde hacía unas semanas una tos incesante no lo dejaba correr más de tres. Tenía que detenerse y sostenerse del estómago. Su cabello, que había sido café y ondulado, se le pegaba en la frente, húmedo por el sudor y con aspecto sucio. Había sido un cambio gradual.
Primero pensaron que fue una gripe, el empeoramiento de un resfriado pescado unos días atrás cuando llegó a casa empapado por el aguacero. Pero Hugo no tuvo fiebre, así que su madre le indicó que tomara mucha agua para acabar con aquel resfriado a fuerza de sabiduría popular. Dos semanas después la tos había empeorado, era gruesa y seca: lo asaltaba en medio de clase y hacía que sus compañeros se le quedaran mirando; lo asaltaba en la pista de la clase de gimnasia, haciéndolo doblarse y sostenerse a sí mismo mientras el profesor lo llamaba y preguntaba si estaba bien; lo asaltaba en la enfermería mientras la enfermera lo auscultaba, el frío estetoscopio entre sus omoplatos.
Fue cuando finalmente el acceso de tos fue tan horrible que Hugo cayó al suelo en medio del pasillo, sostenido de la chaqueta de su mejor amigo, fue entonces cuando su madre, preocupada desde antes, lo llevó al hospital.
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