𝒕𝒓𝒆𝒊𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒕𝒓𝒆𝒔

Muriel nunca había gritado, nunca había forzado sus cuerdas vocales para pedir ayuda. ¿Qué sentido tenía cuando nadie la oiría? ¿A quién podría gritarle? ¿A quién podría llamar? ¿Quién podría salvarla de su propia pesadilla?

—La única forma de escapar de una pesadilla es despertando –le había dicho Hugo aquella única vez que hablaron de ello—. Pero tú no quieres despertar.

¿Para qué querría despertar? ¿Qué podría querer de afuera? ¿Qué podría necesitar de un mundo que solo le dio desgracias? ¿Qué le podría faltar a su mundo? Nada, se respondió ella siempre. Pero siempre había algo más, algo que no aceptaba esa respuesta, que aleteaba por debajo: el mismo algo que extrañaba a Hugo.

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