𝒒𝒖𝒊𝒏𝒄𝒆
No esperó que le respondiera, no era tonto. Sabía que simplemente era un bobo, hablando con una chica dormida. Sabía que se quedaría mirándola y la habitación seguiría en silencio. Él sabía que era más que imposible. Pero en el fondo, una pequeña vocecita le decía que todo era posible.
Todo era posible si eran las doce de la noche, hora marcada por el reloj en la pared. Quizás pudo oír la respuesta de Muriel porque eran las doce, porque las doce era la hora de las brujas, la hora de los deseos, la hora que marcaba el paso de ayer a mañana. Quizás era magia. Quizás era solo su imaginación. O quizás era solo que en el fondo lo deseaba de verdad.
Porque la habitación no permaneció en silencio y Hugo no se quedó mirándola dormir en paz. Muriel no se movió, el viento no movió las cortinas blancas, no hubo un solo paso en el pasillo. Pero, una voz femenina, aguda pero no tanto, dulce pero no repugnante, enojada, asustada, respondió a su pregunta con otras.
—¿Quién eres? ¿Qué quieres?
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