𝒕𝒓𝒆𝒊𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒄𝒖𝒂𝒕𝒓𝒐
— ¿Cómo es que puedes oírme? –preguntó ella una vez. No recordaba cuándo y eso realmente no tenía importancia. La pregunta había sido lanzada al aire, sin un ente material en quien posar sus ojos para esperar una respuesta.
—No lo sé –había dicho él.
—Es que eres el único –suspiró ella, pasándose las manos por el cabello entre avergonzada y decepcionada de que él no tuviera la respuesta—. ¿Tienes magia o algo?
Hugo se había reído de ella.
—No creo en esas cosas –dijo.
— ¿Y entonces? ¿Se te ocurre algo mejor?
—No sé, Muriel, quizás soy el único que quiere escucharte.
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