𝒕𝒓𝒆𝒊𝒏𝒕𝒂

Sabía que debía verse horrible, más cerca de la muerte que de la vida: mejillas consumidas, ojeras y ojos exhaustos; pero necesitaba verla. Era egoísta de su parte exponerla a esa versión de sí mismo, lo sabía, pero no podía evitarlo. Su operación sería en dos días, a la mañana siguiente lo internarían y al otro día estaría acostado sobre la camilla con la anestesia comenzando a fluir por su sangre hasta dejarlo dormido. Más, él no podía llamarla, así que le pidió a su hermana que lo hiciera.

Cuando Muriel se presentó en su casa fue por petición de Penélope, quien la acompañó hasta la habitación del muchacho. Él la miró, desde su cama, acurrucado en su colcha y acomodado en sus almohadas. Por un instante ella se quedó en la puerta: solo viéndolo allí y luego se adentró en la habitación que olía como la colonia del muchacho.

-Siento que tengas que verme así -dijo él, su voz algo ronca.

Muriel negó y se sentó en el borde de su cama, lo suficientemente cerca para encontrar su mano si la buscaba.

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