𝒕𝒓𝒆𝒊𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒔𝒊𝒆𝒕𝒆
Todo era negro, oscuro, impenetrable. Los instantes eran eternos, el tiempo no existía en aquel lugar. A lo lejos hubo un susurro de viento, una pequeña vibración como una ola lo recorrió entero. Hugo sintió que se ahogaba, que las burbujas se atoraban en su nariz. Trató de tomar aire, pero no lo encontró. La desesperación se amoldó a él como una segunda piel.
No podía moverse, no podía respirar. Sintió como si sus pulmones se apretaran y tosió, pero solo burbujas salieron de su garganta. Se sentía en una horrible pesadilla mientras las toses se volvían más severas y el corazón se le aceleraba. Le dolía el pecho, se le apretaba la garganta y le ardía la piel. Se las arregló para por un instante abrir los ojos, sus párpados pesados parecían cosidos a sus mejillas y apenas tuvo un vistazo de la Luna entre las brumas del mar que lo apresaba, se cerraron otra vez.
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