𝒕𝒓𝒆𝒊𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒄𝒖𝒂𝒕𝒓𝒐

—¿Recuerdas que me prometiste que haríamos un castillo de arena?

—Sí –respondió Hugo, cerrando los ojos mientras Muriel lo abrazaba.

—Pues todavía no he visto el mar y debes llevarme.

Las lágrimas picaban bajo sus párpados cerrados. Los brazos de Muriel se apretaron en torno a él.

—Prométemelo, Hugo, prométemelo –suplicó ella mientras él sentía al chico temblar ligeramente.

—Lo prometo.

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