𝒕𝒓𝒆𝒊𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒔𝒆𝒊𝒔

La camilla se sentía fría bajo su espalda, el aire a su alrededor era helado. El salón estaba repleto de sonidos y movimientos, pero Hugo solo podía ver la luz de la lámpara colgada sobre él. Respiraba hondo, tratando de mantener la calma. Todo estaba bien, todo iba a salir bien, eso había repetido con insistencia Muriel y también Penélope. Su madre había sonreído, abrazada a su padre mientras a él los médicos se lo llevaban.

Y ahora estaba allí, viendo mientras el doctor Alejo le ponía la mascarilla con la anestesia.

—Todo saldrá bien, Hugo –le dijo él, su cara empezaba a emborronarse en su visión.

A su lado sobresalió el rostro de Fernanda, la enferma que siempre había sido amable con él.

—Piensa cosas lindas y verá que terminamos rápido –dijo ella—. Dentro de poco volverás a estar ahí afuera con tu familia.

Él no pudo responder, solo respirar la anestesia y ver como la luz consumía la imagen de sus ojos. Sus párpados pesados cayeron y sintió como si el agua se lo tragase. Cayó, profundo, el mar tirando de él lo dejó flotando en la superficie oscura. Hugo se preguntó si así se habría sentido Muriel.

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