𝒕𝒓𝒆𝒊𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒐𝒄𝒉𝒐

La operación duró varias horas, durante las cuales Muriel se negó a abandonar a la familia. Ella había tenido poco roce con los padres del chico, pero Penélope se había acercado a ella con rapidez al ver que para su hermano era importante. Los cuatro esperaron en aquel frío pasillo cuyas lozas amarillentas estaban decoras con murales que tocaban el techo y debían hacer sentir cómodos a los niños.

Muriel apoyaba la cabeza en la pared, contando los segundos en su cabeza mientras Penélope recibía una llamada de su novio. El padre de Hugo le ofreció una taza de café y ella la aceptó, sosteniéndola en sus manos mientras el calor le subía al rostro y le despertaba los sentidos.

Hugo estaría bien. Él estaría bien. Tenía que estarlo.

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