𝒕𝒓𝒆𝒊𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒅𝒐𝒔

—No eres real –le dijo al hombre que la sostenía y guiaba de espaldas. Lo empujó, se sentía real contra su cuerpo—. ¡No eres real! ¡Vete! –gritó y él la cayó con sus labios. 

Los pesados labios gruesos se movieron sobre los de ella y Muriel presionó su boca cerrada, pero él se dio el placer de forzarla con su lengua. La chica chilló como pudo, ahogándose y luchando por apartarse. En algún momento Miguel la soltó y Muriel trastabilló, sus rodillas se doblaron y su pecho encontró agarre en el colchón.

—No –murmuró, pero Miguel ya la estaba acorralando, empujándola sobre el colchón mientras la habitación se oscurecía. Sentía que no podía respirar, que volvía a estar aguantando la respiración en el agua de la bañadera—. ¡No eres real! –lloró, usando sus manos para apartar el peso del hombre sobre ella—. ¡Vete! –imploró, removiéndose.

—No voy a hacerte daño, pequeña –prometió él.

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